David corrió asustado y entró a su casa pensando en lo que había visto, sentía frío por todo su cuerpo, sentía que sus órganos se congelaban y el corazón le dejaba de palpitar, a pesar de un calor desagradable que lo abrazaba. Gagueando comenzó a llamar a sus padres, sentía que perdía su voz, y en su mente decía miedoso: “Los fantasmas no existen, he visto un fantasma, he visto un fantasma”, y cuando llegaron sus padres muy preocupados le preguntaron: “¿Por qué gritas?”
—Maa-a-maa, pa-a-pa….
—Estás temblando hijo, ¿Qué tienes? —preguntó su padre angustiado y lo cargó.
—David, ¿Por qué gritabas? ¿Qué pasó? —preguntó Esther y se asustó al ver a su hijo con los ojos bien abiertos y su cuerpo bailando del temblor, se les hacía extraño, ya que ellos sudaban por el terrible calor que había caído sobre ellos.
David sudaba y sus gotas que se deslizaban por su piel fría con los pelos de punta parecían como si hubiese tomado un baño, no podía hablar, hacía un gran esfuerzo y lentamente les cuenta que vio a un extraño niño que desapareció, sus padres se miraron entre ellos y le dijeron que tal vez era el efecto de la mordida que lo hacía ver cosas.
—Yo lo vi mamá, era un niño n***o —les afirmaba él; sin embargo, sus padres lo ignoraron y comenzaron a cerrar la puerta, ya que llegaba la noche y los lobos pisarían su tierra y de su tierra a sus habitantes y de ellos para llevarse más carne fresca y su sangre espesa que convertirían color azabache.
David sintió que sus padres actuaban de una manera extraña, estaban mudos y no pestañaban, por un momento pensó que no eran sus padres pero también pensó que era imposible porque sus padres son solo Esther y José David y que en la tierra un doble exacto no existía, estos le dieron las buenas noches y entraron a su cuarto estrellando la puerta fuertemente haciendo que el inocente de David sintiera más miedo de lo normal, temeroso se dirigió hacía su cuarto apagando las velas. Estando en su cama con un frío que lo invadía de pies a cabeza, decidió asomarse por su pequeña ventana que el comején reinaba, el barro se caía y posiblemente toda su casa se vendría abajo volviéndose cenizas y así era, pues estaba predicho en una profecía que se cumpliría en sus próximos descubrimientos que lo llevaría a encontrar el verdadero origen de la tierra oscura. Al asomarse vio a sus gallinas una encima de otra, aquél corral adornado de alambres púas y cañas secas pegadas con barro, le brindaban protección a las gallinas que cacareaban de miedo al escuchar a los lobos, él daba gracias a Dios de que sus indefensas amigas las gallinas gozaban de vida y que nunca fueron atacadas por los lobos, ya que no quería que estás pasaran por miedos eternos.
David sonrió lleno de alegría al ver a sus ternuras dormir y decidió volver a su cama, sintió curiosidad por aquél viejo libro que encontró en la casa de aquél anciano que aún no sabía su nombre y quién era. Al tomarlo entre sus manos y observándolo de una manera extraña sintió que el libro le hablaba, sintió que se movía, sintió pasos, risas, gritos, y aullidos que entraban en su mente, sentía que se volvía loco y con sus manos se pegaba en la cara y decía: “¡Basta! Ya por favor, ¡Basta!” —David lanzó fuertemente el libro hacía un lado y se tiró la cobija de seda encima que no le brindaba protección en los más mínimo al terrible frío que se apoderaba de su cuerpo, aunque un calor muerto se expandía por todas las paredes de su casa derritiendo en migajas el barro como si fuesen de pan.
