Tarde con Albert

2477 Words
Como Candy dijo que haría, divulgó entre familiares y amigos el vídeo de Lexi y Rick llegando al hotel con la fecha en pantalla, dejando claro que fue el día de su luna de miel. Sus padres no dejaron de llamarla luego de que todos los familiares sabían el descaro que cometió la pequeña Lexi. Le debían una disculpa a Candy, pero eso no era lo que a ella le interesaba, sino la ruptura que habría entre Lexi y Rick. Fue muy obvio el golpe que eso ocasionó a los dos, más cuando Rick intentó presentarse en su trabajo para hablar con Candy. Había hecho todo un alboroto, pero no logró pasar de la puerta. —Está loco.—dijo Samara a su lado.—¿Por qué no nos vamos a otro lado? Así no lo tienes que ver. Seguirá con su escándalo. ¿Quieres que almorcemos juntas? Así platicamos. Tenemos que ponernos al corriente en muchas cosas. —No, estoy atrasada con los trabajos y unos informes que debo revisar. Lo sabes. —Un descanso viene bien, relajar la mente. Todo esto es mucho para ti, Candy. Solo intento cuidarte. —Y te lo agradezco, porque yo misma me descuido muchísimo. Últimamente estoy durmiendo muy poco y estos días me he sentido débil. Parte del estrés. Espero que todo esto acabe cuanto antes. —Desde que Albert y los abogados de Rick se vean. ¿En qué fecha es? —Dentro de una semana. —¿Y ya han hablado? ¿Qué parte de la cláusula es la que te va a salvar, Candy? —No quiero hablar de eso ahora. He quedado con Albert en su oficina. Tengo que llevarle una propuesta que me pidió. —Lo vi salir antes de que Rick viviera a hacer su escándalo. —¿Se ha ido? Pero si hemos quedado ya.—Miró su muñeca, observando la otra en su reloj costoso.—¡Mierda! Lo llamaré para ver que pasa. ¿No te ibas a almorzar?—dio media vuelta y se dirigió hacia donde estaba la secretaria de Albert para saber más de él.— Celine, ¿está Albert? —El señor Smith ha salido. —¿No te dijo si regresaría pronto? Teníamos que vernos en unos minutos. —No creo que ya regrese hoy. Era consciente que Celine no le diría mucho más. Candy puso los ojos en blanco. De haber sabido que él no la vería, habría programado su agenda y así no se quedaba con la tarde pedida. Camino a su oficina, recibió una llamada. Justo a tiempo. Era Albert Smith. —Candy, ¿sigues en tu oficina? —Justo iba saliendo de hablar con tu secretaria. ¿Por qué no me cancelaste? —¿Puedes creer que lo olvidé? De todos modos necesito ver esa propuesta. ¿Y si vienes a donde estoy? —¿Y dónde estás? ¿Almorzando? —Preparándome para dar un paseo, ¿te unes? —Albert, tengo ya preparada la propuesta. —Tráela. La veré aquí. —¿No puedo negarme?—sabía que él salía con paseos muy extraños, como aquella vez que dijo que tenía que refrescarse y terminaron esquiando sin Candy tener la más mínima idea de lo que hacía o cuando la invitó a una pequeña fiesta y era una boda privada en la que ella solamente lo conocía a él. Con Albert era mejor estar alerta, o podía terminar en una de esas situaciones sin que se diera cuenta. Tomó los documentos de su oficina y salió, despidiéndose de Samara que aún seguía allí. (…) Había pasado todo un mes desde aquella locura donde se acostó con una mujer casada mientras estaba de luna de miel. Los primeros días se sintió muy culpable y eso solo aumentó luego de la visita de Rick, cuando supo que ellos dos se iban a divorciar. Cuando se lo contó a su hermano, David Jackson, la primera opción de este fue decirle a su hermano que la llamara. Total, si ya estaba divorciada, ¿qué más daba? Había hablado con Asher, pero no se atrevió a decirle que le preguntara a su amiga sobre Candy Weber. Miró en internet la información de ella que aparecía en el bufete donde trabajaba. San Diego. Incluso antes de contactar con ella o tan siquiera intentarlo, ya Alaric estaba buscando y viendo las maneras de ir. Un par de horas en coche, pero también había visto las líneas de tren y los diversos vuelos que conectaban allí. Llamó a Asher. —¿Ocupado? —Terminando de almorzar. ¿Quieres que adivine o me vas a decir? David me dijo que estabas aún pensando en Candy Weber. —Pero, ¿tú la conoces? —Jamás la he visto. Aunque podríamos organizar una cita doble. Samara y yo, Candy y tú. ¿Qué te parece? —¿Tienes el número de Candy? —Si te acabo de decir que no la conozco, Alaric. Pero puedo hablar con Samara. —No, mejor no. ¿No fue Samara la que te pidió que me dijeras que declarara en contra de ella junto con su esposo? La idea de Samara no es buena.