Capítulo
Los días transcurren con normalidad, mis hermanos pequeños son muy revoltosos, debo estar pendiente de ellos siempre. Mi madre está embarazada otra vez y por tanto no puede hacer muchas cosas por ellos, eso le molesta mucho y anda con mal carácter casi todo el tiempo. Soy yo la que está a cargo de la casa.
He pensado un par de veces en el muchacho de la plaza, algo siento en mi estómago cuando me imagino sus ojos color miel. Muy dentro de mí me gustaría conocerlo mejor, pero tengo miedo, mi madre no me permite tener amigos ni mucho menos juntarme con hombres.
Cada día como de costumbre voy a recoger a mis hermanos Carmen y Raúl a la escuela, camino las 4 cuadras que separa mi casa de su establecimiento. Hoy hay un sol radiante digno de primavera, voy con sombrero de paja para no quemarme el rostro. Visto un vestido que me regaló mi tía Susana, ella es hermana de mi padre, el vestido es antiguo, pero es mi favorito, y lo he cuidado mucho. Me empieza a quedar corto, pero aún me lo puedo poner un verano más. Uso los únicos zapatos gastados que tengo.
Mientras avanzo voy cantando una canción en mi cabeza, es un son con violín que mi padre pone cada vez que cenamos. Héctor la está practicando en flauta dulce y se pasa días enteros entonándola. La melodía me agrada, imagino las notas musicales saltando en un campo de nubes algodonosas, cierro los ojos y sonrío.
Al dar un paso más siento como mi cuerpo rebota con algo y me caigo directamente al suelo de espaldas. Mis manos van directamente a mi cabeza y a mi espalda, me quejo del dolor y aún tengo cerrados los ojos.
-Disculpa, ¿Estás bien? - siento una voz cerca de mí, comienzo abrir lentamente los ojos.
Y veo encima de mí su rostro de preocupación sus ojos están encima de los míos y casi puedo escuchar su respiración al hablar. Yo aún media atontada por el golpe comienzo a frotarme los ojos, para poder despertar del sueño. Pero no, no era un sueño era la realidad, tenía en frente mío al chico de la plaza, Emilio.
-Hilda por favor dime algo- ¿Hilda?, sabe mi nombre.
-Ehm…si estoy bien- intento levantarme del suelo, pero aún me cuesta por el fuerte dolor que tengo en mi espalda baja- ¡Auch! - me quejo.
-Tranquila yo te ayudo- extiende su mano y la junta con la mía, da un suave tirón y me ayuda a poner de pie.
-Gracias- siento mi rostro sonrojarse a la par que sacudo mi vestido para sacarle el polvo del suelo.
Acomodo mis largos y ondulados cabellos cobrizos y saco fuerzas para hablar.
- ¿Cómo sabes mi nombre? - me costó un mundo poder esbozar la pregunta. Mi cara sigue roja.
- Te he visto como recoges a tus hermanos cada día y le pregunté a ellos por tu nombre; son bien difíciles de convencer me costó dos paletas de anís para que me lo dijieran. - cuenta divertido.
-Estos niños- me llevo la palma de la mano a la frente en señal de avergonzarme por ellos.
-Descuida, valió la pena- me muestra sus dientes al sonreír. Pienso que es la sonrisa más dulce que he visto jamás.
-Por cierto, mi nombre es Emilio- yo ya lo sabía, había estado soñando con él varios días.
-Un gusto- me aprieta la mano, siento como una electricidad recorrer mi brazo hasta mi rostro, he vuelto a sonrojar. Solo atino a sonreír.
- ¿Te puedo acompañar?- ¿él quiere estar cerca de mío?. Olvidando todas las advertencias de mi madre le digo que sí.
Vamos caminando juntos la última cuadra que queda para llegar a la escuela, conversamos de algunas cosas, me cuenta sus intereses y sobre su familia.
- ¡Hilda, Hilda! - escucho una pequeña voz correr hacia mí. Era Raúl abriendo sus brazos para que yo lo tomase.
Yo lo cargo y le doy un beso, el me abraza. Detrás de él viene Carmen cargando el maletín de Raúl.
-Hilda, este niño es un flojo, cada día tengo que llevarle yo sus cosas. ¡No es justo! - Carmen tiene un gran carácter generalmente yo converso con ella, pero esta vez solo le sonrío y le doy un beso en su frente.
Noto que Emilio continua junto a mí, casi olvidé que él me estaba acompañando.
