El mismo día
Veliko, Bulgaria
Castillo de Tarnovo
Anastasia
A mi corta edad entendí que el silencio puede ser liberador en muchos casos, dándonos la paz requerida o ese momento interior que todos necesitamos. Otras veces nos abruma, nos asfixia como un verdugo confirmando nuestra realidad, pues tiene tal magnitud con su presencia que hasta podemos escucharlo, tiene voz propia siendo tan elocuente cuando se presenta, al final es un testigo absoluto y silente de nuestras vidas.
Mi silencio debe gritar lo que no puedo repetir en alta voz dada mi posición, más bien debo ceñirme al protocolo, es lo que permitido y lo correcto para la hija de un Zar, en este caso la emperatriz, reina, o zarina que es el título obtenido después del deceso de mi padre. Sin embargo, la realidad es que no puedo ignorar las palabras de Lazar acerca de una noticia inquietante sobre los otomanos, al contrario, me siento perturbada, ansiosa y curiosa debido al estrecho vínculo de los príncipes rumanos con el sultán Mehmet, quien ahora lleva las riendas de ese imperio. No olvidemos el pacto firmado a la fuerza entre el príncipe Vlad y mi padre, entonces todo lo relacionado a ellos me afecta, como tal dejo escapar la voz de mis labios rompiendo el silencio que nos envuelve.
–Lazar no me incomodan tus palabras, me perturba sobremanera cualquier noticia acerca de los otomanos, considerando que todo lo relacionado con el sultán Mehmet me afecta de manera indirecta. Escuchare a mi corte, no significa que pueden imponerme sus deseos– exclamo con mi rostro compungido y observo los ojos de Lazar sopesando mis palabras.
–Su alteza no es necesaria su aclaración, conozco su rebeldía demás, aunque le recomiendo actuar con prudencia, no pierda la compostura, ni permita ser cuestionada por el resto de sus consejeros– advierte con su voz afable y respondo arqueando la ceja pensativa.
Con pasos firmes y regios, abandono los aposentos que un día pertenecieron a mi padre, rodeada por reverencias profundas de los servidores que, aún en mi incertidumbre abrumadora, me observan con respeto. Ante mis ojos se despliega un sombrío panorama, porque conociendo a Aytos ya está maquinando como imponer su autoridad, sigue pensando que soy una niña incapaz de gobernar, y buscara la manera de tener el apoyo de mi corte a su favor.
Tras recorrer los pasillos iluminados por las llamas de las antorchas me detengo ante las majestuosas puertas de madera centenaria que custodian la entrada al salón principal. Con la mirada altiva los guardias anuncian mi presencia mientras me adentro. Las charlas indistintas cesan de inmediato y en su lugar un silencio sepulcral se prende del ambiente, seguido por las reverencias de rigor y quien toma la palabra es Kirill.
Un hombre mayor con una gran experiencia en la política, diplomático y quien tiene un peso inigualable en la corte, entonces cada palabra debe ser estudiada, sin pensar que puede convertirme en su marioneta, pues mi juventud será cuestionada para gobernar.
–Su alteza imperial en nombre del consejo mis más sinceras condolencias por el deceso del Zar Iván IV y mi agradecimiento por concedernos unos minutos de su valioso tiempo– dice el consejero con su porte conciliador.
–Kirill si estoy aquí es contra mi voluntad, porque lo ideal sería poder despedirme de mi padre como lo necesito, pero remitámonos a lo importante, ¿Cuál es esa noticia alarmante de nuestro embajador? –sentencio con una expresión seria en mi rostro y quien interviene es Aytos.
–Recibimos una misiva del embajador confirmando el triunfo del sultán Mehmet sobre Constantinopla, como consecuencia el imperio otomano apoyara al príncipe Tepes de Valaquia por su colaboración en la cruzada– informa con su voz solemne y asoma mi rostro tenso.
Un hombre como Tepes apoyado por el sultán Mehmet es un peligro, porque después de la conquista de Constantinopla nadie osará desafiarlo, menos emprender una cruzada en su contra, pero no puedo darle la razón a mi corte, menos derrumbarme.
