Cuando su mano comenzó a descender lentamente, explorando con una determinación que dejaba claro lo que buscaba, mi mente me gritaba que debía detenerlo, que debía romper ese beso antes de cruzar esa línea de la que sabía que ya no habría retorno. Pero la excitación que me consumía, la presión creciente que había estado acumulándose en cada segundo, me impidió siquiera intentarlo. Lo único que quería era liberarme en esa sensación, perderme en el placer que sus caricias prometían.
Su mano se deslizó bajo mis bragas, y cuando sus dedos encontraron mi punto de placer, un estremecimiento recorrió cada rincón de mi cuerpo. Un gemido escapó de mis labios, involuntario, alto y vulnerable. Avergonzada por el sonido, me sonrojé, pero él no pareció dudar ni un segundo; ese pequeño suspiro solo pareció incitarlo a ir más allá, a explorarme sin reservas. Sus dedos se movían con destreza, encontrando el ritmo perfecto que hacía que mi respiración se entrecortara, llevándome al borde de un abismo que deseaba recorrer con él.
Cada movimiento de sus dedos era una promesa, cada roce una chispa que me incendiaba desde adentro. Su boca seguía devorando la mía, mientras sus labios dejaban un rastro de besos voraces que parecían marcarme, reclamándome como suya. Mis manos se aferraron a sus hombros, buscando apoyo mientras él me llevaba a nuevas alturas, guiándome cada vez más cerca de la liberación que mi cuerpo anhelaba.
Con cada caricia, sentía que me rendía por completo a él, atrapada en un torbellino de sensaciones que me hacían olvidar todo lo demás. En ese momento, no existía nada más que el calor de su cuerpo, sus dedos expertos llevándome cada vez más alto, y el latido frenético de mi corazón que solo respondía a él.
Mis caderas se movían de forma involuntaria, buscando más de su toque mientras él aumentaba la presión y el ritmo de sus dedos. Era como si cada caricia suya desbloqueara algo en mí, una oleada de deseo que crecía a cada instante, volviéndome más ansiosa, más sedienta de su piel.
—Mia... —susurró, su voz baja y rasposa resonando en mis oídos mientras me perdía en el placer—. Quiero que sientas lo que tú me haces sentir.
Su mirada, ardiente y posesiva, me atravesó mientras sus dedos danzaban con maestría, jugando con mi cuerpo de maneras que apenas podía procesar. La combinación de su atención, el roce de sus labios y el movimiento de sus manos me llevó al borde de la locura, un vaivén de sensaciones que me dejaba sin aliento.
Los gemidos escapaban de mis labios en oleadas, cada uno más desesperado que el anterior, llenando el aire de un erotismo palpable. Sentía el calor acumularse en mi abdomen, como una ola que crecía, dispuesta a desbordarse. Su mano se movía con una confianza y un deseo que me hacían sentir como si realmente estuviera hecha solo para él.
—Dime, Mia. —Me instó, sus ojos fijos en mí, buscando mi aprobación—. ¿Te gusta?
Asentí, incapaz de articular palabras, y él sonrió, un destello de satisfacción cruzando su rostro. Esa sonrisa me hizo arder de deseo, como si él estuviera disfrutando de cada momento tanto como yo. Aumentó la intensidad de sus movimientos, sus dedos deslizándose, presionando en ese lugar que me hacía ver estrellas, mientras mis pensamientos se volvían borrosos y el mundo exterior desaparecía.
—¿Quieres más? —preguntó, su voz un silbido cargado de promesas, y yo, completamente perdida en el éxtasis, solo podía asentir de nuevo, con la esperanza de que nunca se detuviera.
Su respuesta fue inmediata. Aumentó la presión, sus dedos trabajando en perfecta armonía con el ritmo de mi cuerpo. La sensación de ser llevada cada vez más alto me hizo perder el control, cada latido de mi corazón resonando en mis oídos, cada respiración entrecortada llenando el aire con la necesidad de más.
