Capitulo 2

2067 Words
Mark Wilson. Pierdo la noción del tiempo mirando por la ventana francesa de mi oficina. Hace calor esta mañana de sábado y la voz chillona de Toribia, mi secretaria, me hace doler la cabeza. Trato, no lo niego, de concentrarme en todo lo que me dice, pero mi cuerpo está demasiado tenso desde ayer, y lo que menos quiero ahora es lidiar con todos los problemas que me está citando desde hace más de una hora. Aflojo mi corbata y muevo mi cuello y cabeza en círculos en un intento nulo por bajar la tensión, luego masajeo las sienes y exhalo bruscamente. «Necesito los servicios de Home Massage» pienso mirando mi reloj. Es poco más de las 11 am y hago nota mental de llamar a reservar una habitación en el hotel donde siempre tengo la cita para las 1 pm. —¿Aún falta mucho? Me volteo y camino hasta ella, impaciente. Se pone recta al momento y asiente, para luego continuar con su parloteo. Aprovecho que la barra está cerca para servirme un poco de agua fresca con un zumo de limón y mucho hielo. Eso me da nuevo impulso para seguir con la tortura. El sonido intenso y frecuente del teléfono en la secretaría y los constantes movimientos y chácharas de los empleados aumentan mi estrés. Necesito restructurarlos antes de que me vuelvan loco. La construcción de la nueva cadena de hoteles en Brasil está en pleno auge y aunque odie admitirlo, no confío en nadie que vigile la obra, pero bajo la directiva de mi hermano, solicitaré el traslado de por lo menos la mitad de los funcionarios para acabar con esta coyuntura, antes de que ellos acaben con mi paciencia. Lo sé, a veces soy demasiado estricto, perfeccionista, y no me gusta tener cabos sueltos, pero en este caso prefiero asegurarme personalmente de que todo vaya encaminado a como lo he planeado por todos estos años, por mi salud mental, por la economía del país, y principalmente por mi ego. El éxito de ese proyecto asegura un rendimiento del 400% a Wilson Hotel Chain y el puesto de cientos de trabajadores. No me permitiría fallar en absoluto, no por nada me llaman “El príncipe n***o de los negocios” y todos mis aciertos y buenas inversiones han aumentado esa reputación. Aunque muchos de ellos no soporten el estrés de trabajar para alguien tan quisquilloso como yo, saben que estar aquí es su mejor opción, antes que laburar para un grupo mediocre por un salario mínimo. Después de unos minutos Toribia se va y me siento aliviado por no tener que oír más su resumen semanal. Mando un correo solicitando mi cita habitual y firmo algunos papeles que necesitan de mi atención urgente antes de disponerme a marchar. Sin embargo, una llamada en la línea baja de mi escritorio me detiene. —Es la señorita Marta, señor. Necesita hablar con usted. Toribia parece dudar desde el otro lado de la bocina. Sabe que los sábados a esta hora ocupo para relajarme y que odio que me molesten al menos que sea de suma urgencia. —La llamo desde el celular —digo y cuelgo sin el mayor remordimiento. En el camino a mi auto, dudo en llamarla, pero al final lo hago. No quiero que mi hermana piense que soy un maldito insensible. Tendré que inventarme algo creíble, por lo menos, o luego me castigará con su indiferencia por un largo tiempo. —¡Hola, Mark! ¿Vas a venir al almuerzo? —contesta emocionada. Miro el reloj del tablero y niego con la cabeza antes de contestar. ¿Por qué tenía que ser hoy y justamente a esta hora? —Me temo que hoy no podré ir, Marta, tengo un compromiso. —¿No puedes dejar tus compromisos para otro día? Es nuestro cumpleaños, hermano. Siempre puedes ir en otra ocasión. Lo sabía. Sabía que si la llamaba no tendría muchas opciones de rehuir de ese dichoso almuerzo que con tanto esmero ha organizado todos estos días. No es que uno cumpla años todos los días, pero entre aguantar todo