Lena
El sol ardía con una intensidad que parecía inusual, cada rayo calentando mi piel de una manera que trascendió el mero contacto físico; era como si intentara penetrar hasta lo más profundo de mi ser.
A pesar de esto, el ambiente transmitía una paz tan abrumadora que lo único que deseaba era estirarme completamente, entregarme al calor del sol y descansar por, no sé... quizás 48 horas de corrido.
Mientras me deleitaba en esta calma, sentí una presencia acercándose discretamente.
Algo olfateaba mi mano extendida sobre la hierba. No era una persona, sino algo más inocente... probablemente un perro. Sin abrir los ojos, extendí la mano y acaricié su cabeza, sonriendo ante la normalidad de este gesto, un pequeño soplo de tranquilidad en medio de la locura que había sido mi vida últimamente.
—Yo no haría eso si fuera tú, —susurró una voz que cortó el aire tranquilo como una cuchilla afilada.
Esa voz... la conocía demasiado bien y cada nota de ella despertaba en mí un remolino de emociones contradictorias, aunque destacaba el rechazo inmediato.
—Deja de molestar, Ravenna, estoy descansando aquí... —respondí, abriendo un ojo con reticencia y buscando su figura en la luminosidad que me rodeaba.
Ella estaba de pie a unos pocos metros de donde yo estaba recostada, su postura rígida, completamente a la defensiva, sosteniendo una rama que había convertido en una especie de arma improvisada. Su expresión era seria, casi cautelosa, lo que me hizo fruncir el ceño en confusión.
¿Qué diablos?
Justo entonces, un gruñido bajo rompió el silencio, volviendo mi atención hacia la criatura que había estado lamiendo mi mano.
Giré la cabeza lentamente y lo que vi hizo que un escalofrío recorriera mi columna.
No era un perro, sino una criatura horripilante, con un cuerpo casi pelado y de un color oscuro que absorbía la luz del sol, ojos lechosos que no parecían ver más allá de su hambre, y una lengua fina y larga que colgaba grotescamente de su boca abierta.
—No grites, no te muevas, ni siquiera respires o te comerá... —murmuró Ravenna, su voz baja y urgente.
Tragué saliva, sintiendo cómo el miedo se mezclaba con el asombro. Mis músculos se tensaron, preparándome para cualquier movimiento brusco de la criatura.
El rugido de otro animal resonó a través del paisaje desconocido, cortando el tenso silencio que nos envolvía.
La criatura sobre mí giró su cabeza hacia la fuente del sonido, revelando por su reacción que no podía ver. Su ceguera, sin embargo, no la hacía menos peligrosa, y sentí su peso incómodo y amenazador justo encima de mí.
Con cada fibra de mi ser intenté mantenerme inmóvil, reteniendo el aliento mientras el monstruo comenzaba a moverse lentamente en dirección al rugido.
Ravenna estaba quieta en su lugar, sus ojos la única parte de su cuerpo que seguía los movimientos de la criatura con una intensidad aguda. Cada segundo se estiraba hasta parecer una eternidad mientras esperábamos que el peligro pasara.
Finalmente, tras lo que parecieron horas pero solo fueron unos minutos, vi cómo Ravenna relajaba ligeramente su postura y soltaba el aire que había estado conteniendo. Seguí su ejemplo, dejando escapar el aliento que estaba sosteniendo y lentamente me incorporé, sintiendo mi corazón golpeando con fuerza en mi pecho.
Al mirar a mi alrededor, dejé escapar un grito ahogado, llevando instintivamente una mano a mi boca en shock.
El cielo sobre nosotros estaba teñido de un naranja profundo, surcado por desgarraduras violetas que parecían las marcas de una garra gigantesca, como si algo hubiera intentado rasgar el velo del cielo.
El suelo bajo mis pies estaba completamente muerto; una tierra seca y agrietada extendiéndose en todas direcciones. Los árboles cercanos ardían con llamas que parecían alimentarse del aire mismo, crepitando con un fuego que nunca parecía consumirse del todo.
—¿Dónde estamos? —susurré, mi voz apenas audible sobre el crujido de las llamas, mientras fruncía el ceño tratando de comprender la escena apocalíptica que se desplegaba ante nosotros.
—Creo que esto era el purgatorio, —respondió Ravenna, su voz seria, extendiendo una mano para ayudarme a levantarme.
Acepté su ayuda, estabilizándome mientras intentaba procesar qué estaba ocurriendo.
Cuando finalmente me puse de pie, aún desorientada por la bizarra naturaleza de nuestro entorno, una figura se materializó ante nosotras.
Era una aparición borrosa, como una imagen distorsionada vista a través de agua ondulante, difícil de enfocar. A medida que mis ojos luchaban por adaptarse, reconocí la forma que tomaba la figura; era uno de mis Arcanos, mirándome con una expresión que destilaba cariño y preocupación.
