Marko
En el pasado, me habría vengado de aquellos que me traicionaban inmediatamente, de forma cruda y letal, mi lema siempre ha sido golpear rápido, fuerte y de verdad.
Al diablo con eso de que la venganza es un plato que se sirve frío.
Pero no podía con Vittoria a pesar de lo que había hecho y me odiaba cada día un poco más por esperar que cambie de parecer y vuelva.
¿En qué clase de hombre débil me convertía eso?
Ni Franco ni Giulia dijeron una palabra cuando me fui después del plato principal, regresé a Nueva York hastiado de esta mierda.
La verdad es que podría haber quemado la mansión Salvatore hasta los cimientos con un solo movimiento y sinceramente lo había pensado demasiadas veces y con vehemente fuerza las dos eternas horas que había estado ahí, pero aun no era el momento de dejar salir mi ira.
La cena había sido algo digno de olvidar, no solo por mi insatisfacción por estar en esa casa sino porque la tensión se respiraba condensada en el aire.
La cena, solo fue ruidosa por el sonido de nuestros cubiertos.
Mi futura esposa, me miraba desde el otro lado del comedor cuando pensaba que no estaba prestando atención, después de nuestro intercambio de palabras a solas no volvió a pronunciar una sola silaba.
Francesca.
No era para nada la imagen que tenia de ella, quizás tan obnubilado por Vittoria su presencia nunca fue digna de que le dedicara una segunda mirada. La verdad, es que había sido aquello y que era una niña.
Pero ya no lo era.
Francesca tenía un porte fino y elegante que dejaba en evidencia el nivel que poseía, tenía rasgos similares a su madre, pero, a diferencia de Giulia y Vittoria que era profundamente rubias, ella tenía el pelo castaño y sus ojos… sus ojos eran otra cosa.
Eran algo completamente distinto.
Nunca había visto tal color, y en ella la hacían una criatura única.
Eran netamente extraños y llamativos, y no estaba para nada dispuesto a decir que eran preciosos o algún otro calificativo, pero la realidad era que, ni bien había cruzado la puerta de su casa y la había mirado fijamente, sus ojos enseguida se robaron mi atención y realmente me pregunté cómo es que no los había notado antes.
Miel.
Ámbar.
Eso era lo que me evocaba su mirada, junto con un borde dorado casi atrayente, de forma cálida, pero a la vez penetrante.
Era imposible no verla.
Ella era simplemente llamativa sin esforzarse en serlo, y a pesar de que no solía notar o soportar a otras personas podía casi asegurar el hecho de que ella podría opacar todo a su alrededor si así lo quisiera.
Su cabello lacio caía más allá de sus hombros y su vestido resaltaba cada condenada curva que poseía, sobre todo su estrecha cintura.
Pero había algo que no encajaba en toda esa imagen impoluta que ella me mostraba, estaba seguro que esa Francesca frente a mí no era la verdadera. No la conocía en lo absoluto pero esa mujer, no era la real, era una copia de su hermana.
Y eso de alguna manera me molesto, no necesitaba un recordatorio de lo que había perdido.
Sacudo la cabeza negando, no debería estar distrayéndome con eso, ella no era Vittoria, y lamentablemente para ella, Francesca no era más que una conveniencia, un medio para un fin.
Arrojo mi chaqueta sobre uno de los sillones reclinables de mi habitación y me siento en el borde de la cama, escuchando los detalles de Valery procedentes del teléfono. Ha habido algunos problemas con una de las entregas y me he pasado la noche anterior y todo el día de hoy intentando solucionar esa mierda.
Realmente, no necesitaba otro problema que me sumara más estrés del que ya manejaba.
—Mierda, Valery. ¿No puedes ocuparte al menos de parte del problema por ti mismo? — digo al teléfono, apretando el puente de mi nariz—. ¿Cuántas cajas?
—El camión acaba de llegar. Abrimos los primeros, pero es probable que varios más sean iguales, Marko.
—Joder— cierro los ojos con frustración. ¿Qué mierda voy a hacer con todo un cargamento de munición defectuoso que no sirve?
—¿Qué les digo a los croatas? — pregunta.
—Dile a Modrik, que lo espero en el almacén mañana a las ocho de la mañana.
—¿Y si se niega?
—Entonces, iré hasta él y le meteré personalmente todas y cada una de las putas balas en la cabeza, luego de agujereársela con balas que si sirvan. Díselo. — tiro el teléfono sobre la cama.
Malditos croatas.
No va a quedar uno vivo si piensan que pueden engañarme como lo hacían con mi padre, yo no soy el.
Soy dos veces peor.
Estoy agotado, termino de desudarme y me meto en la ducha, dejando que el agua caliente me relaje y relaje mis músculos tensos. Cierro los ojos y dejo que mi mente repose un momento, aunque eso sea algo sumamente difícil de hacer porque pequeños flashes aturden mi cabeza.
Color miel.
No ojos verdosos, sino color miel se apoderan de mi cerebro, jodiendolo y golpeando cada parte nerviosa de mi cuerpo.
Mierda.
Abro los ojos, negándome a dejar que eso haga un nido dentro de mí, no va a suceder, ni ahora ni nunca.
Salgo, más tenso que antes, me pongo un bóxer y un pantalón y bajo por un wiski, necesito algo fuerte y dejar de pensar en los ojos de Francesca.
Ella no es Vittoria me repito, y es a ella a quien en realidad quería.
No dormí absolutamente nada y mi humor por ello era inexistente, son las ocho de la mañana cuando entro en el almacén donde mis hombres están descargando el resto de las cajas que llegaron anoche.
Valery me sigue unos pasos por detrás.
—¿Qué ha pasado con mi cargamento? — señalo con la cabeza hacia las cajas que quedan en el camión.
—Hubo un intercambió con los números de modelo de algunos contenedores — dice Modrik, que está al lado del camión.
—¿Cuántas cajas? — pregunto.
—Algo más de quince. Tendré la munición correcta en dos semanas.
Asiento y miro a Valery que tiene una mirada de disgusto en el rostro.
—Necesito la munición correcta el domingo.
—Imposible, no puedo conseguir nada en los próximos diez días, Marko. Todos mis camiones ya están cargados y distribuidos. ¿Qué tal el miércoles? Es lo más que puedo hacer.
Qué mala suerte.
—Tengo la sensación que no te estás tomando en serio nuestro acuerdo, Modrik — introduzco el cargador dentro del arma—. Cambiemos el tono de la cuestión.
—No me jodas Marko. Ya sabes cómo son las cosas, los errores ocurren, dije que iba a solucionarlo
—Sin duda — amartillo la pistola—. La cosa es, Modrik, que últimamente he estado de muy mal humor, hoy no necesitaba esto.
Levanto la pistola y disparo en la rodilla.
—¡Hijo de puta! — grita de dolor y sujetando su rodilla.
—Los errores pasan, acabo de confundir tu rodilla con tu cabeza — digo—. ¿Debo continuar?
Los ojos de Modrik desenfocados por el dolor se abren, su boca se abre y se cierra como un pez fuera del agua.
—Quiero mi pedido aquí el domingo. ¿Puedes hacerlo por mí?
Asiente.
—Bien. Me alegro que hayamos podido entendernos — vuelvo a tirar el arma al cajón—. Después dicen que la gente hablando no llega a ningún lado.
El proveedor de armamento solo me mira fijamente mientras algunos de sus hombres lo asisten.
Dejo el arma en el cajón y vuelvo a la salida del almacén para irme, el día ya había empezado como la mierda y a cómo iban las cosas no tenía la esperanza de que pudieran mejorar con el correr de las horas.