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Reina de Corazones

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Blurb

Su destino se trazó antes de nacer, pero para ser reina debe forjar una unión con su enemigo, lo que no previno es enamorarse del hombre equivocado. Anastasia es hija del Zar Iván IV de Bulgaria, tras miles de conflictos y cruzadas para mantener sus tierras bajo su dominio, su padre firma un tratado con el príncipe Vlad de Rumania, que consiste en una alianza de ambas naciones por medio del matrimonio de sus hijos. Sin embargo, el tiempo y ciertos acontecimientos externos hacen pensar que esa unión jamás se dará, aunque todo cambia con el deceso del Zar Iván IV, la corte búlgara le exige a Anastasia desposarse para gobernar, sobre todo debe tener descendientes y la única manera es honrar la promesa con los rumanos, ósea casarse con el príncipe Tepes, un hombre frío, arrogante, calculador, con un temperamento atemorizante y con la fama de sanguinario, tanto que es llamado Vlad el empalador. No obstante, el destino tendrá otros planes para ella y de la manera más absurda encuentra el amor. ¿Podrá gobernar Anastasia? ¿Se convertirá en reina? ¿Con quién se desposará? Descúbrelo en Reina de Corazones.

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Mi destino
1371 Veliko, Bulgaria Castillo de Tarnovo Anastasia Todos piensan que ser una princesa es tener una vida de ensueños, porque vives rodeada de lujos, portas las joyas más preciosas, luces los vestidos más hermosos y elegantes, tienes las miradas curiosas de las mujeres que viven celosas de tu posición, en cambio los hombres te veneran, incluso robas su atención imaginando que pueden desposarte, pero todos desconocen tu realidad. Desde que tengo uso de razón he sido educada para llevar la corona, todos los días tenía que escuchar a mis tutores para aprender desde idiomas, protocolos, mapas, estrategias militares, política exterior, por una simple razón: mis hermanos mayores murieron en batallas o porque sufrieron en manos de la plaga que nos azotó, y siendo la única heredera al trono búlgaro debía obedecer a mis consejeros, pero siendo sincera me sentía frustrada, atada y obligada a seguir los designios de mi padre, el Zar Iván IV, pues no podía cambiar las cosas, no había manera que hubieran más descendientes. Mi padre es un hombre bastante mayor que no quiso volver a desposarse tras la muerte de mi querida madre, más bien se sumergió en una soledad que ha ido agravando su salud. Y ese es un tema que sigue preocupándome, porque no estoy preparada para vivir sin él, también no quiero enfrentar el desafió que sería sentarme en el trono, aunque también admito que existe un motivo más poderoso que desde hace algunos años ronda mi cabeza. Una mañana escuché una charla entre mi padre y uno de sus consejeros, Aytos hablaba sobre la alianza con los rumanos, pero no comprendía el motivo de su insistencia por honrar ese pacto, por supuesto que a los pocos minutos despejé mis dudas al escuchar la voz irritada de su excelencia, el Zar. –Aytos ese tratado fue contemplado casi con una espada en mi cuello, fui obligado si es la palabra indicada. El infame de Vlad no dudo en intimidarme, alegando que los otomanos lo protegían, pero como ves todo dio un giro extraño por su ambición, pensó que los romanos lo ayudarían a librarse del sultán Murad II y fue todo lo contrario– expuso mi padre con su voz firme. –Su majestad no estaría tan seguro de nada, porque nada está escrito. Es cierto que el príncipe Vlad murió en manos del sultán Murad II por su traición, pero sus descendientes siguen vivos. Recuerde que el traidor entrego a sus propios hijos a los otomanos como muestra de su lealtad y están siendo educados en esa corte. Le aseguro que no es por clemencia del sultán que siguen con vida, sino como una jugada estratégica. En un futuro los príncipes rumanos van a reclamar su trono, sus tierras y a lo que crean tener derecho, como honrar el tratado con nosotros– indicó Aytos con seguridad en su voz y seguía llena de curiosidad. Intentaba juntar las piezas del pequeño rompecabezas, pero era inútil, hasta ese momento sus palabras eran confusas y preocupantes, más bien lo que tenía claro era de la existencia de un pacto entre ambos imperios, tal vez una tregua forzada, entonces continué atenta a su charla misteriosa. –Mi hija no sé desposara con el maldito rumano, y espero estar vivo para impedirlo, incluso si debo ir a la guerra de nuevo, lo haré sin dudarlo– bramó mi padre con su voz irritada y me quedé con el corazón paralizado. Ahora el panorama estaba claro, mi padre había firmado un pacto para cesar las guerras entre ambos imperios con mi matrimonio, es decir debía desposarme con mi enemigo, con uno de los hijos del príncipe Vlad, la cuestión era, ¿Qué tan factible era impedir ese matrimonio? ¿Podría renegociar el acuerdo? ¿Ese príncipe querría escucharme? No tenía la respuesta en mis manos, más bien por mucho tiempo me dedique en buscar otra alternativa, al punto de conocer con quien tendría que desposarme con la esperanza de encontrar como disolver ese tratado, porque casarme obligada sería como ir al infierno, vivir en una cárcel imaginaria y eso no estaba dispuesta a aceptarlo. No obstante, abrigaba la esperanza que el escenario no cambie. En fin, hoy como siempre me levanté