Capítulo 3
Mis hermanos me quieren como a una madre. Soy yo las que los atiende, los consuela cuando se caen, o espanta a los fantasmas por las noches.
Como siempre Auristela les presta más atención a ellos y actúa como si y no existiera.
Siempre duele, pero he aprendido a vivir con eso.
Mi madre se ha convertido en una mujer aún más fría y solitaria; mi padre al cambio cada vez es más dulce, ama a sus hijos (a su modo) por sobre todas las cosas.
Todos mis hermanos asisten a la escuela, menos yo; a mi no me dejan estudiar. A pesar de que mi padre se lo ha pedido a mi madre, ella siempre dice que no. Me necesita con ella en casa para las tareas del hogar. Mi padre no insiste.
Mi padre tiene varios amigos, con cuales se junta a jugar damas en el puerto. Algunas veces al mes el los invita a nuestra casa. Ellos juegan y se emborrachan.
Mi madre nos hace atenderlos. Y luego de la cena nos obliga a recitar poesía. Mi hermana Carmen tiene una voz hermosa y ella les canta baladas y tangos de moda.
Una vez que termina nuestro show envía a todos a las camas, y yo me tengo que quedar fregando trastos, y limpiando la cocina.
Cuando tenía 12 años mi padre trajo consigo a varios hombres, como de costumbre a jugar damas y cacho.
Era muy tarde por la noche y yo estaba en la cocina lavando platos.
Estaban ebrios hasta hartar, se sentían las carcajadas fuertes en la sala. Y los golpes que aquellos hombres mareados hacían mientras chocaban con los muebles de casa para ir al baño.
Sigo lavando cuando siento una presencia tras de mí. Me quedo inmóvil.
- ¿Papá eres tú? - rogando por oír la voz de mi padre.
Sentí por primera vez en la vida ese frío sórdido que recorre mi espinazo, la asquerosa presencia de un hombre borracho inundo la cocina.
-Mijita no tengas miedo. El tío no te hará nada- balbucea el hombre
Se acerca a mí tambaleando y pone su mano gorda en mi espalda, mientras su otra extremidad se desliza por mi pequeña cintura.
Doy vuelta mi cara y me encuentro con su aliento alcohólico que casi me hizo devolver.
-Deje que el tío le haga cariño- pronuncia el pedófilo
Comienzo agitarme, mi respiración entre cortada, siento el miedo.
Trato de alejarme, pero el me tiene acorralada entre el lavaplatos y su grotesca humanidad.
-Shhh…..- pone su mano en mi boca
Mis ojos salen de sus órbitas, quiero gritar, pero no me sale sonido.
Comienza a desabotonar mi blusa, mis tierno pechos comienzan asomarse.
Veo como se relame los labios, el putrefacto hombre.
-Te va a gustar mi niña- me susurra en el oído.
- No, no, no. Por favor no- le imploro.
-Shh, shh…-me calla
Saca su mano de mi boca y noto que se aproxima peligrosamente a mi cara, empuña sus labios en forma de beso.
Yo intento correr mi cara, doblarme, torcerme para evitar el ósculo.
El me tiene entre sus dos manos y agarra firme mi rostro.
Me besa, introduce su jugosa y gorda lengua dentro de mi cavidad bucal.
Es tan asquerosa que me dan náuseas, me deja sin aire, me ahoga con su aire alcoholizado.
Aquel “amigo” de mi padre roba sin escrúpulos mi primer beso y mi inocencia.
Sigo luchando por sacarlo de mis labios; en un intento desesperado por salir de ahí, le muerdo fuertemente la lengua. Tanto que el saltó lejos de mí.
Su boca estaba llena de sangre, tanto que no logré divisar ninguna otra facción en su rostro.
Lo empujo como puedo, me lo saco de encima, y corro.
Volví jadeante a la habitación que comparto con Carmen y Noemí. Me escondí bajo las sábanas y lloré profundamente.
El desamparo que se siente en estas situaciones es horroroso.
Juré, ese mismo día hundida en mi cama, entre lágrimas y temores: Nunca más en mi vida un hombre me pasará a llevar.
Cuando logro tranquilizarme escucho como mi madre y padre gritan en la sala.
Al cabo de unos segundos mi madre irrumpe violentamente en nuestra pieza.
-¡¿Que has hecho niña estúpida?!- grita mi madre.
-¡Hilda! Sal de ahí- buscándome entre las frazadas.
Siento como me toma firmemente de mis rubios cabellos y me arrastra por el pasillo.
-¡Mamá, mamá!, no por favor- trato de suplicarle.
Mientras trato de agarrar la mano que jala mi cabellera.
Me lleva directo al patio, saca una vara gruesa de un árbol.
Y comienza azotarme sin piedad, no hay centímetro de mi cuerpo que quede sin un latigazo.
Yo me arrodillo ante ella, soportando el castigo.
Cubro mi cabeza más no logro nada, la vara sacude mi piel violentamente.
-¿Por qué naciste tonta inmunda?- me grita
-Eres una provocadora- continúa el azote.
-Esos ojos tuyos endemoniados- latigazo tras latigazo.
Tenía la edad suficiente como para empujarla y salir corriendo. Pero no lo hice.
De alguna u otra forma creía que me merecía ese castigo, no por el incidente de recién si no por haber nacido.
Cuando mi madre ya estaba cansada de golpearme, mi padre va por ella, la lleva a casa y yo quedo sola al lado del imponente árbol. Tumbada en el piso
No puedo moverme, toda mi piel tira. De cada yaga sale un hijo de sangre que me escoce la piel.
No puedo ni siquiera llorar. Cada temblar de mi cuerpo me quema como un fierro caliente.
Cuando creía que me quedaba sin fuerzas para vivir siento a Carmen que me toma por la espalda y me levanta lentamente, me dirige hacia el baño que está afuera de casa. Yo como un alma en pena hago mi mayor esfuerzo para moverme.
Carmen de tan solo 7 años me dio una muestra de compasión, y se preocupó por mí. Enjuaga un paño con agua tibia y limpia una a una mis heridas con ternura.
Dentro de su torpeza infantil limpia mi cara, y me da a beber agua.
Cuando por fin ha terminado de lavarme. Me mira a los ojos. Y me abraza. Fue el abrazo más sincero que alguna vez he recibido.
-Hilda, te quiero- alcanza a decir con su pequeña voz aguda.
Nos fundimos en un vínculo que nadie podría destruir jamás. Ella me quería, yo la amaba.