La puerta se cerró con fuerza. Belinda contuvo un estornudo mientras el frío y la nieve hacían temblar su cuerpo.
La adrenalina del momento se había esfumado y ahora solo sentía una leve sensación de rabia dentro de ella. No le había gustado la reacción de los chicos. El único que parecía estar en contra de la situación era Daimon. Pero, claro, Daimon últimamente parecía estar en contra de todo.
O, más bien, en contra de todo lo que estuviera relacionado con Annice.
Aquella bruja parecía ser el talón de Aquiles de su hermano. Era como un punto intocable de su vida que jamás debía ser mencionado y, ahora parecía que Connor se había agregado a la ecuación.
Eso la había sorprendido. Sabía que su hermano había estado yendo de un lado para otro desde que rompió con Lilly y que se había visto involucrado con muchas mujeres, pero lo que había descubierto jamás se lo habría esperado. Simplemente le parecía inaudito. Algo imposible viniendo de Connor. Ella siempre había creído que sus sentimientos por Lilly eran únicos, ahora ya no estaba tan segura de si alguna vez aquello fue real.
Sus pasos dejaban huellas oscuras en la blanca nieve mientras caminaba. Belinda no estaba segura de hacia donde se dirigía, simplemente quería estar sola. Un murmullo le llegaba a lo lejos, la gente apenas pasaba junto a ella.
Su teléfono comenzó a sonar y, sin mirarlo, colgó. Ya llamarían de nuevo si era importante¸ pensó.
Un grito seguido de su nombre. Se detuvo. La voz venía con un jadeo y volvió a llamarla ahora más cerca. Se giró sin mucho ánimo. Axel estaba detrás de ella.
Belinda observó como su bufanda se encontraba mal envuelta alrededor de su cuello, sus mejillas estaban enrojecidas, su respiración entrecortada; su cabello estaba algo húmedo y, cuando pasó una mano sobre él para peinarlo, notó que no se había puesto sus guantes.
Ella quería llorar. Se sentía triste y con una fuerte punzada en el pecho. Lo último que quería ahora era otro drama, pero parecía que el destino no estaba dispuesto a estar de su parte.
Axel la miraba fijamente a los ojos. Tal vez era la luz o el reflejo de la nieve, pero aquel día se veían más claros, más suaves y tenían un brillo único que la reconfortaba cuando los miraba. Podía ver claramente que estaba preocupado. Eso solo la hizo sentir peor.
Había hecho que se preocupara. Tampoco podía olvidar que había estado ignorándolo deliberadamente, así que era un hecho que tarde o temprano iban a tener que hablar. Aquel parecía ser el momento.
Sin mucho ánimo, Belinda cogió aire.
Antes de que pudiera emitir un sonido, decir una palabra, los brazos de Axel la sorprendieron en un cálido abrazo. Su frente estaba recostada sobre su pecho y la barbilla de Axel se apoyó en su cabeza.
Belinda cerró los ojos, incapaz de reprimir lo que sentía. Era agradable estar con Axel. Se sentía especial y le gustaba estar entre sus brazos. Él besó su cabeza suavemente y Belinda la alzó para mirarlo. Sus ojos eran una bonita sombra azulada que se veían más claros con el reflejo de la nieve. Podría verse reflejada en ellos.
—¿Vas a seguir evitándome? —susurró.
Belinda pestañeó.
—¿Por qué no debería? —preguntó—. Tú me rechazaste.
Los ojos de Axel se estrecharon. Su mandíbula se tensó.
—Eso fue antes de lo que ocurrió en el piso.
Ella hizo una mueca.
—Ah, entonces, ¿las cosas van así? Tú me evitas como a la peste y, en cuanto nos acostamos, ¿decides que soy apta para estar a tu lado? —Belinda lo empujó para alejarse—. No, gracias. Aun me quiero lo suficiente para saber lo que me conviene.
Axel la arrimó de vuelta contra él.
—¿Qué significa eso?
—Adivina.
Él apretó los labios.
—Belinda, si lo que te molesta es…
Ella soltó una carcajada que no sentía realmente.
