Francesca
Me desperté aturdida y cansada, había podido dormir solo unas pocas horas. Eran apenas las seis de la mañana cuando vi en mi reloj, suspire, no sabía en qué momento exacto Marko vendría por mí para irnos, pero sabía que ya no podría dormir más.
Salí de la cama y me dirigí al baño, tomándome mi tiempo para lucir presentable, me quedé más de veinte minutos bajo el agua, tratando de relajarme y relajar los músculos de mi cuerpo, cuando termine, salí y me seque.
Me seque también el pelo y lo peine en un moño tirante, mi madre había dicho que mi pelo era indomable y que ahora debía llevarlo lacio o atado, daba una mejor imagen y me vería más presentable, no quería usar químicos para alisarlo, apenas y toleraba la plancha del pelo, asique la mejor opción era atarlo.
Me maquille, solo dejando los labios como protagonistas, un color rojo no tan fuerte, no debía llamar mucho la atención, tenía empacado un vestido color vino, de mangas tres cuartos que me llegaba a la rodilla, una chaqueta negra haciendo juego con el cinto y zapatos de tacón del mismo color.
No era mi estilo para nada, pero ya no podía ser yo.
Me reí amargamente, era como si me hubieran mandado el guardarropa que Vittoria había dejado atrás antes de irse. Mirándome al espejo lo único que nos diferenciaba era el color de pelo y de ojos.
Por lo demás, éramos bastante parecidas, aunque mi madre y mi hermana siempre se habían encargado de remarcar que yo era distinta a ellas.
Si al menos ser una copia de mi hermana mayor me hubiera garantizado el amor de mis padres, lo habría hecho felizmente, pero no era así, nunca se iban a dar cuenta realmente de mi existencia, y ya era momento de que dejara de llorar y lamentarme por ello.
Tenía que hacerme fuerte y dejar de sufrir por aquellos que no me querían igual.
Una vez lista salgo de la habitación, me sobresalto al ver a Marko parado en la puerta, esta impecablemente vestido en un traje n***o a medida, pero sin corbata, cuando me ve, parpadea y puedo vislumbrar un destello en sus ojos, es demasiado fugaz, casi podría decir que me lo imagine, su mirada se vuelve helada y distante.
—¿Has dormido bien? — preguntó, su voz era suave, pero sin ningún matiz de nada, era evidente la barrera que había entre ambos.
—Si— dije—. ¿Tú has dormido bien?
—Perfectamente— miro su reloj y después a mí —. El vuelo sale en una hora. ¿Quieres desayunar ahora o en el avión?
—Estoy bien, no tengo mucha hambre— dije, su mirada se entrecerró.
—Tienes que comer algo Francesca, anoche apenas probaste bocado— me sorprendió que haya notado aquello, no había podido comer mucho por dos motivos, los nervios y la mirada inquisitiva de mi madre cada vez que me acercaba a la comida—. Ordenare que lo tengan listo en el avión.
—Enserio, no es necesario— tenía una figura que mantener, mi madre me mataría si subía de peso—. La verdad es que, por la mañana, me dan calambres en el estómago, asique no suelo desayunar por esa causa.
No me creyó.
—No, y ya no es pregunta, desayunaras a partir de ahora.
—De acuerdo— dije resignada, ya me las arreglaría una vez en su casa.
—Saldremos en diez minutos— anuncio—. ¿Tienes todo listo?
Asentí.
No dijo nada después de eso, dio media vuelta y se fue, guardé las pocas cosas que tenía en la maleta y salí. Marko estaba al teléfono dando órdenes cuando lo encontré en la sala de la suite, su mirada encontró la mía y volvió su atención al teléfono, tomo su chaqueta cuando colgó y me miro nuevamente.
—¿Lista? — pregunto mientras guardaba su teléfono en el bolsillo, asentí—. Palabras Francesca, necesito que me hables cuando lo hago o te pregunto alguna cosa.
Me sentí como una niña regañada, quizás así me veía él.
—Discúlpame, si estoy lista.
—Perfecto, vámonos entonces.
Salimos de la habitación para encontrarnos con cuatro guardaespaldas en la puerta, que nos escoltaron hasta el garaje subterráneo del hotel, ahí había cuatro hombres más, nos subimos a un auto con los vidrios blindados, dos guardaespaldas se subieron con nosotros y los demás se repartieron en los autos que había delante y detrás del nuestro.
Apenas nos pusimos en marcha, Marko volvió su atención a su teléfono por todo lo que duro el trayecto hasta el aeropuerto.
Veinte minutos después estábamos estacionando en un hangar privado, solo estábamos nosotros y los guardaespaldas. No es como si esperara a la familia de mi esposo, más allá de gente de su organización, en la boda su única familia era su tío y su mejor amigo, no me lo había presentado anoche, pero sabía quién era de haberlo visto en algún evento.
Me baje, los guardaespaldas hicieron un camino hasta el jet, Marko puso la mano en la parte baja de mi espalda y subimos los escalones, me sorprendió ese gesto de su parte, pero a mitad de camino fue como si se hubiera dado cuenta lo que había hecho porque quito su mano como si yo tuviera la mismísima peste.
Una vez dentro él se sentó primero, no sabía si quería que me sentara a su lado o no, dude por un momento, pero termine sentándome frente a él, me miró fijamente y me sentí intimidada, quizás debí sentarme más atrás, lejos suyo.
No dijo nada.
Cuando todos estuvimos abordo y las puertas se cerraron, nos avisaron que el avión iba a despegar, diez minutos después una azafata rubia muy bonita se acercó hasta Marko con una bandeja, sin dejar de mirarlo le sirvió una taza de café, luego deposito un plato con fruta y huevos revueltos, jugo de naranja y una taza de café para mí.
