Fue en ese instante que nuestra conexión se acabó. Él dio otro paso atrás y yo continúe con la cabeza agachada, incapaz de pronunciar ninguna palabra. No hicimos ningún intento por comunicarnos, solo salí corriendo del kiosco, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a acumularse en mis ojos. Busqué a mi hermano, a Scott, a Monserrat y a Angelina, quienes habían salido en busca mía. Los encontré reunidos en un rincón del salón, preocupados por mi repentino escape. —¿Qué sucede? —pregunté, intentando controlar el sollozo que amenazaba con escaparse de mis labios. —El vals está por comenzar, madre quiere que vayas a tomar tu lugar —respondió Dylan, con una expresión de confusión y curiosidad en su rostro. —Sí, ya voy —respondí con voz entrecortada, secando una lágrima rebelde que se desliz