―¿Cuándo vamos a ir a Rancagua? ―pregunta Nicole con tono de molestia.
―¿Quieres ir allá?
―Sí, la vez que fuimos no pude disfrutar nada, porque estuve enferma casi todo el tiempo.
―Cuando quiera podemos ir, señorita Zúñiga ―sonríe él con ternura, sabe que no se ha comportado bien con ella y es su cumpleaños, debe dejar, al menos el día de hoy, de ser tan troglodita.
―Yo por mí iría ahora mismo, señor Arriagada.
―Cristóbal ―dice Esteban en voz alta para llamar a su amigo por celular.
―Esteban, ¿qué pasa?
―¿Estás con el manos libres?
―Claro que sí.
―Es que decidimos escaparnos con Nicole, vamos a ir a Rancagua, ¿pueden hacerse cargo de Lucas hasta esta noche?
―Claro que sí, amigo, ya te lo dije y no se apuren en volver, únanse a nosotros mañana o pasado, estarán demasiado cansados para manejar esta noche ―manifiesta en claro doble sentido.
―Cristóbal...
―¿Qué? Si es la verdad, manejar ida y vuelta en un solo día es cansador ―justifica sus palabras.
Silencio de parte de Esteban.
―Vayan, no se preocupen, los esperamos mañana ―continúa Cristóbal.
―Gracias, amigo.
―No hay de qué.
Esteban mira de reojo a Nicole y se desvía del camino rumbo al sur.
―¿Conforme, futura señora Arriagada?
―Muy conforme ―contesta ella con coquetería.
Él alarga su mano y toma la delgada extremidad de su joven acompañante.
―¿Se te pasó el enojo? ―le pregunta con una sonrisa.
―Yo no era la enojada.
―¿Qué te dijo Diego que yo no podía estar presente? ―interroga sin poder ocultar su curiosidad y molestia.
―¿Celoso?
―¿Hay alguna razón para estarlo?
Nicole no contesta de inmediato, debate en su mente si decir o no lo que había sucedido en la consulta de su amigo. Esteban le da el espacio a meditarlo, no dice nada, simplemente espera a que ella se decida a hablar y ruega en su interior que lo haga, no quiere mentiras entre ellos, aun así, si no se lo dice, él no hará nada, no la obligaría a...
―Me regaló un collar ―dice de sopetón. Esteban la mira solo un segundo.
―¿Regalo de cumpleaños?
―Sí.
―¿Y por qué no te lo dio estando conmigo?
―Porque pensó que te enojarías, como ustedes no se llevan para nada bien.
―No tengo por qué enojarme si es solo un regalo de cumpleaños.
―Es cierto, pero... no sé.
―¿Es bonito?
―Es de oro blanco con diamantes y un zafiro.
―¡Wow! ―exclama Esteban―. ¡Qué fortuna debe haberse gastado!
―Lo mismo le dije, yo no lo quería recibir, pero me dijo que si no lo quería recibir porque no me gustaba o por ti, para que no te enojaras, que no lo recibiera, pero que no me preocupara por el precio.
―Bueno, tal vez no sabía qué más regalarte, a mí también se me hizo muy difícil, ¿sabes? ¿Qué se le regala a una mujer que lo tiene todo?
―Algo así me dijo Diego.
―¿Y dónde está ahora? ¿El collar?
―Lo dejé en casa.
Esteban asiente con la cabeza y respira tranquilo, no tiene nada que temer, a ella debe haberle dado miedo decir que Diego le regaló un collar tan caro, pero allá él y sus regalos, Nicole es suya y eso ningún regalo caro lo cambiaría.
―¿Te enojaste? ―pregunta ella.
―¿Enojarme? ―La mira con una sonrisa―. No, para nada, la verdad es que creí que sería algo más grave, pero ahora me quedo tranquilo. ―Aprieta su mano con suavidad―. Puedo quedarme tranquilo, ¿verdad?
―Claro que sí, yo te amo a ti y nada va a cambiar eso.
―¿Lo ves? Debiste decírmelo en ese momento, no quiero que haya secretos entre nosotros. Si queremos que esto funcione, debemos ser sinceros el uno con el otro. No quiero volver a estar lejos de ti por un malentendido.
―Te amo, Esteban, y no seas tan celoso, pueden haber diez mil hombres a mi alrededor, buscándome, pero yo te elegí a ti y seguiré haciéndolo.
El hombre se lleva la mano de su prometida a la boca para darle un posesivo beso.
