¿Podemos volver?

1329 Words
Caminaron juntos serpenteando las pocas calles del pueblo. Se detuvieron en una casa, que según explicaron, era la de Guillermo. Por suerte Mileva no tuvo que entrar, los esperó afuera. Los dos hombres salieron con botellas de agua fría y le explicaron que nunca hay que adentrarse en el bosque sin agua, porque es muy fácil deshidratarse. Pusieron las botellas en la mochila de Mileva y continuaron camino hasta que llegaron a la maleza. Era tan densa como la que había detrás de la mansión. —Acá estamos en la frontera entre Corrientes y Entre Ríos —comentó Mauricio—, y la gente de la ciudad suele olvidarse que esta zona está llena de bosques muy densos, repletos de animales salvajes. En muchas de estas zonas no hay caminos delimitados, ni carteles para guiarse. —Vamos, por acá… —dijo Guillermo, mientras se abría paso entre los árboles—. Tené cuidado donde pisás. Mileva lo siguió y al tercer paso casi se dobla el tobillo, por culpa de la raíz de un árbol. Estuvo a punto de caer, pero Mauricio la sujetó de la cintura con ambas manos. —Epa, cuidado… que ni siquiera empezó el viaje, no te me caigas ahora. Mileva se sintió muy avergonzada, estaba demostrando ser una completa ignorante de la vida fuera de la ciudad, ni siquiera era capaz de caminar tres pasos sin quedar en ridículo. Siguieron avanzando, esquivando ramas, pozos y zonas de vegetación muy alta. Cuando Mileva miró hacia atrás descubrió que ya no podía ver el pueblo, solo había árboles. Los ovarios se le subieron a la garganta. ¿Adónde la estaban llevando estos tipos? Si tuviera que volver sola hasta la mansión, no sabría por dónde ir. Por estar distraída, no vio una rama, la cual le pegó en la cara y le arañó la teta izquierda. —¡Auch! —Los ojos siempre al frente, chiquita —le dijo Guillermo, como si fuera un entrenador de supervivencia—. Siempre tenés que mirar hacia dónde vas, y dónde estás pisando. Mirá… te lastimaste. Mileva bajó la mirada y encontró un surco rojo que le cruzaba en diagonal toda la teta izquierda. —Vamos a tener que limpiar eso urgente —comentó Mauricio. Sacó de una de las botellas de agua de la mochila de Mileva y mojó un pañuelo de tela con ella. Luego se lo alcanzó a Guillermo. El rubio no perdió ni un instante, con su mano izquierda sujetó la teta desde abajo, y con la derecha comenzó a limpiar la zona del arañazo. —Em… no es necesario hacerlo ahora —comentó Mileva, confundida por el exceso de confianza del tipo—. Puedo hacerlo cuando llegue a mi casa. —No es conveniente —dijo Guillermo. —Para nada —agregó Mauricio—. Estamos en una zona boscosa, con clima subtropical. Acá cualquier pequeña herida se puede infectar muy rápido, si no se la limpia a tiempo. —¿De verdad? —Esto puso en alerta a Mileva. No lo quería admitir, pero desde antes de mudarse ella sufrió varias pesadillas muy vívidas que la mostraban muriendo de hambre en medio de una selva, o siendo devorada por un animal salvaje. Su familia no sabía que ella había estado desarrollando una especie de fobia a la selva y a los bosques densos. Desde que se enteró que vivirían tan cerca de la espesura, su cerebro no hizo más que recordarle que ella no tendría chances de sobrevivir lejos de las comodidades de la ciudad. Le aterraba perderse en el medio de una densa jungla. La idea de tener una infección por culpa de una puta rama también le resultaba aterradora. —Sí, nena —continuó Guillermo—, si no limpiamos bien ahora, podría haber graves consecuencias. Ella no tenía forma de saber si el tipo estaba exagerando. Podría estar diciéndole la cruda verdad. Por eso permitió que el rubio bigotudo le pasara el