el griterío de la primada, los abrazos de felicitaciones nada sinceros y los deseos de mucha felicidad que nunca se cumplirán, prefiero estar en el jacuzzi de un buen hotel con un par de manos suaves recorriendo mi cuerpo hasta perder mi sentido. No me juzguen, cumplo 38 años, y un festejo familiar no es exactamente lo que quiero. —Iré, pero no ahora mismo. Dame un par de horas, hermana, apenas termino voy para allá. Maniobro mi automóvil para parquear en uno de los estacionamientos que tengo disponible cada vez que vengo. No está muy lejos de la oficina de WHC, así que solo me lleva un par de minutos llegar. —Mark, Lissy esta ilusionada. Hoy cuando fui por ella, me pidió que preparáramos juntas el pastel que tanto te gusta, sabes que para ella este día es importante. También mamá desea verte, no has venido a casa en dos semanas. —Lo sé, hermana —suspiro profundo. —He tenido mucho trabajo últimamente, lo siento. —¿Entonces te esperamos? —Estoy allí en media hora. —al final me toca ceder. Sí, con ellas soy solo un hombre con corazón de pollo. Lo oigo gritar de felicidad y yo cuelgo de inmediato la llamada para no participar del alboroto que está armando. ¿Seremos mellizos realmente o mis padres la adoptaron? Todo indica que la encontraron en algún bote de basura, o no me explico que seamos tan diferentes. A mi pesar, conduzco de vuelta y voy directo a la mansión, llegando minutos después. Tomo un par de aspiraciones profundas antes de entrar y como imaginé… lleno. «Dios, dame fuerzas» resoplo internamente y ajusto mi corbata para tomar valor. —¡Mark! Aquí estamos, hijo. —el griterío no me permite identificar la ubicación de la voz de mi madre, pero imagino que debe estar en su lugar favorito. Camino entre el gentío sin prestar atención a nadie hasta llegar a la cocina donde mi hermana, mi madre, la esposa de mi hermano y algunas empleadas están organizando las bandejas de comidas. Marta corre hasta mí, pero se para de golpe y duda en abrazarme cuando le frunzo el ceño, sabe que odio eso, al final se conforma con darme un beso en la mejilla. Mi mamá hace lo mismo, para después decirme lo mucho que me ha extrañado y lo mal hijo que soy por estar ausente estos días. Luego de muchas felicitaciones y buenos deseos, subo hasta la habitación que era la mía, y donde sé que se encuentra mi hija acompañada de la enfermera que la cuida. Estos días han sido demasiado intensos, la salud de Lissy a desmejorado mucho y eso me tiene angustiado y en alerta la mayor parte del tiempo. No soporto ver como su luz se va apagando poco a poco y yo sin poder hacer nada por ella. —Princesita —entro a la habitación y como lo imaginé, la veo recostada en la cama. —Ya estoy aquí. —Papi. Me siento a su lado y de inmediato la traigo a mis brazos. Peino su largo y liso cabello n***o con mis dedos y beso su frente muchas veces. —Preparamos un pastel para ti —su vocecita en mi oído me hace cosquillas al corazón. —Tiene almendras y pasas de uvas como te gusta.  ¿Cómo no morir de amor por ella si es lo único que me queda de Lisandra? No podía vivir si ella también me llega a faltar. Aprovecho que la puerta del balcón está abierta y camino con ella hasta allí, para luego acomodarme en el sillón. Miro su rostro pálido y mi corazón se encoge. Me pregunto, ¿Por qué un ángel como ella tiene que pasar por todo esto? La vida es demasiado injusta y cruel. Me permito disfrutar de ella durante todo el tiempo que dura la dichosa reunión para luego volver a casa, agotados y con la cabeza a punto de estallar. Lissy no ha interactuado con casi nadie durante toda la tarde y eso me preocupa. Generalmente no permito que nadie ajeno a nuestro entorno inmediato se acerque por su delicado estado de salud y para evitar algún contagio que para ella podría ser mortal, pero hoy ni siquiera quiso estar con su abuela o con mi hermana, con quienes comparte la mayor parte del tiempo. Cuando estamos a unas cuadras de llegar a casa el grito agitado de la enfermera en la parte trasera me sobresalta. —¡La niña Lissy tiene una convulsión! —dice con desespero y mi mente entra en shock.  —Tenemos que llevarla al hospital. Es urgente, señor Wilson. Mi cuerpo empieza a temblar y mis palpitaciones se duplican cuando por el espejo retrovisor la veo sacudirse con fuerza. ¡Maldita sea! «Piensa Mark, piensa» me doy cachetadas mentales para reaccionar. Reflexiono si ir al aeropuerto que está a 45 minutos y llevarla al Brasil donde hace sus tratamientos (todo ese viaje me llevaría por lo menos 3 horas y no sé si tengo tanto tiempo) o manejar hasta el hospital más cercano que está a 20 minutos, aunque dudo que tengan lo necesario para atenderla adecuadamente. Golpeo fuerte el volante y piso el acelerador, abrumado. La impotencia me gana y solo me dejo llevar por donde mi poco raciocinio me indica. Mientras manejo llamo para avisar que llevo una paciente oncológica y que tengan todo listo para recibirla. No tengo muchas fuerzas para analizar la situación, pero algo me dice que no es buena, sudo sin control y por más de que intento no mirar en el espejo y concentrarme en el camino, simplemente no puedo. «No me hagas esto, Dios, por favor, no me la quites también a ella» ruego internamente con un gran nudo en mi garganta. Llegamos y el movimiento de los paramédicos no me hace reaccionar del todo de mi aturdimiento. Veo que la enfermera baja con ella en brazos y ya en la camilla del hospital la llevan rápidamente por un pasillo amplio que conduce a urgencias. Froto mi cara para despabilarme, aun dentro del auto. Llamo a mi hermana para avisarle lo que está pasando y ella me dice que todo estará bien. Por ahora solo deseo creerle y tenerla a mi lado para apoyo. Bajo del auto aun incrédulo, limpio mi cara con mi pañuelo, pero la sensación desagradable que recorre mi cuerpo no cesa en absoluto. Camino hacia donde vi que la llevaron con afán, pero un bullicio proveniente de la sección de enfermería me llena de rabia y me detiene bruscamente. «¿Cómo pueden estar así en una situación tan terrible? ¿Qué clase de personas trabajan aquí que son tan insensibles ante el dolor ajeno?» lleno de desagrado, pienso, al notar la cantidad de personas que al igual que yo están allí esperando por su ser querido enfermo. Una doctora robusta vestida de azul, grita y canta una estúpida canción que no se comprende del todo, mientras que un joven vestido de enfermero, junto con otra doctora con un conjunto verde estampado de elefantes con maquillaje y nariz de payaso, bailan como si se tratase de un concurso de baile de quien se mueve peor, claro, sin percatarse ninguno de ellos de mi presencia. Aclaro mi garganta y dos de ellos me miran fijamente, mientras que una de ellas, la bajita, me sonríe. «¿Qué mierda?» trato de tranquilizarme, pero simplemente nadie ayuda. Masajeo mis sienes sin dejar de mirarla. Ya está en mi lista súper negra de personas desagradables y con los que no debo tropezar nunca más en la vida. —Necesito saber dónde llevaron a una paciente que acaban de ingresar en urgencias —digo mirando ahora hacia la señora mayor que también tiene el uniforme del hospital y que se encuentra sentada como espectadora del patético show.  —Es una niña de 4 años, mi hija. —Yo lo acompaño hasta esa sección —se levanta y amablemente me indica con la mano el camino a seguir. Antes de continuar, los miro nuevamente y se agria el estómago de solo recordar el incómodo momento. Hago nota mental de no volver nunca por aquí para no tener que lidiar con personas tan apáticos e indolentes.
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