―Te amo, Nicole Zúñiga, jamás, jamás, olvides eso. Quisiera besarte ahora, pero no puedo hacerlo en plena carretera, no quiero chocar estando contigo.
―Ni solo tampoco ―repone ella.
―Bueno, cuando voy solo no me dan ganas de besarme ―bromea él con los ojos brillantes de amor.
Nicole se echa a reír y es ella la que le besa la mano ahora.
―Te amo, Esteban.
―No sé por qué me da la impresión que tampoco disfrutaremos mucho de Rancagua esta vez ―comenta con la voz cargada de pasión.
A Nicole se le tiñen las mejillas de un leve rosa. Esteban quisiera quedarse contemplándola, le encantan su rostro sonrojado, sus ojos brillantes, sus labios que invitan a ser besados. Pero debe concentrarse en el camino. Debió pedirle a Tomás que manejara por él.
―Un dólar por tus pensamientos ―se burla ella.
Es él el que se sonroja ahora.
―Pensaba en que debí venir con Tomás, así podría besarte todo lo que quisiera.
―¡Fresco! ―Ella le da un manotazo juguetón en su brazo.
―Ya empezamos con la violencia. ―Ríe él.
―¡Tú te quieres aprovechar de mí!
―Yo solo quiero besarte y ahora no puedo porque tengo que manejar, si viniera Tomás...
―Ya vamos a llegar a Rancagua ―susurra ella besando la palma de la mano de Esteban y jugando con sus dedos en el pelo y oreja del hombre.
―Nicole Zúñiga, no sabes lo que estás haciendo.
―¿Qué estoy haciendo? ―pregunta con cínica inocencia.
―Ya verás cuando lleguemos al hotel, ahí te voy a demostrar todo lo que estás haciendo.
―¿Debería asustarme?
Esteban atrapa la mano de Nicole en su mano y la lleva a su boca, con su lengua dibuja eróticos círculos en su palma, provocando a la mujer que gime e intenta liberar la mano, pero él no la deja.
―Asustarte, no. Excitarte. Tanto como lo estoy yo.
―Ya ―reclama ella intentando soltar su mano que la lengua de Esteban lame como si fuera su sexo.
―¿No te gusta?
―Esperemos a llegar al hotel ―replica.
―Ah, ¿y yo sí tengo que aguantar tu tortura? ―Toma la mano de la joven y la lleva a su m*****o que esta duro debajo del pantalón.
―Esto me haces, cariño, así que creo que estamos a mano.
El deseo queda flotando en el aire. El tiempo que queda de camino se les hace eterno, pero ninguno habla, no se tocan. No quieren provocar un choque por una imprudencia.
De pronto, suena la canción, la misma que Nicole le pidió que cambiara la primera vez que viajaron a Rancagua. Antes que ella pudiera decir nada, él la cambia.
―Te acordaste ―dice ella en voz baja.
―Creo que debo borrarla, la borré del otro auto, pero no de este ―explica.
―No creí que te acordaras.
―Me preocupa todo de ti.
―Mentiroso, los hombres no se dan cuenta de nada.
―Me ofendes, Nicole Zúñiga.
―Pero si es la verdad.
―Mira, para que veas: Eres muy responsable, pero si no tienes la necesidad, no te gusta levantarte antes de las once; te gusta el color rosado y los pasteles, no te gustan tanto los zapatos como a las demás mujeres, pero sí la ropa. No te gustan los días fríos, prefieres el calor, el sol te da energía; te gusta la música romántica en inglés y francés, que es tu idioma favorito. ¿Qué más quieres que diga de ti? Te gusta leer. Eres metódica y ordenada.
―Sí que sabes. ―Se sorprende ella.
―Te lo dije.
Nicole sonríe pícara.
―¿Mis flores favoritas?
―No te gustan.
―Mi película favorita.
―No me olvides.
―Canción.
―Je t’aime de Lara Fabian.
―Comida.
Esteban la mira un breve momento.
―No tienes favorita, aunque te gustan las papas fritas y los tallarines.
―Postre.
―¿De verdad quieres que te lo recuerde?
Nicole se pone roja y no contesta.
―Las frutillas rojas como tú.
―¡Pesado!
―¿Qué? Pero si es la verdad. La primera vez que te vi comer frutilla, sentí ganas de llevarte a la cama en ese mismo instante.
―Pero si no nos llevábamos nada de bien.
―Tú no te llevabas nada bien conmigo. Yo ya estaba enamorado.
