En esas dos largas y exhaustas semanas, casi el tiempo que debió durar su viaje de luna de miel, bastó para que la vida, como Candy la conocía, se desmoronara. Todo había cambiado.
Su mundo ya no era el mismo, ella ya no podía ser la misma.
Era hora de enfrentarse a Rick, su esposo, dejando en evidencia lo que él había hecho, exponiéndolo, para que de una vez ya todos le creyeran. Pues el rumor que corría era sobre la infidelidad de Candy.
Necesitaba pensar que no estaba loca, necesitaba centrarse, para poder derrotarlo.
Pero Candy seguía algo desorientada. El hecho de que su hermana y su esposo estuvieran juntos…seguía trastornándola. Se preguntaba muchas cosas, pero más que nada ¿cómo fue que no se dio cuenta?
Odiaba culparse, recordando cuando su esposo la comparó con su hermana, pero se convencía de que ella no tenía la culpa de nada de eso, ¿cómo iba hacerle caso a algo que dijera Rick?
Su boda perfecta, el hombre ideal, su vida toda planeada por ella misma, lo que siempre soñó, aquel plan de vida tan ideal, ya no era nada.
Nada.
Todo quedaba en el suelo, destruido.
¿Cómo era posible que los planes pudieran cambiar tan rápido?
Candy era el tipo de persona que planeaba todo, cada cosa de la semana, cada aspecto de su vida, no daba un solo paso sin antes haberlo planeado y no podía evitar ser así.
—¿Ya desayunaste?—nada más llegar a su oficina Samara le dio su vaso con café. Candy lo tomó y dio el primer sorbo, perfecto como siempre, temperatura ideal, sin azúcar.—Te he dejado sobre el escritorio los documentos, la señora Martínez llegará a las diez. Ya sabes, lo normal, viene con sus hijos escandalosos y sus largas uñas de plástico. ¿Por cuál quieres empezar?
Era hora de volver a ser la misma. La situación lo requería. Estar más tiempo en el suelo, no era posible.
Tomó otro trago de su café, dejó el vaso en las manos de su amiga y secretaria y miró a su alrededor.
Había mucho silencio. Quizás porque todos sabían el fracaso que era su matrimonio.
—¿Llegó Albert?—quería ir directo al grano y llevar a cabo su plan, lo único que podía hacer.
—Minutos antes que tú.
—Avísale a su secretaria que iré a verlo.
—Creo que no será posible. Empezó el lunes muy movido y su padre también está aquí. Supongo que el señor Smith querrá verte.
—Como siempre.—retiró su chaqueta, abrió el primer y segundo botón de su camisa blanca, perfectamente lisa, sacó su perfume de su bolso y roció un poco en el aire. Soltó su hermosa cabellera rubia y las dejó sobre sus hombros.
—¿Qué haces? No pareces tener planes de trabajar, Candy.
—Sí, esto es parte del trabajo.
Interesada, Samara tomó asiento en la silla frente a Candy.
—Cuéntame todo.—necesitaba saber cada paso de Candy, para poder adelantarse. Todo era más fácil al saber lo que haría la otra persona.
—Haré que Albert me defienda contra Rick.—los ojos de Samara casi se salen de su cara.—Es mejor que yo, mi mejor opción, incluso si no hace falta un ataque tan fuerte, quiero ir con todo, sin titubeos.
—¿Defenderte? ¿Tienes avances? ¿Qué ha pasado?—¿Qué haría Candy que aún no le contaba a su amiga?
—Pues…no mucho. Ya te dije que tengo los vídeos, pero que Rick también los tiene. Conseguí el pasaporte de Lexi, el comprobante de su billete de avión y resulta que ellos llegaron en el mismo vuelo.
—Pero eso pasó también contigo y Alaric.
—Exacto. Estamos empate y la idea era desagradable, horrible. El maldito acuerdo empieza a darme la ventaja.—al menos para no ir debajo de Rick.
—¿A qué te refieres?—¡¿Por qué no le decía todos los detalles?!
—Ya te darás cuenta.—La Candy frente a ella, incorporada ya de lleno en su trabajo, no lloraba, no estaba la expresión triste, su rostro cabizbajo, esos ojos llorosos.
No.
Ella estaba lista para la pelea.
Y Samara estaba falta de información, quedando en desventaja.
—¿No me quieres contar? Dos mentes piensan mejor que una.
Se puso de pie, sacó un labial de su bolso y tomó su móvil para mirarse en la pantalla, pintó sus labios, arregló de nuevo su cabello y se aproximó a la puerta.
Quería pelear y ya comenzaba, sabía que para ganar tendría que recorrer un largo camino, pero no permitiría que Rick llevara la delantera, eso ya no era posible.
