volver
girar y volver a meterse en la casa del árbol. Contuve el aliento, y aguardé hasta que lo
oí caer al suelo que había abajo.
No podía continuar viviendo de ese modo.
Pero ¿qué otra opción tenía? ¿Convertirme en un demonio por completo? Eso
jamás sería una opción.
—¿Tania? —me llamó.
—Ya voy.
Levanté la cabeza y, mientras comenzaba a moverme, algo me llamó la atención.
Fruncí el ceño y entrecerré los ojos mirando la rama del árbol que había justo delante
de la plataforma de observación. Había algo raro en ella. La rama parecía demasiado
gruesa, demasiado brillante.
Entonces la vi.
Enroscada alrededor de la rama había una serpiente anormalmente larga y gruesa.
Tenía la cabeza en forma de diamante hacia abajo, y desde el lugar donde me
encontraba podía ver el inconfundible resplandor rojo de sus ojos.
Di un salto hacia atrás con un jadeo.
—¿Qué acurre ahí arriba? —preguntó Zaymi.
Bajé la mirada durante quizá dos segundos, eso fue todo, pero cuando volví a
levantarla la serpiente había desaparecido.
Para cuando entré en clase de Biología detrás de Stacey, quería pegarle un puñetazo.
No dejaba de hablar de Roth, como si yo necesitara ayuda para preguntarme si
realmente aparecería hoy. Me había quedado despierta toda la noche pensando en esa
maldita serpiente en el árbol. ¿Habría estado ahí todo el tiempo, observándome
mientras dormía y escuchando mi conversación con Zayne?
Qué mal rollo.
Todo aquello era aún peor cuando recordaba cómo Roth se había apretado contra
mí en el lavabo. Porque cada vez que pensaba en él, pensaba en cómo me había
sentido entonces. Nadie se acercaba tanto a mí, ni siquiera Zayne. Quería arrastrarme
hasta el interior de mi propia cabeza, borrar el recuerdo quirúrgicamente y después
lavarme el cerebro con lejía.
—Más vale que haya venido —estaba diciendo Stacey mientras se derrumbaba
sobre su asiento—. No me he escapado de casa vestida de este modo para nada.
—Sin duda. —Eché un vistazo a su falda corta, y después a su escote—. No
querríamos desperdiciar tus tetas.
Me dirigió una sonrisa lasciva.
—Quiero que se pase toda la noche pensando en mí.
Saqué mi libro de texto y lo dejé sobre el pupitre.
—No, no quieres eso.
—Lo decidiré por mí misma. —Se movió en su sitio y se tiró de la falda hacia
abajo—. En cualquier caso, no me puedo creer que no te parezca que está bueno.
Tienes algo mal en la cabeza.
—No tengo nada mal en la cabeza. —La miré, pero tenía los ojos pegados a la
puerta. Solté un suspiro—. Stacey, no es un buen tío, de verdad.
—Hum… Mejor todavía.
—Lo digo en serio. Es… es peligroso. Así que será mejor que no se te pase
ninguna idea pervertida por la cabeza.
—Demasiado tarde. —Hizo una pausa, y después frunció el ceño—. ¿Te ha hecho algo?
—Es solo una sensación que tengo.
—Yo tengo un montón de sensaciones cuando pienso en él. —Se inclinó hacia
delante, plantó los codos sobre la mesa y puso la barbilla sobre las manos—. Un
montón.
Puse los ojos en blanco.
—¿Qué hay de Sam? Está completamente enamorado de ti. Sería una opción
mejor.
—¿Qué? —Arrugó la nariz—. No lo está.
—En serio, sí que lo está. —Comencé a garabatear en el libro, manteniendo mi
atención alejada de la puerta—. Siempre te está mirando.
Stacey se rio.
—Ni siquiera me miró dos veces al ver mi falda…
—O tu falta de ella.
—Exacto. Eso sí, si llevara un código binario en las piernas, entonces se fijaría en
mí.
