Capítulo 3

3456 Words
Al salir, Nicole ve a Esteban sentado hojeando una revista. La recepcionista de la clínica de Diego no deja de mirarlo, eso ocurre cada vez que va con él a esa consulta, pero a ella no le importa, sabe que Esteban ni siquiera la mira. ―¿Vamos? ―dice ella. ―¿Estás lista? ―pregunta él mirando a Diego. ―Sí, está todo bien. ―Adiós, Diego, que te vaya bien en tu viaje ―se despide ella del doctor. ―Lo mismo digo. Esteban, cuida de Nicole, recuerda que todavía está muy frágil. ―Lo sé. El antagonismo de ambos hombres es notorio, pero Nicole no dice nada, no quiere problemas entre ellos ni con ellos. La joven se toma del brazo de su prometido, le cierra un ojo a Diego, sabe que está a punto de estallar, creyendo algo que no es verdad de Esteban, pero ya habría tiempo para aclaraciones. ―Que les vaya bien ―se despide Diego y entra a su consulta. ―¿Qué pasó? ―pregunta Esteban sorprendido por la reacción del doctor, sabe que él nunca le ha sido de su agrado, pero ahora está más extraño que de costumbre. ―Está preocupado, nada más, además ahora se va de viaje, debe andar un poco acelerado. ―No sé, estaba demasiado extraño, ¿qué te dijo? ―Nada especial, que debía cuidarme, que estuviera tranquila y cualquier cosa que no dudara en llamarlo. ―¿Y dónde se va de viaje? ―No sé ―miente Nicole, si le dice que a Grecia, lo más seguro es que Esteban no quiera ir y no va a echar a perder los planes que tenían con Lucas, tal vez, si solo fueran ellos dos, podrían hacerlo, pero con el niño de por medio no puede dejar que sus planes se malogren. ―Espero no topármelo en Grecia. Nicole se echa a reír nerviosa. ―No pienses en eso, sería como mucho que nos terciáramos en el mismo país y más encima que nos encontremos, ese lugar es grande, no creo que sea fácil encontrarse con un conocido. ―Lo sé, pero con mi mala suerte, estoy seguro que me lo toparía en Brasil... ―Hey, ¿por qué dices eso? ¿Acaso yo soy mala suerte para ti? ―Tú jamás vas a ser mala suerte para mí, cariño ―le responde con celeridad besándola antes de abrirle la puerta del auto para que se suba al automóvil―. Ahora estoy seguro de no ser rechazado por estos gestos machistas. ―Ríe él volviendo a abrazar a su mujer y besándola con anhelo―. Podríamos escapar por ahí un rato, ¿no te parece? ―Ya quisiera ―replica ella con deseo―, pero nos esperan en casa para irnos, tú fuiste el de la idea del viaje. ―Sí, yo y mi bocota, ¿no? ―Así es ―responde ella mordiéndole el labio. Él la apega más a su cuerpo. ―Te amo, Nicole, no lo olvides nunca, por favor, jamás olvides que te amo, que nunca dejé de hacerlo, estando lejos de ti, te amaba más, te necesitaba y te ansiaba, jamás dejé de amarte. ―Ya me los has dicho muchas veces, mi amor, y te creo, no te pongas triste, no es un día para eso. ―Es que no sé cómo compensar lo sola que estuviste todo ese tiempo, sé que soy un poco majadero con eso, pero de verdad, jamás pensé que me perdonarías. ―Y querías volver a irte ―lo recrimina ella con dulzura, él baja la cabeza―. Pero no lo hiciste y eso es suficiente para mí. Te amo, Esteban Arriagada, así que no quiero volver a escucharte decir nada más acerca de ese tiempo que no estuviste, tus razones tenías, también venías con una triste historia detrás, era lógico que te protegieras y protegieras a Lucas. ―Eres demasiado buena, cariño, no te merezco. ―¡Basta, Esteban! Si sigues, me voy a enojar de verdad. Olvídalo, al menos por ahora, ¿puedes hacerlo por mí? ―Está