Me salió todo al revés.
Ptolomeo, mi querido hermano, en un ataque irascible, me condenó a vivir con una gran maldición. No podía alejarme de su lado. Rodhon, Khala y yo, estaríamos de por vida bajo sus órdenes. Por más que intenté quitarme aquella condenación, no logré hacerlo.
Seguiría intentándolo. Él no me podría sujetar por siempre. Todo tenía su plazo y, en pleno siglo veintiuno, no dejaría de intentarlo… Hasta lograrlo.
Yo era un simple publicista en su gran empresa. Y su humor no era el mejor. Todos caíamos presa de sus insultos en sus malhumorados días. Cada vez se volvía más taciturno e iracundo. No me gustaba nada, pero no podía escapar, sin embargo, estaba seguro de que a punto estaba de lograr mi tan ansiada libertad.
Entonces, pasó algo extraño.
Mi hermano, que se hacía Benjamín Roldán, cambió del cielo a la tierra. Sí, su malhumor no menguó, no obstante, algo en su mirada cambió. Tenía el mismo brillo especial que tenía cuando miraba a Rithana. Y eso era imposible.
Tenía que averiguar qué sucedía y no sabía cómo.
¿O sí?
Carlos Marín había dejado la empresa hacía un tiempo y yo lo estaba usando para “intentar” dejar en la bancarrota a mi hermano, cosa que no estaba seguro de que funcionara, porque lo que él tocaba se convertía en oro, de todas formas, no dejaría de intentarlo. Y, como estaba en un proyecto con el equipo de Miguel, podría buscar la oportunidad de averiguar qué era lo que había hecho cambiar a mi hermano. El problema era que Verónica –Khala– no me recibía en su círculo, en realidad, nunca había intentado entrar, aunque sí lo hacía Marcela, la recepcionista de mi hermano. A ella podría preguntarle acerca de eso. Sin embargo, ¿me entendería? Era una chica un poco “tonta”, apenas sí hablaba y era muy, pero muy asustadiza.
Antes de llegar a preguntarle, apareció Miguel, el líder del grupo, con la buena nueva: Benjamín Roldán tenía nueva secretaria y al parecer, se quedaría con él.
Eso no me hubiese sorprendido tanto si no me hubiera enterado, a la vez, la forma en que Miguel se enteró. Según me contó, al entrar al edificio aquella mañana, a la chica en cuestión no la dejaron firmar el libro de asistencia. Él, sin saber quién era, se acercó a Marcela que venía llegando y le preguntó por esa joven camino a su escritorio, la recepcionista le dijo que era la nueva secretaria del jefe, pero que, desde un principio, las cosas no marchaban bien entre ellos, que él la odiaba y ella no lo respetaba en lo absoluto y su relación iba de mal en peor. En eso, Miguel me detalló que en el despacho de Benjamín se sintió un gran griterío, Miguel salió de allí y dejó a Marcela sola, no quería encontrarse con la ira de Benjamín Roldán por estar haciendo vida social en horas de trabajo, aunque no se fue, solo se escondió. Pude imaginar la cara de esa pobre muchacha, debía estar aterrada. Bueno, el asunto más extraño es que los que escucharon la discusión, pensaron que él la despediría en ese mismo momento, pero no, Verónica se llevó a la nueva secretaria y Adolfo -Rodhon- a mi hermanito. No sabían más.
Se arregló el asunto al parecer, porque por la tarde seguía trabajando allí, mientras el gran jefe descargaba en nosotros su malhumor.
Y eso era lo extraño. Estaba convencido de que mi hermano seguía enamorado de Rithana, seguía pensando en ella. No obstante, se encontraba allí, aceptando los malos tratos de otra mujer. ¿Se le había pasado el amor por Rithana? Si así era, podía apelar a eso para que me dejara en paz de una vez y liberara el hechizo que me tenía atrapado. Él haría su vida, yo la mía, y todos felices. El fantasma de Rithana no nos perseguiría nunca más. Así también de paso, Khala y Rodhon también podrían ser felices. Final de cuento para todos.
Sonreí al pensar aquello, lo que yo menos tenía era ese aire romántico. La verdad era que quería ser libre para vivir y pasarlo muy bien sin preocuparme ya de mi hermano. La maldición nos ha rondado, como lo decía una antigua profecía. La maldición recaería sobre los hijos del último de los grandes de Egipto. Nosotros. A veces pienso que hubiera sido mejor haber muerto a manos de los romanos que haber vivido todos aquellos siglos estériles. Estaba cansado de vivir así. Y si la sombra de Rithana se había ido, entonces podía vivir mi vida sin pensar en la venganza. Una venganza que tenía atragantada en mi garganta al ser una venganza inútil.
Rodhon fue a buscar unos documentos a la sala de publicidad, habló con Miguel y luego de mirarme apenas, se fue. Estaba atrapado por mi hermano, sentí lástima por él, mi hermano lo obligaba a servirlo como un perro fiel.
Cerré los ojos. Recordé la humillación que sufrí, no solo aquella noche maldita cuando fuimos convertidos en inmortales, sino que también antes, cuando mi madre le daba atención solo a mi hermano, por eso Khala se ocupaba de mí, no porque me quisiera en realidad, sino porque sentía lástima por mí. ¡Lástima! Una sirvienta sentía lástima por mí. El hijo de Cleopatra…
Todo lo mejor se lo llevaba siempre mi hermanito. Las mejores atenciones, los mejores regalos. ¿Por qué? Porque él era mejor estudiante, se sabía de memoria el enorme listado de faraones, dioses y luchas por las que nuestro pueblo había tenido que lidiar, conocía las profecías, nuestras leyes. En cambio yo, yo no era capaz siquiera de aprender los nombres de nuestros esclavos que trabajaban en casa, todo me costaba el doble. Él era mucho más atractivo que yo… Más divertido… Él siempre llevaba los aplausos y vítores, en cambio yo… Yo siempre detrás.