La señora Cleo entró apresuradamente, terminando con nuestra conversación. Casi
me dio un mareo de lo poderosa que fue la sensación de alivio, y ni siquiera me
importó cuando la profesora me miró con extrañeza. Pensé que Roth se había ido, y
dibujé unas caritas sonrientes gigantes por encima de un diagrama. A lo mejor su
estúpida serpiente se lo había comido.
Stacey dejó caer el brazo del pupitre.
—Supongo que hoy va a ser un asco de día.
—Lo siento —gorjeé, haciendo girar el bolígrafo entre los dedos—. ¿Quieres ir
a…?
La puerta se abrió de golpe mientras la señora Cleo sacaba el proyector. Roth entró
tranquilamente en el aula, con el libro de Biología en la mano y una sonrisa arrogante
que cubría toda su cara. El bolígrafo se me resbaló de la mano, salió volando hacia
delante y golpeó la cabeza de una chica que se sentaba dos asientos por delante de mí.
Se giró rápidamente, levantó los brazos y me lanzó una mirada envenenada.
Stacey se apresuró a enderezarse en su asiento, soltando un gritito por lo bajo.
Roth le guiñó un ojo a la señora Cleo mientras pasaba junto a ella, y la mujer se
limitó a sacudir la cabeza y rebuscar entre sus notas. Todos los ojos estaban fijos en el
demonio mientras recorría el pasillo central. Las mandíbulas se quedaban
desencajadas, y las chicas se giraban en sus asientos. Algunos de los chicos también lo hacían.
—¿Qué hay? —le murmuró a Stacey.
—Hola.
Los codos de mi amiga se deslizaron a través del pupitre. Después, él volvió esos
ojos dorados hacia mí.
—Buenos días.
—Mi día está completo —susurró Stacey, sonriendo a Roth mientras él soltaba el
libro y se sentaba.
—Bien por ti —le solté, sacando otro bolígrafo de la mochila.
La señora Cleo apagó las luces.
—Todavía no he corregido los exámenes, ya que algunos de vosotros vais a
recuperarlos el viernes. El lunes os daré las notas y las tareas para conseguir créditos
extra si los necesitáis.
Algunos alumnos gruñeron, mientras yo me imaginaba clavando el bolígrafo en la
parte posterior de la cabeza de Roth.
¿Qué había planeado la noche anterior? Absolutamente nada, porque me quedé
dormida mientras maquinaba en la plataforma de observación.
Tras unos diez minutos de la pesada lección de la señora Cleo sobre la respiración
celular, Stacey dejó de botar en su asiento. Yo todavía no había apartado los ojos de
Roth, que ni siquiera se molestaba en fingir estar tomando notas. Al menos yo tenía
un bolígrafo en la mano.
Inclinó la silla hacia atrás hasta que quedó apoyada contra mi mesa, plantando los
codos sobre mi libro de texto para apoyar su precaria posición. Una vez más olí algo
dulce, como vino azucarado o chocolate n***o.
Me planteé moverle los brazos, pero para eso tendría que tocarlo. Podría
pinchárselos con el bolígrafo con fuerza. Se había arremangado, mostrando unos
bonitos brazos. Una piel suave se tensaba sobre sus bíceps bien definidos. Y ahí
estaba Bambi, enroscada alrededor del brazo. Me incliné hacia delante, un tanto
fascinada por los detalles. Cada onda de la piel de la serpiente había sido sombreada,
de modo que realmente parecía tridimensional. La zona del vientre era gris y de
aspecto suave, pero dudaba que la piel de Roth fuera muy suave. Se veía tan dura
como la de un Guardián.
El tatuaje parecía muy real.
«Porque es real, idiota».
En ese momento, la cola se movió y se deslizó por encima del codo.
Con un jadeo, me recliné de golpe sobre mi asiento, y Stacey me lanzó una mirada
de extrañeza. Rita giró la cabeza.
