Francesca
Bianca cuelga el vestido de novia de Vittoria en el perchero, mientras yo termino de abrocharme la bata de seda, estamos las dos en la habitación del hotel donde se hará la recepción de la boda.
No puedo creer lo rápido que se pasó el tiempo, cuando me quise dar cuenta el día de mi sentencia había llegado, no hubo escapatoria ni alguna oportunidad de salirme de esta situación.
No quería hacerlo y había tantas razones para ello, pero nadie las escucharía, nunca lo hacen.
―Vas a lucir hermosa en esto― niego con la cabeza y camino por la habitación.
―No, no hay forma de que yo pueda lucir hermosa en algo que ni siquiera era para mí red, todo esto es un error― digo, me pellizca el brazo cuando le digo su apodo, se lo había dicho por primera vez a los seis años cuando me maravillo el color rojizo de su pelo, a ella no le gustaba, pero yo era a la única que dejaba llamarla así―. Aun espero que Vittoria aparezca.
Mi mejor amiga me mira fijamente, con expresión molesta.
―A veces no puedo entender porque no te das cuenta lo hermosa que eres, eres especial, dulce, cariñosa, con una visión de las cosas única, unos ojos que mataría por tener Francesca porque si, son especiales y todo eso lo tienes tú, no tu hermana. Tienes que valorarte más― me dice―. Fran tienes que dejar a Vittoria atrás, aun si volviera ¿crees que Marko la aceptaría, así como así?
Hago una pausa y la miro, mi corazón se hunde.
―No soy idiota Bianca, él está enamorado de ella, y está bien, es lógico, siempre ha sido suyo, tu misma has visto como la miraba. Incluso si se casa conmigo, él siempre la querrá a ella― me mira en silencio. ― Aun si fuera legalmente mío, su corazon siempre le pertenecerá, crees que no sé que soy un reemplazo, un recordatorio de Vittoria, y no es solo eso, es saber que nunca nadie me amara, que nadie se enamorara de mí.
Bianca niega con la cabeza.
―Fran...
―Está bien― susurro ―. Ya acepté que siempre seré una réplica barata de ella, una sustituta.
―Basta, deja de menospreciarte de esa forma― me regaña ―. Tú no eres una copia de nadie, eres auténticamente tu Francesca y Marko sería un idiota si no se diera cuenta la increíble persona que eres, asique deja de decir esas cosas.
―Sabes que no podría haber hecho esto sin ti a mi lado ¿verdad? ― asiente y me sonríe.
Con expresión pensativa, toma mi mano, llevándome a mi tocador.
―No nos adelantemos a los hechos, no sabes que pasara― me dice―. Este es el comienzo de algo nuevo, quizás se enamore de ti, el amor se construye con tiempo y paciencia y créeme, cuando te conozca, cuando conozca a la hermosa Francesca caerá rendido a tus pies.
Ojalá fuera tan optimista como ella.
Suena un golpe en la puerta y miro cuando el maquillador que usualmente contratamos para las fiestas entra con tres chicas a detrás de él.
― ¿Lista para empezar señorita Salvatore?
Me sonríe y yo asiento antes de levantar la mirada para ver a mi amiga.
El maquillador, Giancarlo comienza a trabajar en mi rostro mientras un peluquero hace lo propio en mi cabello, y finalmente los nervios realmente se instalan. Esto no puede estar pasando, ¿verdad?
Excepto, que si lo hace.
―Se ve hermosa― me dice Giancarlo mientras le da los toques finales a mi maquillaje.
Por un fugaz momento, me pregunto qué pensará Marko cuando me vea. ¿Le gustará? ¿Se sorprenderá? Luego caigo en realidad y niego con la cabeza, me reprendo mentalmente por ese pensamiento tan estúpido.
Estoy completamente segura que hasta el último momento estará esperando que Vittoria sea la que aparezca al final del pasillo, no yo.
Me tenso con el sonido de un golpe en mi puerta, se abre y mi mamá entra.
―Estas hermosa, Francesca― dice mamá―. Sabía que esa dieta exprés haría maravillas con tu figura.
Si, las últimas dos semanas no se me había permitido comer nada que no fuera controlado por ella, si bien era más menuda y pequeña que mi hermana, para mi madre, Vittoria tenía una figura perfecta y el vestido debía quedarme tan majestuoso como a ella.
Si tan solo pudiera verme a mí, ver que también yo era su hija y quererme al menos un poquito.
Mamá se acerca sosteniendo el vestido de novia de Vittoria para mí, ayudándome a ponérmelo con cuidado, esto es otro recordatorio de que simplemente estoy tomando su lugar hoy.
Nada es mío, nada es para mí.
Nada me pertenece.
Todo lo que estoy experimentando hoy debería haber sido suyo, y me hace sentir enferma y aún más inferior de lo que me han hecho sentir toda mi vida.
―Te queda muy bien― dice mamá.
La miro y aprieto la mandíbula.
― ¿Eso es lo que te dices a ti misma para justificar la posición en la que me pusieron?
Mi madre no se inmuta por mi comentario, no hay una pizca de culpa o arrepentimiento por todo esto.
