CAPÍTULO 20

1435 Words
Horas más tarde, estaba a punto de quedarme dormida cuando sentí el peso de Sebastiano hundiendo la cama junto a mí. Rápidamente, cerré los ojos y fingí seguir durmiendo, tratando de mantener mi respiración acompasada y serena. Los segundos pasaron en un tenso silencio, y por un momento, pensé que solo se acomodaría y se dormiría también, pero no. Sentí su mano deslizándose suavemente hacia mi cintura, su toque firme y decidido, como si estuviera reclamando algo que, en su mente, le pertenecía. Me obligué a relajarme, a no dejar que mi cuerpo reaccionara. No quería que Sebastiano supiera que estaba despierta, ni estaba segura de cómo enfrentarlo después de lo antes; mi único plan, si es que podía llamarlo así, era seguir fingiendo, ser la esposa que esperaba que fuera, para proteger la vida de mi madre y la mía. Pero hacerlo era una prueba que cada vez se volvía más difícil de superar. Su mano aferró mi cintura con más firmeza, atrayéndome contra su pecho. Su calor y la fuerza de su cuerpo se adueñaron de mis sentidos, y tragué con dificultad, esforzándome en controlar el latido acelerado de mi corazón. Sentí su aliento cálido en mi cuello, tan cerca que un estremecimiento inevitable recorrió mi piel. "Aguanta," me repetí en silencio, pero el calor de su aliento parecía desmoronar cada barrera que había intentado construir. Sebastiano dejó su mano en mi cintura por un segundo eterno, antes de deslizarla suavemente hacia el borde de mi camisa de dormir. Sus dedos entraron en contacto directo con mi piel, recorriendo mi abdomen en un lento y torturante recorrido hacia arriba. Mi piel se erizó al instante, y en ese momento supe que había perdido el control de mi propia voluntad. Me sentía atrapada entre el deseo de detenerlo y el temor a enfrentar lo que aquello implicaría. Su mano se mantuvo en mi piel, cálida, recorriendo cada centímetro con una certeza que hacía que mi resistencia se tambaleara. Su boca se acercó a mi cuello, y en ese instante, comenzó a dejar besos suaves y húmedos, explorando la curva de mi cuello con una calma que era casi dolorosa. Cada beso era un toque abrasador que, lejos de apaciguar mi tensión, solo lograba intensificarla. Sus labios bajaron hacia la clavícula, donde sus dientes apenas rozaron mi piel, como si quisiera dejar una marca, una advertencia. Sentí su respiración irregular en mi oído, y supe que él estaba tan atrapado en esto como yo, pero con una diferencia crucial: él lo controlaba. Y yo… bueno, yo me debatía entre mantenerme fiel a la resistencia que había intentado sostener o ceder a ese momento que me envolvía. Sus labios volvieron a deslizarse hacia mi cuello, y sin pensarlo, solté un leve suspiro que me delató. Sebastiano se detuvo, su mano aún en mi piel, su boca a centímetros de mi cuello, como si evaluara cada pequeña reacción. Después de un momento, su voz surgió baja y peligrosa en la oscuridad. —Así que no estás tan dormida como aparentas, ¿eh, Mia? Mi respiración se entrecortó, sin saber si responder o simplemente seguir en ese juego de silencios y confesiones no habladas. Cada célula de mi cuerpo estaba alerta, atrapada entre la necesidad de mantener mis defensas y el deseo incontrolable de abandonarlas. Pero cuando él aferró mi cintura con más firmeza, supe que quedarse en silencio no sería una opción. —¿No tienes nada que decir? —murmuró cerca de mi oído, su voz ronca, como un murmullo peligroso que me envolvía. Sentía su aliento cálido rozando mi piel, y la intimidad de ese momento me hacía flaquear. Sabía que, en este juego, cualquier respuesta mal calculada podría ser mi perdición. Tragué saliva, buscando algún control en medio de la incertidumbre. —Sebastiano… —mi voz apenas era un susurro. No quería que me sintiera vulnerable, pero ya no estaba segura de poder seguir escondiéndome tras una fachada. Él rió suavemente, pero no había humor en su risa. Despacio, su mano ascendió por mi cintura, sus dedos delineando mi piel con una lentitud que me hacía estremecer, aumentando cada segundo la tensión entre nosotros. Sus labios volvieron a acercarse a mi cuello, esta vez con una caricia más audaz, dejando besos cálidos que subían desde mi clavícula