Nate
Tenía a Lena bien controlada, con sus brazos torcidos detrás de su espalda y todo mi cuerpo apretando el de ella contra mi pecho para limitar cualquier movimiento de su parte.
La navaja que sostenía estaba firmemente presionada contra la suave piel de su cuello.
A través de la tensión en su cuerpo, podía sentir su respiración entrecortada y ese ligero temblor que indicaba que estaba asustada.
La rectora me observó con una mezcla de frialdad y cálculo, pero no pudo ocultar completamente ese destello rápido de preocupación que cruzó por su rostro antes de que pudiera disimularlo con una máscara de indiferencia.
—¿Qué te hace pensar que me importa lo que le pase a esa niña malcriada? —preguntó con desdén, su voz un bufido de falsa indiferencia.
No estaba convencido. Aplicando más presión, dejé que la navaja cortara un poco más profundo, solo lo suficiente para que una delgada línea de sangre comenzara a deslizarse por su cuello, manchando su piel. La respiración de Lena se entrecortó bajo el filo frío y afilado.
El efecto fue inmediato. La rectora dio un paso involuntario hacia adelante, un movimiento que revelaba más de lo que sus palabras intentaban esconder.
—No crea que no sé reconocer a una mentirosa, —le dije, permitiéndome una sonrisa triunfal. —Ahora abra el portal.
Ella vaciló, su mirada flotando entre Lena y yo. Sabía que tenía la ventaja ahora, y no pensaba soltarla. Vi que los guardias se movían en mi periferia, pero la profesora DuLac y Marco ya se habían puesto a la defensiva.
—Esto puede terminar ahora... —dije, mi voz baja pero mortalmente clara. —Pero terminar todos muertos es la otra opción. Y no es como que me importe mucho.
La rectora frunció el ceño, acorralada, disgustada por la situación, con una mirada resignada que decía que había aceptado la inevitable verdad de mis palabras.
—Suéltala y te abriré el portal, —dijo finalmente, con un tono que raspaba como grava.
—Claro, solo que haga el portal primero, —contesté, no dispuesto a ceder mi única ventaja.
Con un suspiro de resignación, ella levantó su mano y comenzó a moverla en patrones circulares. La magia fluyó de sus dedos como hilos de luz, tejiendo en el aire hasta que un portal comenzó a crecer a su lado. Era como una ventana a otro mundo; a través de él, se veía una enorme muralla y un cielo oscuro iluminado por lo que parecían ser las luces de algún asentamiento distante.
—¿Es ese el lugar? —Empujé a Lena suavemente hacia adelante, buscando su confirmación.
Ella asintió a regañadientes, la resistencia aún evidente en su cuerpo tenso.
—Yo iré primero, —declaró Marco, avanzando con determinación, sin apartar la vista de los guardias que nos rodeaban. Su postura era la de un guerrero listo para el combate, cada músculo tensado para la acción.
Lo vimos cruzar el portal mientras la profesora DuLac se preparaba para seguirlo, pero antes de dar el paso, se detuvo vacilante. Se giró hacia mí y me dijo con firmeza.
—Nate, ve tú ahora.
—No, primero tú. —Negué con la cabeza, decidido a darle la oportunidad a todos antes de soltar nuestra única oportunidad de escapar.
Ella asintió, captando lo que no estaba diciendo, y con un salto rápido, cruzó al otro lado del portal, desapareciendo entre la luz y las sombras.
Con Lena todavía en mis brazos, me acerqué al portal, arrastrándola conmigo. Mis pasos eran lentos, pesados por la tensión del momento. Me paré de espaldas al portal y busqué con la mirada a Jack, que estaba a pocos metros, observando cada movimiento con atención.
Asentimos casi al mismo tiempo, un entendimiento mutuo de lo que debía hacerse.
Con un último suspiro, me lancé de espaldas, llevando a Lena en mis brazos. Sentí cómo el borde del portal rozaba mi espalda, una sensación de frío y calor entrelazados que marcaba el umbral entre dos mundos.
Una vez del otro lado, me giré para ver qué pasaba. La rectora avanzó gritando, intentando alcanzarnos, pero se paró justo en el borde del portal. Su cara mostraba una mezcla de rabia y resignación; sabía que tenía miedo a este lugar, pero que no lo hiciera ni siquiera por su hija...