―Francesca― susurra―. Sabes cómo son las cosas, mi opinión no cuenta cuando tu padre toma una decisión, tu hermana se equivocó, pero como familia tenemos que apoyarnos ¿acaso eres consciente de lo que hubiese pasado si Petrovich tomaba represalias contra ella?
―Entonces ¿qué? ― rebato―. Era mejor entregar a la hija que realmente nunca les importo ¿verdad? A la que nunca quisieron.
Ella no dice nada, solo me agarra de los hombros y me sonríe como si no me rompiera una vez más el corazon con su silencio.
―Deja de hacer berrinche y vamos― me dice―. Tu padre te está esperando justo afuera de la puerta.
Asiento con la cabeza, mi corazón completamente roto, no solo por seguir confirmando que mi familia no me quiere sino porque una vez que camine por ese pasillo, no habrá vuelta atrás.
Ni para él, ni para mí.
Me miro a través del espejo y las ganas de arrancarme este vestido a pedazos cada vez son más fuertes y más persistentes, tomo una larga exhalación y respiro, yo no era mi hermana y nunca lo seria, si iba a casarme con él, tendría que armarme de una coraza porque sabía que luego de ver como Marko miraba a Vittoria, al verme tendría esa mirada de decepción en su rostro.
Yo era menos de lo que quería, menos de lo que le habían prometido.
Yo no quería ser otra persona, nunca iba a ser mi hermana, Marko tendría que verme como era y si eso significaba que nunca me miraría dos veces, entonces que así sea.
Al fin de cuentas no entrabamos en este matrimonio por amor.
Papá me ayudó a subir al asiento, no dijo mucho, solo que me veía hermosa, tampoco esperaba demasiado de él. Les dio la señal a los guardaespaldas de los autos de adelante y de detrás y nos dirigimos a la iglesia.
Un paso más hacia mi condena.
Los nervios revoloteaban salvajemente en mi estómago, quería vomitar y me sentía mareada, toque instintivamente mi anillo de compromiso, el mismo que me había dado de la forma más impersonal y fría que podría haber imaginado, aun así, era hermoso, a veces me preguntaba por qué Marko me había dado uno nuevo ¿no era más fácil darme el que ya le había devuelto mi hermana? Si al fin de cuentas todo lo que tendría hoy había sido elegido por ella. ¿Qué más daba hacer lo mismo con su anillo? ¿O era que en realidad quería conservar eso que fue solamente de Vittoria?
Debía sacar de mi mente los pensamientos sobre ella.
El viaje a la iglesia fue sólo de cinco minutos, Vittoria la había elegido porque estaba cerca del hotel donde sería la fiesta, el conductor detuvo el auto justo frente a la entrada, donde cuatro guardaespaldas que no eran nuestros estaban en alerta.
Papá tomó mi mano.
—¿Lista, Francesca?
Asentí con la cabeza, incluso cuando mi garganta se puso tensa y mi pecho pareció cerrarse, esto era todo.
—Si.
—Recuerda todo lo que hablamos— dijo—. Ahora vas a tener una nueva casa, una nueva posición y una nueva vida, no lo arruines.
Sus palabras se asentaron aún más en mi estómago, suspiré tratando de contener las lágrimas y asentí.
Hoy me casaría con Marko y me iría de mi casa, nadie me quería ahí, pero estaba cien por ciento segura que tampoco lo harían en mi nuevo hogar. La cuestión es que, con mis padres sabía lo que tenía, con Marko seria todo incierto y eso me asustaba hasta los huesos.
¿Cómo sería mi vida ahora?
Papá abrió la puerta y salió, examinó nuestros alrededores primero antes de extender su mano para mí. Dudaba que alguien me secuestrara, casi me reí por eso, si yo era insignificante e invisible para mi propia familia, nadie se tomaría ese trabajo.
Con una sonrisa de mi parte, salí del asiento trasero, respiré hondo y le di a papá una inclinación de cabeza temblorosa.
En el momento en que entramos en la iglesia, mi piel se calentó y mi pulso se aceleró, apenas era consciente de que el aire no llegaba a mis pulmones y temía sufrir un ataque de pánico.
Todo el mundo se puso de pie, con los ojos dirigidos hacia mí.
Acompañados por violines, papá y yo caminamos lentamente hacia el frente donde Marko Petrovich estaba esperando.
El hombre al final del pasillo se veía mejor que en cualquiera de mis fantasías de boda, era alto y en forma, su traje oscuro acentuaba su musculatura y transmitía poder y sofisticación. Llevaba una corbata negra, muy apropiada para su personalidad, sus ojos azules nunca se apartaron de mí, pero su expresión era imposible de leer.
No detecté ni un parpadeo de nervios ni de emoción, no había nada ahí.
Estaba tranquilo y con una postura estoica, nada que demostrara que no quería esto, se veía controlado, esto era un deber, un contrato que estaba llevando a cabo.
Deseaba ser como él.
Porque a pesar de todo, incluso ahora, anhelaba que el que se supone que debería ser el día más especial de mi vida, fuera impulsado por amor y afecto, y no un vínculo por meras conveniencias económicas.
A veces era demasiado estúpida por querer cosas que nunca serian para mí.