CAPÍTULO 13

1693 Words
Mi cuerpo se tensó al escuchar sus palabras, sintiendo como si las paredes de la habitación se cerraran sobre mí. La presión que ejercía su mano sobre mi rostro, aunque suave, era suficiente para recordarme el poder que tenía sobre mí, sobre todo lo que me rodeaba. No tenía escapatoria. Su mirada oscura seguía clavada en la mía, y no había duda alguna en sus ojos. Sebastiano estaba acostumbrado a obtener lo que quería, y ahora… yo era parte de ese "todo". —No te perteneces, Mia. —Su tono amenazante hizo que el nudo en mi estómago se apretara aún más—. Esta cama, esta casa, y tu cuerpo... todo es mío. El temor se deslizó por mi columna como una corriente helada, pero no podía permitirle que lo viera, que entendiera el alcance de su poder sobre mí. Tenía que mantenerme firme, aunque por dentro todo se estuviera desmoronando. —No soy un objeto, Sebastiano. —Mi voz salió más fuerte de lo que esperaba, pero sabía que no sería suficiente para enfrentarlo—. No puedes simplemente… reclamarme de esa manera. —¿No puedo? —Su risa fue un sonido bajo y peligroso, como el ronroneo de un depredador acechando a su presa. Se acercó aún más, sus labios rozando mi oído—. Creo que estás olvidando en qué posición te encuentras. Mis piernas temblaban. No había forma de ganar esto, pero no podía quedarme callada. Mi mente giraba en busca de una salida, algo que pudiera decir para crear distancia entre nosotros, aunque solo fuera momentáneamente. Tanteé retroceder, pero su mano permaneció firme en mi mentón. —Por favor. —Intenté suavizar mi tono, buscando la calma en medio del caos—. No tengo mis cosas. Mi maleta desapareció, y no he tenido más opción que usar tu ropa. Me siento agotada. Él se quedó en silencio por un momento, su mirada recorriendo cada rincón de mi rostro. Luego soltó mi mentón, pero solo para acercarse aún más, su cuerpo ahora a centímetros del mío, invadiendo cada espacio personal que me quedaba. —¿Y piensas seguir usando mi ropa siempre, entonces? —quiso saber con una ceja alzada, su tono entre burlón y serio—. ¿O es tu excusa para quedarte más cerca de mí? Fruncí el ceño, sorprendida por su insinuación. Claro, él no entendía; ¿cómo podría, en su mundo retorcido de poder y control? No era sobre cercanía, ni mucho menos. Todo en esta situación me hacía sentir atrapada, obligada a depender de él en cada pequeño detalle, incluso en algo tan simple como la ropa. —No es eso. No tengo elección, no tengo nada. Mi maleta se perdió y no he podido ni siquiera encender mi teléfono, está muerto. Él me miró fijamente, sus ojos se entrecerraron, como si estuviera evaluando lo que decía, buscando una mentira oculta. Finalmente, suspiró y se apartó un poco, liberando la tensión que colgaba en el aire, aunque solo lo suficiente para que pudiera respirar. —Lo resolveré —dijo simplemente—. Mañana tendrás tu ropa y lo que necesites. No era una promesa; más bien, una orden envuelta en falsa generosidad. Pero, al menos, era algo. Un paso mínimo hacia un poco de autonomía en esta pesadilla. —Gracias —murmuré, aunque la palabra se sintió amarga en mi lengua. No quería agradecerle. No quería depender de él para nada, pero no tenía más opción. Sebastiano se acercó nuevamente, esta vez con una suavidad desconcertante. Colocó una mano en mi cintura y me atrajo hacia él, su mirada fija en la mía. —No quiero escuchar más excusas sobre habitaciones separadas, Mia. —Sus labios se curvaron en una sonrisa sombría—. Esta es tu vida, y cuanto antes lo aceptes, mejor será para ti. Mi cuerpo temblaba bajo su tacto. Cada fibra de mi ser luchaba por no desmoronarse, por no ceder a ese abismo oscuro en el que él intentaba arrastrarme. Pero sabía que, por ahora, no había escapatoria. —Lo entiendo. —Bien —murmuró, soltando lentamente mi cintura. Me dio una última mirada penetrante antes de girarse y dirigirse hacia la cama. Se dejó caer en ella con una facilidad despreocupada, como si no acabara de destrozar mi mundo una vez más. —A dormir, esposa. Observé cómo se acomodaba, mi cuerpo aún paralizado por el miedo y la tensión. Sabía que las próximas horas serían un tormento, compartiendo la cama con un hombre que no conocía, pero del que no podía escapar. La realidad de mi situación se hundió aún más profundamente. No había vuelta atrás. […] Cuando abrí los ojos la mañana siguiente, una sensación de calor envolvía todo mi cuerpo, y la superficie sobre la que descansaba me parecía extrañamente dura. Era raro, recordaba perfectamente que las almohadas de esa cama eran suaves, como nubes, pero ahora todo se sentía… diferente. Mi mente aún estaba adormecida cuando alcé la mirada y me topé con una escena que me dejó paralizada. Aquello no podía estar pasando. Me tensé al instante, el aire se atascó en mi