Nate
Nos levantamos del suelo, sacudiéndonos el polvo y la confusión.
Frente a nosotros, una grieta se había abierto en el suelo, un abismo oscuro de donde salían figuras retorcidas y amenazantes. Los demonios, con sus formas grotescas y movimientos erráticos, se dirigían hacia nosotros con hostilidad.
—No esperaba esto, —murmuró Marco, pero rápidamente se puso en posición de combate, preparándose para lo que venía.
La profesora DuLac, a su lado, invocó una barrera de luz que brilló con intensidad, formando un escudo alrededor de nosotros.
Los demonios nos atacaron, lanzando golpes cargados de pura maldad. Con cada choque, sentía el aire vibrar de energía oscura. Jack y yo nos movimos juntos, luchando espalda con espalda. Usé mi magia para lanzar ráfagas de energía, tratando de mantener a los demonios a raya.
En el caos del combate, eché un vistazo y vi a Lena. Estaba agachada detrás de una roca, claramente tratando de esconderse y evitar la lucha.
—¡Mantenlos alejados! —gritó DuLac, lanzando una serie de hechizos que iluminaban la noche con destellos de luz purificadora.
Marco cortaba el aire con sus ataques, cada movimiento fluido y letal. Su vínculo con Seraphina parecía darle una fuerza extra, ambos luchando para protegerse.
De repente, uno de los demonios más grandes se abalanzó hacia mí. Salté hacia atrás, evadiendo sus garras que rasgaron el aire justo donde había estado un segundo antes.
Con un grito de desafío, concentré toda mi energía y lancé una ráfaga de aire directo a su pecho. El demonio gritó, un sonido que erizó mi piel, y se disolvió en una nube de oscuridad que se evaporó lentamente.
Mi mirada encontró a Lena otra vez, su figura agazapada detrás de la roca, observando el caos con ojos bien abiertos y temerosos. Al verla tan escondida, tan diferente de la Lena que conocía y que luchaba con valentía a mi lado, sentí una ola de ira mezclada con decepción.
—¡Lena! —grité, mi voz ahogada por el estruendo de la batalla.
Ella se sobresaltó al oír su nombre, su mirada encontrándome por un instante. En sus ojos vi un destello de la Lena que conocía, pero rápidamente fue reemplazado por miedo y una resolución triste.
Un demonio aprovechó mi distracción, lanzándose hacia mí con sus fauces abiertos, lleno de colmillos afilados como cuchillas.
Reactivé mis reflejos justo a tiempo, esquivando hacia un lado y lanzando un contraataque con un corte de energía que le partió el torso en dos. La criatura cayó, deshaciéndose en cenizas que el viento de la lucha dispersó.
—¡Nate, concéntrate! —gritó Marco, acabando a otro adversario con un hechizo de fuego que envolvió al demonio en llamas.
La batalla no permitía distracciones. Cada momento de vacilación era una invitación a la muerte.
El campo de batalla era un caos total, cada uno de nosotros luchando desesperadamente contra la oleada incesante de demonios que surgían de la grieta como una marea oscura e interminable. Los enemigos eran cada vez más grandes, más fuertes y resistentes, sus cuerpos grotescos se materializaban ante nosotros con un hambre voraz de destrucción.
Jack lanzaba hechizos con una precisión letal, su rostro estaba empezando a marcarse con cansancio. A su lado, Julián movía el aire a su alrededor con tal gracia que parecía estar en una danza con la muerte misma.
DuLac conjuraba barreras de protección, su voz un cántico constante que resonaba con poder antiguo.
La lucha continuaba, y podía ver cómo incluso los más fuertes entre nosotros comenzaban a flaquear bajo la presión constante. El profesor Merrick, con su ropa manchada de polvo y sudor, se abrió paso hacia mí, esquivando un golpe de una criatura con tentáculos que casi lo alcanza.
—Nate, —dijo, jadeando por el esfuerzo al llegar a mi lado. —Debemos detener esto en la fuente. Ataca la grieta directamente, corta el flujo de energía que los alimenta.
