Esteban despierta primero y ve a su mujer dormir a su lado. Le encanta abrir los ojos y que sea ella lo primero que él ve. Ella abre los ojos al sentir la insistente mirada sobre sí.
―¿Qué pasa, mi amor? ―pregunta adormilada. Mira su reloj. Las ocho y media de la tarde.
―Recordaba esos cinco meses oscuros en Alemania, lejos de ti, amargado y deprimido.
―No pienses en eso, por favor.
―Es que no puedo dejar de hacerlo al despertar y verte en nuestra cama a mi lado, no puedo dejar de pensar en lo ciego que estuve y en lo infeliz que era...
―Basta, no te tortures ―ruega ella dándole un beso.
―No puedo dejar de hacerlo, cariño, verte aquí, hacer el amor contigo, dormir juntos... Siento que no lo merezco. No merezco que me hayas perdonado.
―Hoy mismo me dijiste que vivirías para asegurarme que no me había equivocado al perdonarte. Yo no necesito eso, no necesito nada más de ti que tu amor, que estés conmigo, que me ames como yo te amo a ti.
―Es cierto.
Él se acerca y le da un profundo beso, lleno de miedo y pasión, por más que hayan pasado los meses, sabe que en cualquier momento, ella se puede arrepentir de haberlo perdonado, puede encontrar un hombre mucho mejor que él sin los traumas que él carga. No le gusta pensar en eso, pero es la realidad y él se había acostumbrado a enfrentarla tal como venía, sin embargo, no es capaz de imaginarse el mundo sin ella. De hecho, no fue capaz de vivir sin ella. Los cinco meses que estuvo lejos, fueron los meses más negros de su vida.
―Esteban... ―habla Nicole en su boca―. No te sigas torturando con lo que ya pasó, te lo ruego, no empañes la felicidad que tenemos.
―Mi amor, si supieras lo que te necesito en mi vida, lo que significas en ella y lo mucho que he sufrido...
―No lo digas, por favor no lo digas ―corta ella un tanto molesta―. Sé perfectamente del sufrimiento de ese tiempo.
Él la mira, si alguien sufrió más que nadie, e injustamente, fue ella. Esteban cierra los ojos y la vuelve a besar.
―No me dejes nunca ―suplica él.
―Jamás ―asegura ella entregándose a ese beso y acomodándose bajo él, lo desea y él lo sabe. Él también la desea.
•••
―Tomás ―llama Esteban por el móvil a su empleado cuando Nicole se mete a la ducha―, ¿la encontraste? ¿Hablaste con ella?
―Sí, sí, hoy hablé con ella, no tenía idea de los negocios turbios de su cuñado e insiste en que a Nicole la asesinó Rogelio.
―¿Y la mamá?
―No tienen contacto, cuando Nicole fue expulsada del funeral de su padre, Rosario dejó de hablar a la mujer. También esta joven dice que su esposo fue muerto por Rogelio para callarla y que no siguiera adelante con la demanda por la muerte de su hermana.
―¿Le dijiste que Nicole está viva?
―No, no lo encontré apropiado, se la veía muy afectada recordando, además, no tuvimos mucho tiempo, mañana me encuentro con ella más temprano y espero abordar ese tema con más calma, no es fácil dar una noticia así.
―Primero tienes que estar seguro que nadie la sigue y que es seguro confiar en ella.
―Confiar en ella no es problema, Esteban, el problema es que si está siendo “investigada” podría estar en peligro tanto ella como el niño.
―¿Qué propones?
―Hoy me quedaré cerca de su casa con algunos hombres.
―Puedes dejar a hombres a cargo.
―No, quiero hacerlo personalmente.
―Te preocupa ―bromea Esteban.
―Sí, no te lo voy a negar ―contesta con seriedad.
―¿De verdad?
―Ella no tiene por qué pagar por las cosas de su cuñado.
―Tienes razón, pero bueno, si quieres hacerte cargo personalmente, hazlo, si necesitas algo, más tiempo o dinero, no dudes en avisarme.
―Está... ¡Maldición!
―¿Qué pasa Tomás?
―Una Hammer negra se detuvo frente a la casa de Rosario. Te llamo más tarde.
Sin esperar respuesta, Tomás cuelga el teléfono y se acerca sigiloso a uno de sus hombres. Avanzan hacia la casa de Rosario que, ajena a todo, se mantiene en su casa, seguramente pensando que está protegida.