—Asher se quedó pensando en lo que dijo Alaric.—¿Sabes qué? ¡Olvídalo! Si en algún momento quiero contactar con ella, solo tengo que llamar a su oficina, ¿no? —Es tan sencillo como eso. —Es muy sencillo. Tengo el número en pantalla. —Pues llama. ¿Estás en casa? —Sí. —Bien. Me aseguraré de que no te retractes. Toma el teléfono de casa y márcale. Alaric quería tener tiempo para arrepentirse, pero Asher no estaba dispuesto a eso. —Pero… —Está claro que aunque sea tienes un mínimo de interés en ella o curiosidad. Entonces, ¡llámala! Él tenía algo de curiosidad sobre Candy Weber, pero cada vez que se presentaba la oportunidad de hacer contacto con ella, él retrocedía. Tenía dudas. Tenía el miedo de que aquello solo fuera un revolcón de una noche y únicamente sirviera para comprobar que él no estaba hecho para relaciones seria y que para Candy también había sido algo de una noche. Quizás a lo que tenía miedo era a otro rechazo. Terminó la llamada con Asher y cerró la pestaña en el ordenador donde veía el sitio web de donde trabajaba Candy. No podía. No se sentía listo. (…) Cuando estaba a solo diez minutos de llegar, según la ubicación que le envió Albert, Candy recibió una llamada de este. —¿Por donde vienes? —Estoy cerca, Albert. ¿Sigues allí? —Sí. Aquí te espero.—esos fueron los cortos diálogos antes de que Candy llegara al lugar. Cuando bajó de su Cadillac gris, Albert fue a alcanzarla antes de que ella se alejara del coche, llevaba en su mano un salvavidas y una toalla, iba vestido con un bañador y unas chanclas, su pecho al descubierto, dejando ver aquella fina serpiente tatuada que recorría de manera horizontal la parte baja de su abdomen marcado. Sus ojos bajaron hacia allí, distrayendo completamente a Candy. Tragó al ver la forma en la que eso se lucía en el cuerpo de su jefe. Pestañeó varias veces para obligarse a alejar sus ojos de esa área, sobre todo porque la tela del bañador era muy fina. Se la imaginaba mojada. —Albert.—la mirada de Candy recuperó la compostura mientras él la miraba de manera graciosa.—Lo que sea que estés pensando que haré, no lo haré. Ese salvavidas no es para mí y no traigo bañador, solo estos documentos de lo que me pediste. Ya no estoy para estos juegos, eran divertidos cuatro años atrás, ahora mismo no. —¿Quién dice que estoy jugando? Deja los documentos en el coche y ven, te tengo un bikini. A lo mejor acierto y es tu talla.—la miró completamente, presionando su mirada sobre el tamaño de sus senos.—¿Qué talla de sostén tienes?—Ya sabía que Albert era más directo con ella fuera del área laboral, pero no lograba acostumbrarse a lo relajado que él era fuera de la empresa. —Seguro que acertaste.—no le quedaba de otra. Abrió el la puerta del coche y dejó los documentos allí. Miró sus tacones y suspiró con pena, esperando que no se le estropearan porque eran sus favoritos.—¿A dónde tengo que ir para cambiarme? —Ven.—le dejó el salvavidas en su mano, haciendo que ella lo siguiera. Pero solo llegaron hasta su Range Rover.—Dentro está tu bikini y ahí te vas a cambiar. Ella dejó caer el salvavidas y se cruzó de brazos. —Por estas cosas deberías de pagarme extras, Albert. —Estos son cosas de amigos, no de jefe y empleada, Candy. —¿Lo planeaste —De alguna manera tienes que relajarte, ¿no? —No sé cómo no lo vi venir. ¡Te das la vuelta!—él le abrió la puerta y Candy entró a la parte de atrás, al menos era bastante amplia. Miró el bikini, comprobando que él acertó con la talla. Se desvistió mientras veía la espalda de Albert. Sabía que él solo lo hacía porque ya su familia sabía lo que había hecho Lexi con Rick y ella estaría recibiendo muchas llamadas, sí quería distraerla de todo eso. Los Weber solían ser sofocantes. Abrió la puerta ya lista. Tomó el salvavidas del suelo y lo colocó delante de su cuerpo, para evitar la directa mirada de Albert. Pero él fue más astuto y le quitó el salvavidas para ayudarla a que se lo pusiera. Mientras, la miraba. —Ahora sí, estamos listos. Haremos un paseo por las cuevas que hay por aquí cerca. —Me dan miedo las cuevas. —Pues la vemos desde lejos. Tenemos bocadillos, agua y cerveza. Ya está todo en el bote.