Nicole se detiene frente al ascensor y toma aire.
―¿Lista?
―Sí, contigo siempre.
Esteban sonríe, toma de la mano a su mujer y sube con ella, una vez dentro, la abraza a su pecho y besa su cabello.
―No pasa nada, cariño.
―Lo sé. ―De todos modos, se aprieta a su pecho.
Al salir, ella se queda mirando el lugar, todo está como aquella vez.
―Supongo que ahora dormiremos los dos en el mismo cuarto ―ironiza con coquetería.
―Claro que sí, pero esta vez en el cuarto grande.
―Yo creí que esa vez te ibas a quedar tú ahí ―exterioriza con sinceridad.
―No, esperaba que tú lo usaras.
―No, me hubiese sentido como una aprovechadora y no lo soy.
―Jamás pensé que lo fueras.
Esteban se acerca a ella y la besa profunda y posesivamente.
―Bien, señorita Zúñiga, ahora eres toda mía.
―¿Y por qué yo? ¿Por qué tú no eres todo mío, mejor?
―Yo soy todo tuyo, por siempre tuyo.
Esas palabras y su modo de decirlo, excitan a la mujer que le quita la camiseta y lo acaricia. El hombre gime y ella, más excitada aún, lo besa lujuriosamente. Lo empuja y camina con él hasta el dormitorio sin dejar de acariciarlo y besarlo.
―Nicole... me estás enloqueciendo ―musita él lleno de pasión.
―Yo ya estoy loca ―replica ella tirando de su short.
Esteban se lo quita y queda desnudo ante ella que lo admira unos largos segundos
―¿Te gusta lo que ves? ―pregunta él con ansias.
―¿Gustar? Eso es un eufemismo.
Nicole se pone en punta de pies y lo besa, entregando su lengua a la de él para enredarse y saborearse con movimientos libidinosos que despiertan más, si es posible, sus deseos más eróticos. Nicole, dueña de la situación, empuja a Esteban a la cama mientras ella se queda de pie escaneándolo.
―Nicole, esto me está provocando demasiado y no respondo por lo que te haga después ―le advierte con la voz ronca.
Ella, sin decir nada, se sienta a horcajadas sobre él, frotando su cuerpo en su pecho.
―Nicole...
Esteban sube sus manos e intenta tocarla, pero ella se las afirma.
―No. No te he dado permiso para tocarme.
―¿Qué? ¿Acaso te estás convirtiendo en una dominante? ―susurra él.
―No, eso jamás, solo quiero darte el mismo placer y amor que me das cada día. Quiero hacerte enloquecer, que pierdas los sentidos conmigo.
―Créeme que lo estás logrando con creces.
Nicole pone las manos del hombre por sobre su cabeza y se acerca para besarlo provocativamente.
Baja con su boca por su cuello lamiendo y besando, llega al pecho y se detiene en las tetillas, lugar sensible de su hombre. Se endereza y lo mira, él está con las manos aferradas a la almohada con los ojos cerrados.
―Mírame ―le ordena con suavidad.
Él obedece, quiere tocarla, poseerla, quitarle la ropa a tirones y hacerla suya. Pero no puede. Ahora es ella la que lo hará a su gusto.
Nicole sonríe coqueta y se quita la blusa y el sostén de una sola vez. Él, al ver los pechos desnudos de la mujer, se saborea, quiere tocarlos, apretarlos, lamerlos. Acerca sus manos y los agarra con firmeza. Después de masajearlos, con la punta de los dedos pellizca los pezones haciéndola estremecer. Él se sienta y con una mano la sujeta de la espalda para que no caiga y con la otra sigue acariciando aquellos deliciosos senos.
―Nicole, no te imaginas lo que quisiera hacer ―le confiesa entre gemidos, con pasión contenida.
―Dímelo.
―No te lo puedo decir sin temer que huyas aterrada ―responde al tiempo que se gira para dejarla bajo él.
―No es justo, yo mandaba en esto ―protesta.
―¿Quieres seguir?
―Sí.
Él suspira y se acuesta de espaldas, no sabe cuánto más podrá controlarse.
Nicole vuelve a observarlo desnudo, con su m*****o completamente erecto, enorme, despierto para ella, pero aún no es tiempo.
Se agacha y besa su ombligo, el hombre eleva su pelvis con excitación. Quiere más.
Entonces la mujer lo besa y sin contenerse, lo hace suyo con su boca, provocando en el hombre las reacciones más fieras.
―No puedo, Nicole, sal de ahí.
Nicole no quiere obedecer, quiere demostrar todo su amor y todas las sensaciones que él despierta en ella.
―Nicole... ―Él se endereza un poco para mirarla suplicante.