hasta mi mandíbula. —¿Intentas resistirte, Mia? —preguntó en un susurro, como si leyera mis pensamientos—. Porque, si es así, vas a tener que esforzarte mucho más. —¿Res... resistirme a qué? —logré susurrar, sintiendo cómo su cercanía apagaba mi voz y mi voluntad. De repente, me volteó con firmeza, y mis manos se apoyaron contra su pecho mientras intentaba contener el aliento. Su rostro estaba tan cerca que podía sentir el calor de su piel rozando la mía, y, en un segundo fugaz, sus labios apenas rozaron los míos, encendiendo una chispa que me hizo estremecer. Quise girarme, romper ese contacto antes de perder la poca razón que me quedaba, pero su mano se deslizó firme sobre mi cintura, manteniéndome atrapada. —El doctor dijo que un buen método para recordar... es que alguien me ayude en el proceso —susurró, su aliento acariciando mi piel mientras su mano se deslizaba despacio, delineando la curva de mi espalda y anclándose en mi cadera. La presión de su cuerpo contra el mío hacía que mi respiración se acelerara sin remedio—. Quiero recordar cómo se sienten tus besos... cómo me haces sentir. Su mirada descendió lentamente hasta mis labios, atrapándome en ese anhelo que compartíamos en silencio. Su pulgar se posó en mi barbilla, obligándome a alzar la cabeza, y mi propia respiración se entrecortó cuando su boca se acercó más, apenas rozándome, como un roce eléctrico que despertaba todo en mí. En mi mente, una voz me recordaba que esto era solo una farsa. Tienes que fingir —pensé, tratando de convencerme, pero la intensidad en su mirada hizo que cualquier rastro de lógica se desvaneciera. Asentí lentamente, incapaz de decir otra cosa, de resistirme al fuego en sus ojos. Bastó ese leve movimiento; él no necesitó más confirmación. En un solo gesto, sus labios se fundieron con los míos, suaves al principio, explorando con una lentitud tortuosa que me arrancaba el aliento. Su boca se movió con hambre y firmeza, tomando posesión de cada parte de mí como si buscara romper cualquier resistencia. Una de sus manos subió por mi espalda, y sus dedos se hundieron en mi cabello, sujetándome con una firmeza que me hacía sentir vulnerable y cautiva en ese juego donde él tenía todo el control. Sus labios abandonaron los míos solo para deslizarse hacia mi cuello, dejando un rastro de calor que encendía mi piel. Su respiración, cada vez más agitada, resonaba en mi oído, y su mano bajó, encontrando nuevamente con el borde de mi camisa. Cuando sus dedos tocaron mi piel desnuda, un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo. —¿Es así como solía besarte? —murmuró con voz profunda, su aliento cálido deslizándose sobre mis labios, haciendo que mi piel se estremeciera. —Sí —respondí, mi voz apenas un susurro. Sentía mis labios aún sensibles por el roce, y un fuego encendido en el pecho. Él me miró con intensidad, sus ojos ardiendo de deseo, y acercó su rostro, sus labios a milímetros de los míos. —¿Qué más te hacía, Mia? —susurró con una sonrisa peligrosa mientras su boca capturaba mi labio inferior, mordiéndolo suavemente antes de soltarlo—. Necesito que me ayudes a recordar. Mi respiración se aceleró, y mis manos, sin darme cuenta, buscaron apoyo en sus hombros. Su cercanía era embriagante, envolvente, y su voz grave y exigente desdibujaba cualquier rastro de control que intentaba mantener. Sentía sus manos recorrer mi cintura, acariciando mi piel como si trazara recuerdos olvidados en cada centímetro que tocaba. Me quedé en silencio, mi mente luchando por recuperar algo de lucidez, pero él no me dio oportunidad. Su boca se deslizó hasta mi cuello, sus labios y su lengua acariciando mi piel con una mezcla de ternura y deseo que me hacía perder el aliento. Sentí sus manos deslizarse más abajo, atrayéndome con una firmeza que no dejaba espacio para dudas. Su boca regresó a la mía, más intensa, más exigente, como si la necesidad de recordar fuera solo una excusa para consumir cada parte de mí. Mi corazón latía desbocado, y mis manos, sin pensar, acariciaron su nuca, atrayéndolo aún más, mientras sus manos recorrían mi piel con una familiaridad que me hacía rendirme por completo.
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