—¿Molesta? —inquirió—. No estoy molesta. Lo que siento es decepción. Enfadarse no me sirve de nada cuando tú no eres capaz de decidir qué es lo que quieres. Primero me besas; si te conviene, me alejas; y luego, en cuanto hacemos algo más que besarnos, decides que de nuevo quieres tenerme cerca —lo miró fijamente, su corazón se encogió al punto del dolor—. No sé qué diantres está pasando por tu cabeza en este momento para que cambies tanto de decisión, pero si el hecho de que hayas decidido volver a mí, tiene algo que ver con que tuviéramos sexo; entonces, siento decirte que no te necesito. No negaré que me gustas, sin embargo, no te necesito. No cuando tus sentimientos no parecen ser capaces de encontrarse en la misma página que los míos —hubo una pausa—. Prefiero sentirse mal un par de días porque esto no funcione a vivir toda una montaña rusa de dolor por un resultado incierto. Yo no soy de montañas rusas, Axel. No me gustan las alturas porque si caes, lo haces duro y te rompes.
Belinda humedeció sus labios cuando terminó de hablar y respiró profundamente. El silencio que los envolvía era tenso. Había dicho más de lo que había esperado alguna vez decir y, aun así, no se arrepentía de ello. No cuando sentía que todas sus palabras eran ciertas.
Axel dejó escapar un suspiró lentamente. Las palabras de Belinda habían sido contundentes y lo habían dejado completamente mudo. Los ojos de ella ardían a fuego lento mientras lo miraban intensamente.
El pecho de Axel ardía en dolor; el silencio los envolvía y lo torturaba como cien clavos en su carne y sin anestesia. Quería decirle que se equivocaba. Que no era lo que ella pensaba. Que tenía sus motivos para actuar como lo estaba haciendo. Sin embargo, las palabras se habían atragantado en su garganta. Se había convertido en un muñeco de cera, incapaz de hablar con voz propia.
Vislumbró como los ojos de ella se cristalizaban por su propio dolor. Su silencio había sido peor que cualquier otra palabra que en algún momento hubiera dicho. Su corazón se estrujó en un puño. Quería abrazarla, pero no podía hacerlo. Quería besarla, pero estaba seguro de que ella no se lo permitiría. Quería estar a su lado…, pero sabía que no podría hacerlo mientras la desgracia siguiera cayendo sobre la familia Bloom.
Nunca podría estar con ella mientras las personas que habían exiliado a su familia siguieran en el poder como serpientes enroscadas a un trono de hierro. Ellos eran pocos, pero eran fuertes. Tenían el control de los seres mágicos y cada decisión que tomaban podía sentenciar para siempre al más humilde de los hombres.
El Ministerio estaba lleno de corruptos y de asesinos. Jamás le permitirían estar junto a Belinda mientras aquello siguiera así. El movimiento de su boca llamó su atención.
—Esto no puede seguir así, Axel… —susurró—. No puedo vivir así.
Él quería decirle que no tenía por qué hacerlo, sin embargo, era egoísta.
—Una cita —tenía la boca seca—. A las chicas os gustan las citas. Tengamos una.
Ella le frunció el ceño.
—No voy a tener una cita contigo.
Axel evitó lo que le hizo sentir su rechazo. No estaba dispuesto a darse por vencido.
—Solo iremos a tomar un café, un helado… lo que tú quieras.
—Axel… No podemos hacer esto simplemente porque te sientas obligado a ello.
—No me siento obligado —cortó. Cogió aire—. De verdad que quiero salir en una cita contigo, te lo prometo. No estoy mintiendo.
Belinda no sabía qué decir. La idea de salir con Axel era tentadora, pero tampoco quería forzar las cosas. La esperanza y el miedo que vio en los ojos de Axel fue lo que le dio el empujón final. Había probabilidades de arrepentirse, sin embargo, estaba dispuesta a intentarlo.
—Con una condición.
—Dilo y es tuyo.
Ella sonrió.
—No vuelvas a alejarme. Si vuelves a hacerlo, no habrá nuevas oportunidades.
Él sonrió.
—Hecho.
Belinda suspiró y enlazó su brazo con el suyo.
—Vayamos a una cafetería. Me apetece un café y un trozo de tarta. Puede que dos.
—¿De chocolate?
—Y vainilla.
Él besó su frente.
—Hecho.