—¿Qué estás haciendo ahí atrás? —Lo miré entrecerrando los ojos—. ¿Me estabas
mirando?
—No —mentí, susurrando entre dientes.
Él colocó la silla en posición normal, y le lanzó una breve mirada a la señora Cleo
antes de girarse a medias en su asiento.
—Yo creo que sí.
Stacey se inclinó hacia delante con una sonrisa.
—Sí que te estaba mirando.
Le lancé una mirada de odio.
—No es verdad.
Roth observó a mi amiga con interés renovado.
—¿Me estaba mirando? ¿Y qué estaba mirando?
—La verdad es que no lo sé —respondió ella, susurrando—. Yo estaba demasiado
ocupada mirándote la cara como para fijarme.
Una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro del demonio.
—Stacey, ¿verdad?
Ella se inclinó hacia mí.
—Esa soy yo.
La aparté hacia su lado, poniendo los ojos en blanco.
—Date la vuelta —le ordené a Roth. Él me sostuvo la mirada.
—Lo haré cuando me digas lo que estabas mirando.
—A ti no. —Eché un vistazo hacia la parte delantera del aula, donde la señora
Cleo estaba rebuscando entre sus notas—. Date la vuelta antes de que nos metas en
problemas.
Roth bajó la cabeza.
—Ah, te encantaría la clase de problemas en los que podría meterte.
Stacey suspiró… o gimió.
—Seguro que sí.
Aferré el bolígrafo.
—No. Nos. Gustaría.
—Habla por ti, hermana —replicó Stacey, y se metió la punta del bolígrafo en la
boca.
Roth le dirigió una sonrisa de suficiencia.
—Me cae bien tu amiga.
El bolígrafo se me rompió en la mano.
—Bueno, pues tú a mí no.
Roth se rio entre dientes mientras se daba la vuelta por fin. El resto de la clase
transcurrió de ese modo: de vez en cuando nos miraba y sonreía, o susurraba algo que
me enfurecía por completo. Cuando finalmente la señora Cleo encendió las luces,
estaba a punto de gritar.
Stacey simplemente pestañeó, con aspecto de estar saliendo de alguna especie de
trance extraño. Garabateé «putón» en sus apuntes. Ella se rio y escribió «virgen
terminal» en los míos.
Cuando la campana sonó, yo ya había recogido mis cosas, preparada para salir de
allí. Necesitaba aire, y a ser posible un aire que no estuviera compartiendo con Roth.
Sorprendentemente, él ya había salido por la puerta para cuando yo me levanté, y
caminaba tan rápido que parecía tener alguna especie de misión. ¿Tal vez los del
Infierno lo habían llamado para que volviera a casa? Esperaba que sí.
—¿Qué diablos te pasa? —me preguntó Stacey.
Pasé de largo junto a ella, quitándome unos largos mechones de pelo de debajo de
la correa de la mochila.
—¿Qué? ¿Tiene que pasarme algo porque no esté en celo?
Ella hizo una mueca.
—Eso suena repugnante.
—Tú eres repugnante —repliqué por encima del hombro.
Stacey llegó hasta donde yo estaba.
—En serio, tienes que explicarme qué problema tienes con él. No lo entiendo. ¿Te
ha pedido que seas su chica?
—¿Qué? —Hice una mueca—. Ya te lo he dicho. Es un mal tipo.
—Mi clase de chico favorito —dijo mientras salíamos por la puerta— son los
chicos malos.
Aferré la mochila con más fuerza mientras un mar de almas rosadas y azules
llenaba el pasillo. Había un gran cartel colgando que interrumpía la corriente de
colores pastel.
—¿Desde cuándo te gustan los chicos malos? Todos tus novios anteriores eran
unos santos.
—Desde ayer —aseguró.
—Bueno, pues eso es… —Me detuve junto a la fila de taquillas, arrugando la nariz
—. ¿Hueles eso?
Stacey olfateó el aire, y después gruñó de inmediato.
—Dios, huele a alcantarillas. Probablemente se haya atascado el lavabo.