—tomó la mano de Candy, juntos se acercaron a la orilla.—Hace un buen día, ideal para esto. —No puedo decir lo contrario. ¿Trajiste protector solar? —Sí, también está en el bote. Cuando subamos, te coloco un poco. —¿Sabes controlar ese motor?—Preguntó Candy cuando llegaron a la orilla. El agua estaba un poco fría en sus pies. —Un poco.—tomó a Candy de la cintura y ella dio un salto para subir, impulsada por él.—Tú te sientas allí. Toma lo que quieras, pero deja algo para cuando lleguemos a la cueva. El inicio del paseo fue silencioso, ambos iban tomando una cerveza de lata, mientras el suave sonido del motor interrumpía el de la naturaleza. Pero seguía siendo agradable. Cuando llegaron a la primera cueva, Albert apagó el motor. Iban a almorzar en ese lugar. Comenzaron a platicar de cosas ajenas al trabajo, ella se comió dos bocadillos y Albert cuatro, se tomaron otra cerveza más y él le colocó el protector solar en toda la espalda y brazos, el resto del cuerpo se lo colocó la propia Candy. Al final también Candy lo ayudó a él. Cuando llegaron a la segunda cueva, allí se encontraron con más personas que estaban haciendo la misma excursión. En esa no tardaron mucho en irse, pero en la quinta ya tomaron un baño. Sin el salvavidas. —¡Está fría!—se quejaba ella. —Fresca. Está deliciosa el agua.—arrojaba agua a su cara y ambos comenzaron a jugar. Para cuando subieron al bote, Candy no podía apartar sus ojos de el bañador mojado de su jefe. —¿Por qué haces estas cosas?—Preguntó Candy mientras iban de regreso, tenía una lata de cerveza en su mano, miraba hacia el cielo y cerraba sus ojos, pasando la lata por su pecho para humedecerlo. —Tengo que mantener la salud mental de mi empleada estrella intacta. ¿No lo crees? —Entonces, ¿solo lo haces porque soy tu empleada estrella?—los ojos azules de Candy escudriñaron a Albert. Jamás lo acorralaría de ese modo, pero no estaban en el trabajo y ella había dicho que aquello no era de jefe a empleada. Albert tenía una sola respuesta para eso, pero sabía que no era tiempo de darla. —¿Quieres llevarla?—le ofreció Albert. Candy se sentó a su lado, terminando el paseo siendo ella la que llevaba el motor. —Gracias, Albert. Ha sido un buen paseo. Y las cuevas maravillosas, nunca había venido. Una escapada siempre viene bien. Te enviaré todo por correo. La envolvió en la toalla y después la acompañó a su vehículo. —Me alegro haberte sido útil para algo, Candy Weber. —dejó un beso en su mejilla y luego se marchó hasta su coche. (…) Las luces de su coche alumbraron la cara de Lexi cuando Candy aparcó delante de su casa. ¿Qué hacía ella allí? Candy respiró profundo, no iba a dejar que su hermana le arruinara la tranquilidad que le dio el paseo que tuvo con Albert Smith. Bajó del coche con sus cosas en la mano, vistiendo solamente su camisa blanca y el bañador debajo. —¿Qué haces aquí, Lexi?—preguntó, dejando notar el desagrado en su voz. —Vine a decirte lo perra y envidiosa que eres. ¡Maldita! ¡Divulgaste el vídeo de Rick y yo! —¿Yo? ¿Pero de qué hablas? Se supone que no te acostabas con mi esposo, ¿no? —¡Te odio! —Eso a mí no me importa. Ten por seguro que yo te odié primero. Sobre todo cuando ibas a permitir que Rick me quitara todo mi dinero. ¿Qué se siente ya no ser la favorita? ¿Qué se sienten esas miradas? Dime…¿Qué se siente que todos sepan lo zorra que eres? Y te lo advierto, como me pongas un solo dedo encima…te reviento la cara contra el pavimento a ti y tu esquelético cuerpo. ¡Sal de mi maldita casa! —¡Perra! —¡A ver si ahora te consigues un trabajo! Estoy segura de que del dinero de papá no podrás vivir. ¡¿Y los hijos que ibas a tener con Rick?! ¡Ya no le sirves! Te darás cuenta en una semana, Lexi.—tomó la llave de su casa y abrió, sin apartar la vista de su hermana. —Candy…arruinaste mi reputación. —Tú lo hiciste al ponerte del lado de Rick. Quizás siempre fuiste una zorra.—Lexi corrió hacia ella, pero Candy le cerró la puerta en la cara, dejándola gritando cosas allí al frente. Encendió su equipo de música para no escuchar los gritos de su hermana. Tomó una rica ducha caliente y luego se sentó frente a su cama, apreciando la agradable soledad.
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