—¿Por qué odias a tus padres? —me preguntó Aless. —Vamos a otro juego —salí corriendo. Estaba decidido a no revelar los secretos de papá. Esa noche fue maravillosa, la mejor de mi infancia. Subimos a muchos juegos, reímos, vimos los fuegos artificiales y comimos muchas golosinas. Me dolía el estómago de tanto reír y a Aless le dolían los hombros de cargar conmigo. Al final de la noche, me llevó a casa y mi abuelo nos recibió con una gran sonrisa en el rostro. Antes de llegar a la casa de mi abuelo, me quedé dormido en el auto. Cuando desperté, ya estaba en mi cama con la luz del sol entrando por la ventana. Los días siguientes fueron increíbles. Aless nos visitaba con frecuencia y compartíamos innumerables momentos de diversión. Me enseñaba sus juguetes de doctor, explicándome pa