Cuando se despertó, fue toda una revelación, se veía preciosa, me miró con un poco de timidez, no sabía lo que se le venía, entonces me acerqué a ella y la abracé. Yo estaba seguro de que su corazón pertenecía a mi hermano, pero ella no tenía la culpa de amar, nadie la tenía. ―¿Cómo te sientes? ―le pregunté, sabía que físicamente estaba bien, pero la parte emocional era lo que me preocupaba en ese momento. ―Bien. Quiero irme de aquí ―me rogó. ―Claro, princesa, vamos. Ella se apoyó en mi hombro como si lo necesitase, yo la acogí pasando mi brazo por su espalda y abrazándola. ―¿Estás segura de que estás bien? ―le pregunté cuando subimos al auto de Benjamín. Me sentí culpable, no puedo negarlo, ver morir a mi hermano no fue fácil, pero era él o yo, y él no quiso escuchar razones.