–¡Ah…! Entonces no murió el príncipe Tepes en la cruzada como lo auguraron, pero aún estoy intrigada, porque nosotros no tomamos partido en esa disputa entre los romanos y los otomanos, entonces no nos debería afectar, claro que es discutible– respondo con mi voz de desdén y asoma una sonrisa forzada en el rostro de Aytos, como un velo que apenas ocultaba su malestar.
–Su majestad, no es solo discutible, sino que nos afecta este evento. El embajador y nuestros espías en la corte otomana advierten del respaldo del sultán al príncipe Tepes para reclamar su trono como gobernante de Rumania, sus tierras y a todo lo que crea tener derecho. Eso incluye honrar el pacto entre nuestras naciones– indica con su rostro tenso.
–Ese pacto se firmó en circunstancias dudosas, fue un acto de traición y no puedo aceptar honrarlo a costa de mi libertad, no voy a desposarme con ese hombre. Además, son simples conjeturas, rumores malintencionados, nada más– exclamo con mi voz enardecida y el rostro amargado.
Mi mirada intensa recorre los rostros de mi corte esperando sus voces de protesta, sus argumentos o su comprensión, pero lo que obtengo es un silencio estremecedor que ahonda la tensión y el nerviosismo por mis palabras. Avanzo unos pasos con solemnidad por el salón, cuando retumba la voz de Aytos en el ambiente teniendo mi atención.
–Esto es un juego de cartas y estamos perdiendo sino actuamos pronto. Su alteza mírese en el espejo, ya no es una niña para permitirle semejante comportamiento de rebeldía, ahora es la Emperatriz de Bulgaria, como tal es su deber defender nuestros territorios, ante todo debe entender las ventajas de su matrimonio con el príncipe Tepes, obtendremos garantizar la paz entre ambas naciones, también nadie se atreverá a atacarnos tras el deceso del Zar y por si fuera poco debe darle a su pueblo descendientes para continuar con su dinastía o ¿Piensa que pude negociar otros términos con él? –sentencia Aytos con su voz demandante y me deja sumida en mis pensamientos.
Estambul
Palacio Topkapi
Tepes
Soy un hombre envuelto en una leyenda oscura, alguien a quien muchos consideran frío, sanguinario y cruel. Mi personalidad se percibe como sombría y amenazante, también mi fama como guerrero feroz y sediento de sangre no hace más que acrecentar esa reputación. Sin embargo, pocos conocen la verdadera historia detrás del apodo que me han otorgado: el Empalador.
Mi padre, el príncipe Vlad II de la casa Dráculesti, fue convocado hace más de dos décadas por el sultán Murad II en medio de rumores de su supuesta alianza con los húngaros y su levantamiento contra los otomanos. Consciente del terrible destino que podría esperarle por su traición, mi padre tomó una decisión repudiable para salvar su propia vida. A modo de "prueba de eterna lealtad", entregó su posesión más valiosa al sultán, es decir, a sus hijos. Así, sin contemplaciones, nos entregó a los otomanos, y durante largo tiempo vivimos como rehenes en la corte otomana, lejos de nuestra familia. Solo tenía a mi hermano Radu como compañía, y ocasionalmente éramos visitados por Mehmet, el hijo del sultán.
En medio de esa extraña convivencia, forjamos lazos complicados. Surgió una amistad, pero también una cierta rivalidad entre los tres. Me gustaba destacar, superar a Radu y, en ocasiones, ganarle a Mehmet. Así aprendí a convertir las debilidades de mis compañeros en mis propias fortalezas. Ante todo, siempre me repetía: "Esta no es mi vida, esta no es mi batalla" Quería recuperar lo que me fue arrebatado por los traidores que usurparon mi trono, entonces emergió una oportunidad.
Mehmet asumió el trono como nuevo sultán tras el deceso de su padre y con ello necesitaba ser respetado por su pueblo, por sus enemigos, incluso por su corte. Una mañana otoñal Mehmet estaba discutiendo con uno de sus visires en uno de los salones del palacio, me adentré en el lugar observándolo consternado, aclaré mi garganta y dejé escapar mi voz áspera de mis labios.