Su teléfono celular vibra en ese momento y él, frustrado, lo mira... ¡Rosario! Se aleja un poco para hablar con ella.
―Rosario ―saluda él en voz baja.
―Disculpe que lo moleste, pero hay unos hombres fuera de mi casa, están en una especie de jeep cerrado n***o, mi cuñado tenía de esas y tengo miedo, tal vez solo es paranoia, pero estoy asustada.
―Rosario, ¿hay algún lugar de la casa que sea seguro? Ojalá sin ventanas o con alguna ventana chica, con las paredes de ladrillo.
―El baño, es la única parte así, el resto de la casa tiene ventanales.
―Entonces escóndanse ahí con el niño, yo estoy afuera de su casa y vi llegar el auto, no estaba seguro que fueran a su casa, pero ahora sí lo estoy. No se preocupe, yo la iré a buscar en un rato.
―¿Y si le pasa algo? No debería exponerse por nosotros.
―No se preocupe ―contesta el hombre con una sonrisa de satisfacción.
―Cuídese.
―Cuídese usted, ya iré por ustedes.
El hombre corta la llamada y vuelve a acercarse a sus hombres.
―¿Qué vamos a hacer, jefe?
―Esperar a ver qué hacen ellos, no queremos iniciar una guerra equivocada.
―¿Y la señora y el niño?
―De momento están escondidos en un lugar seguro de la casa, manténganse alertas, porque en cualquier momento habrá que actuar.
―Si no está Rogelio Eyzaguirre detrás, ¿quién puede estarlo?
―No lo sé, pero sea quien sea, no dejen que se acerque a la casa.
Hasta una hora después, los hombres de la hammer no hacen nada, ni se bajan, ni se van. Pero pasada la hora, echan a andar el vehículo y se van sin hacer nada.
―No entiendo, jefe ―comenta uno de los hombres.
―Van a volver ―responde lacónico Tomás.
―No creo, ya se fueron.
―Escúchame, Luis, estás a cargo, yo entraré con ella. No la podemos sacar en este momento, sería más peligroso. Quédense en los alrededores, no se mantengan aquí. A la primera señal de peligro, tiren a matar.
―Pero...
―¿Tienes miedo, Luis?
―No, señor.
―Si lo tienes, puedes irte, con miedo estás arriesgando no solo tu vida, sino también la de tus compañeros y la de Rosario y su hijo que es la que buscamos proteger.
―No, señor, pero ¿no será muy riesgoso para el resto de la gente que hayan disparos?
―Por eso te dije que tiraran a matar, si les damos chance, pueden matar a cualquiera, incluso podrían tomar rehenes y eso no lo podemos permitir, recuerda que esos hombres no se detienen ante nada.
―Está bien, señor.
―Quedas a cargo, hagan lo que tengan que hacer.
Tomás avanza a paso firme hasta la casa de Rosario al tiempo que la llama por teléfono para que le abra la puerta. Antes de saludar y sin pronunciar palabra, Tomás toma la llave de la reja y la cierra, empuja a Rosario con dulzura hacia adentro y cierra todas las cortinas.
―¿Qué pasa, Tomás?
―No sé si nos vieron o cada cierto tiempo vienen a vigilarla, pero mucho me temo que volverán.
―No quiero que le hagan daño a Rodrigo ―ruega con lágrimas en los ojos.
―No le harán daño, no se preocupe.
―Pero usted se está arriesgando por mi culpa... y ellos no se detienen ante nada.
Tomás la mira, le recuerda a las palabras de su hermana.
―Rosario, tranquila, no les pasará nada porque yo no lo permitiré, ¿está bien?
La mujer camina con paso lento hasta el fondo de la casa donde está el baño, allí, sentado, la espera el niño con cara de asustado, pero cambia a enfado cuando ve a Tomás con su mamá.
―¿Qué hace él aquí?
―Él vino a ayudarnos, hijo ―contesta la madre paciente y avergonzada.
―Seguro él te quiso asustar y ahora viene para hacerse pasar por héroe ―replica el niño.
―Hijo, por favor, no empieces.
―Ojalá fuera así, Rodrigo, lamentablemente no lo es y están en peligro, si estoy aquí es para ocuparme, personalmente, de que no les pase nada.
El niño no contesta, sabe que ese hombre no es malo, pero tiene miedo que su mamá se enamore, se case y se olvide de él. Y él no quiere otro papá, sería como una traición para su papá que se fue al cielo.
