Marko
La música comienza a sonar y las puertas se abren.
Todo a mi alrededor parece detenerse, una gran expectación o ansiedad se apoderan de mi ¿será que Vittoria entro en razón? Había estado así, ansioso e inquieto todo el día pensando en esa posibilidad.
Cuando Francesca apareció al final del pasillo junto a su padre cualquier rastro de esperanza se desvaneció, sí, yo lo había aceptado, pero, esto realmente iba a suceder.
Hace una pausa y, sus ojos encuentran los míos, realmente ni en un millón de años pensé que la mujer que caminaría hacia mi seria ella con un vestido de novia que verdaderamente le quedaba hermoso, pero que no era para ella.
Lo sabía porque, Vittoria se había cansado de mostrarme los diseños y porque nada de mi boda con ella fue cambiado, ni siquiera el vestido.
Franco coloca la mano temblorosa de Francesca en la mía con expresión seria y fría, jodido hipócrita, envuelvo mis dedos alrededor de su mano y la agarro con fuerza, mientras mis ojos recorren su rostro.
Era la primera vez que me permitía mirarla más de lo debido.
Y era la primera vez que mi piel tocaba la suya.
Ella estaba temblando y aunque había querido disimularlo, su mirada se había llenado de miedo e inseguridad al momento en que el cura comenzó la ceremonia.
―Estamos reunidos aquí hoy para presenciar la unión de Francesca Salvatore y Marko Petrovich― empezó.
―Francesca― susurro, no sé porque lo hago, por lo general no me importan los demás o sus sentimientos, pero algo dentro mío se remueve incomodo por verla llena de temor, quizás sea por el hecho de que se ve tan joven e inocente.
Ella mira hacia arriba, sus ojos se encuentran con los míos.
―Te ves hermosa.
El miedo no desaparece, pero me sonríe y creo que es la primera vez que presto atención a su sonrisa y la forma en que se marcan sus hoyuelos. Me resulta algo fascinante.
Y era una verdad absoluta, Francesca se veía impresionante, porque, a pesar de todo, de alguna manera se veía como un ángel inalcanzable.
Un ángel…
El ángel del diablo a partir de ahora.
No pude no notar como su pelo castaño contrastaba maravillosamente con su piel clara y sus ojos color miel, tan únicos. Tenía un suave rastro de pecas que no había notado nunca y le añadían un perfecto encanto.
Ella era etérea.
Sacudo la cabeza, sorprendido de mí mismo por eso, era la hermana menor de mí... de Vittoria, no se suponía que sea ella la que estuviera parada aquí conmigo con un vestido de novia.
Sin embargo, aquí estábamos.
Luego de una ceremonia sencilla, el cura nos ordeno que intercambiáramos los anillos y me estremecí involuntariamente. Francesca me mira con tanto dolor en los ojos mientras deslizo el delgado anillo de oro en su dedo que lucho por no mirarla demasiado, hay algo en sus ojos, en su mirada que me inquieta.
Le queda perfecto no hay duda de eso, pero se siente tan mal.
Sus manos tiemblan cuando desliza mi banda también de oro en mi dedo, y ni siquiera me mira a los ojos. Está claro que todo lo relacionado con el día de hoy es desgarrador para ella, tanto sus padres como yo hemos sido grandes responsables de esto.
Quizás debería haberme olvidado de todo este asunto y haber aceptado casarme con una mujer rusa, como la tradición lo indicaba.
Pero, las cosas a veces no se daban como uno deseaba, eran lo que eran y si no te adaptabas te comían vivo.
Eso lo aprendí a las malas, Francesca estaba empezando a hacerlo, en este mundo o te haces fuerte o mueres.
Blanco o n***o.
Nunca había grises.
Después de que el sacerdote nos declarara marido y mujer, Francesca se puso rígida, visiblemente tensa, era la hora del beso. Girándome completamente hacia ella, tomé la delantera ya que ella no se había movido un centímetro, cerró los ojos cuando me incliné y presioné mis labios contra los suyos.
Estaba completamente seguro que este era su primer beso, su primera experiencia.
Cuando me retiré, sus mejillas estaban rojas, pero aún estaba tensa, sus ojos se abrieron de par en par, esta vez no eran miel y dorado eran más ambarino, un punto entre el dorado claro y el amarillo con motas de un cobrizo casi imperceptible, algo único.
Pero vacíos y sin esperanza.
La mirada de Francesca fue lo primero que llamo mi atención la primera vez que estuve solo con ella. No iba a negarlo, esa mirada color miel, como una mirada rasgada felina me había fascinado.
Ahora podía ver que, por más que estuviera tensa cuando se sonrojaba su color se volvía más amarillento. Había leído que esa característica de sus ojos era algo único, que los ojos ámbar poseían la reputación de dejar sin aliento a las personas y no podía discernir con aquello.