garganta, y el pánico comenzó a deslizarse por mi columna como hielo derritiéndose. Estaba acostada sobre el pecho de Sebastiano, demasiado cerca de su brazo en cabestrillo. La posibilidad de haberlo lastimado me golpeó, pero más allá de eso, ¿cómo había terminado yo así? Mi mente luchaba por procesar lo que veía. Dios, qué vergüenza. Mi mirada bajó lentamente, tratando de reunir la valentía para moverme sin llamar su atención. Fue entonces cuando noté algo peor: mi pierna estaba alzada, prácticamente enredada en su cuerpo. Yo no dormía así. Jamás lo hacía. El pánico aumentó cuando intenté recordar la última vez que había dormido tan profundamente, tanto como para terminar en esa posición. Mi cuerpo había traicionado todo lo que mi mente intentaba mantener a raya. —¿Qué hice? —murmuré en voz baja, el miedo y la incomodidad apoderándose de mí. Comencé a alejarme de él con movimientos lentos y calculados, pero antes de que pudiera escapar, una mano fuerte se posó sobre la mía, deteniéndome. Mi corazón se detuvo por un segundo, y el miedo me paralizó. Sebastiano giró la cabeza hacia mí, sus ojos aún medio cerrados por el sueño, pero con un brillo que me hacía sentir vulnerable. Cuando habló, su voz era ronca y profunda. —Supongo que tu cuerpo me extrañaba —sus labios formaron una sonrisa ladeada. Mis mejillas ardieron. La vergüenza y el pánico competían por el control de mi cuerpo mientras apartaba la mirada, tratando de despejar mi mente lo suficiente como para encontrar una respuesta coherente. —Lo siento. —Me disculpé, sintiendo que el calor en mi rostro aumentaba aún más—. Pude haberte lastimado. Él dejó escapar una risa suave, pero oscura, y no me soltó. De hecho, su mano permaneció firme sobre la mía, lo que solo añadía a la tensión insoportable que llenaba el aire entre nosotros. —¿Lastimarme? —repitió con un tono de burla, observándome con sus ojos penetrantes—. No eres tan peligrosa como crees, Mia. El modo en que pronunció mi nombre hizo que mi piel se erizara. Había algo en su tono, algo que mezclaba familiaridad con posesión. Era como si cada palabra que salía de su boca fuera una declaración silenciosa de que yo le pertenecía, de que todo en esta situación. Quería apartarme; de hecho, todo mi cuerpo suplicaba que me moviera de inmediato, pero su presencia, su cercanía, me mantenía anclada a la cama. Era una sensación abrumadora, estar atrapada entre el miedo y la atracción que no podía negar. No se trataba solo de su físico, era su control sobre la situación, sobre mí, lo que me hacía sentir impotente. Finalmente, logré liberarme de su agarre y me senté en la cama, apartándome de él. Mi respiración aún era irregular, y trataba de calmarme antes de volver a hablar. —¿Cómo terminé aquí? —pregunté, apenas un susurro. El calor seguía subiendo por mi rostro mientras intentaba recordar los detalles de la noche anterior, pero todo era borroso—. No sé cómo pasó, normalmente no duermo así. —¿Así cómo? —interrumpió, mientras se incorporaba ligeramente, sus ojos aún clavados en mí—. ¿Tan cerca de tu esposo? Esposo. La palabra me golpeó como un balde de agua fría. —Debo haberme movido mientras dormía... —dije con voz baja, apartando la mirada. Pero la verdad era que no entendía cómo había llegado a estar así de cerca. Sebastiano soltó una risa corta. No era el tipo de risa ligera que te hace sentir cómoda. —Te moviste en la noche —respondió con simpleza, como si eso explicara todo—. Te aferraste a mí como si no quisieras soltarme. Tal vez fue tu subconsciente —sugirió, inclinándose un poco hacia adelante, lo suficiente como para invadir de nuevo mi espacio—. Quizás, en el fondo, sabes que aquí es donde perteneces. Mis ojos se agrandaron. No quería que él pensara eso. No podía permitirme que creyera que había algún tipo de deseo en mis acciones, incluso si mi cuerpo había reaccionado por instinto. —No lo creo —repliqué suavemente, aunque mi tono no fue tan firme como me hubiera gustado—. Fue un accidente. Él inclinó la cabeza, mirándome fijamente como si estuviera estudiando mis movimientos, mis reacciones. —No me pareció un accidente, Mia, —su voz seguía baja, peligrosa—. Pero si lo prefieres... podemos fingir que lo fue. Mis manos estaban temblando ligeramente, y traté de disimularlo apartando un mechón de cabello de mi rostro. El control que tenía sobre la situación era absoluto, y sabía que no importaba lo que dijera, él siempre tendría la ventaja. Estaba jugando conmigo, con mis nervios, con mi incertidumbre. Me levanté de la cama rápidamente, necesitaba poner algo de distancia entre nosotros. Mi cuerpo seguía ardiendo de vergüenza y confusión. —Voy a darme una ducha, —murmuré, incapaz de sostener su mirada por más tiempo.
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