Hace dos meses el sacerdote de Leyenderes había tomado sus maletas y subió al primer tren de la madrugada que llego a la estación, nadie tenia la menor idea de porque había ocurrido aquello, nadie sabia sus motivos para irse de esa manera tan repentina y tampoco se tomo el tiempo para despedirse de los mas fieles que iban a todas las reuniones que hacia, sin embargo, por el pueblo se regó el rumor que tomo la decisión de abandonar los hábitos y escapar con una de las hijas de la costurera, la mujer tampoco tenia idea del motivo por el que su hija había tomado sus cosas y se fue sin darle razón un día antes de que el sacerdote también se fuera, pueblo chico infierno grande, su huida paso en boca de las señoras que tomaban el té por las tardes hasta que dejo de importarles. La iglesia de Ipswich mando una carta a Joseph informándole que enviarían a otro padre para que los fieles no se quedaran descarriados ante la ausencia de la cual ellos también desconocían en parte, ese día por la mañana llegaría el nuevo padre del cual no tenían un nombre o alguna descripción física de como seria, Rose andaba corriendo de un lado a otro tratando de ordenar los últimos detalles del almuerzo que habían planeado para darle la bienvenida al hombre.
Yelena solía despertar antes de que el sol saliera por entre los arboles y tocara las puertas del balcón en su habitación, esa mañana no fue la excepciona para su rutina diaria, pero se quedo acostada escuchando todo el alboroto que las sirvientas estaban formando abajo y cuando se sintió aburrida de estar en la cama observando el techo se levanto para tomar un baño, le gustaba el agua fría y la soledad durante sus baños, se puso uno de sus vestidos favoritos de andar por casa y con algo de pereza bajo a la primera planta, se quedo de pie en las primeras gradas observando como las sirvientas iban de un lado a otro con cosas para la cocina y otras dos iban entrando con los lecheros completamente llenos.
- ¡Yelena, ve a ponerte un vestido mejor, tenemos que ir a recoger al padre a la estación!- comento Rose al notar su presencia.
- Tengo planes para esta mañana.- dijo de forma seria, termino de bajar y camino hacia el comedor.
- ¿Qué planes puedes tener para hoy?- Rose la siguió- Habíamos acordado que hoy iríamos todas a recoger al padre, Jimena ya esta lista y tu andas con esos trapos feos.- se quedo de pie bajo el marco de la puerta cerrándole el paso.
- Yo no prometí nada y tampoco te estaba prestando atención cuando hablabas del nuevo hombre que vendrá.- Yelena rodeo a la mujer y tomo asiento en la enorme mesa de madera del comedor.
- ¡Yelena, no seas irrespetuosa!- alzo la voz y puso las manos en su cintura con indignación- ¡No es cualquier hombre el que va a venir, será el nuevo sacerdote que nos dará la paz que este pueblo perdió cuando el otro nos abandono, lo menos que podemos hacer es ir a recibirle!- Rose era una mujer demasiado creyente y quería que sus hijas también lo fueran, pero Yelena estaba peleada con la religión en general.
- No voy a ir y no puedes obligarme, a mi que me importa que venga ese hombre, no es nada especial y tu pones toda tu fe en él.- fue lo único que respondió Yelena cruzando sus brazos en forma de reto.
Escucho a su madre regañarle sin escrúpulo alguno, al principio la llevaba a una habitación sola para darle el sermón del hijo obediente y respetuoso con sus padres, pero en estos últimos años ya lo hacia frente a las sirvientas o ante algunas de las amigas de la propia Rose, incluso la había regañado frente a las amigas de Jimena, ante el escándalo Joseph bajo a ver que estaba ocurriendo y porque su esposa estaba gritando tan molesta.
- ¿Se puede saber por que le gritas?- pregunto el hombre viendo a su hija.
- Se supone que las tres iríamos a recoger al padre a la estación y ahora se niega a ir, como siempre quiere hacer lo que se le da la gana.- dijo Rose aun alterada.
- Deja que se quede, necesito que le ayude a los hombres a cepillar a Tormenta y Trueno, también tiene que recoger los huevos de sus gallinas porque no se van a vender solos.- comento Joseph.
Tormenta y Trueno eran dos caballos pura sangre que Amaranta le había comprado a Yelena cuando tenia diez años, eran unos potrillos al momento en que los recibió y literalmente habían crecido a su lado, eran animales resabiosos que no dejaban que nadie mas que Yelena los cepillara y era la única que podía montar a Trueno ya que era el caballo que mas mal carácter tenia, Jimena solía decirle que los caballos se parecían mucho a ella en ese espíritu de rebeldía indomable; Joseph le regalo una gallina la cual puso diez huevos y cuando los pollitos nacieron los cuido, ahora tenia veinte gallinas ponedoras de las cuales vendía sus huevos para tener ganancias.