-Que les parece si vamos a la plaza- propone Emilio. Los niños de inmediato comienzan a saltar alrededor nuestro. - Por favor Hilda, di que sí, di que sí- me tienen acorralada con sus ruegos.
-Vamos Hilda serán solo unos minutos- Emilio toma mi mano y me jala. No puedo ni pensar, su mano es muy suave y me agrada su compañía.
-Esta bien, solo estaremos un momento- les digo a los pequeños. Ellos me abrazan y comienzan a correr en dirección de la plaza. Nosotros los seguimos.
Los niños juegan con otros pequeños. Y con Emilio nos sentamos en una banca de madera. Él está muy cerca de mí, su presencia me hace temblar, yo no conozco estas sensaciones, pero me siento bien en su compañía.
- ¿Por qué no vas a la escuela? - Es una pregunta incómoda; no me gusta hablar de eso, porque lo que más me gustaría hacer en mi vida es asistir a la escuela.
-Porque tengo que ayudar a mi madre con los quehaceres de la casa - le respondo escuetamente y miro hacia otra dirección. El entiende que el tema no me agrada.
-Eres muy linda- siento como mis mejillas van a explotar- Me gustaría verte más seguido- él sonríe.
A mi también me gustaría verte Emilio, pero mi madre no me dejaría jamás juntarme contigo.
-Me encantaría a mi también, pero….-no alcanzo a terminar la frase cuando siento una mano sobre mi cabeza.
-Chiquilla de mierda, ¿Qué haces aquí? - un chillido enfurecido sale de la boca de mi MADRE
No alcanzo a girarme cuando ella me comienza a pegar varillazos y manotazos, yo sólo me cubro con mis manos el rostro. Estaba endemoniada. Me levanta del banco con un tirón y comienza a arrastrarme con dirección a nuestra casa.
Alcanzo a mirar de reojo a Emilio, el estaba congelado en su posición. Yo no lloro, solo volteo mi rostro y comienzo a caminar avergonzada.
Esa fue la última vez que vi a Emilio.
Mis hermanos siguen a nuestra madre en silencio y ella continúa dándome empujones hasta llegar a casa.
-Que te crees Hilda, estabas prostituyéndote en la plaza- me grita mirándome directo a los ojos.
-Quita tus horrendos ojos de mi vista- recibo un bofeteo.
Toco con ambas manos el lugar donde ella me acaba de golpear y bajo la mirada al piso. Ni una sola lágrima sale de mí. Ya no tengo sentimientos sólo recibo el castigo al igual que muchas otras veces.
-Mamá, yo le pedí a Hilda que nos...-Madre dirige su mirada furiosa hacia Carmen, ella no pudo articular ni una sola palabra más. Entre los golpes veo como ella comienza a sollozar por verme así.
Trato de mirarla y darle tranquilidad. No te preocupes por mí hermanita, yo soy fuerte.
Madre me sienta en una silla de la cocina, y veo como busca en el cajón unas tijeras. La saca y la mira a la luz.
-Con esto no vas a querer salir nunca más de casa a juntarte con hombres. ¡Sucia! - Siento como toma mi pelo en un solo puñado.
-No, madre no, por favor mi cabello no- Era la única pertenencia que tenía, ella sabía que ese era el peor castigo que podría darme. Sin embargo, ella no escucha.
Sin escrúpulos y de una forma muy violenta comienza a cortar mi pelo, centímetros y centímetros caen muertos al suelo, mis ondas cobrizas cubren todo el cemento de la cocina. Pero no lloré, no en frente de ella.
-Así nadie se podrá fijar en tí, ahora eres horrible- Al terminar de darme mi castigo me envío a mi dormitorio.
-No te quiero ver chiquilla estúpida- me lanza un último grito, mientras yo camino a mi dormitorio.
En la habitación me esperaba Carmen. A penas entro ella me abraza.
-Perdón Hilda, perdón- comienza a llorar- No debí insistir para ir a la plaza, es mi culpa- me aprieta entre sus brazos.
-No es tu culpa Carmen-Le devuelvo el abrazo y apoyo mi cabeza en su hombro. Ambas lloramos.
-Pero Madre te dejó así- ella toca el poco pelo que queda en mi cabeza.
-No importa el pelo crecerá- le doy un beso en su frente.
- Tienes que estar tranquila tu no hiciste nada malo- seco sus lágrimas con el dorso de mi mano y la acuesto en su cama.
-Buenas noches Hilda te quiero.
-Buenas noches Carmen yo también te quiero.
Queridos lectores, esta novela estará en receso mientras termino mis primeros escritos. Pero prometo volver.
¡Gracias!