Cuando se dio cuenta que Marko no iba a despegar su vista del teléfono, se fue.
—Come— fue lo único que dijo, no me miro y no dejo de prestar atención a lo que sea que estaba haciendo.
Quería decirle que no, que estaba bien, que era demasiada comida y mi madre me mataría si engordaba, pero cuando dude y tarde más de lo normal en tomar el tenedor, me miro de tal manera que, si no estuviera sentada, se me habrían doblado las rodillas.
Comí la mitad de todo después de eso.
—Todo— dijo cuando vio mi intención. ¿Acaso era el policía de la comida?
Una hora y media después con todo mi desayuno terminado, aterrizamos en New York, no había puesto un pie fuera cuando note varios autos y un equipo de seguridad desplegado esperándonos.
El viaje no duro mucho, no estábamos en las afueras de la ciudad, pero tampoco en el centro, nos estacionamos frente a una majestuosa mansión, mucho más grande que la de mis padres.
Tenía un gran jardín delantero, oculto detrás de un enorme portón n***o. Había cámaras de vigilancia y más seguridad de la que podría recordar, era como una fortaleza.
Marko me ayudo a bajar y caminamos hasta la entrada principal.
—Vamos, te daré un recorrido por la casa— anuncio. Lo seguí mientras me presentaba con los empleados y mostraba la sala, el comedor, la biblioteca y el despacho en la primera planta, luego subimos la escalera hasta el ala de las habitaciones—. Esta es mi habitación— siguió hasta el final del pasillo y se detuvo frente a una puerta—. Esta es la tuya Francesca, adentro ya están instaladas todas tus pertenecías.
—¿No dormiremos juntos? — me miro como si hubiera dicho una estupidez, probablemente lo era.
—No— dijo simplemente —. Luego te hare llegar los horarios para la cena, instálate tranquila, yo tengo mucho trabajo pendiente.
—Marko— lo llame cuando estaba por irse, se giró y me miro, me puse nerviosa, no sabía si era el momento para esta petición o como se lo tomaría, las manos me temblaban y sudaban, mi corazon latiendo fuertemente en mi pecho.
—¿Que sucede?
—Yo... yo... veras me gustaría... — se acercó a mí de forma dominante, casi retrocedí en mis pasos.
—Habla— ordeno —. No voy a poder entender que quieres si no me lo dices.
—Me gustaría si es posible, algún lugar pequeñito para mis cuadros y mis pinturas— dije, de forma apresurada —. No tiene que ser ningún cuarto elegante, uno de servicio estaría bien, no quiero molestarte.
—No me molestas— dijo—. ¿Tu pintas?
—Si— me miro por unos segundos y luego sacudió la cabeza, su máscara fría e imperturbable seguía ahí.
—De acuerdo, ordenare que preparen un cuarto para ti.
—Gracias.
—Francesca— me llamo cuando estaba por abrir la puerta de mi nueva habitación —. Puedes pintar cuanto quieras, no me meteré en eso, pero hay obligaciones que debes atender, luego te instruirán en cuáles serán tus funciones aquí y te darán el calendario y la agenda— asentí—. Y, por último, no debes entrar a mi despacho por ningún motivo.
—Entendido.
Se fue después de eso, entre a mi habitación, era grande y muy luminosa.
La cama era enorme, tenía un baño privado y un vestidor más grande que el que tenía antes, donde mis cosas ya estaban perfectamente acomodadas. El mobiliario era todo blanco, no me disgustaba, la habitación era linda, pero a mí me gustaban las cosas con colores.
Deseche ese pensamiento, no debía quejarme, tenía una habitación para mi sola.
Salí al balcón que daba a un gran parque, había muchas plantas y árboles, la vista era preciosa, quizás debí pedirle si me dejaba pintar aquí.
Me reprendí por mi pensamiento, ya era suficiente que me dejara seguir pintando, cualquier cuarto que me diera estaría bien y se lo agradecería, si me hubiera dicho que no, habría muerto de tristeza, no podría vivir sin pintar.
Deje de divagar y camine hasta el vestidor, tenía varias horas hasta la cena y quería estar cómoda, como si lo hubiera invocado mi teléfono sonó, era un mensaje con un número desconocido, supe enseguida que era de Marko no solo por lo escaso de palabras sino porque tenía los horarios y agenda que debía seguir de ahora en adelante.
Estaba terminado de cambiarme cuando golpearon la puerta.
—Adelante— dije, una mujer joven entro.
—Señora, el señor Petrovich ordeno que llevemos sus materiales a la nueva habitación — dos hombres entraron detrás de ella y recogieron las maletas con las pinturas, los caballetes y lienzos.
—Solo Francesca— dije —. Iré con ustedes así conozco el recorrido.
La mujer solo asintió y salió después que los dos hombres, la seguí en silencio hasta el que sería mi nuevo estudio.
Resulto que la habitación estaba en la plata baja en la otra ala de la mansión, cuando llegamos y entre, casi se me corta la respiración, el lugar era impresionante. La habitación era enorme con estantes y un mesón, tenía grandes ventanales que iban del techo al piso por el que se veía el enorme jardín.
Dejaron mis cosas sobre el mesón y salieron después que les dije que no necesitaba nada más, estaba impresionada, esto era incluso mucho más grande que el estudio que había conseguido en casa.
Tenía esto, podía pintar y en un lugar increíble.
Estaba segura que podría sobrevivir aquí si me dejaban este espacio para mí, si podía perderme aquí, podía lograrlo.