Aquella semana, antes de los abogados de Rick Johnson quedar con Albert Smith, los Johnson exigieron ver a Candy Weber, sabiendo que ella tenía pruebas suficientes para demostrar la infidelidad de Rick.
Temían que ella se quedara con el dinero de Rick, luego de ellos descubrir que sí, que su hijo le era infiel con su hermana.
El señor Johnson, que desde un inicio quiso que el acuerdo se anulara, insistió en ver a Candy, pero ella se negó y los siguientes días se quedó en casa de su amiga Samara, para evitar visitas indeseadas. O algún ataque de parte de Rick, lo creía tan tonto como para hacer algo de ese estilo.
Pero los padres de Candy también querían ver a su hija, para disculparse en persona por no creer en ella y dejarla de lado durante aquel momento tan triste.
Candy no quería su lástima, Candy no quería verlos.
—Es una porquería. Por favor, quita eso.—le dijo a Samara. No acostumbraba a mirar la televisión, así que cualquier cosa que ella pusiera le parecería horrendo.
Mientras Samara buscaba qué ver, Candy se puso de pie para ir a la cocina a por un vaso de agua. No se sentía bien, el almuerzo le había caído mal y en la mañana había sentido un poco de náuseas nada más levantarse.
Había cenado junto a Samara en su casa, tomó una ducha y ahora habían estado en el sofá buscando qué ver, pero Candy sentía su cuerpo extraño, se lo atribuía a todo el estrés, al cansancio, aquella semana había sido dura, pero adelantó todo lo atrasado, se presentó a varios juicios en un solo día y lo que era más complicado, hablar con los clientes que eran tercos o no se llevaban de los consejos de sus defensores.
Apoyó su cabeza en sus manos, de pie en el pasillo que conectaba la cocina con el salón en la pequeña casa donde vivía Samara. No era la primera vez que se quedaba allí. Y siempre le insistía a su amiga que buscara algo más espacioso, más cómodo. Pero ella decía que estaba muy bien allí.
—Candy, ¿qué te pasa?—la observó de pie como si se sintiera mal.
—Nada.—agitó su mano, restándole importancia.—Solo estoy cansada. Creo que me voy a la cama.
—Está bien. Pero ¿segura que estás bien?
—Sí, no es nada. Dormir y ya se me pasa. Mañana amanezco como nueva.
—¿No quieres hablar?
—No te preocupes. Sigue mirando tu serie. Me iré a dormir.
Traspasó la puerta de su habitación y se encerró.
Al ver la cama sintió mucho alivio. Necesitaba sentirse mejor para poder estar bien para la mañana, donde los abogados se verían.
Recostó su cuerpo a la cama y cerró los ojos. No entendía qué le pasaba, pero si seguía así…tendría que ir al hospital. No era normal en ella sentirse mal o ceder a los malestares, era una chica fuerte que no se dejaba vencer por una gripe o alguna simple fiebre.
Miró la hora, solo eran las nueve de la noche. Pero puso todo su esfuerzo en dormir.
Cuando llegó la mañana, apenas Candy había dormido algo.
Sintió aquella sensación extraña de nuevo recorrer su cuerpo y las molestas náuseas que la invadían. Al ponerse de pie para ir al baño, todo le dio vueltas, retrocedió de nuevo a la cama y tomó asiento.
No se sentía bien.
Pero acto seguido tuvo que correr al baño para vomitar.
Fue la primera mañana que las arcadas llegaron a los vómitos.
Junto a la taza, aferraba sus manos a ella, con el cabello hacia un lado mientras vomitaba.
Estaba siendo una mañana horrenda.
(…)
Tenía mal aspecto. Ya lo sabía.
Una hora en su oficina y ya se sentía cansada, un poco harta de todo. Y aún faltaba lo peor.
Sacó el maquillaje de su bolso y dejó todo sobre su escritorio.
Justo aquel día tenía que lucir bien, porque vería a Rick y sus dos abogados. No toleraría lucir débil ante ellos.
Albert iría a su oficina dentro de nada, quería verse bien.
—Candy, ¿puedo acompañarlos?—Samara entró a su oficina, viendo como ella se ponía el labial.
—No, solo iremos Albert y yo. ¿Tienes los documentos que te pedí?
—Sí, ¿necesitas que te los traiga ahora?
—No. Más tarde me lo dejas sobre mi escritorio.
Desde la puerta vio que Albert se acercaba a su oficina. Recogió todo muy deprisa y los dejó dentro del bolso, se puso de pie y movió su cabello, sonriendo para relajarse.
—¿Puedo pasar?—La puerta estaba abierta.
—Adelante, Albert. Desde luego que puedes pasar.
—¿Está lista mi clienta?
—Sí. ¿Nos vamos ya?
—Tenemos que irnos. ¿Viene Samara?
—No.
—Solo nosotros dos. Entonces, vámonos.
Ella tomó su bolso y salió de detrás del escritorio. Albert le dio un beso en su mejilla y se marcharon.