Desde que nació. Él era “más bonito” según palabras de mi madre. Por lo que a mí me desplazaron en cuanto nació él. A pesar de ser mayor, todos lo trataban a él como el primogénito, mientras yo quedaba relegado a un segundo plano.
Luego… fue lo de Rithana y todo lo demás. Si no hubiese tenido los poderes que tenía, estaba seguro de que ella jamás se hubiera escapado conmigo. En todas sus vidas, lo único que ella quería era estar con mi hermano. Yo lo impedía, de no ser así, Egipto reinaría como en sus mejores tiempos. Pero sería dirigido por él. No por mí. Y suficiente con que él se llevara a mi prometida, no permitiría que se llevara la gloria que me correspondía a mí.
Me senté frente a mi mesa de trabajo. Pensar en esas cosas no me hacía nada bien.
Tamara entró en ese momento a la oficina y se me quedó mirando.
―¿Y a ti? ¿Qué te pasa? ―me preguntó burlesca.
―Nada, Tamara, nada ―contesté molesto por su tono de voz.
―Ya, pero mírate, tienes una cara de cadáver viviente, parece que tuvieras como dos mil años…
Dejó salir una risa idiota. Para ella era una broma, para mí era verdad. Tenía más de dos mil años y me sentía de mucho más. Estaba cansado.
―Oye, ya, disculpa, no quería molestarte.
Se acercó a mí y puso sus manos en mis hombros para masajearlos.
―¿Qué pasa, Jorge? ¿Es por ese hermano tuyo?
―Tamara, disculpa, no quiero hablar ahora. Debería estar feliz, mi liberación se acerca, pero no lo estoy… Y no quiero pensar en eso.
Tamara se pegó más a mí. Yo no quería que se acercara y tuve que manejar sus sentimientos. Le creé uno de rabia, no quería que se me acercara, aunque, por los acontecimientos siguientes, creo que se me pasó la mano. Todo empezó a ir de mal en peor. Al menos para mí.
Un par de días más tarde apareció mi querido hermano Benjamín con su nueva secretaria: Carolina Vargas. Algo en ella me llamó la atención, pero no logré descubrir el qué. Sin embargo, pude notar por qué mi hermano se había vuelto loquito por ella. Era en verdad muy linda. Estuvieron solo un rato, parecían muy relajados, aunque a la defensiva entre ellos. Ambos se miraban con amor y aprensión, ella parecía como si tuviera que defenderse de él por algo, ¿sería por su mal genio? Él parecía que no quería decir nada que hiciera explotar la bomba de tiempo que era esa chica. ¿Por qué? La verdad es que no me importaba, aun así, algo no terminaba de encajar.
Tamara se puso casi histérica al ver a mi hermano tan atento con Carolina, yo intenté tranquilizarla, creo que aún conservaba su odio hacia mí. Benjamín se llevó a la chica muy pronto, apenas sí tuvimos tiempo de conocerla y ella a nosotros, jamás se dio por enterada de la escenita que montó Tamara. De todas maneras a mí me interesaba bien poco conocerla. Lo único que quería, a riesgo de sonar majadero, era terminar de una vez por todas con mi condena y ser libre. Eso era lo único importante en mi mente.
Aquella misma tarde volvió Benjamín. Como equipo trabajábamos en un proyecto que no estaba saliendo nada de bien. Carlos, nuestro antiguo líder se había ido con una empresa rival y nos había dejado con la campaña a la mitad y, lo peor de todo, era que se había llevado consigo la idea. Nosotros estábamos en blanco y Tamara tenía mucho que ver en eso. Ella nos bloqueaba cada idea nueva que teníamos. Eso no se lo diría yo a Benjamín. No, ¿para qué? Dinero tenía de sobra y perder una cuenta no lo haría más pobre.
―Chicos ―dijo alegre―, Carolina nos consiguió veinticuatro horas para arreglar el asunto con los gerentes de Mares, ellos vendrán mañana a escuchar nuestra propuesta, así es que pongan manos a la obra para recuperar esa cuenta, a punto estamos de perderla, es más, la hubiésemos perdido de no ser por Carolina que intervino y los convenció.
―¿Y qué haremos? ―preguntó Tamara.
―Su trabajo ―contestó mi hermano con sequedad―, arreglar el spot que tienen, cambiarlo, no lo sé, ustedes son los expertos y para eso les p**o.
Se dio la vuelta y se fue. A mí ni me miró… Como siempre. Él creía que yo fui el asesino de su mujer y de su hijo y quizá debí decirle que no, pero si lo hacía, Rodhon pagaría cara las consecuencias y para qué decir Verónica, a ella no la perdonaría tan fácil, por más que nuestro tutor la hubiera obligado a hacerlo.
Miguel se puso de inmediato manos a la obra para sacar lo mejor posible un nuevo spot publicitario. Yo no hice mayor aporte y como nuestro líder estaba tan concentrado, ni siquiera notó que nosotros no ayudamos, además, para eso había siete personas más que estaban tan embebidos en su trabajo como Miguel.
Tamara me miraba con rabia. Al parecer se me pasó la mano en hacer que me dejara en paz. Eso podía jugarme en contra. Si le contaba a alguien que yo le había hablado de mi hermano -sin mencionar su nombre, por supuesto- podría acarrearme problemas, problemas que no quería en ese momento cuando estaba a punto de ser libre, si mi hermanito podía volver a ser feliz, yo también podría serlo.