Francesca
Los nervios treparon y se anidaron como una enredadera venenosa, todo se tensó dentro mío cuando Marko tomo mi mano para retinarnos a nuestra suite. Estaba agotada, me dolía la cara por las horas que había impuesto una sonrisa fingiendo ser la feliz novia que no era, cuando en el fondo estaba completamente destruida.
No importaba demasiado si sonreía o no, los murmullos por el cambio de novia no escaparon de mi oído, las comparaciones con mi hermana no se hicieron esperar y aunque realmente trate de que no me doliera, si lo hizo. Aunque debía reconocer que la mayoría de las personas habían tenido la delicadeza de no hacerlo delante nuestro, y no por mi sino por él, por Marko.
Al igual que yo, la mayoría de las personas le temía.
Pero, siendo honesta debía que reconocer que se había comportado de forma amable durante todo el tiempo, incluso se llegó a mostrar preocupado en algunas oportunidades y en el fondo se lo agradecía. No solo porque este día había sido una tortura, sino porque me había sentido completamente sola.
Hoy pasaríamos la noche de bodas aquí y mañana por la mañana volaríamos a New York donde me instalaría en su mansión, mis cosas en su totalidad ya habían sido enviadas ayer, por lo que aquí solo tenía una maleta con un cambio de ropa y algunas cosas personales.
Lo único que realmente esperaba es que no me quitara la única cosa que me quedaba, que era pintar. Si me quitaba eso, me lo terminaba de quitar todo.
Había luchado mucho con mis padres para que me permitieran hacerlo, pero a él no lo conocía y no sabía si iba a estar de acuerdo o no, no sabía que esperaba de este matrimonio o de mí. Sabía que iba a tener obligaciones, me había casado con el jefe de la mafia rusa después de todo.
Me sentía tan perdida y aturdida, odiaba esto, pero ya no había nada que pudiera hacer, estaba hecho.
Mis pensamientos quedaron interrumpidos cuando Marko abrió la puerta e hizo un gesto de invitación para que entre, pasé por delante de él, mi vestido de novia moviéndose gentilmente a mi paso. Lo mire de reojo de forma rápida para evaluar su estado de ánimo, pero como ya había visto, su expresión era ilegible.
Si no lo hubiera visto alrededor de mi hermana a escondidas cuando nadie los veía, creería fervientemente que no tenía sentimientos.
Pero los tenia, solo que por la mujer que amaba realmente.
Con un suave clic, la puerta se cerró detrás de él y nos quedamos solos, junte mis manos con fuerza para tratar de disimular la forma en que temblaba y me tome mi tiempo para observar mi entorno.
La habitación era enorme había una pequeña sala común con una cocina integrada y tres puertas, eso llamo mi atención, pero estaba tan nerviosa que no me detuve a pensar mucho en ello después de todo.
El miedo, agudo y crudo, me arañó el pecho cuando mi esposo me llevó a una de esas puertas, inmediatamente supe que nos llevaba a nuestra habitación para pasar la noche y una vez dentro, la cerro.
Le sonreí con fuerza.
El pánico se apoderó de mí, el silencio reinando entre nosotros, no solo porque no sabía que decir, sino porque tampoco sabía qué hacer, jamás había estado a solas con un hombre, nunca nadie me había besado, mucho menos tocado. Esto era nuevo para mí, y encima el hombre frente a mí, estaba enamorado de mi hermana. Asique si, era normal que estuviera asustada y triste.
Pero, sobre todo, asustada.
Mi respiración sonaba fuerte, trate de respirar hondo y buscar calmarme, me atreví a mirar a mi esposo, se había quedado cerca de la puerta, mirándome con el ceño fruncido y una expresión que podría helar al mismísimo infierno, tenía las manos metidas en los bolsillos.
Alto y guapo, un hombre con experiencia con las mujeres.
Dio dos pasos hasta mí y me tomo de sorpresa cuando me tomó la cabeza antes de darme un suave beso en la frente como si fuera una niña.
—Ha sido un día muy largo, es mejor que te cambies y duermas — dijo y señalo una puerta dentro de la habitación de madera oscura a mi izquierda —. El baño está ahí.
Asentí con la cabeza y entré en el baño, cerrando la puerta detrás de mí.
Cuando estuve sola, me miré al espejo y no me reconocí, me veía hermosa y radiante, sí, pero mis ojos contaban otra historia diferente, se veían tristes y desesperados.
