6. ¿Qué yo te...?

1224 Words
Catrina Vidal “¿Dónde estoy?” Fue lo primero que pensé después de abrir los ojos y darme cuenta de que no sabía en que lugar estaba. Miré al techo, era blanco, fruncí el ceño, eso no me decía nada. Rápidamente me senté sobre el borde de la cama. Mire la ropa que traía puesta. Era un pijama de seda. Mis ojos se abrieron por completo cuando escuche aquella voz tan grave y varonil —Al fin despertaste —me gire rápidamente para verlo a él. De arriba abajo lo recorrí con la mirada, ¿Quién era? ¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy aquí? Mi mente comenzó a barajear un sinfín de preguntas sin respuesta. —¿Quién eres tú? —me atreví a preguntar primero. Aquel hombre de aspecto jovial, cabello castaño, ojos al parecer color miel algo oscuros, nariz afilada y barbilla perfectamente afeitada. Me miraba divertido, no entendía cual era la gracia del asunto. Al no decir nada, comencé a desesperarme. ¡Ohh… no! ¿Quién me ha cambiado la ropa? Vino esa pregunta a mi haciendo que sintiera demasiada vergüenza. —Yo soy quien tu quieras que sea —dijo en forma de adivinanza. Esa respuesta no me gusto para nada. —¿Por qué estoy aquí? —lancé otra pregunta. El se cruzo de brazos, avivando ese aspecto de superioridad engreída que percibía a su alrededor. Los músculos de sus brazos se ciñeron a las mangas de su camisa que llevaba perfectamente fajada a sus pantalones. —Estabas ebria —respondió como si nada. Al ver como este tipo me respondía muy escueto. Necesite algunos segundos para reformular mis preguntas. —¿Esta es tu casa? —pregunte otra vez. —Así es… —¿Tú me cambiaste de ropa? —pregunto con temor a la respuesta, pero necesitaba saberla. —Así es… —soltó sin más. ¡Queeeeeeeé! Abrí los ojos como platos, la sangre me subió a la cabeza y no pude con tanta vergüenza —me parece divertido ver como te sonrojas, yo no fui quien te cambio de ropa, aunque pude, no lo hice —me miro fijamente mientras sentía las ganas enormes de soltarle un puñetazo por mentiroso y burlón —quien te cambio la ropa fue una de las empleadas de la casa. —Eres un… —musite en voz baja pero aquel hombre soltó una carcajada, no pude evitar mirar hipnotizada aquellos dientes perfectamente alineados, seguro se hizo un tratamiento, era la sonrisa más bella que en mi vida había visto. —¿Insolente? —completo mi frase, luego saco de uno de los bolsillos de su pantalón un billete, que, al verlo, casi me desmayo de la impresión —Dime Catrina, quien es insolente aquí, ¿me dejas dinero en la habitación del hotel después de tener sexo? ¿sabías que me has desvirgado y ahora debes pagar por esto? Y no… con este billete no te alcanzará para pagarlo. Clave mi mirada en la suya. ¿Cómo era posible? Este tipo no tenía ni la más mínima finta de ser virgen. Que vaya a contarle a su mamá esa mentira que yo no me la creo. Virgen era yo, pensé con rabia, me costo mucho guardarme para mi novio, ex novio y me fui a meter con un tipo que ahora me sale con que lo desvirgue, que le vaya con otro cuento a otra por que yo no me lo creo. Estaba demasiado enfadada con este tipo que solté un —¡Pues tu me has desflorado! El hombre sonríe y yo no entiendo nada. —¿No te parece que seremos la pareja perfecta? “¿Quuueeeeé?” Acaso este loco. —Creo que no me entiendes, yo no creo que tu seas virgen, ¿Cuántos años tienes? ¿treinta? —No tengo treinta —contesta apresurado. Sin darme cuenta cada vez que hablo doy un paso al frente acercándome más a él. —¿Entonces cuántos? Tampoco creo que tengas veinte… —Veintiocho… —Aaahahh pues déjame decirte que lo que tu hiciste fue aprovecharte de una jovencita inocente como yo, por que no me acuerdo de nada solo tengo recuerdos vagos de esa noche. Él se acerca a mi acechante, pero yo me escabullo con facilidad. —¿Qué yo me aproveché de ti Catrina? ¿Qué no recuerdas que fuiste tu quien me rogo por pasar la noche conmigo, ¡tengo calor, quítame la ropa! —¿Pero que demonios decía este hombre?, negué con la cabeza sintiendo tanta vergüenza —quítame la ropa y hazme tuya, ya no te acuerdas de los sonidos de placer que salían de tu boca, lo hicimos en la cama, en el sofá, en la pared… —¡Basta! —grite enfurecida, para después desviar la mirada de él —está bien, puede que lo hayamos hecho, pero no se a que punto quieres llegar, fue una noche de sexo sólo eso. —Para mí no lo fue Cat —fruncí el ceño, sólo mis abuelos me decían de esa manera. Su voz se suavizo —te traje aquí, por que aquí estarás más segura que en la calle, te vestiré y te daré comida, nada te faltará, incluso tendrás una mejor vida de la que tenías con tu padre, si te casas conmigo… “¿Qué dijoooooo? ¿Casarme con él?” Casi me desmayo de la impresión. —¿Es que te obsesionaste conmigo? —pregunto aterrorizada. Un hombre como él no merece tener tanta belleza, es un depravado. El arquea ambas cejas. —Claro que no, no estoy obsesionado contigo —responde obviando. Me cruzo de brazos. —Entonces, ¿te enamoraste de mí? —soy una ingenua, creo que vi demasiadas películas de Disney que sueño con que algún día llegue mi príncipe a salvarme. Él ríe de nuevo. —Yo no me enamoro —contesta serio. —¿Entonces? —Necesito una esposa, y que yo sepa, tú no tienes a nadie más en este mundo, ¿o sí? Como dije antes, a mi lado tendrás una buena vida Catrina, todo lo que te puedas imaginar, ¿quieres saber si tu padre es culpable de verdad? Bien, también con eso te puedo ayudar, ya que acabo de comprar Nubak esta mañana, me la han vendido barata por el chistecito que hizo tu padre. Entrecierro los ojos. Toda mi piel se eriza al pensar en papá. —Si mi padre fuera inocente —titubeo —¿tu me ayudarías a librarlo de toda culpa? Sonríe levemente. —Sólo si fuera inocente —pienso, pienso y pienso… no tengo otro lugar a donde ir, a la calle jamás regresaré eso no, allá me pueden pasar cosas que ni imagino, este hombre me esta ofreciendo demasiadas cosas, ¿pero a cambio de que…? Ni si quiera lo conozco —¿Qué decides? Traté de descifrar su mirada. Este hombre de aspecto frío y rudo parecía tener un lado tierno cuando suavizaba su voz. —Bien, me casaré contigo —me encogí de hombros, que otra alternativa tenía —pero sólo con una condición. El hombre pone ambas manos en su cintura agudizando su mirada. —¿Cuál? —Que no me toques sin mi permiso. Lanza una sonrisa pícara. —Claro, ¿es todo? Asiento.
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