bien, lo siento. Sentado en su moto, Diego mira la escena. No sabe a ciencia cierta si pelean o si se desean. Ella parece molesta. Él, arrepentido. ¿Qué le habrá hecho? Con rabia, echa a andar su vehículo y el rugido del motor, llama la atención de la pareja. El doctor pasa por el lado de ellos y les saluda con la mano con un claro gesto de molestia. Nicole se sube al auto y Esteban se da la vuelta para subir también. ―Ese hombre está enamorado de ti ―comenta enojado Esteban en un semáforo en rojo. ―Pero yo no de él ―contesta Nicole con firmeza. Él la mira brevemente. Están molestos. Los dos. ―Lo siento, cariño, no quise hacerte enojar. ―Espero que el resto del día podamos estar tranquilos, aunque sea por mi cumpleaños, ¿se podrá? ―apostilla ella con ironía. ―Claro que sí, fui un idiota en insistir en un tema que sé que no te gusta. ―Si lo sabes, entonces no insistas ―espeta con furia. Esteban se calla, sabe que en este momento, todo lo que diga o haga puede ser usado en su contra y las cosas se pondrán peores. Toma la mano de Nicole y la acaricia con suavidad. ―Te amo, cariño ―susurra casi para sí mismo justo antes de entrar a la casa. Así se preparan todos para salir en los tres automóviles. Cristóbal y su familia; Eloísa con Miguel y Esteban con Nicole y Lucas. ―Papi, ¿puedo irme en el auto con Daniela? ―pregunta Lucas. ―No sé, hijo, tienes que preguntarle al tío. ―Tío, ¿puedo? ―El niño le tira el chaleco a Cristóbal que lo mira con una sonrisa. ―Claro que sí, así no se aburren tanto en el camino. Salen todos juntos, menos Nicole que se va a su cuarto, necesita guardar su collar, no sabe qué hará con él, no será capaz de usarlo frente a Esteban, pero tampoco es capaz de devolvérselo a Diego, se sentiría malagradecida. ―¿Qué pasa? ―Nada, voy a cambiar de cartera, pero me llevaré el número de teléfono que me dio Diego de su colega, no vaya a ser que lo necesitemos ―contesta nerviosa. ―Claro ―Esteban esperaba que ella le contara la verdad, pero no lo hizo, él la vio guardar una caja de una joya en su cajón, pero no diría nada, ya no quería discutir con ella, no era el momento ni el lugar. Nicole cambia las cosas de su cartera a un bolso más cómodo y se endereza. ―Vamos, ya estoy lista. ―Nicole... Si algún día dejaras de amarme, ¿me lo dirías? ―La detiene en la puerta antes de salir. ―No voy a dejar de amarte nunca. ―Sí, eso es lo que sientes ahora, pero si dejaras de amarme, ¿me lo dirías? ―insiste. El hombre la toma de la cintura para que no se le escape―. ¿Me lo dirías? ―Si alguna vez dejara de sentir esto que siento por ti, cosa que no ha pasado ni pasará, serías el primero en saberlo, ¿conforme? ―¿Y si apareciera otro hombre que te diera todo lo que yo no puedo darte? Alguien que fuera más incondicional que yo, no sé, más joven, con menos heridas... ―¿Qué pasa, Esteban? ―Ella levanta su cara para poder mirarlo―. No hay nadie más para mí, no conozco otro hombre que sea más incondicional que tú, no conozco otro que sea mejor de lo que eres tú. Ni creo que lo encuentre. ―Pero es que desde que te conocí, te han pasado cosas malas por mi culpa. ―Esteban... ―Ella se pone en punta de pies y lo besa―. No hay hombre mejor que tú para mí, no somos la pareja perfecta, tenemos nuestras discusiones, pero también el amor que nos une es más fuerte que eso, por favor, deja esos temores, tú mismo lo dijiste esta mañana, no tenemos nada que temer, nos merecemos ser felices, y peores cosas de las que nos han