―Voy a revisar la casa, ¿tienen ático, sótano?
―Ninguna de las dos cosas ―contesta la mujer, son los dos pisos que usted ve. No hay nada más.
―En el patio ¿qué tiene?
―Nada, está vacío, solo los cordeles para tender la ropa, pero ahora no tengo colgado nada.
―No se podría esconder nadie allí.
―No hay donde.
―Arriba, ¿cuántos dormitorios?
―Dos, los dos que venían con la casa. Nada más.
―¿Protecciones en todas las ventanas?
―Sí.
―Voy a mirar, hay que mantener protegido al niño, pero también debe dormir.
―No tengo sueño ―reclama él.
―Ahora no, pero más tarde sí y si no podemos salir esta noche de la casa, deberemos quedarnos hasta mañana aquí.
El niño se amurra y Tomás sale del baño dedicándole una sonrisa a Rosario.
Los dormitorios tienen un ventanal cada uno, pero uno de ellos tiene un mueble que se puede mover y es lo que hace, dejando cubierta la ventana. Es el dormitorio que da al patio, lo que hará más difícil si alguien quisiera entrar o atacar por allí. Pero ese no se usa como dormitorio, hay un escritorio y varios muebles pequeños, los que él cambia a la pieza contigua. Toma el colchón de la cama de Rosario y lo pone en el piso, lleva las frazadas y el edredón y baja en busca de la pequeña familia.
―Vamos, preparé uno de los cuartos para que se queden allí que es más cómodo ―les informa con solemnidad.
―Gracias, Tomás, no sé cómo voy a agradecer esto que está haciendo por nosotros.
―No se preocupe, Rosario, no tiene nada qué agradecer. ―El hombre se agacha frente al niño y lo mira directo a los ojos―. Escúchame, yo sé que no te caigo bien y que no confías en mí, pero en esto necesito que lo hagas.
El niño asiente con la cabeza levemente.
―Tomarás de la mano a tu mamá y la llevarás muy rápido a la pieza que da al patio, allí se quedarán en el colchón que dejé allí y se acostarán. Yo necesito hacer algo ahora para mantener la casa protegida y esperar el mejor momento para irnos de aquí y ponerlos a salvo de verdad, ¿te parece? ¿Me puedes ayudar con eso?
―Sí ―musita el niño.
―Eres el hombre y estás a cargo, ¿sí?
―Sí, señor ―contesta con más seguridad.
―Así me gusta. ―Le sonríe orgulloso.
El niño toma de la mano a su mamá y la tira hacia la escalera y corre con ella hasta el cuarto que le indicó Tomás. Allí se agachan y se quedan en el colchón.
―Mami, ¿crees que nos pase algo malo?
―No creo, hijo, Tomás nos está cuidando y tu papá nos está ayudando desde el cielo.
―¿Y si el papá está enojado porque hay otro hombre en la casa?
―¿Por qué tendría que enojarse si él nos está ayudando?
―Mami... Si tú te enamoras de él...
―No me voy a enamorar de él, hijo.
―Pero si lo hicieras.
―Ya, supongamos que me enamorara, ¿qué?
―¿Me vas a dejar de querer?
La madre lo abraza fuerte a su pecho.
―Jamás, hijo, jamás te dejaría de amar, eres mi hijo.
―Pero no soy tu hijo de verdad.
―Eres mi hijo de verdad, eres mi hijo nacido del corazón, lo sabes, te amo y nada ni nadie cambiará eso.
―Pero si te casas y tienes otro hijo.
―Si fuera así, no cambiaría el amor que siento por ti, al contrario, hijo, serías mi hijo mayor y tus hermanos te amarían.
―¿Y el papá se enojaría?
―No, tu papá nunca fue egoísta y siempre me decía que si él se iba primero, que yo buscara un buen hombre que me amara y que te quisiera, él nunca quiso que me quedara sola. ―La mujer lo aparta un poco y quita un mechón de pelo de su carita―. Pero no estoy enamorada, hijo.
―Pero te gusta él.
―No, hijo, las cosas que dices.
―Tú también le gustas a él, vi cómo te mira.
―No digas eso, él nos está ayudando nada más.
El niño se abraza a su mamá y se queda así un buen rato hasta que aparece Tomás y ve la conmovedora escena.
No, sentencia para sí mismo, a ellos nunca nadie les haría daño.