Después de darle otro beso en la cabecita a la niña, Cristóbal se levanta y da la vuelta para salir. Allí, parada como un espectro y pálida como la cal, está Verónica. Se acerca a ella y se da cuenta que sus ojos están llorosos. ―¿Qué pasa, preciosa? ―No sé, Cristóbal, hoy... hoy ha sido más extraño que los otros días, no debí decir eso en el auto, lo siento, perdóname. ― Se echa a llorar y se abraza a él, que la aferra a su cuerpo con temor a que se le escape de nuevo esta Verónica de la que se enamoró. ―Preciosa, te amo más que a mi vida, ¿no lo comprendes? Siempre estaré contigo, en las buenas y en las malas, no me molestan tus cambios de humor, me entristecen, pienso que no soy capaz de hacerte todo lo feliz que te mereces y eso es lo que más ansío, que seas feliz, sobre todo ahor