El portal comenzó a cerrarse, las luces danzando y encogiéndose hacia un punto final, Jack corrió hacia nosotros. Con un salto de último minuto, se lanzó por el espacio que ya casi no existía y pronto desapareció no sin antes regalarnos la mirada de frustración de la rectora.
—Bien, eso estuvo... intenso, —comentó Jack, mirando a su alrededor mientras controlaba su respiración.
—Sí, pero estamos fuera. Eso es lo que importa, —respondí, ayudando a Lena a ponerse de pie. Ella se frotó el cuello donde la navaja había presionado, mirándome con una mezcla de rencor y alivio.
Ella estalló contra mí con una furia que llenó el aire fresco y desconocido de nuestra nueva ubicación.
—¡Esto es una locura, Nate! ¡No deberíamos estar aquí! —gritó, su voz vibrando con cada palabra cargada de odio y desprecio.
Yo, sin embargo, me mantuve inusualmente calmado ante su arrebato, con los brazos cruzados y una mirada que no revelaba nada.
Mientras Lena seguía vociferando, Marco y DuLac, que seguramente habían estado inspeccionando los alrededores, se acercaron a nosotros atraídos por el ruido. Se detuvieron a una distancia prudente, intercambiando miradas de preocupación. Ellos también parecían sentir que intervenir solo echaría más leña al fuego.
—¡No puedes simplemente ignorarme, imbécil! —exclamó, cada vez más exasperada al ver que no reaccionaba como ella esperaba. Mis ojos seguían fijos en los suyos, tratando de transmitir una calma que no sentía.
Al no obtener de mí la reacción que buscaba, Lena soltó un grito de frustración y giró bruscamente sobre sus talones, caminando con paso firme hacia una casa que se vislumbraba a unos metros de distancia. La observé alejarse, notando cómo su postura rígida revelaba la tormenta interna que debía estar sintiendo.
En cuanto Lena abrió la puerta de ese lugar, los gritos se desataron desde el interior.
De repente, desde el umbral, apareció una cabellera rubia, deslumbrante incluso en la penumbra.
—Seraphina, —susurró Marco, su voz cargada de alivio y amor inmediato.
Sin esperar un segundo más, salió corriendo hacia ella, que, por su parte, también corrió, encontrándose ambos a mitad de camino, fundiéndose en un abrazo que parecía contener años de anhelo y meses de separación.
Observé la escena con una sonrisa melancólica en mis labios, sintiendo un hueco en mi pecho al saber que nunca podría experimentar ese reencuentro con mi propia Lena.
La profesora DuLac, notando mi mirada perdida y mi ánimo caído, colocó su mano sobre mi hombro en un gesto de apoyo.
—Lo siento, Nate, —dijo suavemente.
—Dígame, profesora, cuando uno de los dos en un vínculo muere, ¿qué pasa con el hilo dorado? —pregunté, mi voz apenas era un susurro, sin apartar la vista de Marco y Seraphina.
DuLac y Jack intercambiaron miradas confusas por un momento antes de que ella respondiera.
—Se rompe, Nate. Se rompe hasta que ambos vuelvan a nacer... —Su voz era suave, intentando no causarme más dolor a mi ya cargada alma.
Pero algo en sus palabras encendió una chispa de esperanza en mi interior.
—Nate... —comenzó a decir Jack pero lo detuve.
—Lena está viva, —afirmé con más convicción de la que había sentido en mucho tiempo.
Pensé en mi Lena, la que había sacrificado todo por darnos una oportunidad. Ahora lo comprendía, sintiendo que el hilo dorado en mi interior que no solo aún estaba allí, sino que vibraba con una energía que no podía ser negada. Era un lazo que, contra todo pronóstico, seguía intacto, guiándome hacia ella, hacia la posibilidad de un reencuentro que, hasta ese momento, había creído imposible.
—Tenemos que volver, ella está sola en nuestra dimensión... —dije, mientras la ansiedad empezaba a apoderarse de mí, mis manos temblando y el sudor frío en mi frente.
—Nate, escucha... —intentó decir Jack.
Pero fue interrumpido otra vez.
Una explosión nos sacudió a todos. El estruendo nos lanzó por el aire, dejándonos aturdidos y cegados por una luz brillante, antes de que la oscuridad se apoderara del lugar.