pasado, no creo que sea posible que nos pasen. ―Perdóname, tengo miedo a perderte, si te pierdo, no sería capaz de seguir. ―No digas tonterías, mi amor, no vuelvas a repetir eso. Ahora vamos que nos esperan afuera para irnos, olvidémonos de todo esto, ¿sí? ―Sí, cariño ―acepta él, besándola con miedo y pasión unidas. No quiere perderla, pero sabe que, tarde o temprano, la perderá, si le está ocultando los regalos de Diego, puede estar ocultando más que una simple joya. Cristóbal, que los espera para salir, los nota extraños y los detiene un segundo. ―¿Están enojados? ―pregunta sin tapujos. ―No, Cristóbal, no pasa nada ―contesta un poco contrariada la mujer. ―Linda, no me mientas a mí. ―No pasa nada, Cristóbal, de verdad. ―Bueno. Si ustedes lo dicen... ―Pregúntale a tu amigo, que sigue con la misma cantaleta de que si lo perdoné, que no lo merece... ―responde molesta. ―Pero si no lo merecía, pero lo hiciste y está bien... ―afirma su amigo y mira a Esteban―. Deberías darte con una piedra en el pecho y no seguir con un tema que sabes que a tu mujer le molesta. ―No quiero hablar. ¿Vamos? ―¿Por qué no se toman el fin de semana y se van a Rancagua a recordar viejos tiempos? Nosotros podemos hacernos cargo de Lucas ―ofrece Cristóbal―, ustedes necesitan un tiempo a solas después de todo lo que pasó. Esteban mira a Nicole. ¿Recordar viejos tiempos? ¿Recordar que por su culpa se enfermó y estuvo muy mal...? ―No, no tengo nada qué recordar de ese lugar ―contesta Esteban saliendo afuera. ―No sé si esto vaya a funcionar, Cristóbal. Yo lo amo, pero él no quiere sacarse de la cabeza todo lo que pasó y así no puedo, no hay momento del día en que no esté, o pidiéndome perdón o recordando. Yo lo amo y lo intento, pero a veces me cansa. ―Dale un poco de tiempo, él sabe que no merecía que tú lo perdonaras. ―No sé, Cristóbal, no sé... ―La mujer se abraza a su amigo, que tampoco la está pasando bien en su matrimonio. ―Vamos, Cristó... La voz de Verónica los obliga a darse la vuelta para mirarla. Está enojada. No dice nada. Solo les da una significativa mirada y sale. El hombre resopla. ―Lo siento, no quiero que tengas problemas ahora tú con ella por mi culpa ―se disculpa Nicole. ―Créeme, Nicole, que si tengo problemas con ella, no será tu culpa. ••• Tomás escanea a la mujer que camina dudosa hasta él. No se parece a Nicole. Se ve un poco más mayor que la prometida de su jefe, sus ojos denotan sufrimiento o algún dolor que la hace ver cansada, aunque intenta mantener la frescura. La ve detenerse justo ante la mesa del café en la que está sentado él, al tiempo que él se levanta para recibirla. ―¿Tomás Fuentes? ―pregunta ella un poco nerviosa. ―Sí, ¿Rosario Montes? ―Así es. El hombre aparta la silla para ella y la mujer se sienta. Tiene unos treinta años, tal vez un poco más. ―Tengo poco tiempo, mi hijo sale a la una de la escuela de natación y no queda muy cerca, no hay locomoción desde acá ―comenta ella mirando su reloj. ―No se preocupe, no le quitaré mucho tiempo. ―No sé qué quiere, en su llamada telefónica me dijo que quería hablar de mi hermana y mi ex cuñado ―espeta la mujer a la defensiva―. El caso de mi hermana está cerrado desde hace años y que yo sepa no se ha vuelto a abrir. Y ya no vale la pena con Rogelio muerto. ―Tiene razón, pero ahora que Rogelio Eyzaguirre falleció, hay cosas que queremos saber ―explica el hombre con calma. ―¿Queremos? ¿Quiénes? Tomás la mira, no sabe si decir a Rosario que su hermana está