15 de diciembre de 2002
Belinda observó a dos niños que corrían alegremente junto a ella, ajenos a lo que ocurría en el submundo. Axel le tendió un vaso de cartón y ella lo tomó entre sus manos, agradeciendo el calor que desprendía el chocolate caliente. Bebió un poco.
—¿Mejor? —Belinda asintió. Él suspiró—. Me alegra que haga un buen día, temía que el tiempo estuviera demasiado nublado o que lloviera. Ya sabes cómo son las cosas aquí en Londres.
Belinda observó el cielo. Era de un gris claro con apenas algunos trazos de azul claro. Se detuvo en un par de golondrinas que volaban hasta un árbol, buscando refugio. La suave brisa acarició sus mejillas; volvió a dar un sorbo a su chocolate.
—Es agradable.
Axel la observó en silencio. Todavía no estaba seguro de lo que haría para mejorar su relación con Belinda, pero estaba decidido a hacerlo. No quería alejarla por más tiempo. Ella le importaba. Más de lo que alguna vez hubiera imaginado. Sin embargo, aquella chica había conseguido ganarle en cuestión de tiempo.
Ya la había observado durante el año anterior. Había tenido que hacerlo para conocer quiénes eran exactamente los Black. Sabía cosas de ella, que no cualquiera hubiera sabido fácilmente. Había tenido que aprender. Luego, la había conocido en persona y se había enamorado.
La vida era irónica.
El teléfono de Belinda sonó y ella se disculpó antes de cogerlo.
—¿Annice?
Axel inclinó la cabeza con curiosidad. La única Annice que conocía era Annice Crawford, hija del Canciller de Justicia y amiga íntima de la familia. Aquella mujer había sido una de las personas de su alrededor que había tenido que investigar.
Él observó como el rostro de Belinda palidecía ligeramente. Su boca se abrió, sorprendida y le pareció ver que contenía un jadeo. Sus ojos azules lo miraron cuando giró la cabeza en su dirección. Su ceño se frunció.
—Bien, lo tengo —respondió—. Sí, no te preocupes. Bien. Hablamos luego —colgó.
Axel ralentizó el ritmo y tomó el codo de Belinda para detener el paso.
—¿Qué ocurre?
Ella dudó antes de hablar.
—Annice dice que ha encontrado información sobre un supuesto distribuidor.
El pecho de Axel se hinchó de esperanza. Esa era una buena noticia.
—¿Y a qué esperamos? ¿Lo saben tus hermanos?
Hizo una mueca.
—No. De hecho, ella me ha pedido que no les diga nada.
Axel estrechó los ojos, confundido.
—¿Por qué no quiere que lo sepan? —preguntó—. Eso no tiene lógica. Se supone que ellos están buscando al que ha hecho todo esto. Deberían saberlo.
Belinda se mordió el labio, algo incómoda y paseó su peso de un pie a otro. Evitaba su mirada. Eso lo irritó.
—Ella me ha pedido que no les diga nada. Quiere que vayamos por nuestra cuenta para comprobar si la información es cierta.
Eso no le gustó. Aquella mujer estaba pidiéndole a Belinda que prácticamente se pusiera en peligro.
—Y tampoco es como si los necesitáramos para comprobar si hay un distribuidor realmente —añadió.
Axel apretó la mandíbula. Él no opinaba lo mismo.
—Yo iré con ustedes.
Ella lo miró fijamente.
—No es necesario.
—Pero yo quiero hacerlo. Tres personas son mejor que dos —dijo y prosiguió antes de que ella pudiera reprocharle—. Además, yo también quiero ver quién es ese distribuidor.
Belinda no parecía muy convencida. Él miró al cielo antes de suspirar y mirarla de vuelta.
—Por favor, Belinda. Esto también es importante para mí -no le admitiría abiertamente que aquello también le haría sentir más tranquilo sobre su seguridad. No negaría que Belinda era una bruja poderosa, sin embargo, estaría más tranquilo si él estaba allí para protegerla.
Ella suspiró y separó su brazo de Axel, quien todavía la agarraba.
—Está bien. Te diré dónde nos reuniremos cuando Annice me lo diga.
Axel le sonrió, queriendo besarla. Belinda sería suya para protegerla.