pañuelo mojado por toda la teta. Para colmo no se había puesto corpiño… no con este calor insoportable, y con los movimientos su pezón salió a saludar. Ella estaba muy orgullosa de sus tiernos pezones en forma de cono; aunque no le agradaba que dos desconocidos se lo estuvieran mirando. El pezón reaccionó de forma positiva ante el roce del pañuelo húmedo y se endureció al instante. A Mileva le pareció ver una sonrisa en los labios de Guillermo, aunque con tanto bigote es difícil saberlo. —Creo que ya quedó bien —dijo el rubio. Se tomó la libertad de volver a guardar la teta en su lugar, aprovechando el momento para acariciar el pezón con su pulgar. A Mileva le molestó mucho, pero se quedó en silencio. Lo único que le importaba era saber que no corría riesgo de infección. —Bueno, sigamos… ya estamos cerca de lo que te queremos mostrar —dijo Mauricio. Siguieron avanzando entre la casi impenetrable maleza hasta que llegaron a una estructura metálica de varios metros, pintada de blanco. Parecía una torre para un tanque de agua… pero sin el tanque. Subieron por una escalera de metal. Primero lo hizo Guillermo, seguida de Mileva, y en último lugar Mauricio. Ella tuvo que soportar todo el trayecto que el tipo de atrás tuviera la cara a pocos centímetros de su culo. “Para colmo se debe estar dando un buen espectáculo”, pensó. Ese día había decidido usar un short, por el calor, y era tan corto que probablemente parte de sus nalgas quedaran a la vista. Aún así, prefería subir sabiendo que había alguien detrás de ella, para atraparla en caso de que se cayera. Llegaron hasta la cima de la torre. Era un mirador, con un techo de madera a cuatro aguas. Por suerte parecía estable, no se tambaleaba ni nada. Eso la tranquilizó un poco. —Los cazadores suelen usarlo para explorar el terreno —comentó Mauricio—. Y eso es lo que queríamos mostrarte —señaló hacia adelante. —Ahí no hay nada —dijo Mileva, que solo veía árboles y plantas que se iban elevando lentamente, hasta cubrir el horizonte. —Eso es un monte —comentó Guillermo—. La bruja, em… quiero decir, Narcisa vive ahí… en la cima del monte. Su casa no se ve desde acá, pero está ahí. Que no te engañe la perspectiva, estamos muy lejos. Es un trayecto que nos va a llevar varias horas. Acá no hay caminos. Hay que armarse con un machete y avanzar lentamente, con cuidado. —Ummm… parece complicado. —Lo es —aseguró Mauricio—. Por eso queríamos que lo vieras. Para que te lo pienses bien. ¿De verdad querés ir hasta la casa de esa mujer que vive sola en el medio del monte? ¿Es tan importante? —No lo sé. Quizás deba pensarlo mejor. Suena muy… arriesgado. En fin, muchas gracias por mostrarme esto. Ahora tengo una idea más clara de a qué me voy a enfrentar. —No, nena —dijo Guillermo, con una sonrisa socarrona—, no tenés ni idea. El monte es impredecible. Aunque, si necesitás que te guíen, nosotros podemos ofrecer nuestro servicio. Es nuestro trabajo en este pueblo. Cuando alguien necesita un guía, nos llama a nosotros. —Entiendo, lo voy a tener en cuenta. Sé que es una tontería preguntarlo, pero tengo que hacerlo. ¿Narcisa tiene teléfono? ¿O va al pueblo de vez en cuando? —No tiene teléfono, ni siquiera tiene electricidad —respondió Guillermo—. Por el pueblo no se la ve casi nunca. La gente suele evitarla… a menos que la necesiten con mucha urgencia. —Mmm, lo sospeché desde un principio —dijo, citando al Chapulín Colorado, los dos tipos no parecieron captar la referencia, o bien no les hizo gracia—. ¿Podemos volver? Quiero estar en mi casa antes de que oscurezca. —Si, claro —dijo Mauricio.
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