Elian Brin
Tenía en la mira la compra de Nubak. Complementaba perfectamente mi negocio con los dos hospitales de especialidad que había adquirido años atrás. Ahora con la noticia del fraude que hizo el gerente Vidal. Todo se había vuelto a mi favor. Ya no tenía que pagar la cantidad que el actual dueño me pedía. Ahora podía aprovechar la mala reputación de la empresa para poder adquirirla bajo mi propio precio. Era algo fácil. Apenas iniciaría mi segundo año como senador, era muy difícil que alguien me llevará la contraría. Sonreí. Había solo una persona que me había ordenado algo y aún no se me olvidaba. Pase mi dedo pulgar sobre mis labios, recordando la sensación de tener esos labios rojos de terciopelo sobre los míos. Así que te llamas Catrina Vidal, pensé, mientras sujetaba en mis manos el periódico abierto en la nota sobre el fraude del gerente de Nubak, él era su padre. ¿Ella habría huido del país con él? Me daba mucha curiosidad saber más sobre aquella chica desconocida. Por un momento dude si seguiría en la habitación del hotel o ya se habría ido.
—Llévame al hotel —le ordené a mi chofer.
Tomo mi móvil y hago una llamada, le pido a mi asistente que investigue todo sobre Catrina Vidal. Cuando llego a la habitación, como lo supuse, ella ya no está. Miro la cama, ya han hecho la limpieza del hotel y se han llevado las sábanas manchadas. Y pensar que he sido el primer hombre en tenerla. Mi boca se humedece al pensarlo. Paso saliva. Luego observo un pedazo de papel doblado en la mesita contigua a la cama, lo tomo entre mis manos, veo que en medio de él hay un billete, frunzo la ceja, confundido leo algo que ha escrito de su propio puño y letra.
«Lo de anoche fue una equivocación, por favor, no me busqué tómelo como algo casual, le dejo dinero por su excelente servicio… médico claro esta».
Arrugo la nota en el interior de mi mano.
“Chiquilla insolente, me las pagarás”, pienso.
Catrina Vidal
Deambule por varias horas en las calles hasta que me dolieron los pies. Pronto anochecería y no tenía idea de donde pasaría la noche. Mi estómago rugía del hambre que tenía. Me lo sobe con las manos para tranquilizarlo. No tenía dinero más que los cien pesos que llevaba en mi bolso, si los gastaba ahora me quedaría sin nada. Mi estómago rugió una vez más. Tenía que pensar en algo rápido, no iba a pasar la noche en la calle, tampoco estaba dispuesta a pasar hambre ni convertirme en una vagabunda, ante todo aún conservaba mi dignidad. Yo no tenía la culpa de lo que me estaba sucediendo, quise consolarme.
Llegué a una tienda de conveniencia tomé un sándwich de uno de los aparadores. Mientras caminaba por los pasillos vi una botella de tequila barato. Hice cuentas y justo traía el dinero para pagar ambas cosas. Necesitaba el sándwich para satisfacer mi estomago por última vez y el tequila para darme valor a lo que estaba a punto de hacer. Salí de la tienda pensando cuál sería el lugar donde ejecutaría el plan que se me acababa de ocurrir. Pensé en aquel puente peatonal de concreto que estaba cerca del fraccionamiento donde vivía con mi padre. Faltaban unos kilómetros para llegar hasta allí. Camine y camine. La noche cayó y el frío comenzó a sentirse haciendo que temblara mi cuerpo. Llevaba vestido de tela fina y eso no ayudaba en nada. Me senté en el piso del puente, a esta hora nadie venía ni pasaba por lo cuál era perfecto para mí. Mientras comía de mi sándwich le daba sorbos a la botella de tequila. Así estuve un buen tiempo hasta que la botella casi termino y comencé a sentirme mareada.
Con ayuda de mis manos, me puse de pie como pude. Lagrimas comenzaron a salir por mis ojos al recordar todas las desgracias por las que estaba pasando. “Mamá pronto estaremos juntas” me dije en voz baja. La extrañaba tanto. Mire hacía abajo del puente peatonal, necesitaba asegurarme que una vez que me aventará moriría a la primera, de nada servía que quedará con vida si ahora aparte de no tener nada ni a nadie, sería un estorbo para la sociedad.
Tragué saliva.
—Estoy lista —musite.
Me puse de puntitas con la intención de subir a la protección del barandal del puente peatonal. Pero en eso escuché la voz de un hombre. Todo mi cuerpo se alerto en cuestión de segundos. Gire mi cabeza buscando al dueño de esa voz.
—Niña no lo hagas… —dijo de nuevo —una jovencita como tú no debería pensar en matarse.
Mire al hombre de aspecto descuidado. Me miraba fijamente. Traía puestos unos pantalones rotos y una camisa manchada de tierra junto a un cabello y barba demasiado largas. El miedo comenzó a invadirme. Instintivamente di un paso atrás. El puso las manos adelante diciendo —no me tengas miedo linda.
Negué con la cabeza. Luego limpie mis lágrimas.
—Aléjese por favor —le pedí de la manera más amable que pude. Estaba completamente mareada, sentía que en cualquier momento mi cuerpo me traicionaría cayendo al suelo.
—Ven linda, ven conmigo, te llevaré a casa, ahí podemos jugar a gusto —mientras el hombre hablaba con su voz ronca, noté con miedo como fijaba su mirada en mis pechos mientras se relamía los labios. Me estremecí. Antes de que intente abusar de mi me aviento del puente.
—¡Aléjese! —chillo.
Siento tanto miedo. ¿Por qué la vida me castiga así?
El tipo en un movimiento me jala de uno de mis brazos, me atrapa entre los suyos, puedo sentir de cerca su asqueroso aliento sobre mi cuello. Trato de zafarme, pero no tengo fuerzas. Lloro desconsolado. De pronto siento como el tipo me avienta al suelo. Me golpeo fuerte, pero mis ojos se abren con terror cuando escucho la voz de aquel hombre que grita de dolor. “¿Qué ocurre?” es lo primero que pienso. Trato de abrir los ojos con todo mi esfuerzo, veo a otro hombre, pero vestido de manera elegante propinarle varios golpes, uno en la quijada, otro en el estómago, hasta que el hombre vagabundo se queda tirado en el suelo.
Aquel hombre vestido de traje se acerca hasta donde estoy, se pone de cuclillas. Casi no distingo su rostro, estoy tan ebria que yo misma siento lastima por mí. Acaricia mi mejilla con suavidad y ternura como si pudiera leer mis pensamientos.
—¿Estás bien? —alcanzo a escuchar.
Asiento.
No se quien es este hombre, pero me ha salvado, le debo mi vida a él. Me toma entre sus brazos y me levanta como si fuera una muñeca. Mis ojos se cierran lentamente cuando siento ese aroma relajante a vainilla amaderada. Es el mismo aroma que ya conocía. Podría ser que…