(…)
—Vamos, Millie. Elige uno por favor. Solo es un cumpleaños. ¿Qué más da?
—Irá alguien que me gusta.—dijo la jovencita.
Alaric se quedó congelado.
Ya David se lo había dicho, que había un niño que le gustaba a Millie, pero escucharlo de ella hacía que su corazón se estrujara y su vista se nublara. Y ella era la primera vez que se lo decía, lo hizo con toda naturalidad mientras salía del probador.
—¿Cómo se llama?—Preguntó, sintiendo ese nudo en su garganta. Nada lo prepararía para eso, nada.
—Larry.—lo primero que pensó fue que aquel era un nombre horrible. Y desde ya detestó a ese niño.
—¿Y qué edad tiene?
—La misma que yo. Está en mi clase.
«¡Está en su clase! Entonces se ven siempre.»
Las alarmas en su mente se dispararon y lo primero que pensó fue en cambiarla de clase, no dejarla ir a esta fiesta y encerrarla por siempre para que su pequeña reina no creciera, para que Millie siempre fuera esa niña tan adorable, pero cada día estaba más grande, el tiempo pasaba y ella ya no se hacía llamar a sí misma la reina Millie, le gustaban otras cosas y no necesitaba que su padre le contara cuentos antes de dormir.
Logró tranquilizarse para no caer en los trucos de la mente.
—Ok.—no sabía qué otra cosa decir que no detonara una guerra entre los dos.
Ella salió del probador y le mostró el vestido.
Él negó con la cabeza.
—Este es el que me gusta.
—Millie…
¿Y si tomaba alguna sábana para vestirla y llevarla hasta casa?
—¿Qué tiene este?
—¿Qué pasa con los vaqueros y la ropa deportiva?
—Ya no me gustan.
Comenzó a buscar otros atuendos para mostrarle a ella. Quizás si no le hubiera dicho lo del chico, Alaric diría que ese vestido estaba bien. Pero el mundo de aquel padre acababa de cambiar para siempre.
Su pequeña estaba creciendo y eso jamás se supera.
Alaric tendría que acostumbrarse.
(…)
—No hay una sola prueba que demuestre que Candy obligó a Rick a firmar el acuerdo prematrimonial.—Dijo Rick, leyendo en voz alta todas las cláusulas.
—Queremos que se anule.
—¿Alegando que mi cliente obligó al señor Johnson a firmar? De ese modo no, claro que no.—Porque eso solo le daría pie para que ellos demandaran a Candy y esa era la táctica que estaba utilizada su abogado.
Minutos más tardes vieron todas las pruebas y las de Candy eran más que suficientes, pero las de Rick también.
Los dos habían sido expuestos y eso los obligaba a ir a la última cláusula, sobre todo cuando ambos se negaron a la terapia de pareja. Ninguno de los dos quería seguir con aquel matrimonio.
Comenzaron a repasar lo allí escrito y tenía que ser demostrable que tuvieran una pareja estable.
—Dejemos algo claro. Cuando se cumpla el año desde haber firmado este acuerdo, si ambos no han logrado tener una relación estable- y demostrable- entonces esto no será vigente y nadie tendrá que indemnizar al otro.—a eso era a lo que apostaba Candy.
Pero no Rick. Él no iba a dejar que Candy se quedara con su dinero, pero tampoco iba a realizar todo ese proceso y vergüenza pública para irse con las manos vacías.
Lo que sería un plan sencillo, se había complicado bastante, pero él lo llevaría hasta el final.
Tenía muchos meses para tener una relación, donde se demostrara que era real.
No dejaría a Candy ganar y él no se iría con las manos vacías luego de tomar esas molestias.
Las miradas de Rick hacia Candy eran amenazantes y antes de salir intentó acercarse a ella, logrando que casi se produjera una pelea entre él y Albert, que le sacaba un palmo a Rick, mirándolo desde arriba.
Una parte de él quería que Rick se acercara, para fundir su puño contra aquella sonrisa que no se le borraba.
Cuando todos salieron, Candy estaba con la cabeza pegada a la mesa.
—Candy.—la había visto un poco extraña, apagada casi durante todo el proceso, supuso que no se sentía con muchos ánimos al pasar por eso, era normal, pero ahora la veía peor. Dejó sus manos sobre sus mejillas cuando Candy levantó la cabeza.—Estás muy pálida. ¿Qué te pasa? ¿No te sientes bien?
—Se me han ido las fuerzas y me siento muy extraña.
—Salgamos de aquí. Tienes que tomar un poco de aire, no tienes buena cara.—dejó sus manos en los costados de ella y la puso de pie, rodeando la cintura de Candy y dejándola pegada a él.—Vamos.
Tomó su bolso de la mesa y también el maletín.
Cada vez la sentía más débil.
Al llegar al ascensor, pensó en mejor llevarla a un hospital, porque ella no lucía bien.
Cuando entraron, Candy se sintió sofocada allí dentro, desplomándose en los brazos de Albert.
Se desmayó ante él, cayendo entre sus brazos que no la dejaron llegar al suelo.