Durante los dos primeros años de convivencia nuestra actividad s****l siguió siendo de lo más frenética. Ajustándome a los deseos de Mailén me acostumbré a echarla dos lechadas en cada una de las tres sesiones que, al despertarnos por la mañana, después de comer y al acostarnos por la noche, manteníamos los días laborables y a llevar a cabo una cuarta los fines de semana en que, al irnos a la cama más tarde, nos podíamos dar otro revolcón antes de cenar. Decidimos realizar el acto s****l, unas veces con más éxito que en otras, en todas las posiciones que conocíamos y probar nuevas experiencias con lo que nos metimos de lleno en el sexo sucio. Para evitar que nuestras meadas se desperdiciaran hacíamos todo lo posible para retenerlas en nuestro interior hasta que las podíamos depositar en l