Otros estudiantes estaban comenzando a captar el aroma a huevos podridos y carne pasada. Hubo risitas, y algunas arcadas. Noté un temor en el pecho. El olor era
repugnante, demasiado repugnante, y no me podía creer que no lo hubiera olido hasta
entonces.
También iba a culpar a Roth por eso.
—Tendrían que cancelar las clases con un olor así —dijo Stacey. Comenzó a
tirarse de la camiseta a modo de escudo, pero entonces debió de darse cuenta de que
no había suficiente material. Se puso la mano sobre la boca, amortiguando su voz—.
Esto no puede ser seguro.
Un profesor permanecía en pie frente a su clase, moviendo la mano sobre su cara.
Me ardían los ojos mientras me apartaba de él, siguiendo a Stacey. En la escalera, el
olor era más fuerte.
Stacey me echó un vistazo en el rellano.
—¿Nos vemos en la comida?
—Sí —respondí, y me quité del camino de unos cuantos alumnos de último curso,
más altos y grandes. Parecía como si fuera una novata de primero que se pusiera en su
camino.
Mi amiga volvió a tirarse del dobladillo de la falda con la mano libre.
—Espero que el olor haya desaparecido para entonces. Si no, voy a iniciar una
campaña de protesta.
Antes de poder responder, ya estaba subiendo la escalera. Yo bajé hasta el primer
piso, tratando de evitar las arcadas.
—¿Qué demonios es ese olor? —preguntó una chica menuda con un alma color
violeta. Tenía el pelo rubio y cortado al estilo pixie.
—No lo sé —murmuré distraída—. ¿Nuestra comida?
La chica se rio.
—No me sorprendería. —A continuación frunció el ceño y me miró entrecerrando
los ojos—. Oye, ¿no eres tú la chica que vive con los Guardianes?
Solté un suspiro, deseando que la masa de cuerpos que había en los escalones por
delante de mí se moviera más rápido.
—Sí.
Sus ojos castaños se ensancharon.
—Eva Hasher dice que tú y el tío n***o mayor que siempre te recoge en el instituto
sois sus sirvientes humanos.
Me quedé con la boca abierta.
—¿Qué?
Ella asintió vigorosamente.
—Eso es lo que me dijo en clase de Historia.
—¡Yo no soy una sirvienta, y Morris tampoco! —exclamé—. Soy adoptada. Y
Morris es parte de la familia. Hay una gran diferencia.
—Lo que tú digas —replicó, y se alejó de mí.
¿Una sirvienta? Sí, hombre. Un alma de un rosa oscuro con franjas rojas apareció
en mi campo de visión: Gareth Richmond. El chico que tal vez había estado
mirándome el culo.
—Este lugar apesta. —Tenía un cuaderno por delante de la boca—. Seguro que el
gimnasio huele aún peor. ¿Crees que cancelarán la clase, Layla?
Vaya, pues sí que sabía mi nombre.
Bajó el cuaderno para mostrar una sonrisa incandescente. La clase de sonrisa que
imaginaba que utilizaría con muchas chicas.
—No pueden esperar que nos pongamos a correr respirando esta mierda. Tú eres
muy buena corredora, por cierto. ¿Por qué nunca has participado en alguna carrera?
—¿Me…? ¿Me miras mientras corro en clase? —Quise pegarme un puñetazo a mí
misma después de decirlo; sonaba como si estuviera acusándolo de ser un acosador—.
Quiero decir, que no sabía que me prestaras atención. Bueno, no es que me prestes
atención, es solo que no sabía que supieras que se me daba bien correr.
Echó un vistazo hacia la parte inferior de la escalera, riéndose.
Tenía que callarme.
—Sí, te he visto correr. —Gareth sujetó la puerta antes de que nos golpeara y la
mantuvo abierta—. Y también te he visto caminar.
