CAPÍTULO 11

1349 Words
No dejaba de caminar por toda la habitación, moviéndome de un lado a otro como una marioneta rota, impulsada por la desesperación. Mi mente era un caos absoluto, una maraña de pensamientos que no lograba desenredar. Todo había cambiado tan bruscamente, como si mi vida hubiera dado un giro de 180 grados en cuestión de horas. El suelo se sentía inestable bajo mis pies, y no podía encontrar la manera de sostenerme. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Nunca debí haber aceptado esta locura. Pero en ese momento, la desesperación por salvar a mi madre me había nublado el juicio. Lo había hecho por ella, por darle una oportunidad de vivir. Sin embargo, ahora me enfrentaba a algo mucho más oscuro de lo que había imaginado. No podía arrepentirme, no cuando la vida de mi madre dependía de ello, pero la magnitud de lo que había hecho me asfixiaba. No podía seguir así, mintiendo, viviendo una vida que no era la mía. Engañar a Sebastiano era como caminar sobre un campo minado. Aunque tuviera lagunas mentales, sabía perfectamente que algo no encajaba, que no nos habíamos casado. Cuando recuperara todos sus recuerdos, se daría cuenta de la verdad, y yo... podría terminar muerta o peor, encarcelada. Necesitaba un plan. Una manera de salir de esta situación infernal antes de que todo se desmoronara. No había forma de seguir mintiéndole a Sebastiano, pero tampoco podía decir la verdad. Salvador mataría a mi madre si lo hacía, y eso era algo que no podía permitir. Era cerca de las tres de la tarde cuando un suave golpeteo interrumpió mis pensamientos. Provenía de las puertas corredizas que daban al balcón. Me detuve en seco, sintiendo el corazón latir con fuerza en mi pecho, como si presintiera lo que venía. Caminé hasta las cortinas, mi respiración entrecortada, y al abrirlas, me encontré con Salvador del otro lado, esperándome con su habitual frialdad. Abrí las puertas apresuradamente, sintiendo un destello de esperanza al verlo allí. —Gracias al cielo que viniste por mí —susurré mientras me lanzaba a sus brazos, aferrándome a él como a un salvavidas—. Vámonos ya, por favor. No puedo seguir aquí. Me separó con un gesto firme. —No vine por ti, Mia —dijo con voz seca, como si sus palabras fueran puñales que se clavaban en mi piel—. El plan sigue en marcha, a pesar de que él esté vivo. Lo miré, incapaz de comprender lo que estaba diciendo. ¿Cómo podía seguir con esto sabiendo que Sebastiano estaba vivo? El miedo me apretó la garganta. —¿Qué estás diciendo? ¡No puedo quedarme aquí! —Mi voz salió más aguda de lo que pretendía, el pánico arañando mis palabras. —Lo harás por tu madre —musitó, tomando mi rostro entre sus manos con fuerza, obligándome a mirarlo directamente a los ojos—. Y por ella, vas a callarte. Vas a hacerle creer a Sebastiano que eres su esposa. No hay otra opción. Sentí su presión sobre mi rostro, los dedos firmes, su amenaza latente en cada palabra. —Si llegas a decir algo de nuestro trato, yo mataré a tu madre. Y si no lo hago yo, Sebastiano te matará a ti. Es un hombre malvado, Mia. No dudes ni por un segundo que, si descubre la verdad, no te dejará con vida. Mis ojos se llenaron de lágrimas al instante, y, sin poder evitarlo, comencé a sollozar. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas, húmedas y calientes, como una cascada imparable. —Por favor... no le hagas daño —gemí, sintiendo que mi corazón se rompía en mil pedazos. Salvador aflojó su agarre, pero sus palabras seguían siendo igual de duras. —Está bien, no le haré nada... por ahora. Todo depende de ti. —Se alejó un paso, mirándome con una calma que solo hacía que mi miedo aumentara—. Seguirás fingiendo hasta que encuentre la manera de matarlo. El horror me invadió al escucharlo. Matar a Sebastiano. La idea me provocaba un vértigo insoportable. Di un paso hacia atrás, horrorizada por la crudeza de la realidad. —Escúchame bien, Mia. No me verás por un tiempo. Debo mantenerme alejado para que nadie sospeche, por nuestra seguridad y la de tu madre. Pero la próxima vez que me veas... habrá sangre. Sebastiano morirá, y ese será el día en que puedas volver con tu madre. ¿Entiendes? El pánico se apoderó de mi cuerpo, congelándome en mi lugar. Mis piernas temblaban, y mi mente apenas podía procesar las palabras de Salvador. Lo miré con los ojos llenos de lágrimas, incapaz de creer lo que acababa de decirme. Tragué con dificultad, mi garganta seca y cerrada por el miedo. —¿Por qué tiene que morir? —pregunté, aunque ya sabía que no debía hacerlo. Sabía que era despiadado, pero nunca lo había visto tan claro como en ese momento. Esto era real. Él estaba dispuesto a matar a Sebastiano, y si yo no seguía su plan, mi madre pagaría el precio. Él avanzó hacia mí, y yo retrocedí instintivamente, como si su proximidad me quemara. —Sabes que no debes hacer preguntas —habló con un tono bajo y amenazante—. Sebastiano es una escoria, no dudará en aplastarte si tiene la oportunidad. No le importa nadie más que él mismo y sus intereses. Es un asesino, y tarde o temprano, te dará la espalda. La sorpresa me golpeó como un golpe en el estómago. —¿Cómo esperas que me quede sabiendo eso? —Mi voz temblaba—. No estoy a salvo aquí. Me observó por un momento antes de inclinarse hacia mí, sus palabras más frías que nunca. —Sí lo estás. Él cree que eres su esposa. Y tienes que seguir haciéndolo creer, para que no te mate. Sentí un gemido ahogado salir de mi pecho. El pánico, la desesperación, todo me consumía. No había salida. —Por favor... por favor —sollozaba, sin saber qué más decir, sin saber cómo detener esta pesadilla—. Sáca… sáqueme de aquí. No puedo seguir mintiendo. Salvador soltó una carcajada cruel y me miró como si fuera una niña ingenua. —No puedes mentirle, pero lo has hecho muy bien hasta ahora. —Me tomó por los brazos, acercándose peligrosamente—. Así que te sugiero que sigas haciéndolo. Si juegas bien tus cartas, nadie tiene que morir... aún. Pero si fallas, Mia... Si fallas, no solo perderás a tu madre. Lo perderás todo. El horror de sus palabras se apoderó de mí. Quería gritar, quería salir corriendo. —¿Y qué se supone que haga? —pregunté finalmente, con la voz temblorosa—. ¿Cómo voy a hacer que Sebastiano crea todo esto? Él... él ya sospecha. No es estúpido, Salvador. —Tienes que ser convincente...eres buena en eso —me recorrió con la mirada. Lo vi alejarse, desapareciendo por el balcón como si nunca hubiera estado allí. Pero su presencia seguía resonando en la habitación, como un eco oscuro que no se disipaba. Me dejé caer en el suelo, incapaz de contener las lágrimas que me ahogaban. El miedo y la desesperación me envolvían, pero sabía que llorar no cambiaría nada. Estaba sola. Completamente sola. Miré hacia la cama, el lugar donde horas antes había despertado y encontrado a Sebastiano, y su imagen volvió a mí como un golpe. Tenía que hacerlo. Tenía que engañarlo, hacerle creer que realmente era su esposa. Mi vida y la de mi madre dependían de ello. Respiré hondo, intentando calmar mis pensamientos. No sabía cómo iba a lograrlo, pero tenía que hacerlo. Tenía que sobrevivir. Me levanté, limpiando las lágrimas de mi rostro. A partir de ese momento, mi vida se convertiría en una actuación. Cada palabra, cada gesto, cada mirada tendría que ser calculada. Y Sebastiano no podía sospechar nada. Mientras me dirigía hacia la puerta, una nueva determinación empezó a formarse dentro de mí. No sabía cuánto tiempo podría mantener esta mentira, pero haría lo que fuera necesario para proteger a mi madre.
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