viva. ―Un grupo de investigadores privados que buscamos la verdad de los negocios turbios de ese hombre y de la verdadera razón de la muerte de su hermana. ―Mi hermana fue asesinada por los amigos de ese hombre, aunque no la mataron en el momento, no pudo con la anemia y la pérdida de su hijo. No pudimos hacer nada. Yo no pude hacer nada ―corrige―. Yo sabía que mi hermana estaba en peligro, pero no podía intervenir, Rogelio me tenía amenazada, aunque jamás pensé que la mataría de esa forma. La pasión con la que la mujer relata los hechos referente a su hermana, le da a entender a Tomás que ella no estaba de acuerdo con esa relación ni con la versión oficial de lo acontecido. ―Y su mamá, ¿qué dice al respecto? ―Mi mamá está enceguecida por Rogelio, para ella mi hermana tuvo la culpa por llevar a esos hombres a su casa, cuando se enteró que ese hombre murió y cómo murió, se lamentó mucho, pensando en que él no merecía ese final. ―La mujer hace una pausa y observa larga y detenidamente a su interlocutor―. ¿Ustedes lo mataron? ―pregunta de sopetón sin dejar de mirarlo a los ojos. Tomás sostiene la mirada un momento sin contestar. Analiza en su mente la situación, demasiado peligrosa por lo demás, para decidir si contarle o no a Rosario la verdad. ―Sí, trabajábamos en conjunto con la policía por casos de explotación s****l, tráfico de drogas y academias ilegales de sadomasoquismo. Rosario abre mucho los ojos, luego frunce las cejas y finalmente hace una mueca de asco. ―¿Academias de sadomasoquismo? ¿¡Qué es eso!? ―Academias donde se les enseña a la mujeres y a los hombres a comportarse como esclavos sexuales. En algunos casos también se les enseña a ser amos. ―¿Y mi cuñado estaba metido en eso? ―Él era el dueño ―aclara Tomás. Ahora sí la mujer lo mira realmente sorprendida y más asqueada todavía. ―¿Y mi hermana estaba casada con un sádico? ¿Ella también...? ―No. ―Tomás la mira con lástima―. Ella nunca se enteró de eso, por lo menos no mientras estuvieron casados. Rosario lo mira confundida, ella murió siendo esposa de ese tipo. ―Usted no fue al funeral de Rogelio, ¿por qué? ―inquiere él intentando cambiar el tema. ―Yo no iba a despedir al asesino de mi hermana, por mucho que él asegurara que mi hermana lo engañaba, yo no lo creo, ella estaba muy enamorada de él, estaba ciega de amor, no lo iba a engañar, menos así y mucho menos estando embarazada. ―Su madre no piensa lo mismo. ―Claro que no, ella creyó la versión de su yerno. Yo dejé de hablar a mi mamá cuando echó a mi hermana del funeral de papá, no le importó el esfuerzo que significó para ella asistir. No la volví a ver hasta hace unos meses, cuando ella me visitó para hacerme saber de la muerte del “hombre más bueno que pisaba la tierra”, según ella. Si supiera... Una mueca de dolor no le pasa inadvertida a Tomás y antes de pronunciar palabra, ella continúa: ―Siempre creí que mi esposo murió en sus manos, estoy casi segura que fue una advertencia, si había podido matar a mi marido, también podría matar a mi hijo. ―¿La amenazó? ―Algo así. Yo quería seguir la demanda que había por la muerte de mi hermana, él me advirtió que no siguiera adelante, que algo muy malo podría pasarle a mi familia y yo no le creí, no sabía de lo que era capaz ese hombre. Y si antes lo creía, ahora estoy segura que el accidente de mi esposo no fue un accidente. ―Lo siento ―dice Tomás sin saber qué decir. Esa mujer lo descoloca. ―Ha sido difícil sin él. ―Una solitaria lágrima