Marko
Llegue a casa a la hora de la cena, pero, cuando entre al comedor no había nadie, ni siquiera el plato estaba puesto en el lugar de Francesca, cuando una de las chicas que trabaja en casa entro con mi comida le pregunte por ella.
—¿Donde está la señora?
—Dijo que estaba cansada señor— explica—. Que no tenía hambre y se dormiría temprano.
—¿Ha comido algo el día de hoy? — preguntó.
—El desayuno y luego unas frutas durante el día, señor.
—De acuerdo, gracias.
Termina de servir mi comida y se retira.
Francesca ha sido un fantasma en esta casa, le había mandado los horarios con la cena y el desayuno, y había bajado a desayunar algunas veces en mi presencia, sin embargo, la cena fue escaza. incluso una vez, llegué a casa y me sorprendí de verla, sinceramente porque en parte, por momentos me olvidaba de su presencia aquí. La cuestión es, que no sé qué cara debo haber puesto porque se asustó visiblemente y no volvió a aparecer para cenar.
Hace dos semanas que nos hemos casado y apenas hemos intercambiado palabras, pero, aun así, puedo notar que el tema de la comida, o su falta de ella es algo recurrente en Francesca. Sinceramente no lo entiendo, esa chica está prácticamente en sus huesos, es como si estuviera haciendo una carrera para visiblemente desaparecer, y hasta ahora estaba llevando la delantera.
Algo me dice que este comportamiento viene desde su casa y eso va a cambiar inmediatamente, no va a desaparecer en mi presencia.
Mis pensamientos no la dejan mientras bebo la copa de vino, no conozco en absoluto a la mujer que está durmiendo en la planta de arriba de mi casa, no sé lo que le gusta y que no, cuáles son sus pasatiempos, que música escucha, que la hace sonreír.
Sacudo la cabeza, incrédulo de mí mismo ¿qué carajos estoy pensado?
Lo que, si debía que admitir es que, en parte me había sorprendido y en parte no cuando me confeso que pintaba, ciertamente me sorprendió que me lo haya pedido, y la forma en que lo hizo, había miedo y determinación por querer mantener eso para ella.
No me sorprendió que pintara porque, de alguna manera, era algo que podría asociar a ella, no sabría cómo explicarlo, pero es como si ella fuera tan etérea como lo que pinta, y lo sé porque la he observado alguna que otra vez.
No fue casualidad el estudio que mande a preparar para ella, era perfecto para pintar por el paisaje y la luz, pero también porque la vista daba directamente a mi despacho, de modo que podía vigilarla cada vez que estaba aquí.
Ella no lo sabe, pero las ventanas de mi despacho son tintadas asique yo puedo verla, pero ella a mí no, es por eso que pude observarla pintar y verla pasar prácticamente el día entero encerrada en esa habitación.
Joder, necesito dejar de pensar en ella.
Termino de comer y subo a mi habitación, ha sido un día realmente agotador y lo único que deseo es meterme en la cama y dormirme. Llego a mi puerta y me detengo, miro hacia el final del pasillo y el impulso de ir hasta allí me gana.
No, eso es una locura, no debo pensar en ella, no debo querer verla.
Francesca no significa nada para mí.
Entro y me quito la chaqueta y la corbata, la dejo sobre el sillón reclinable y me meto al baño, estoy ansioso y no lo entiendo, cierro los ojos y me agarro fuerte del lavabo.
Joder.
Vuelvo a salir y llego hasta su puerta, abro con sumo cuidado solo un poco, está todo oscuro y puedo notar su figura a través de la luz que se cuela de afuera, me meto sigilosamente como aquella noche en la habitación del hotel, tengo que admitir que después de verla salir del baño con ese camisón que acaricio cada parte de su cuerpo no la pude sacar de mi cabeza.
Esa noche esa imagen se repitió una y otra vez, y me hizo sentir asqueado de haber fantaseado con tocarla, con poner mis manos en la hermana de Vittoria.
Pero, aquí estaba de todos modos, metiéndome en su habitación como un jodido acosador solo para verla dormir, justo como esa noche.