Nunca soñé realmente con casarme, no como todas las chicas, sin embargo, sabía que tarde o temprano iba a tener que hacerlo, por eso, en esos momentos donde me permitía pensarlo pensé que este día seria de alguna forma más alegre para mí, que el día de mi boda, sería una mujer feliz.
No la sustituta de otra persona, con una fiesta y un marido prestado.
Me quité el vestido y me metí a la bañera, dejando que el agua tibia caiga por mi cuerpo, arrastrando a su paso cada parte de este día.
Después de una ducha rápida, me puse mi camisón y las bragas de encaje a juego, estaba segura que mi madre lo había preparado para mí.
Mirándome en el espejo, me sentí fatal con la ropa sexy, no había forma de que me viera bien con esto y no podía engañar a nadie, la inexperiencia estaba escrita en todo mi rostro.
Preparándome, inhale y exhale y volví al dormitorio.
Me aclaré la garganta con nerviosismo y él se volvió hacia mí, sus fríos ojos azules recorrieron mi cuerpo brevemente pero su expresión no cambió, no hubo ni siquiera un destello de deseo.
No hubo nada.
Era como una piedra.
—Mañana debemos levantarnos temprano —dijo de forma neutra y luego simplemente dio media vuelta y abrió la puerta—. Descansa.
Eso fue lo último que me dijo antes de irse.
Me quede parada en el medio de la habitación sola, aturdida y sin saber qué hacer ¿Lo había arruinado? Pero ¿Cómo? Si no había hecho nada.
Cuando salí de mi estupor, respiré profundamente, no iba a suceder nada esta noche y agradecía eso, no estaba preparada para mi primera vez. Y no era estúpida, el no sentía absueltamente ningún tipo de deseo por mí, asique si nunca deseaba consumar este matrimonio, la idea de que fuera únicamente en los papeles de alguna forma no solo calmo el miedo que sentía, sino que también, estaba bien con ello.
Me metí en la cama y me tapé hasta la cabeza.
Esperaba que el cansancio me durmiera de manera profunda hasta mañana pero no sucedió, me canse de dar vueltas en la cama. Mi sueño había sido agitado, repitiendo los eventos del día, una y otra vez, dios, estaba finalmente casada.
Pocas cosas en mi vida habían estado bajo mi control, ni mi vida, ni mi futuro, ni mis deseos ciertamente, decidían por mí y no me preguntaban, pero yo siempre quise más, quería ser respetada y amada, pero más que eso, quería ser considerada, tener el control por una vez, decidir por mí.
Ya no era libre y anhelaba esa especie de libertad que tenía hasta hace unas horas.
Todo había cambiado ahora, ya no era Francesca Salvatore, la chica introvertida que amaba pintar más que nada en la vida, que bailaba en la seguridad de su habitación cuando se sentía ansiosa y que en el resguardo de su soledad dejaba su cabello y su personalidad al viento y salvaje.
Ahora era la señora Petrovich y no estaba segura de poder ser esa mujer sin perderme a mí misma en el proceso.
Finalmente debo haberme quedado dormida, creo que después de haber llorado un poco, sin embargo, era casi de madrugada cuando me desperté sobresaltada, el sudor perlando mi frente, el aire había cambiado, se sentía tenso, espeso, miré la oscuridad a mi alrededor, pero no vi nada extraño.
La puerta estaba entreabierta pero no se vislumbraba luz afuera, por lo cual intuía que Marko estaba en su habitación durmiendo, aun así, fue inevitable que un escalofrió me recorriera el cuerpo, poco a poco la sensación de sentirme observada se volvió más y más fuerte.
Era una locura, lo sé, estaba sola en esta enorme habitación y la otra persona además de mí, estaba lo más lejos que pudo irse, pero la sensación estaba ahí y no desaparecía, era como si alguien estuviera acechando desde las sombras, esperando un solo movimiento para atacar.
Sacudí la cabeza, estaba siendo irracional, quizás todos los acontecimientos de las últimas horas estaban pasándome factura, me levante y subí el bretel del camisón que se había bajado cuando dormía, fui al baño a refrescarme un poco. Debido a mi incipiente sudor, me toqué la frente, pensado que quizás tenía fiebre, pero no era eso, cuando me sentí más calmada volví a la cama.
Mi corazon se detuvo cuando mire la puerta cerrada ¿No había estado entreabierta hace un momento?
Quizás si me estaba volviendo loca después de todo.