Y cuando el placer finalmente estalló en mí, como un rayo de luz atravesando la oscuridad, perdí toda noción del tiempo y el espacio. Fue un momento de pura conexión, donde solo existíamos nosotros dos, entrelazados en ese torbellino de deseo y necesidad.
Cuando la ola de placer finalmente comenzó a desvanecerse, él retiró suavemente su mano, observándome mientras recuperaba el aliento, y luego se llevó los dedos a la boca, chupándolos lentamente, uno por uno, con una mirada que solo intensificaba el deseo en sus ojos.
—Deliciosa —murmuró, saboreando cada palabra.
Lo miré sin saber qué decir, atrapada entre el aturdimiento y el calor que seguía encendido en mi piel. No pude evitar preguntarme qué vendría después. ¿Acaso no íbamos a continuar? ¿No íbamos a tener sexo? La expectación estaba a punto de devorarme, y él, al parecer, lo notó.
—¿Por qué la decepción, esposa? —preguntó con un tono socarrón y una sonrisa pícara en sus labios—. Es poco a poco. Ya conozco la sensación de tus besos y los gestos que haces cuando llegas al clímax... Eso es suficiente por hoy.
La frustración me hizo fruncir el ceño. No podía negar la intensidad de mi deseo, y menos aun cuando su erección seguía claramente presente, marcada contra el tejido de sus pantalones. Señalé hacia abajo, incapaz de ocultar la mezcla de intriga y desafío en mi expresión.
—¿Y tú? —pregunté, con la mirada fija en la tensión de su pantalón.
Él soltó una risa suave y provocativa, sus ojos brillando con un destello peligroso.
—No importa... a menos que quieras hacerte cargo, como lo hacías antes, ¿verdad? —alzando una ceja, dejó caer la pregunta en el aire, cargada de insinuación—. ¿Me chupaste la polla nuestra primera vez?
El calor subió rápidamente de mi cuello a mis mejillas, y su pregunta directa hizo que mi mente se llenara de imágenes de pura imaginación. Avergonzada, mi rostro enrojeció y las palabras parecían atragantarse en mi garganta. El descaro en su voz, su mirada fija y la espera casi impaciente en su postura, lo volvían aún más seductor, aunque el vocabulario explícito me intimidara.
No sé cómo hacerlo... pero tengo la teoría, pensé, tratando de ignorar el pánico y, al mismo tiempo, la curiosidad que me embargaba.
Mi cuerpo temblaba, no de miedo, sino de la emoción que me hacía querer responder a su provocación.
Tomando una respiración profunda, me acerqué a él y, sin apartar la mirada, dejé que mis dedos se deslizaran lentamente por su pecho, sintiendo cómo el aire entre nosotros se cargaba de anticipación. Mi mano llegó hasta el borde de su pantalón, y vi cómo él contenía el aliento, sus labios entreabiertos, expectante.
Respiré hondo, y con mis dedos jugueteando en el borde de sus pantalones, observé cómo su mirada se oscurecía, cada vez más hambrienta. Sentía mi pulso en las yemas de los dedos, y la anticipación en su expresión encendía algo en mí, una mezcla de poder y deseo que nunca había sentido tan fuerte.
Sin apartar los ojos de los suyos, dejé que mis dedos se deslizaran más allá del borde de su cinturón, explorando con suavidad mientras sentía la dureza de su erección bajo mi toque. Mi mano se movió lenta, como si quisiera prolongar ese momento, provocarlo justo como él había hecho conmigo.
Un suspiro grave se escapó de sus labios, y esa mínima rendición suya me hizo sonreír.
—¿Te gusta que te provoquen, Sebastiano? —murmuré, dándome cuenta de que su autocontrol comenzaba a desmoronarse bajo mi toque.
Él soltó una risa baja, casi desafiante, y vi cómo sus ojos centelleaban con la promesa de un deseo inminente.
—Me gusta… —susurró, su voz ronca mientras dejaba que mi mano explorara libremente—. Pero lo que más me gusta es ver cómo te entregas, cómo tomas el control, Mia. Hazme recordar hasta el último detalle.
