El crujir del cielo al llover es una liberación del alma en su máxima expresión, un grito desesperado de sobrecarga de esa alma que pide clemencia. Solo un minuto de lamento por mi misma, solo mi sentido pésame acompañándome en estos momentos de tormenta, ese brillo en el cielo que se asemeja a mi brillo en los ojos al acabar la tormenta, creando mi propio arco iris sin esperar el pincel nervioso de aquel artista inexperto que por un mal trazo puede destruir aquella bella obra de arte que es mi corazón, aquel artista de segunda que no piensa más de lo que actúa. La lluvia me calma, esperanza, salida, porque siempre tiene un fin, nada dura para siempre, todo termina en su momento. Dios se apiade de aquellas almas que no cubren su pintura siempre fresca de la lluvia ya que lo que tiene de bella lo multiplica con su acidez y fealdad, esa que te quita la pureza, aquél rayón en esa obra de un artista magnifico y perfecto. Aquello que no puedes arruinar por aquello que amas.
Todos tenemos fealdad en el alma, todos tenemos una mancha de impureza que, aunque queramos ocultar, rellenar o ignorar, siempre estará ahí, silenciosa, esperando por nosotros, para asustarnos como un trueno en medio de la noche cuando nadie se lo espera.