—¿Mago? —pregunté, mi voz teñida de incredulidad y esperanza.
La figura asintió levemente, su gesto familiar pero su presencia surrealista en este paisaje desolado.
—Lena... Deben encon... Sus cuer... —su voz se entrecortaba, desvaneciéndose en el aire cargado y vibrante, como si estuviéramos intentando comunicarnos a través de una conexión telefónica plagada de interferencias.
Cada palabra era un esfuerzo, llegando a nosotros en fragmentos rotos antes de que su figura comenzara a desvanecerse, dejándonos solas una vez más.
La voz de Ravenna, suprimió por un momento la sensación de abandono que me había dejado esa corta interacción con él Mago. Su mirada fija en el cielo sobre nosotras que se movía de manera antinatural, los colores cambiando y las nubes desplazándose con una velocidad que desafiaba toda lógica.
—Tenemos que movernos antes de que caiga la noche, —dijo, su voz cargada de urgencia.
Había una mezcla de miedo y determinación en su tono que resonaba con la gravedad e incertidumbre de nuestra situación. Además había algo en la forma en que el cielo se transformaba, que sugería que la noche traería consigo peligros aún mayores que los que podíamos imaginar.
Caminamos en silencio durante lo que parecieron horas, cada una intentando procesar los eventos surrealistas que nos habían llevado a este purgatorio distorsionado.
La desolación del paisaje era abrumadora, un lienzo gris y roto que extendía su vacío hasta donde alcanzaba la vista.
—Allí, —dijo Ravenna de repente, rompiendo el silencio.
Señaló hacia lo que a primera vista parecía solo otra parte del terreno irregular, pero al acercarnos, descubrimos que era una entrada casi oculta, un desnivel en la pared rocosa.
Nos acercamos con cautela, cada paso resonando levemente en el suelo árido. Al llegar a la entrada, nos asomamos dentro de la cueva, examinando en la oscuridad en busca de signos de habitantes, humanos o demonios. El aire frío que emanaba del interior nos hizo estremecer, pero también nos aseguró que probablemente estaba desocupada.
Una vez dentro, Ravenna, con movimientos rápidos y precisos, intentó encender un fuego. Una llama débil y vacilante brotó de sus manos, iluminando brevemente sus rasgos tensos. La llama parpadeó, luchando por mantenerse viva en el aire frío de la cueva.
—Maldita sea, casi no tengo magia y no sé cómo recargarla... —murmuró, su voz teñida de frustración y preocupación.
Decidí salir de la cueva para buscar algo de madera que pudiera ayudar a fortalecer el fuego.
El exterior estaba frío y el cielo comenzaba a oscurecerse, las sombras alargándose de manera amenazante. Recogí trozos de palos dispersos, trozos secos que la desolada naturaleza había desechado.
Regresé a la cueva con los brazos cargados de madera, colocándolos cerca del pequeño fuego que Ravenna había conseguido mantener.
—Necesitamos un plan, —dije mientras alimentaba las llamas. —Y necesitamos entender más sobre este lugar. Tal vez, si podemos comprender dónde estamos exactamente, podríamos encontrar una forma de recargar nuestra magia, y quién sabe, tal vez incluso una salida.
Ravenna asintió, clavando sus ojos en el fuego que ahora crepitaba con fuerza, iluminando su rostro y revelando una mirada llena de miedo que raramente dejaba ver.
—No siento a mis Arcanos, —murmuró sin apartar la vista del fuego, su voz casi perdida entre el chisporroteo de las llamas.
Esa confesión me trajo recuerdos de Nate, su última mirada cargada de dolor por los secretos que otra vez me ocultó. A pesar del sentimiento de traición que había sentido en ese momento, ahora solo lo extrañaba mucho, más de lo que iba a admitir en voz alta.
Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos de dolor y centrarme en el presente. Cerré los ojos con fuerza, intentando conectar con mi interior, donde una pequeña chispa de luz aún luchaba por mantenerse viva. Me concentré en esa chispa, buscando en ella la fuerza y la guía que necesitaba.
"Encuentra tu cetro, encuentra tu cuerpo, vuelve con los tuyos, este no es el final." La voz de uno de mis Arcanos resonó en mi mente, distante y apagada como si una gran burbuja nos separara. Aunque lejana, la voz traía una urgencia y certeza que no podía ignorar.
Abrí los ojos lentamente y encontré a Ravenna mirándome, con una sonrisa torcida en sus labios, una que parecía reconocer lo que había pasado, nuestro nuevo propósito en esta realidad.
—Mañana... —dijo con firmeza y un poco de su típica arrogancia.