temprano para escaparme de mis tutores, tampoco quería escuchar a los consejeros hablar de política, entonces agarré mi caballo para galopar por los verdes valles de las cercanías del castillo, pero por un segundo contemplé el horizonte percibiendo los rayos del sol acariciar mi rostro, mientras la brisa fresca me embriaga de una manera especial, más que todo respiraba esa sensación de paz y libertad que solo hallo en mis paseos matutinos, aunque de un sobresalto el animal me termino tirando al suelo mientras relinchaba alterado, al parecer una serpiente entre la maleza lo asusto y salió huyendo despavorido escuchando el eco de sus pisas desvaneciéndose en la distancia y dejándome a mi suerte en medio de la nada. Como tal, ahora regreso al castillo con mis ropas cubiertas de lodo, con mi rostro sucio y sabiendo que escucharé un sermón por mi escapada, igual continuo por los pasillos escuchando el murmullo de los sirvientes llenar el ambiente, incluso percibo sus miradas inquietas, pese a sus reverencias solemnes, cuando me cruzo en el camino con Aytos teniendo que escuchar su voz áspera, mientras hace un pequeño gesto con su cabeza como señal de respeto. –Su alteza, no es aceptable su comportamiento, recuerde que usted nos representa, ya no es una niña sino una mujer que se debe a su pueblo, mire sus ropas sucias– exclama con su rostro comprimido y arqueo la ceja. –Aytos esta no es la vida que quiero vivir, es la que me impusieron y aun así he dado mi mayor esfuerzo para cumplir los designios de mi padre. Entonces no te atrevas a cuestionarme, y ocúpate de los asuntos del estado– respondo con mi voz firme y miro reflejado su malestar en sus ojos. –Es mi deber protegerla incluso de usted misma, también guiarla en el camino al trono. Debe comprender que muy pronto tendrá sobre sus hombros una responsabilidad inmensa llevando las riendas del imperio búlgaro, y no puede cometer errores, sino conoce las consecuencias que podrían desatarse– argumenta con su pose formal y me deja frustrada. –Gracias por tu interés Aytos. Ahora quisiera conocer sobre el estado de salud del Zar, ¿Qué han dicho los doctores? ¿Lograron controlar el avance de su enfermedad? –replico con mi voz inquieta, cuestiono y su silencio me confunde. –Lo lamento su alteza, las noticias no son alentadoras, la salud del Zar cada día se deteriora mucho más. La gota lo está consumiendo y es cuestión de horas o días que fallezca– informa dejándome con el corazón roto en miles de pedazos. Dos días después Muchas cosas en la vida pueden ser evitadas, eludidas o pospuestas, pero la muerte es un destino inexorable al que todos, sin excepción, llegamos tarde o temprano. No existe artimaña ni engaño que pueda burlar su fría y despiadada llegada. Es una verdad inquebrantable, una realidad que, aunque conocemos en lo más profundo de nuestro ser, nos golpea con una crueldad que ninguna preparación puede mitigar. Aunque sabemos que es parte inherente de la vida, eso no disminuye el inmenso dolor que se apodera de nuestro corazón cuando enfrentamos la irrevocable pérdida de un ser querido. En mi caso, mis lágrimas continúan brotando sin cesar mientras contemplo el cuerpo sin vida de mi padre, el gran Zar Iván IV. Siento que me encuentro atrapada en una pesadilla interminable mientras permanezco en sus aposentos, tratando desesperadamente de mantener la compostura y no desmoronarme, como se espera de una reina. La corona que llevo sobre mi cabeza se vuelve cada vez más pesada en este momento de profundo duelo. Debo ocultar mis emociones, enterrarlas bajo capas de formalidad y autodisciplina, sin permitir que me dominen, aunque el peso de la tristeza amenaza con aplastarme. Pero en medio de este sombrío escenario y el insondable vacío que la muerte de mi padre ha dejado en mi alma, algo inesperado interrumpe mis pensamientos. Un carraspeo, apenas audible pero intrusivo, rompe el silencio sepulcral de los aposentos. Mi mirada se desvía de la figura inerte de mi padre para identificar a la persona que ha osado perturbar mis pensamientos y el lúgubre momento que afronto, así contemplo la figura de Lazar para después escuchar su voz resonar en el ambiente. –Su alteza, su corte necesita hablarle de un asunto que no puede posponerse más tiempo. ¡Sígame por favor! –indica Lazar con su voz llena de solemnidad y lo contemplo con mi rostro consternado. Lazar es otro de los consejeros de la corte, un hombre centrado, honesto y fiel al imperio, tan diferente a Aytos, que siempre tiene segundas intenciones o es lo que puedo palpar con sus actos. –Lazar no es un buen momento, ante todo tengo derecho a despedir a mi padre como corresponde, como lo requiere su partida. Lo que necesiten repetirme tendrá que esperar unas horas más, dile a Aytos que aprenda a respetar mis decisiones y no intente contrariarme, porque ahora soy la Emperatriz, la Zarina de Bulgaria, ¡¿Fui clara?! –expongo con mi rostro impasible y vuelvo a escuchar su voz resonar en el ambiente. –Su majestad, no busco incomodarla con mis palabras, pero insistiré en que me acompañe, pues recibimos noticias preocupantes de nuestro embajador en Estambul sobre los otomanos. ¿Es suficiente para tener su atención? –indica con su voz llena de preocupación, su rostro comprimido y sus palabras me dejan alarmada.

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