CAPÍTULO 2
Cuando tenía 4 años, llegó a nuestras vidas Héctor.
Un hombre 5 años mayor que mi madre; cariñoso y muy preocupado por mí, cada vez que nos visitaba me traía un chocolate. Yo le tenía cariño pues el siempre fue muy dulce conmigo.
El, la cortejaba a diario y recuerdo que le pedía constantemente a mi madre que fuera su novia. En un principio ella se rehusaba; pero un día mi abuelo se llevó a mi madre a dar un paseo. Yo me quedé con mi abuela ayudándola, como podía, a lavar camisas blancas.
Al día siguiente mi abuelo anunció el compromiso de Auristela con Héctor. Desde ese momento en adelante el seria mi Padre.
Cuando mi madre Auristela contrajo matrimonio con mi padre Héctor, nos mudamos a una pequeña casa a 1 kilómetros de mis abuelos. Yo no quería alejarme de ellos, pero no tuve más opción.
Mi padre se dedicaba a arreglar zapatos, no era el zapatero principal, pero si su ayudante y se esforzaba día a día para que no nos faltara nada.
A pesar de no tener el cariño de mi madre, mi padre me consentía. Él siempre estuvo orgulloso de mí y mis travesuras.
Ya casi no visitábamos a mis abuelos, el trabajo diario de mi madre en la huerta le ocupaba gran parte del día.
Ella me enseñó muchas cosas sobre los quehaceres del hogar, a pesar que sólo me necesitaba para que le alivianara el trabajo de la casa, yo aprendí con esmero.
De poco aprendí a cocinar, a zurcir y desmugrar ropa. Me levantaba cada mañana al alba a sacar huevos y recoger la leche.
Mi madre no me permitía jugar en el patio, y cada vez que yo me escapaba para trepar un árbol ella me pegaba con una rama de membrillo. Cada golpe que me daba me dolía más por su desapego, por su rechazo hacia mí y no tanto por el daño físico. A los 5 años mi infancia se había ido.
Al poco tiempo mi madre quedó embarazada. Los meses pasaron muy rápido mientras yo seguía colaborando en los deberes.
Un día Auristela se encerró en su habitación con muchas sábanas blancas y toalla. Llegó una señora con manos muy grandes y entró también junto a ella.
Mi padre estaba ansioso, no hacía más que fumar pipa. Se sentaba y se paraba de nuestro sofá. Caminaba de un lado a otro como un león enjaulado.
Al cabo de un par de horas, escuchó un gran quejido seguido de un poderoso llanto. Inmediatamente mi padre se levantó de un saltó de su descanso.
-Ha nacido, ha nacido- Le escucho gritar
Me agarra en brazos y comienza a saltar. ¡Hilda ya eres hermana mayor!
En ese entonces no sabía muy bien que me quería decir, pero lo vi tan contento que no me quedó más que unirme a su alegría.
Me deja en el suelo.
-Espera aquí hija, iré a ver cómo está tu madre.
Le hago caso. Me siento obedientemente en el sofá y espero.
Se abre la puerta y me invita a entrar. Yo, muy temerosa doy un paso tras otro lentamente. Me asomo por el umbral de la puerta y miro detenidamente a mi alrededor.
Veo a mi madre en su cama descansando, exhausta. Casi dormida.
Y en brazos de mi padre un pequeño bulto envuelto en una toalla blanca.
El se agacha y me lo muestra.
-Hilda, ella es Carmen. Tu hermana- me da una sonrisa.
Parecía una muñeca arropada, su tes era blanca como la leche. Me dio gracia imaginármela como un empolvado de harina.
- ¿La puedo tocar papá? - pregunto temerosa
-Claro que sí Hilda. Adelante.
Subo mis pequeños dedos hacia su cabeza, y la rasco tiernamente en su calva.
Sonreí. Pero sólo por ahora.
Mi pequeña mente jamás habría podido imaginar lo que se vendría por delante.
Pero ahora era un buen momento, así que lo disfruté.
Éramos sólo papá, Carmen y yo en ese instante. Sentí alivio de que mamá durmiera.
Así pasaron los meses, Carmen creció fuerte.
Mi madre la amantaba religiosamente, cuidaba de ella y le cantaba canciones para que durmiese.
Escondida tras los muebles, las observaba jugar. Mi madre le agarraba sus diminutas manitos y se las besaba. Le hacía cosquillas en su vientre y Carmen reía a carcajadas.
Esa fue la primera vez que experimente ese sentimiento. La envidia.
Sin embargo, aún no podía comprender que es lo que estaba sintiendo. Yo era apartada como un perro con tiña, más Carmen era amada.
Esa noche lloré, aferrada a mis sábanas en medio de la oscuridad. Cuidando de no hacer ruido me tragué el sollozo lo que más pude. Durante mis tiernos 5 años siempre había estado sola.
¿Qué te hice yo madre para merecer tu rechazo?
Me quedé dormida en medio del llanto, imaginando ser Carmen.
Los meses transcurrían yo me dedicada a realizar las tareas del hogar, la única muestra de amor que recibía era de mi padre al llegar.
Mi madre no hacía más que golpearme o empujarme si cometía un error.
Recuerdo un día, mi madre me mandó a calentar el almuerzo de Carmen. Al tomar el cuenco directo del fogón; me quemé y producto del dolor arrojé el alimento al suelo.
Mi madre furiosa; comenzó a golpearme con una cuchara de palo. Yo como acto de defensa me recosté en el suelo en posición fetal. Recibí la paliza por mi descuido sin quejarme.
En cada golpe que me daba gritaba:
-Eres lo peor que me pudo pasar en la vida Hilda. Te odio.
-Te odio Hilda, te odio.
Me pegó tan duro que dejó todo mi rostro, piernas y brazos morados. Me pegó hasta dejarme inconsciente. Ahí tirada en el suelo. Estaba tan hinchada que no podía abrir mis ojos.
Mi padre al llegar de su trabajo me encontró en el suelo de la cocina; me curó las heridas; me recostó en mi cama. No dijo más nada y me dejó sola.
¿Por qué mi madre me odia?
A pesar de que a veces siento envidia de Carmen, la quiero mucho. Ella es muy risueña y siempre quiere estar conmigo persiguiéndome. Yo la cuido, la baño y la alimento.
Cuando Carmen cumplió un año mi madre se embarazó otra vez.
Y así lo hizo durante 10 largos años.
Estuvo 16 veces embarazada; y tuvo finalmente 8 hijos contándome a mí.
Fueron 10 duros y largos años. Yo cuidé de cada uno de mis hermanos. Mude, alimenté, bañé y enseñe a caminar 7 veces.
Aprendí a vivir con la indiferencia de mi madre. Me bastaba con el amor de mi padre y hermanos.