Ella lo mira, sabe que está a punto del final, pero no ceja en su labor, al contrario, apura más el placer. Él comprende que eso es lo que ella quiere. Se deja caer hacia atrás y permite que las emociones lo embarguen, no tiene que retardar nada, Nicole lo quiere así. Ella sigue follándolo con su boca, jugando con su lengua a medida que entra o sale, lo que enardece más a Esteban que, con un grito, se deja ir en la boca de su mujer que recibe gustosa el chorro que entre con fuerza a su boca.
―Nicole... ―musita él agotado y satisfecho.
Se sienta en la cama y acaricia el cabello de Nicole que sigue lamiendo alrededor del sexo de él, lo que mantiene despierto a Esteban en su excitación.
―Ven aquí, ahora me toca a mí ―le dice él con el mismo deseo de antes.
Ella le obedece y se levanta. Él la acuesta sobre la cama, le quita el pantalón y las bragas. La da vueltas dejándola boca abajo.
―Debería castigarte por la dulce tortura.
―Castígame lo que quieras ―responde con la voz ronca de ardor, está demasiado excitada. Esteban jamás la había visto así.
El hombre comienza por dejar un reguero de besos en la espalda de Nicole que se encorva y estremece. Llega hasta su trasero y besa y muerde las nalgas con suavidad.
―Yo tendría que darte un buen par de azotes, señorita Zúñiga.
―Atrévase, señor Arriagada.
Esteban mete una de sus manos entre sus piernas y eleva las nalgas de la joven, ella se arrodilla en la cama. Él, con su mano, baja la cabeza femenina, dejando su rostro pegado a la cama. Esteban sigue besando las turgentes carnes, ella anhela más y él lo sabe, pero así como él tuvo que esperar, ella también deberá hacerlo. Empuja con sus manos los muslos de la mujer para obligarla a abrir más las piernas y él pasa su lengua por todo el centro haciendo un recorrido por toda su intimidad. Lame su clítoris un buen rato provocando gemidos y espasmos en ella y cuando la siente lista, introduce uno de sus dedos en su esfínter, lo que la mujer recibe con agrado y da un pequeño gritito de placer. Él la gira y la deja de espalda a la cama. Le abre las piernas para seguir besando su sexo y mostrar el amor que siente por ella. Eleva sus brazos por entre las piernas de ella y acaricia sus pechos, lo que la enciende mucho más.
―Esteban...
―¿No te gusta? ―Él levanta un poco la cabeza para mirarla.
―Me... Es demasiado...
―Esa es la idea, cariño.
El hombre vuelve a la tarea de la felación. Su lengua no deja de juguetear por todas partes. Ahora es ella la que se aferra a la almohada sin poder controlarse.
―No puedo... ―gime ella.
Él suelta los pechos femeninos, baja sus manos y mete uno de sus dedos en la v****a de ella que se menea cadenciosa. Pero no dura mucho, porque él saca su mano y ella se siente vacía, pero es solo por un segundo hasta que él introduce su dedo en el ano. Ella lo recibe sin problemas. Mete otro para dilatar el pequeño orificio y cuando la siente lista, la voltea nuevamente y se pone sobre ella y la penetra, ella siente un cierto dolor, pero no protesta, su excitación es mayor al dolor. El hombre se mueve lento para no provocar mayor incomodidad a la mujer. Cuando siente que entra por completo y que ella lo disfruta, puede hacerlo él también y comienza a embestirla cada vez más fuerte.
Ella gime y se mueve a su ritmo. Él le tira el pelo y ella lo mira hacia atrás, en su rostro se ve la excitación de la que es presa. Y él se estimula todavía más y da estocadas más fuertes y rápidas. Cuando ella va a acabar, grita desesperada y entierra su cara en la almohada impidiendo exteriorizar su orgasmo de la manera en que lo siente. Él se aprieta a ella terminando dentro de su cuerpo, controlando apenas los espasmos producidos por tanto placer.
Nicole se deja caer en la cama, agotada, feliz... y un poco avergonzada.
―¿Te sientes bien? ―le pregunta él con ternura, saliendo de su cuerpo y abrazándola por la espalda, pegándola a su pecho.
―Sí ―responde ella en un suspiro.
―Te amo, cariño, ven aquí... ―La da vuelta para que quede mirándolo y él acaricia su rostro con devoción―. Te amo, Nicole Zúñiga, te amo como no puedes imaginar.
―Y yo a ti, mi amor, te amo tanto que a veces me da miedo, a veces creo que es un sueño que se convertirá en pesadilla...
―No es un sueño, es la realidad, la hermosa realidad que estamos viviendo, y no tienes nada que temer, jamás te volveré a dejar, jamás sufrirás por mi culpa, buscaré cada día hacerte feliz, como te mereces.
