Michell tenía un gran problema, no era mental ni físico, o eso se decía. Tenía quince años cuando se dio cuenta de lo que sufría: su estómago se apretaba, su respiración se cortaba, sus pezones se alzaban y su entrepierna vibraba cada que veía a uno de los amigos de su padre usando bermudas. ¿Qué le sucedía? Siempre se preguntaba, aunque a nadie decía nada, porque eso la apenaba. Un día se atrevió a preguntar a Julián, el amigo de su papá que lo ayudaba con la parrilla. “Señor Julián, buenos días” dijo sonriente mientras él la miraba, usaba una falda blanca cortita junto a una franelilla rosada y ajustada, era una niña hermosa y Julián se daba cuenta aunque detrás de esa hermosa sonrisa no se veía nada de pena. “Hola, Michellita, ¿Cómo estás hoy?¿Lista para comer carne?” “Me gustarí