- No esta bien que solapes sus caprichos, ella debería acompañar a su hermana y a mi.- dijo la mujer aun mas molesta.
- No te quejes mi hermosa...- Joseph la tomo de la cintura y le dio un beso en la mejilla- Te acompaña Jimena y las hermanas Morgan, deja que ella se quede a ayudar en los establos.- aquel gesto hizo tranquilizar a Rose.
Joseph la abrazo y entonces Yelena aprovecho para escabullirse oculta entre las sillas dándole las gracias a su padre con una sonrisa cómplice y salió al jardín trasero, no fue un secreto que nuevamente habían tenido una discusión y estando ya en los establos vio a Jimena acercándose a ella con ese semblante risueño que le daba siempre la tranquilidad que su madre le arrebataba con sus gritos.
- A veces pienso que disfrutas hacer enojar a mamá.- comento la mujer viéndola cepillar a Tormenta.
- Quizás sea verdad, adoro hacerla rabiar solo porque si.- Yelena sonrió de lado con burla y vio a los ojos a su hermana.
Ambas compartían muchos rasgos físicos similares como su cabello castaño, la piel blanca y la nariz respingada, pero los labios de Jimena eran una fina línea de color rosa en contra de los carnosos labios de Yelena y además la mayor tenia unos lindos ojos verdes por herencia de su madre, a Yelena le gustaba mucho verlos ya que los suyos tenían un color avellana claro no tan llamativos en su opinión.
- ¿Hasta cuando vas a hacer las pases con ella? sabes muy bien que no fue su culpa que el padre Valle se negara a hacer una misa para la abuela.- comento Jimena acariciando el lomo de Tormenta con mucha cautela.
- Pero no puso queja, no protesto y solo se quedo callada, como siempre bajando la cabeza a un simple mortal que no tiene derecho a negar algo tan sencillo como era una misa para Amaranta.- Yelena frunció el ceño recordando los eventos sucedidos en el pasado.
- Es muy creyente y sabes que respetaba mucho a ese hombre, a veces su palabra valía mas que la de su esposo.- tomo el otro cepillo y pensó en ayudarla antes de que llegara el tiempo en que tuviera que irse.
- ¿De que sirvió? termino escapando de este lugar con una chica casi veinticinco años menor, era un degenerado y al final la abuela lo sabia, se lo dijo en su cara muchas veces cuando veía mi escote durante las misas.- comento Yelena con algo de rabia.
- Deberías considerar el perdón a tus semejantes, mamá es una pecadora al igual que todos nosotros y ella solo pensaba que estaba haciendo lo correcto escuchando al padre Valle.- Jimena se paro frente a su hermana.
- Jamás volveré a poner un pie en esa iglesia y jamás volveré a ponerme de rodillas frente una cruz pidiendo algo que jamás va a conceder... mi abuela hizo muchas cosas por este miserable pueblo y por la iglesia cuando estaba a punto de caerse, esa basura le negó un sermón y el espacio en su tierra para que descansara en paz.- apretó los puños furiosa.
- Date la oportunidad de conocer al nuevo padre, quizás te pueda hacer cambiar de opinión y volver al camino de Dios.- le dio un beso en la frente y se alejo corriendo con una sonrisa divertida.
Sabia que Yelena se había vuelto una persona muy arisca a recibir afecto después de haber perdido a su abuela, el padre Valle se había negado a oficiar una misa por el fallecimiento de Amaranta, dijo que la mujer no lo merecía por estar metida en cosas que no eran de Dios y aseguro que Amaranta viviendo a las afueras del pueblo se dedicaba a practicar la brujería, el desprecio con el que lo había dicho hizo que Yelena se le fuese encima, pero Joseph alcanzo a detenerla para no formar un escándalo mas grande en aquellos momentos, tuvieron que velar a Amaranta en su cabaña y solo estuvieron presente su hijo y las únicas dos nietas. Yelena se alejo completamente de la iglesia y paso de asistir cada miércoles, viernes y domingo a no volver a poner un pie ni en los patios de aquel lugar, cada vez que se encontraba al padre Valle era para que le dedicara miradas hechas puñales los cuales le hubiese encantado clavarlos en su miserable ser por todo el odio que llego a sentir en su tiempo.