―No me dejes nunca.
―Nunca más me alejaré de ti, cariño, jamás, te lo juro.
Ella acomoda su cabeza en el hueco de su hombro y se queda así, con su cuerpo muy pegado al de él.
El hombre tira de las frazadas y la cubre, por más que sea verano, no quiere que se enferme.
Poco rato después ambos duermen, abrazado el uno al otro, como temiendo que el otro pueda escapar de sus brazos.
•••
Cristóbal sigue a su mujer, ella va en busca de los niños, pero su paso firme, le demuestra que está molesta. ¿Qué la enojó ahora? No tiene idea.
―Niños, ya entren para que coman.
―No tengo hambre, mami ―contesta Daniela sin dejar de jugar en la arena del patio.
―Yo tampoco, tía ―agrega Lucas.
―¿Quieren una fruta? Es tarde.
―No ―responden ambos al unísono.
Verónica se da la vuelta enfadada y choca con su esposo.
―¿Qué pasa, preciosa? ―la interroga con paciencia.
Verónica lo mira fijo un momento y los ojos se le llenan de lágrimas. De pronto, se echa a llorar sin control. Cristóbal la lleva adentro antes que los niños se den cuenta que está llorando.
―¿Qué le pasó? ―pregunta Eloísa alarmada, acercándose a la pareja.
―No sé ―contesta Cristóbal con preocupación en la mirada―. Hace un tiempo que anda así, rara. Ella dice que no sabe, que ella misma no se entiende. Se enoja por nada, llora...
―¿Y la sicóloga? ¿Le han dicho a ella lo que le pasa?
―Ella dice que podría ser el trauma, pero tampoco entiende este repentino cambio de temperamento.
―¿De cuánto tiempo que está así? ―inquiere Miguel.
―Hace tiempo, pero hace unas dos o tres semanas que se ha agudizado todo, por eso es raro, se suponía que todo el trauma de lo que pasó con Rogelio estaba superado.
―¿No estará embarazada? ―propone el hombre.
―¿Embarazada? ―Las tres voces se oyen a un tiempo.
―No le han dado vómitos ni mareos ―explica Cristóbal.
―No es necesario, mi hermana nunca sintió nada de las cosas comunes, lo que sí pasó que su carácter cambió mucho. Cambiaba mucho. Lloraba y se enojaba con la misma facilidad. Y le daba hambre. ―Sonríe el hombre recordando― y como ella tenía hambre, creía que a todo el mundo le pasaba lo mismo y se enojaba si uno le decía que no a la comida.
Cristóbal mira a su mujer con una sonrisa.
―¿Puede ser eso preciosa?
Ella se encoge de hombros.
―Nunca me he cuidado para no tener bebés.
―El lunes, en cuanto lleguemos a la ciudad, vamos a ir al médico, pero en un rato más, vamos a comprar un test de embarazo para salir de dudas ―le dice con ternura secando su rostro―. Ahora tienes que comer, porque eres tú la que tiene hambre, no los niños.
―Soy muy tonta, ¿verdad?
―No, preciosa, no digas eso, eres perfecta.
Eloísa y Miguel se miran con complicidad. ¿Quién hubiera pensado que Cristóbal podía llegar a ser así de tierno con una mujer? La llegada de Verónica y Daniela a su vida lo cambiaron del cielo a la tierra. Para mejor. Para mucho mejor.
―Gracias ―se disculpa Verónica apenada.
―¿Por qué, preciosa?
―Por preocuparse... me siento muy tonta, de verdad.
―No digas eso ―replica Miguel―, cosas como esas son normales en su estado.
―Pero ni siquiera sé si estoy embarazada, ¿y si no? ¿Y si es solo estupidez?
―¿Tú sientes que estás esperando?
―Sí, lo había pensado, pero no tengo ningún síntoma y mi período... recién debió llegarme ayer, así que ni siquiera tengo atraso.
―Entonces, lo más seguro es que estés ―reafirma Eloísa―. Ema será la más feliz de todos.
―Sí, ella estará encantada.
―¿Por qué no la llamas y que se vengan? ―invita Eloísa.
―Ellos deben andar por acá, se venían esta semana a concretar lo del restaurant que quiere poner Ema aquí en la costa.
―Con mayor razón debes llamarla para que se nos una.
Cristóbal lo hace de inmediato, mientras Verónica descansa un momento.
―Llegan en media hora, están terminando un papeleo con el dueño del local y se vienen, están por acá cerca.
Eloísa y Miguel se van a preparar todo para la cena. Cristóbal toma a Verónica de la mano y la ayuda a levantarse, luego la abraza por la cintura y la besa con delicadeza.