―Mentiroso.
―No es mentira, cariño. Creo que me enamoré de ti cuando te vi salir del ascensor. Me embrujaste, eso fue, ¿cierto?
―No digas tonterías, ¿cómo te voy a embrujar?
―Es que eres una bruja que me tiene embobado.
―Yo creí que era al revés, que tú me habías hechizado a mí.
―Yo no te he hecho nada, si lo hubiera hecho, habrías caído a mis brazos el primer día.
―Tú representabas todo lo que odiaba ―confiesa ella con sinceridad.
Esteban frunce el ceño, ella nunca le había dicho eso.
―¿Por qué, cariño?
―Porque sí, eras guapo, rico, con una mirada que derrite el hielo más duro, poderoso...
―Por eso me odiabas.
―Porque me gustaste y no quería enamorarme, no quería volver a enamorarme.
―Me alegra que hayas caído en mis redes ―le dice con mucha ternura―. Te amo, mi querida frutillita, te amo mucho.
•••
Cristóbal detiene el auto frente a la inmensa casona de playa que posee Esteban en la costa. Se baja y avanza hasta Eloísa que lo mira interrogante.
―¿Y Esteban? ―pregunta la mujer.
―Fue a Rancagua con Nicole.
―¿Y eso?
―Seguro querían recordar viejos tiempos ―responde con una sonrisa.
―¿Y Lucas?
―Tendremos que cuidarlo nosotros, ellos necesitan un tiempo a solas.
―Tienes razón, las cosas no andan del todo bien entre ellos, por más esfuerzos que hacen. Bueno, tendremos que acomodarnos.
―Claro que sí, no los necesitamos, ¿verdad?
La mujer asiente, Cristóbal vuelve al automóvil y saca a Lucas de la sillita en tanto Verónica intenta sacar a la niña.
―¿Puedes? ―le pregunta a su mujer.
―No, esto siempre me gana ―contesta ella con frustración.
―Espera, ya voy.
Cristóbal deja a Lucas en el suelo y da la vuelta al vehículo para sacar a su hijo.
―Soy muy torpe con esto ―se justifica ella molesta.
―No digas eso, se necesita fuerza y por eso no puedes ―repone él bajando a la niña. Le da un beso a su mujer―. Te amo.
―Y yo a ti.―A Verónica se le llenan los ojos de lágrimas.
―¿Qué pasa, preciosa? Hace días que te noto rara.
―Nada, debo andar muy sensible.
―¿De verdad que no es nada? ¿Hice algo que te molestó? ¿Te estás aburriendo de mí?
―No, tontito, te amo y no has hecho nada más que hacerme feliz, soy yo que estoy muy rara, yo lo sé, pero no puedo evitarlo, ni siquiera sé por qué.
―Si necesitas algo, lo que sea, me lo dirás, ¿verdad?
―Sí, mi loquillo.
Cristóbal toma la cara de Verónica y la acuna con ternura. La besa, suave al principio, pero luego lo profundiza.
―Yo solo quiero hacerte feliz, preciosa.
―Lo soy y mucho.
El hombre toma de la mano a la joven y se desliza con ella a través del jardín que rodea la casa de la playa hasta la entrada.
―Júrame ―le suplica antes de entrar―, que si algo te pasa, si tienes algún problema, si necesitas algo, lo que sea, me lo dirás, ¿está bien?
―Te lo juro, amor, apenas sepa lo que me pasa, te lo digo, ¿ya?
Cristóbal la vuelve a besar y luego entra de la mano con ella. Los niños juegan felices. Lucas le muestra la casa a Daniela y corren de un lugar a otro riendo.
―Arriba hay cuatro dormitorios ―informa Eloísa―, ahí se pueden acomodar, con Miguel nos quedaremos en el dormitorio de abajo.
―Gracias ―contesta Verónica.
La pareja sube con sus bolsos y los dejan en uno de los dormitorios, son grandes habitaciones, escogen la que tiene una cama de dos plazas y una pequeña cama. Daniela todavía no es capaz de dormir sola, sigue con pesadillas. La sicóloga que la atiende le ha dado varios tips para que duerma sola, pero ellos no han tenido el corazón para dejarla llorar sin ir a verla. Después de lo vivido, no pueden culparla por no querer dormir sola. A Verónica todavía le vienen algunas pesadillas del momento en que su hija pudo morir... Que todos pudieron morir. ¿Qué menos se puede esperar de una niña de tres años?