Los peones prepararon la calesa que era tirada por cuatro espléndidos caballos de pelaje blanco y los ojos de Yelena no se despegaron de ellos hasta que esta se perdió en el camino de piedras que conducía al pueblo, el moderno tren tenía su estación a dos kilómetros del pueblo por tanto se debía ir en calesa o a caballo. Rose estaba muy emocionada por conocer al nuevo padre que la iglesia de Ipswich mandaba, le hacía mucha falta escuchar los sermones y además de eso estaba esperanzada de que un nuevo rostro hiciera que su pequeña recuperará la fe pérdida, con ellas iban Diana y Alice Morgan que eran grandes amigas de Jimena por ser de la misma edad, sin embargo, no solían ser para nada amables con Yelena cuando estaban a solas y es que Yelena tampoco era amable con ellas, habían tenido varios encontrones de palabras fuertes de los cuales Jimena no sabia nada.
- ¿Cómo se imaginan al padre?- pregunto Diana arreglando los guantes de fino encaje que cubrían sus manos.
- No lo sé, quizás sea alguien joven.- comento Jimena sonriendo divertida.
- Yo me conformo con tener una figura correcta en este pueblo y que nos guie con la palabra de Dios.- Rose llevaba un rosario de cuentas azules en la mano izquierda.
- Jimena ¿No quiso venir la oveja descarriada?- pregunto Alice con burla.
- No, papá la mando a los establos porque debía ayudar con los caballos, nadie mas puede cepillar a los pura sangre que tiene.- dijo la chica con una sonrisa de lado.
- Voy a hablar con el padre y le pediré que la aconseje, si sigue comportándose como un animal salvaje se la entregare como monja para que lo asista en todo.- dio un pisotón al carruaje.
- No te exaltes madre, puede que solo esté pasando una etapa de rebeldía, sabes que era muy apegada a la abuela.- Jimena le tomo la mano con suavidad.
- ¿Etapa? Yelena lleva siendo rebelde casi toda su vida, la verdad dudo mucho que cambie.- dijo Diana consiguiendo la mirada de reproche de Jimena por su comentario inoportuno.
La calesa llegó a la estación del tren donde se encontraba el señor Simons, un hombre bajito y regordete con un bigote gracioso que era el encargado de recibir los trenes que llegaban con mercancía o con visitantes, no paso mucho tiempo para que el silbido de la máquina resonará indicando que estaba llegando a una de sus tantas paradas, bajaron unas cuantas personas y mientras iban saliendo del andén las mujeres se comenzaron a preocupar ya que no veían a nadie con fachas de ser un sacerdote, pensaron que quizás confundieron las fechas o que llegaría más tarde, pero entonces un hombre alto fue el último en bajar usando un sombrero oscuro al igual que su gabardina, al levantar el rostro fue obvio que aquel hombre joven era el nuevo sacerdote de la iglesia por su distintivo en el cuello.
- ¿Usted es el nuevo padre?- pregunto Rose con cautela y muy dudosa.
- Si lo soy...- sonrió de lado con amabilidad y se quitó el sombrero- William Danes.- extendió su mano en saludo.
- Es un gusto poder conocerlo al fin padre Danes...- Rose respondió el saludo- Yo soy Rose Miller y ellas son las hermanas Diana y Alice Morgan.- señaló a las chicas.
- Hola padre, me llamo Jimena Miller, es un gusto conocerle por fin.- saludo al hombre también.
- Es un gusto de verdad conocerles y agradezco que se hayan tomado el tiempo para venir a recibirme.- la voz del padre era un tono masculino pero a la vez suave.
- Vamos, usted pasará estos días en casa con mi esposo.- Rose sonrió.
- No me gusta causar molestias, preferiría que me lleven a la cabaña tras la iglesia, los padres que me envían me hablaron de ella y que podría vivir cómodamente allí.- comento tomando sus maletas ayudando al hombre que llevaba la calesa.
- Ese lugar debe estar lleno de polvo y telarañas, mañana mandaré a mis hijas para que lo limpien y dejen el lugar más habitable.- William ayudo a las mujeres a subir y por último lo hizo el.
- No hace falta señora Miller, Dios me dio dos manos con las que puedo limpiar tan bien como una mujer.- sonrió de lado un tanto divertido por todas las atenciones que le estaban dando.
- Cuatro manos más le ayudarían a terminar más rápido.- dijo Jimena viendo al hombre con atención.