Sentí que mi piel ardía ante su respuesta, y, guiada por el deseo de darle lo que pedía, me arrodillé lentamente en la cama, observando cómo su respiración se hacía cada vez más errática. Mis manos se deslizaron por sus muslos, subiendo lentamente mientras mis dedos delineaban cada músculo bajo la tela de sus pantalones.
Mis labios rozaron la piel en la base de su abdomen, apenas un suspiro, y noté cómo todo su cuerpo se tensaba ante el contacto. Desabroché su cinturón con manos firmes, y cuando la prenda cedió, él no apartó los ojos de mí, sus manos acariciando mi cabello con suavidad, dejando claro que ese momento era mío.
Al ver su erección imponente y firme, pegada a su abdomen, sentí una oleada de excitación intensa recorrerme. Lo tomé con firmeza, provocando un ligero temblor en su cuerpo. Al notar el brillo de líquido preseminal en la punta, me humedecí los labios en un impulso instintivo.
Sin esperar más, me incliné y lo rodeé con mis labios, dejándome llevar por una mezcla de deseo y curiosidad. Mis movimientos eran lentos, exploratorios, saboreando cada reacción suya, cada estremecimiento que confirmaba el efecto que tenía sobre él. Sus suspiros, sus gemidos profundos y entrecortados, eran una sinfonía que alimentaba mi deseo. Con cada segundo, sentía cómo su control se desvanecía, sus manos en mi cabeza guiándome con más insistencia.
—Chúpalo… fuerte —murmuró en un tono que era pura lujuria.
Al escuchar su voz grave ordenándome, sentí un escalofrío recorrerme. Sin apartar la mirada de su expresión de deseo, tomé su m*****o con más firmeza y seguí sus indicaciones, dejándome guiar por sus reacciones, probando y explorando, mientras él luchaba por mantener el control.
Mis movimientos se volvieron más decididos, deslizándome lentamente hacia abajo y luego subiendo, provocándolo con la lengua en cada centímetro. Cada vez que mis labios se apretaban alrededor de él, un gemido profundo y gutural escapaba de su garganta, y sus manos, firmes sobre mi cabeza, comenzaron a dirigir mi ritmo, mostrando cuánto se entregaba al momento.
—Así, Mia... —jadeó, sus palabras entrecortadas mientras sus dedos se hundían en mi cabello, guiándome a su manera—. No te detengas.
El deseo y la intensidad de su control me hacían perderme por completo, y el calor entre nosotros aumentaba con cada segundo, cada movimiento sincronizado entre sus caricias y mi propia entrega. Podía sentir cómo su cuerpo temblaba, el músculo de su abdomen tenso, y la necesidad de hacerlo sucumbir crecía en mí. Los suspiros y jadeos de Sebastiano se intensificaron, cada sonido un reflejo de su rendición, y mis propios suspiros se mezclaron con los suyos, creando una tensión que nos envolvía, innegable y ardiente.
Finalmente, cuando sus gemidos se convirtieron en un crescendo, sus manos apretaron mi cabello con fuerza, y entendí que lo había llevado al límite. Su cuerpo se estremeció, y en ese instante, sentí su m*****o chorreaba grandes cantidades de semen en mi boca, me concentré en tragar hasta la última gota.
Sus ojos, aún oscurecidos por el deseo, me miraron intensamente mientras retiraba su m*****o de mi boca, dejando que mi lengua rozara su piel una última vez antes de levantarme. Al hacerlo, noté cómo sus labios se entreabrían, y su respiración seguía siendo pesada y errática, el pecho subiendo y bajando con cada jadeo.
Me mantuve frente a él, observándolo, vulnerable y con una mezcla de incertidumbre en mi mirada.
—¿Lo hice bien? —pregunté, mi voz apenas un susurro mientras sentía el calor en mis mejillas y el eco de la intimidad que acabábamos de compartir.
Él sonrió, un destello de satisfacción cruzó su expresión mientras alzaba una mano y la pasaba suavemente por mi mejilla, trazando la línea de mi mandíbula hasta llegar a mis labios, aún húmedos.
—Más que bien, Mia —respondió, en voz baja y ronca—. Eres perfecta.