Duerme plácidamente, sus rasgos suaves y perfectos, su piel delicada como ella, a pesar de todo, no puedo negar que la belleza de Francesca es otra cosa, no he visto nada parecido y eso la hace única. Delineo su mandíbula de forma casi imperceptible, es suave, se remueve y hace algo con la nariz que la hace ver adorable.
Cierro los ojos y suspiro.
Esto está jodidamente mal y no va a volver a pasar nunca más.
Salgo de la habitación y vuelvo a la mía donde me encierro. ¿Qué mierdas estoy haciendo? ¿En qué momento deje que ella invadiera un solo pensamiento mío? No tengo que olvidarme que esto es un arreglo nada más.
Me duermo aún más molesto de lo que estaba antes.
Suena un golpe seco en la puerta de mi despacho, levanto la vista del portátil para ver entrar a mi jefe de seguridad e inclino la cabeza hacia la silla que hay al otro lado del escritorio.
—¿Solucionaste el tema del cargamento? — pregunto.
—Sí, eso está hecho— me quedo pensativo—. ¿Qué piensas, Marko? — me pregunta Boris.
—Los irlandeses empezaran a joder ahora que la alianza con los italianos está hecha— digo—. Debemos reforzar la seguridad en los puntos clave, y estar preparados para un posible ataque.
—¿Qué pasa con los italianos?
—Es su problema si los atacan.
—¿Y la alianza? — dice—. Reclamaran tu ayuda.
—Mandaremos algunos hombres, pero de la tercera y cuarta línea, nada que nos afecte realmente.
—Sí, señor— dice.
Cuando se va mi mirada se desliza por la ventana hasta el estudio de Francesca, está ahí, vestida con un overol de jean y descalza, lleva el pelo atado con un pañuelo sobre la cabeza, abrió el ventanal y se apoyó en el mirando hacia el parque.
Tiene la mirada perdida, y no se mueve. Casi estoy tentado de ir hasta ahí solo para ver si no está en estado catatónico, de un minuto a otro parpadea y vuelve hacia adentro, se sienta en su banquito y comienza a pintar de nuevo.
Aparto la vista, Francesca tiene que volver a ser invisible.
Sin embargo, como el idiota que soy me encuentro yendo a la cocina.
—Olga, prepárale algo a la señora y llévaselo a su estudio— ordeno—. Y si se niega, dígale que es una orden mía y que, si desobedece, no le van a gustar las consecuencias.
—¿Algo en particular?
—No sé, frutas, huevo, jugo, prepárale algún plato más sustancioso y algún postre— digo—. Llévale un poco de todo y que elija.
—Sí señor.
Vuelvo y me paso la mayor parte del día en mi despacho revisando los informes financieros de la empresa de servicios de seguridad que me sirven como fachada para blanquear gran parte del dinero y para mi vida pública.
El trabajo es lo que hago cuando me supera el caos de mi cabeza.
Pierdo la noción del tiempo y sólo me doy cuenta de que son las diez de la noche cuando Boris me informa del ataque de una pandilla a un cargamento, es menor, ni siquiera requiere mi presencia, pero capturaron a dos y yo necesito descargar un poco esta ansiedad que no me deja tranquilo.
Llegamos al almacén donde ya están mis hombres, Valery vigilando todo.
Me bajo con la seguridad y Boris pisándome los talones, los dos hombres que capturaron están encadenados en el medio del almacén y con el torso desnudo, tienen algunos golpes, pero están conscientes.
—Tienen un tatuaje de una banda rumana en el interior del antebrazo— dice Valery cuando me acerco—. ¿Crees que es Constantino?
—Posiblemente, tal vez descubrió que fui yo quien mató a su hombre de confianza, pero si fingió que esto sea un ataque menor, algo más debe estar tramando.
—Mandare hombres a que investiguen en la zona.
Me quito la chaqueta y arremango la camisa hasta los codos a medida que me acerco a los dos hombres encadenados.
—Ahora, ¿dónde estábamos? — preguntó mientras cojo un cuchillo de la mesa metálica y luego me pongo delante de los hombres atados—. Oh, sí. Ibas a decirme quién te envió y que mierda quieren en mi territorio.
Definitivamente, esta noche iba a ser por demás divertida.