El padre Danes había superado las ideas que cada una llevaba en su cabeza, era un hombre que seguramente estaba dentro de sus veinticinco años más o menos, con una piel blanca, labios delgados, iris de color azul intenso, una nariz romana y el cabello rubio rizado un poco largo. En el camino de vuelta al pueblo Rose se mantuvo conversando con el hombre ya que deseaba saber qué tipo de experiencias tenía para desempeñar el cargo y estaba admirada pues William tenía antecedentes muy buenos dentro de la iglesia, aparentaba ser un hombre sabio a pesar de su juventud y tenia un carácter dulce.
- Disculpe mi imprudencia, pero me dejó curioso el que haya dicho que tenía dos hijas.- comento Danes.
- Si, tuviese tres, pero mi querido Johann fue reclamado por Dios cuando aún era un niño.- los ojos de la mujer reflejaron tristeza.
- Lamento mucho escuchar eso señora Miller.- William la vio sonreír de lado.
- Ahora solo me quedan Jimena como la mayor y mi oveja negra Yelena.- suspiro recordando a su hija.
- ¿La oveja negra?- alzó una ceja.
- Si, después de que su abuela falleció culpo a Dios de eso y se alejó de la fe, ahora es una chica rebelde que pelea conmigo todo el tiempo y se niega a formar parte del rebaño de Dios.- explicó la mujer.
- Los hijos deben obedecer a sus padres y los padres deben disciplinar a sus hijos cuando es necesario.- comento William haciéndose una idea de lo que era la chica.
- Me gustaría que usted hablara con ella y le diera consejo, la vara de castigo ya es una gracia para ella y eso es frustrante.- vio a Jimena quien le tomo la mano después de decir aquellas palabras.
- Claro que hablaré con ella, quizás solo necesite consejo firme que la haga entrar en razón.- el hombre desvió su vista cuando las primeras casas del pueblo comenzaron a verse entre los árboles.
Cuando la calesa fue pasando entre las calles empedradas las personas no perdieron el tiempo en salir a saludar emocionadas de ver al padre y felices de tenerlo entre ellos, como lo había pedido el carruaje fue primero a la iglesia para que pudiera dejar sus maletas en la pequeña cabañas que estaba tras la imponente estructura, unos cuantos metros más adelante estaba el pozo y todo a su alrededor era realmente bellísimo, al menos para alguien que estaba acostumbrado a vivir en una bulliciosa ciudad como lo era Ipswich. Después de acomodar sus maletas fue llevado a la casa de la familia Miller y se sintió mucho más embelesado de ver aquellos jardines cubiertos de flores de una infinidad de colores.
Todos bajaron y entonces Joseph fue al encuentro del padre Danes, no iba solo ya que Yelena le seguía pues iban conversando sobre las siguientes crías que tendrían las cabras, sin embargo, ella desvío su paso sin siquiera dedicarle una sola mirada directa al hombre, William no se inmutó con aquel acto descortés y le fue muy fácil asumir que aquella joven tan menuda y mal educada sería la llamada oveja negra de la familia.
- Lamento no haber podido ir a recibirle a la estación padre Danes, pero como comprenderá el trabajo aquí es constante y estamos en tiempos fértiles para algunos animalitos.- dijo Joseph invitándole a seguirlo.
- No tiene nada de que excusarse señor Miller, fue mucho que su esposa fuera por mi a la estación.- sonrió de lado caminando.
- Le pido que me llame Joseph, padre, nunca me han gustado mucho las formalidades.- le dio un suave golpe en el hombro.
- Claro... déjeme decirle Joseph que tiene una hermosa casa y su jardín es magnifico.- dijo contemplando las rosas.
- El que este así de hermoso es gracias a mi hija Yelena, ama cuidar las rosas y es ella quien se ha encargado de hacer esos muros con ellas.- se detuvo junto al padre que acerco una rosa a su nariz para olerla.
- Tiene una buena mano para haberle dado vida a estas plantas tan delicadas.- su atención estuvo sobre las rosas.
Joseph lo llevo al patio trasero de la casa y ambos se sentaron en unas cómodas sillas de mimbre tejido y los asientos de fundas rellenas de algodón, eran perfectas para aliviar el cansancio de ir por horas sentado en una misma posición en incomodas bancas de madera empotradas en el vagón, un vaso con agua fresca y una bandeja con postres muy apetecibles fue lo que llevaron para el padre Danes, pero aunque estaba escuchando a Joseph hablar su atención estaba puesta en una de las ventanas no tan lejos de donde estaban, ya que podía ver una figura sentada en el marco ancho de la misma ventana que sobresalía un poco y pudo adivinar que se trataba de alguna mujer ya que las cortinas translúcidas dejaban ver parte de su vestido sin mencionar las curvas que se formaban a contra luz.