No sabía muy bien si estaba provocándome o flirteando, o si simplemente pensaba
que era una idiota. Sinceramente, no me importaba, porque lo único en lo que podía
pensar era en Stacey sugiriendo que me liara con Gareth para comenzar una guerra
contra Eva. Eso sí que eran pensamientos incómodos.
—¿Qué harás después de clase? —me preguntó, caminando detrás de mí.
Identificar demonios.
—Eh… Tengo que hacer unos cuantos recados.
—Ah. —Se dio unos golpecitos en el muslo con el cuaderno—. Yo tengo
entrenamiento de fútbol después de clase. Nunca te he visto en ningún partido.
Miré la vitrina de trofeos vacía que había junto a las puertas dobles que llevaban al
gimnasio.
—La verdad es que el fútbol no es lo mío.
—Qué pena. Siempre hago una fiesta en casa de mis padres después de los
partidos. Lo sabrías si…
Alguien alto, vestido todo de n***o, se materializó entre nosotros.
—Lo sabría si le importara, pero dudo que ese sea el caso.
Di un paso hacia atrás con rapidez, sobresaltada por la repentina reaparición de
Roth.
Gareth tuvo la misma reacción. Era un chico alto, grande y fornido, pero Roth
exudaba un aire de matón. El chico cerró la boca de golpe y, sin decir ni una palabra
más, nos rodeó y se apresuró a entrar en el gimnasio, dejando que las puertas se
cerraran tras él. Me quedé ahí plantada, aturdida mientras la primera campana de
advertencia sonaba. Parecía estar muy lejos.
—¿Es que he dicho algo malo? —preguntó Roth, pensativo—. Tan solo estaba
señalando lo obvio. —Levanté la cabeza con lentitud y lo miré—. ¿Qué? —Me dirigió
una sonrisa pícara—. Venga ya. No pareces la clase de chica que va a ver los partidos
de fútbol, pasa el rato con la gente guay y acaba desflorada por un deportista del
último curso en el asiento trasero del BMW de su papi.
—¿Desflorada?
—Sí, ya sabes. Perder esa cosa tan molesta llamada «virginidad».
Un fuego recorrió mi piel. Me di la vuelta y giré en dirección a las puertas del
gimnasio. Por supuesto, sabía lo que significaba la palabra «desflorar», pero no podía
creer que realmente hubiera utilizado esa palabra en el siglo XXI.
O que estuviera teniendo siquiera una conversación sobre la virginidad con él.
Me agarró el brazo.
—Oye, que eso era un cumplido. Créeme. De todos modos, va en dirección al
Infierno por la vía rápida, al igual que su papá.
—Está bien saberlo —logré responder con frialdad—, pero ¿te importaría
soltarme el brazo, por favor? Tengo que ir a clase.
—Tengo una idea mejor. —Se inclinó hacia mí, y unos mechones de pelo oscuro
cayeron sobre sus ojos dorados—. Tú y yo vamos a divertirnos un poco.
Me dolían los dientes de lo mucho que los estaba apretando.
—Ni en un millón de años, colega.
Parecía ofendido.
—¿Qué te piensas que estoy sugiriendo? No estaba planeando emborracharte y
aprovecharme de ti en la parte trasera de un BMW como estaba haciendo Gareth.
Claro que supongo que podría ser peor. Podría estar planeando hacerlo en la parte
trasera de un Kia.
Pestañeé.
—¿Qué?
Roth se encogió de hombros y me soltó el brazo.
—Una chica llamada Eva lo ha convencido de que te dejas hacer después de una
cerveza.
—¡¿Qué?!
Mi voz sonó tan aguda como la campana que sonaba en ese momento.
—Personalmente no me lo creo —continuó con despreocupación—, y yo tengo
un Porsche. No hay tanto espacio para las piernas como en un BMW, pero según me
han dicho son mucho más sexis.
Los Porsches eran sexis, pero aquello no importaba.
—¿Esa zorra le ha dicho que me dejo hacer después de una cerveza?