Todos estos días había analizado sus pruebas, gracias a Rick, que había estado alardeando, ya ella sabía con lo que contaba él, así que pudo prepararse a la perfección. Alcanzándolo.
Desde que Albert Smith aceptara representarla, ella daría inicio a una pelea larga, donde presenciaría la destrucción de Rick Johnson para que no se quedara con un solo centavo de su dinero. Y la vergüenza de Lexi Weber.
Tocó a la puerta de la oficina de Albert, mientras su secretaria la miraba con mala cara. Le había dicho que el señor Smith estaba allí, pero eso no la detuvo, combinaba con sus planes.
—Adelante.—se escuchó la voz de Albert luego de saber que se trataba de Candy.
Sentado al fondo estaban él y su padre, poniéndose de pie para recibir y saludar a Candy Weber.
La sonrisa de Albert se amplió en toda su cara al ver que Candy lucía bien. Fue el primero en abrazarla y darle un beso en cada mejilla.
Tomó entre sus manos su rostro y acercó su frente a la de ella.
—Estoy bien.—le dijo antes de que su jefe lo preguntara. Albert solía ser muy atento, pero respectaba sus límites, era la primera vez que se acercaba tanto a ella, Candy se distrajo con ese lunar que él tenía cerca de su nariz o con el brillo de sus ojos verdes. Pero aquellos ojos verdes le recordaron a otros ojos.
—No te merecía, lo sabes, ¿no?
—Es un imbécil y yo fui una tonta.
—Deja algo para mí.—se quejó el señor Smith, viendo el abrazo que daba su hijo a Candy. Albert la soltó y ella se dirigió hacia el señor Smith.—Ya te tenemos de vuelta. Me sentí un poco preocupado. Quería llamar. Saber cómo estabas.
—Me llamó, señor Smith. Pero no estaba en condiciones para contestar. Me disculpo.
—Albert me dijo que no insistiera que cuando estuvieras lista ya regresarías.
—Y aquí está, justo en el tiempo que se le dio.
—Estoy de regreso. ¿Cómo está su salud?
—Mucho mejor ahora que te veo.—era un señor alto, muy delgado, sus mejillas arrugadas, al igual que su frente o sus manos. Dejó sus dedos sobre el cabello de Candy y tomó un mechón, sintiendo su textura.—¿Cuáles son tus planes para acabar con esa sanguijuela?
—Quisiera pedirle a Albert que fuera mi abogado, sé muy bien todo lo que incluye el acuerdo. Y creo que estamos en un punto donde las pruebas están igualadas.
—Claro que será tu abogado.—respondió el padre por el hijo.—¿Cómo iría a negarse a eso?
Candy miró a los ojos de Albert, había cierta duda, pero no se negaría.
—Desde luego.—aceptó él.
—Permíteme enviarte una copia del acuerdo prenupcial—dijo la rubia. Tomó su móvil y de inmediato envió un correo hacia Albert.
El hombre caminó hasta su escritorio y tomó asiento. Candy fue tras él, acercándose para entre ambos mirar la pantalla.
Su cabello rozó a Albert y este giró su rostro, topándose con la cercanía que tenía Candy de él, su perfume suave y directo arropaba su nariz, permitiéndole oler la fragancia con la que Candy lo bañaba.
Concentró sus ojos en la pantalla luego de haber visto la camisa desabrochada de Candy.
Se sintió algo nervioso cuando percibió el color del sostén de Candy.
—¿Quieres sentarte?—le ofreció él, señalando la silla al frente para que ella se alejara y él pudiera concentrarse.
—Estoy bien.—le respondió con media sonrisa.—¿Ves esta parte de aquí?—señaló la pantalla, luego bajó su mano hasta el mouse y lo movió sin que Albert pudiera apartar su mano. Sombreó el texto al que se refería y Albert lo leyó en voz alta.
—La primera cláusula es muy clara.
—Todas lo son.
—Procederás a solicitar el divorcio con las pruebas de infidelidad, entonces eres la parte afectada.—había una cosa que Albert aún no sabía, pero ella no la diría delante del señor Smith. Y era que Rick también tenía las pruebas de la infidelidad de Candy. La sintió tensarse, notando que ya estaban hablando como cliente y abogado, pero su padre seguía allí. Se puso de pie y rodeó su escritorio, llegando hasta su padre.—¿Nos vemos para el almuerzo?—Le preguntó a su padre, señal de despedida. —Tengo muchos asuntos que atender.
—Desde luego. Nos vemos en el almuerzo.
Candy también se despidió del señor Smith, quedándose solos en la oficina de Albert.
—¿Te apetece dar un paseo?—sugirió Candy para hablar del tema.
—¿Sinceramente? No.—se había puesto serio.—Toma asiento y hablemos ya sobre esto. ¿Qué me tienes que contar?