Eran algo deslumbrantes.
― ¡El señor, y la señora Petrovich! ― anuncia el cura, y nos giramos para mirar a la multitud que aplaude de pie.
―Vamos― le digo―. Cuanto más rápido podamos finalizar las formalidades, más rápido podremos salir de aquí.
Ella asiente sin mirarme realmente.
Tomé la mano de Francesca en la mía y la llevé por el pasillo fuera de la iglesia donde nos esperaban para los saludos oficiales y las primeras fotos.
― ¿Estás bien? ― murmuré antes de que los primeros invitados se amontonaran a nuestro alrededor.
―Si, por supuesto.
Tomamos una limusina, lo que sirvió para darnos un momento de privacidad antes de la fiesta, sin embargo, ninguno dijo nada, la tensión entre ambos podía sentirse en el aire. Quizás debería decirle algo, pero no sabía que decir o hacer.
Inquietarme por algo como esto era demasiado nuevo para mí.
No nos conocíamos, no teníamos absolutamente nada en común y no sabía de qué hablar con ella, con Vittoria no era así, las cosas entre nosotros fluían con mucha naturalidad. Sacudo la cabeza, incluso para mi es demasiado bajo comparar a mi esposa con la mujer que me abandono y encima hacerlo justo el día de nuestra boda.
Cuando llegamos al hotel donde se haría la recepción todo estaba impecablemente armado, el salón de bailes del hotel estaba hermosamente decorado con rosas rosadas y blancas, no me había involucrado mucho con la organización de la fiesta y menos lo había hecho cuando Vittoria cancelo nuestro compromiso y me abandono.
Mantuve mi mano en su espalda baja mientras hacíamos nuestro camino hasta la mesa bajo los aplausos de nuestros invitados. La mayoría de ellos había llegado antes que nosotros y ya se habían acomodado en sus respectivos lugares.
Nadie dijo nada cuando hicimos nuestra aparición, pero estaba seguro que los rumores sobre esta unión o especulaciones por haberme casado con la menor de las Salvatore habían estado a la orden del día, jodidamente los había escuchado mientras entraba a la iglesia.
Sin embargo, solo se necesito una sola mirada mía, y el silencio a partir de ese momento fue sepulcral.
Los primeros tragos, aperitivos y plato principal pasaron demasiado rápido por suerte, todos parecían alegres, aunque no lo fueran, este mundo era así, las apariencias dictaban el ritmo.
Era hora de nuestro primer baile.
Francesca había hecho su parte hasta ahora a pesar de lo tensa y asustada que estaba, nadie hubiera adivinado que no era la novia feliz que interpretaba tan magistralmente hasta ahora.
Iba a darle un punto por eso, pero de nuevo, todo se trataba de aparentar.
Así y todo, había captado un ocasional parpadeo de frustración en sus ojos, y fue porque seguramente estaban dirigidos a mí o a la situación en general, a pesar de no importarme demasiado era muy consciente del lugar a donde su familia y yo la habíamos arrastrado.
Todo el mundo se levantó a nuestro alrededor, esperando nuestro baile, como era lo que se esperaba, me levanté y extendí mi mano para que Francesca la tomara. Con una sonrisa elegante, me dejó ponerla de pie y llevarla a la pista de baile, los nervios se notaban en su cara y en la rigidez de su cuerpo.
Tiré de Francesca en mis brazos, con la palma de mi mano en la parte baja de su espalda.
No se relajó.
― ¿Estás bien?
Levantó la vista sorprendida, sus pasos vacilaron por un instante, pero luego se movió de nuevo.
―Sí, lo estoy― dijo.
Fue educado y distante y lo último que me dijo.
No puede evitar preguntarme en qué estaba pensando, no tenía idea de cómo sería un matrimonio entre nosotros, y no estaba seguro de lo que ella quería, lo que realmente esperaba.
Y de nuevo, me sorprendo viéndome interesado en lo que ella sentía.
Poco después de la medianoche, Francesca y yo no excusamos, realmente quería salir de este lugar, mi esposa ante nuestra inminente salida se volvió más tensa aún. El silencio volvió a reinar entre ambos, y pensé en decir algo que la tranquilizara, pero lo cierto era que no había nada que decir, de todas formas, yo tampoco era un hombre al que se le dieran bien ese tipo de cosas.
Pasaríamos la noche en la Suite exclusiva del hotel y mañana volaríamos a New York, había decidido cancelar nuestra luna de miel porque estaba seguro que Francesca se sentiría agobiada y era mejor que primero se acostumbrara a la nueva vida que tendría a partir de ahora.
Mi esposa.
Era increíble que finalmente había sucedido, estaba casado con Francesca Salvatore y no había vuelta atrás en ello.