—Entendido, —respondí, preparando mi energía para el ataque hacia la fuente de los demonios.
Julián y DuLac se unieron a mi lado, formando un triángulo de fuerza y protección.
—Te cubriremos, —dijo ella, su voz firme a pesar del cansancio evidente en sus ojos.
Avanzamos juntos, esquivando garras y mordidas lanzadas al aire, cada paso un esfuerzo hacia la grieta que se abría como una herida en el mundo.
A nuestro alrededor, los demás seguían luchando, cada uno concentrado en su propia batalla desesperada pero conscientes de nuestra presencia avanzando a la grieta.
Al llegar, sentí el poder oscuro emanando de ella, una fuerza que hacía que el aire vibrara con chispas eléctricas, la energía oscura y densa dejándose sentir en cada respiración.
Levanté mis manos, concentrando toda mi magia y la de mis Arcanos en crear una bola de luz, pero justo cuando estaba por lanzar la magia que sellara la brecha, una sombra inmensa y retorcida emergió violentamente de la grieta.
El ente era una masa de oscuridad, sus contornos indefinidos pero claramente llenos de malicia y furia, unas luces rojas brillaban dónde se suponía estaban sus ojos, clavando su mirada en la mía.
El ataque fue tan rápido que apenas tuve tiempo de reaccionar. La sombra me envolvió con una velocidad que borraba los límites del miedo y la sorpresa.
Sentí cómo me golpeaba con una fuerza brutal, un impacto seco que me robó el aliento y me mandó al suelo.
Mientras intentaba recuperar el aliento, la sombra se cernía sobre mí, sus formas cambiantes y fluidas se transformaron en lo que parecían manos, alargadas y deformadas, apuntando hacia mi pecho con la intención de acabar con mi vida.
Todo mi cuerpo gritaba en protesta, el dolor y el miedo mezclándose, dejándome vulnerable ante el demonio, que bajaba rápidamente su ataque para acabar conmigo.
De repente, DuLac se lanzó frente a mí con un grito desesperado.
—¡Nate, no! —fueron sus últimas palabras antes de que las garras oscuras la atravesaran.
El impacto fue tan violento que su cuerpo se iluminó desde dentro, una luz brillante y pura emanando en un estallido que llenó el aire.
La luz de DuLac era tan intensa que por un momento, todo lo demás palideció en comparación. Los demonios alrededor se detuvieron, como cegados o quizás detenidos por la pureza de ese sacrificio.
Su carta de Arcano, un símbolo de su poder y su vínculo, se deslizó desde su lugar hasta caer en mis manos temblorosas. El Sol, brillando con un resplandor residual de su energía vital.
En ese momento, caí de rodillas junto a ella, el dolor por su pérdida mezclándose con la realidad de la batalla que aún no había terminado.
Con su luz disipándose lentamente, sabía que debía levantarme. Ella había dado su vida, no solo como un acto de protección, sino como el catalizador que necesitábamos. Su sacrificio no solo había salvado mi vida; había pausado la batalla, dándonos una pequeña ventana.
Miré hacia abajo, a la carta en mis manos, y luego al lugar donde yacía su cuerpo. La gratitud y el dolor se entrelazaron en mi pecho, forzándome a ponerme de pie a pesar del dolor y el agotamiento.
Me levanté impulsado por la energía de mis Arcanos: la Torre, los Enamorados y el Emperador, y ahora, por al sacrificio trágico de DuLac, también sentía la presencia de la carta del Sol. La energía de la Estrella, entregada por la profesora Moon, vibraba a un ritmo similar, aunque no estuvieran vinculados directamente a mí.
Con un grito que canalizó toda la fuerza de mis vínculos, liberé una ola de energía hacia la grieta.
El poder del Emperador se manifestó como un aura dorada que emanaba de mí, la Torre añadió su resistencia, haciendo que cada onda de energía se sintiera como un golpe de un mazo contra las sombras, y los Enamorados infundieron su energía con una armonía que buscaba restablecer el equilibrio en este mundo roto.
—No será en vano, —me prometí a mí mismo, a ella y a todos los demás, en voz baja.