―¿No estás enojado?
―¿Enojado? ¿Por qué habría de estarlo?
―Por la forma en la que me he comportado.
―No, preciosa mía, no me enojaba antes, mucho menos ahora con la posibilidad que estés esperando otro hijo mío, al que podré ver crecer dentro tuyo, nacer... Todo lo que no pude disfrutar con Daniela.
―¿Y si no lo estoy?
―No importa, ya seguiremos intentando. ―Sonríe libidinoso―. Me gustó la idea de ser papá de nuevo.
―A mí también. ―Verónica se empina buscando su boca y él la vuelve a besar más profundamente, emocionado con la posibilidad de ser padre, pero esta vez de verdad, un padre presente y amante.
Todos esperan ansiosos la respuesta del test de embarazo. Cristóbal, el que más, aprieta la mano de su hija, nervioso. Sabe que puede ser negativo y no le importaría, pero no deja de pensar en la posibilidad de ser papá de nuevo, de poder disfrutar de todo lo que no pudo con Daniela. La niña se sube a los brazos de su padre y lo abraza.
―Papi, ¿qué estamos esperando?
―La mamá se hizo un examen y estamos esperando el resultado.
La niña se acuesta en el pecho de su papá y cierra los ojos. Cristóbal la acuna y la mira enamorado. Esa pequeña le ha robado el corazón, ella es su gran amor.
―Dos líneas ―musita Verónica saliendo del baño.
―¿Eso es un sí o un no? ―pregunta Cristóbal.
―Es sí ―responde la joven un tanto aturdida.
―¿Qué es sí, papi? ¿Mami está enferma? ―inquiere la niña abriendo sus ojitos.
―No, mi vida ―contesta presuroso―, la mami va a tener un bebé, un hermanito o hermanita.
La niña lo mira, al principio parece no comprender, pero luego se le ilumina la carita y sonríe.
―¿Puedo ponerle nombre?
―Claro que sí, mi princesa, entre los tres le buscaremos un lindo nombre.
―¿Y voy a ser la hermana mayor?
―Claro que sí y nos ayudarás. Estoy seguro que tu hermanito o hermanita te querrá mucho.
―Yo también lo voy a querer mucho y le voy a prestar mis juguetes y le voy a decir que se porte muy bien para que no lo reten.
Cristóbal siente algo extraño con las últimas palabras de la niña, pero lo deja pasar.
Mientras ellos conversan, Eloísa, Miguel, Scott y Ema, que había llegado hacía un rato, se acercan a felicitar a Verónica. Cuando terminan los abrazos, Cristóbal va con Daniela en sus brazos hasta ella para celebrar la hermosa noticia.
―Te quiero, mami.
―Yo también te quiero, mi pequeño sol.
―Te amo, preciosa, te amo mucho, gracias por este nuevo regalo.
―Te amo, Cristóbal.
Verónica se apoya en el pecho del hombre y éste le acaricia el cabello con ternura. Tener a las dos mujeres que más ama con él es algo que jamás se imaginó.
―Esto hay que celebrarlo ―dice Ema contenta, ver a su niño feliz, sano de tanta herida, amante de su esposa y su hija la hacen feliz a ella y se alegra que sus constantes cambios de carácter sean por el embarazo, en cuanto nazca el bebé todo volverá a la normalidad.
―Claro que sí, pero como mi queridísima mujer no puede beber alcohol, compraremos champaña de niños ―sonríe Cristóbal.
―Nosotros vamos a comprar ―se ofrece Scott―, pasaremos por algunas cosas ricas para comer. ¿Qué quieres, Verónica?
―Nada especial.
―¿Seguro?
―Sí, seguro.
―Sí, de verdad, si no tengo hambre ―dice con inocencia, haciendo que todos echen a reír al mismo tiempo. Verónica los mira interrogante.
―Preciosa, te lo acabas de devorar todo, literalmente, andas con un apetito gigante, ahora no tienes hambre, pero en una hora más, vas a estar pidiendo más comida, te lo aseguro.
―Pero estoy embarazada, nomás, no me puedo poner mañosa, de Daniela no sentí nada, era como si no quisiera molestar.
En cuanto lo dice, se tapa la boca con la mano, como si hubiese dicho una barbaridad.
―Preciosa, de Daniela tuviste que soportar muchas cosas, pero ahora no, ahora te daré en el gusto el doble, por lo que no pude hacer por Daniela y por este bebé que viene en camino. Así que no te sientas mal por los síntomas de tu embarazo, son normales y yo estaré aquí para ti, ¿sí?
Verónica no contesta, simplemente se queda en los brazos de su amado, segura ahora que todo estará bien, estarán juntos y nada ni nadie los podrá separar.