Escuché la voz de mi esposa llamándome, cómo sí hubiera una distancia enorme entre nosotros, parpadeé y quise recomponerme enseguida, pero no pude, la luz era tan intensa que, no me permitía hacer otra cosa más que apretar los ojos.
Sentía mi cuerpo ligero, pero no podía moverlo, mi boca estaba seca, como si hubiera fumado una cajetilla completa de cigarros. La cabeza la sentía intensa, era una migraña, seguro. Eso de no dormir y el trabajo de más me iba a pasar factura tarde o temprano.
—¿Alán? —escuché a Mert más cerca de mí, intenté girar mi cabeza hasta su dirección— No te esfuerces, cielo. ¿Estás mejor?
Escuché como cerraba las cortinas de la casa, estaba sentado en el sillón y ni puta idea de cómo llegué hasta aquí, tal vez Mert tuvo que llevarme a cuestas, el ruido de los paso