–¿Tú visir otra vez cuestiona tu autoridad? ¿Sigue intentando humillarte? Pero eso tiene solución, tienes que demostrar que ahora mandas con un logro impresionante– pronuncié con mi voz envuelta en malicia y miré en sus ojos un reflejo de aceptación.
–Conquistaré Constantinopla, de esa manera me ganaré el respeto de mi corte, de mis enemigos y de mi pueblo, aunque necesito todo el apoyo posible, no basta tener a mi ejército de jenízaros peleando a mi lado, también necesito de tus habilidades con la espada, a tus fieles hombres, ¿Combate en mi nombre para vencer a los romanos? –respondió, cuestionó con una mezcla de determinación y alegría, fruncí el ceño ante su pregunta.
–¿Qué obtengo a cambio? No pronuncies tu libertad, más bien esmérate con tu ofrecimiento y no busques manipularme porque conozco todos tus trucos, no vendas humo– repliqué con una mirada profunda y colocó sus brazos detrás de su espalda con su pose pensativa.
–¡Vlad Tepes! ¿Qué querrá? –dijo con un tono de burla y añadió fijando su mirada sobre mi figura. –¡¿Libertad?! –mencionó y le di una mirada de reproche.
–¡No! La tiene, es libre de caminar por mis territorios, entonces necesita más, cómo recuperar su trono en Valaquia, ajustar cuentas con quienes lo traicionaron. Y si me colaboras te respaldaré, gobernarás Rumania como un estado vasallo de mi imperio, ¿cuento contigo para conquistar Constantinopla? –indicó, propuso y se dibujó una sonrisa de satisfacción en mi rostro.
Tras una de las campañas más extensas logramos nuestro cometido, derribar los muros de Constantinopla, dominar la gran manzana roja y anexar sus tierras al imperio otomano, pero es hora de reclamar lo prometido. Así llegué hace dos noches a Estambul, al palacio Topkapi dónde las celebraciones por la victoria no cesan, apenas pisé la ciudad escuchaba la algarabía de la gente, de los mismos soldados. No obstante, es primordial charlar con Mehmet de nuestro acuerdo, como tal avanzo por los pasillos lúgubres ante las miradas escrutadoras de los pocos sirvientes y de algunos consejeros de la corte, cuando me detengo delante de la imponente puerta del gran salón, donde soy anunciado por los guardias imperiales. Me adentró en el lugar observando al sultán acompañado de mi hermano, saludo con un ligero gesto con mi cabeza y quien rompe el breve silencio del lugar es mi hermano Radu.
–Al fin llegó el hombre del momento, pero saca esa cara de seriedad, es hora de festejar por el triunfo avasallante sobre los romanos– exige Radu con una sonrisa en sus labios mientras me entrega una copa de vino.
–Ese triunfo no es mío, es de nuestro amigo el sultán Mehmet, por ende, no tengo nada que celebrar. Mi presencia en el palacio tiene otros motivos– declaro con mi rostro comprimido y Radu tuerce la boca ante mi comentario.
–Te lo dije Radu, tú hermano solo piensa en retornar a Valaquia, incluso me atrevo a repetir que quiere seguir mejorando su técnica para empalar a la gente y los candidatos adecuados son los traidores que le arrebataron el trono– interviene Mehmet con su voz sarcástica y le muestro una sonrisa forzada.
–Se equivocan no soy tan ¿P…? –digo con un tono de frustración y me interrumpe el sultán.
–¡Predecible! Ese es Radu, tú eres más bien impredecible y ese es el problema, no sé si puedo confiar en alguien como tú para dejarte al frente de Rumania, dame otro motivo para apoyarte– rebate el sultán y tenso mi rostro.
–Puedo someter a Bulgaria sin derramar una gota de sangre, voy a exigirle al Zar Iván IV cumplir el pacto con mi padre, es decir desposar a su hija Anastasia, ¿Es suficiente para tener tu respaldo? –argumento con mi voz áspera y su silencio me confunde.