—Miau. —Roth hizo como que arañaba el aire, lo cual era tan ridículo como
suena—. En cualquier caso, esa no es la clase de diversión que tenía en mente.
Yo seguía pensando en todo el asunto de dejarme hacer.
—A otra chica le dijo que soy una maldita sirvienta. Supongo que soy una
sirvienta que se deja hacer. ¡Ah! Y supongo que también soy una borracha. Voy a
matar…
Roth chasqueó los dedos por delante de mi cara.
—Céntrate. Olvídate de Eva y de ese eyaculador precoz. Tenemos que hacer una
cosa.
—No me chasquees los dedos en la cara —gruñí—. No soy un perro.
—No. —Me dirigió una sonrisita—. Eres una medio demonio que vive con un
montón de monstruos de piedra que matan demonios.
—Tú eres el monstruo, y yo voy a llegar tarde a clase. —Comencé a girarme, pero
entonces recordé la noche anterior—. Ah. Y ponle una correa a tu estúpida serpiente.
—Bambi va y viene como le apetece. No puedo hacer nada si le gusta pasar el rato
en tu casa del árbol.
Cerré las manos en puños.
—No vuelvas a acercarte a mi casa. Los Guardianes te matarán.
Roth inclinó la cabeza hacia atrás y soltó una risa profunda. Era una risa
agradable, profunda y gutural; lo cual me ponía aún más furiosa.
—Oh, habrá muertes, pero no seré yo quien muera.
Tragué saliva.
—¿Estás amenazando a mi familia?
—No. —Me atrapó la mano, me hizo aflojar el puño y después entrelazó los dedos
con los míos—. De todos modos, no puedes decirme que no has olido cómo apesta el instituto ahora mismo.
Cerré la boca de golpe y lo fulminé con la mirada.
—¿Qué? Será solo el desagüe, o… —Me miró como si fuera estúpida, y mis
sospechas iniciales sobre el olor reaparecieron—. No puede ser…
—Oh, claro que sí. Hay un zombi en el instituto. —Arqueó una ceja—. Parece el
comienzo de una película de terror muy mala.
Ignoré su última frase.
—No puede ser. ¿Cómo iba a entrar aquí sin que lo vieran?
Se encogió de hombros.
—¿Quién sabe? Todo es posible últimamente. Mi sentido arácnido demoníaco me
dice que está abajo, en uno de los cuartos de las calderas. Y dado que tus amigos
Guardianes probablemente estarán durmiendo, había pensado que podíamos ir a
echarle un vistazo antes de que suba y comience a comerse a los estudiantes.
Me planté sobre los talones mientras él comenzaba a avanzar.
—No voy a echarle un vistazo a nada contigo.
—Pero hay un zombi en el instituto —dijo con lentitud—, y probablemente estará
hambriento.
—Sí, ya lo sé, pero tú y yo no vamos a hacer nada juntos.
Su sonrisa se desvaneció.
—¿No tienes curiosidad por saber por qué hay un zombi precisamente en tu
instituto, y qué va a pensar la gente cuando vea algo salido de La noche de los
muertos vivientes?
Le sostuve la mirada.
—No es problema mío.
—No lo es. —Inclinó la cabeza hacia un lado, entrecerrando los ojos—. Pero será
problema del líder de los Guardianes cuando suba y comience a rezumar fluidos
corporales encima de todo el mundo mientras mordisquea los miembros de la gente.
Ya sabes que esos Alfas esperan que los Guardianes mantengan todo el asunto de los
demonios lejos del conocimiento público.
Abrí la boca para protestar, pero me detuve. Maldita sea, tenía razón. Si esa cosa
llegaba hasta arriba, Abbot tendría un montón de problemas. Sin embargo, permanecí
inmóvil.
—¿Cómo sé que no vas a lanzarme hacia él?
Rita arqueó una ceja.
—Oye, no te abandoné con el Buscador, ¿verdad?
—Eso no me asegura nada.
Puso los ojos en blanco y soltó un suspiro.