asoma y cae por la mejilla femenina, ella se la seca con su mano en un delicado gesto. ―No quería traer los malos recuerdos ―se disculpa Tomás. ―No se preocupe, a veces hace bien hablar, esto no es un tema para contárselo a cualquiera. ―Tiene razón y agradezco su confianza, mal que mal, soy un extraño para usted y no debe ser fácil, algo debe quedar del temor a que lastimen a su hijo. ―Usted me da confianza, no me pregunte por qué. Rosario mira su reloj, ya es hora de ir por su hijo. ―Usted no anda en vehículo ―atina a decir él. ―No, no tengo auto ―contesta un poco avergonzada. ―Si quiere la llevo ―se ofrece de buena gana. Rosario lo mira ansiosa. ―Él es todo lo que tengo. ―Es su único comentario y Tomás entiende. El hombre le sonríe con amabilidad y ternura. ―Rosario, jamás le haría daño a su hijo. Ella sostiene su mirada. ―Confío en usted, señor, pero no puedo evitar sentir miedo por mi pequeño, no quiero que le suceda nada malo. ―Lo sé y no tiene que justificarse, es clara y racional su preocupación por él, cualquiera en su caso ni siquiera hubiese aceptado reunirse conmigo. Es ella la que sonríe ahora, pero no dice nada. ―Quedan veinte minutos para la hora de salida de su hijo ―comenta él un poco atontado―, ¿la llevo? ―Se lo agradecería, no alcanzo a llegar a pie. Tomás se levanta presto de su silla y aparta la de Rosario. La guía hasta el automóvil y le abre la puerta. ―¡Qué caballerosidad! ―susurra ella―. Casi no quedan hombres así. ―Creo que la caballerosidad no pasa de moda. Ella sonríe y se sube al auto. Tomás da la vuelta y se sube a su lado. El colegio de Rodrigo no queda lejos, llegan en poco más de diez minutos. ―Faltan ocho minutos todavía ―comenta él. ―Pero caminando no llegaba ―repone ella. El asiente con la cabeza. ―¿Vive cerca de acá? ―Sí, a menos de diez minutos caminando. ―Si quiere, los voy a dejar a su casa. ―No tiene que molestarse. ―No es problema para mí. Rosario piensa que a fuerza de estar sola tanto tiempo, las atenciones de Tomás le llaman poderosamente la atención. ―¿Acepta? ―pregunta él al ver que ella no contesta. ―Se lo agradecería. Tomás está deslumbrado con esa mujer. No la imaginó así. La había visto en fotos, nunca en persona. El timbre suena y Rosario se baja presurosa. ―La espero aquí ―avisa él. ―Gracias. Él la observa parada en la puerta, esa mujer destaca entre las demás; pensó, al llegar allí, que podía ser bonita, pero jamás imaginó que fuera así. Cuando un niño aparece y la besa, sonríe. Nicole tiene razón, nadie diría que ella no es su madre. Algo le habla ella y le indica el auto. El niño se adelanta un poco y queda mirando a Tomás. ―¿Eres amigo de mi mamá? ―Algo así. Sube, los llevaré a casa. ―Yo puedo caminar, siempre caminamos ―espeta el niño. Tomás le sonríe. ―Yo estoy en esta ciudad de visita, por eso me ofrecí a llevarlos, mañana me vuelvo a mi ciudad, por eso me ofrecí a llevarlos, un día que no tengas que caminar hasta la casa. ―Por favor, Rodrigo, no hagas problemas. El niño mira a su madre y luego a Tomás con odiosidad. ―Bueno, ya ―acepta a desgano. Se suben ambos en el asiento de atrás. Tomás acomoda el espejo retrovisor para mirar a Rosario, ella le hace un gesto de disculpa. Él le cierra un ojo y le sonríe, sabe que la actitud del niño es del todo comprensible. No quiere que nadie ocupe el lugar de su papá. El silencio es tenso en el automóvil de Tomás. Ninguno de los dos sabe qué decir.
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