—Además de lo que ya sabes, la relación que tenían ellos dos, yo…esa noche, luego de saber lo que pasaba, me acosté con un hombre.—los ojos de Albert ni se inmutaron, pero en su pecho sintió un pinchazo.—Rick tiene esas pruebas, también.
—Ah. Eso cambia un poco las cosas.—revisó de nuevo la primera cláusula.—Los dos han sido afectados. Eso quedaría anulado, de no existir otras tres cláusulas, Candy.—siguió con la siguiente.—En la segunda, ambos pueden demostrar la infidelidad. De nuevo el acuerdo quedaría anulado, pero…hay dos más.—pasó una mano por su cabeza.—A leerlo, tengo la ligera sensación de que esto no fue idea tuya.
—No, pero accedí. Quedan dos, continúa, por favor.
—Tienen la posibilidad de ir a terapia, pero siendo los dos infieles y con deseos de divorciarse sin que haya uno que desees continuar con el matrimonio…creo que esta parte se puede revocar. Sería un divorcio inmediato, excepto porque alguien tiene que indemnizar al otro. ¿Podrías probar que Rick te fue infiel primero?
—No, solo tengo las pruebas de ese día.
—Veamos como vamos hasta ahora. Él tiene pruebas de que fuiste infiel, pero tú también tienes las pruebas contra él, tres cláusulas ya quedan sin efecto. Nos estamos aferrando a una sola. ¿Por qué no llegan a un acuerdo mutuo donde consigan el divorcio, anulando el acuerdo prenupcial?
—Fue la idea inicial que ofreció su padre, pero él se negó. Quiere joderme. No puedo permitírselo. Esta pelea se está dando porque él siguió adelante con todo.
—Última cláusula, Candy.—Albert pasó una mano por su cabeza, creyó que sería algo sencillo, pero no lo era. Una cosa complicaba la otra.
—Antes de que lo digas, quiero hacer pública una de las pruebas que tengo contra ellos dos.
—Siempre y cuando dejes otras bajo la manga y no se vincule a ti la divulgación, eso ya lo sabes.—leyó en voz baja la última cláusula.—Si es lo que creo que eso, no lo hagas.—después de leerlo, Albert supo a lo que Candy se refería.—Es un arma peligrosa, que puede ir en tu contra, Candy.
—Conozco a mis padres. Cuando sepan que de verdad mi hermano estuvo con mi esposo, van a repudiar esa relación y ella no se someterá a la burla pública de estar con Rick. Solo lo haría si yo quedara como la novia infiel. Pero si ella termina como la mala, Lexi se apartará. No querrá ser públicamente la mujer que destruyó la relación de su hermana. La conozco perfectamente.
—No tanto.—Albert arrugó su ceño. No le gustaba el plan de Candy.—Porque si eso que crees que va a pasar, no sucede, tendrás a Rick con una relación estable y demostrable, dado que ya llevaba una relación clandestina con tu hermana. Eso lo hace ganar automáticamente.
—Lo que intento es destruirle la única posibilidad que le queda. Pasado un año el acuerdo prenupcial no tendrá cómo llevarse a cabo y cada quien conservará su dinero. Es lo que ahora mismo podemos hacer.
—Candy.—Albert se puso de pie.—Te reitero el riesgo que es confiarse de la última cláusula. ¿No crees a Rick capaz de tener una pareja estable antes de un año?
—No, no cuando haga pública su infidelidad con mi hermana. Le quitará todo crédito. Es lo único que tenemos, Albert.
Él volvió a suspirar, temiendo por la confianza que Candy le tenía a esa última cláusula.
—Demos ese paseo. Ahora lo necesito.—aflojó su corbata y llegó primero que ella a la puerta, abriéndola para que Candy saliera.
—Gracias.—sonrió con cortesía, pero su aspecto sensual elevaba cualquier gesto, incluso para él, que intentaba verla solamente como su compañera de trabajo.
Cuando salieron de la empresa, al frente había un inmenso parque que abarcaba toda la redonda, ambos solían ir allí a pensar o solamente liberar su mente.
—¿Y si consigues una pareja estable antes de que se cumpla el año? Solo por si Rick también intenta lo mismo. Es un buen salvavidas.
—No estoy para relaciones, créeme que no. Mi corazón está cerrado, con una llave que ya arrojé a lo más profundo del océano y puede que un enorme pez se la haya tragado.
—Esperemos que ese pez no muerda algún anzuelo y llegue a manos de alguien que sí pueda volver abrir tu corazón.—cambió de tema cuando la tristeza se reflejó en Candy.
Ese hombre podría ser él, pero ella no captó aquella indirecta tan directa.
Él se ofrecería, claro que sí.