—¿Por qué yo? ¿porque no puedo sonreír? ¿Qué pasa con este lugar? —decía en su cabeza, sin dudas David de Cristo pasaba por un momento en el que las cosas raras que le faltaban por descubrir lo volverían aún más un niño lleno de traumas y miedos, traumas de un miedo al cual no hallaba explicación y no había nadie a quien confesarle sus dudas, preguntas y el miedo que le quitaba inmovilidad, sin más decidió cerrar sus ojos para dormir mientras dos sombras de adulto se reflejaban del otro lado de su puerta moviendo sus manos y en una de ellas un cuchillo que sangraba.
A la luz del ocaso, los ribereños salían a supervisar y los pescadores a pescar, José David de Cristo apenas se levantaba, Esther preparaba el desayuno y juntos en la mesa hablaban de que los lobos no aullaron y no hubo ningún muerto, por primera vez desde que los lobos se fueron y tuvieron días de paz, los lobos no los atacó a todos en la aldea, Esther deseaba que así fueran todas las noches: sin suplicios. Al despedirse de su esposa, José David besa sus rosados labios y marcha con un balde en una mano y en la otra una gran tarraya que sin dudas le ayudaba a pescar lo más de lo normal.
David dolido por la mordida de la serpiente miraba desde su ventana como marchaba su padre a las afueras de la aldea para traer el alimento del cual vivían, su mirada estaba caída, sus ojos llorosos anhelando lo que ha querido cumplir desde que tenía ocho años y que ya a los diez no ha podido lograr. Ir a conocer los hermosos lagos de agua dulce como se los describían sus padres y pescar junto a su padre ya empezaba a olvidarlo, y solo le tocaría esperar, para crecer y salir a conocer el bosque sin que sus padres intervinieran en sueño deseado ya que ellos tenían el control en su vida, con qué jugar, con quién jugar, qué hacer y que no hacer.
Después de quitar sus brazos de su polvorienta y vieja ventana que desaparecía en las bocas de la plaga de comejenes vecinos de las termitas que ya habían devorado una pata a su cama hecha de cañas y barro creado por su madre, David, tomó entre sus manos una gran cantidad de semillas para alimentar a sus gallinas las cuales cacareaban hambrientas su desayuno, mientras se dirigía a su patio y salía por la puerta trasera no vio a su madre por ningún lado y las semillas se salían de sus manos haciendo un caminito como el cuento “Hansel y Gretel” que le contaban sus padres a los cinco años antes de dormir, distraído por lo perdía entre sus manos alzó la cabeza y sus gallinas no estaban dentro del corral, David se preocupó por un instante y luego sintió miedo al ver a aquél niño n***o que había visto cuando la serpiente lo mordió, jugando con las gallinas, este al ver a David lo quedo mirando seriamente.
—¿Quién eres? ¿Qué haces con mis gallinas —le preguntó David tartamudeando.
—Hola, perdona por haberlas sacado del corral —le respondió y se le acercó lentamente
—¡No te me acerques! —le gritó David angustiado
El niño retrocedió y le decía a David que se calmara, que no le quería a hacer daño sino ser su amigo
—No te asustes, mi nombre es…..
—¡No! ¡Lárgate! Desaparece, por favor —le gritó David asustado y tomó una roca del suelo y se la lanzó al niño
—Perdón sí te asusté, solo quería ser tu amigo ya que ahora estás solo —le dijo el niño triste y saltó la cerca y salió corriendo.
David se tiró al suelo llorando, se golpeaba su cabeza una y otra vez, —¡Sal de mi mente!—, gritaba a los cuatro viento, desesperado arañándose sus mejillas hasta dejarlas rojas tomó tierra del suelo y se bañaba con ella, lloraba tiernamente y destellaba dolor, lastima y sufrimiento. Comenzó a rezar a Dios para no seguir viendo cosas que le atemorizaban, David solo quería ser feliz, conocer el mundo fuera de la aldea, dejar el miedo hacía los lobos y tener a muchos amigos que lo comprendieran y no solo a sus fieles gallinas que se le acercaban cacareando, pero lo que David no sabía era que su destino estaba escrito y él ya lo había encontrado, solo que aún no lo sabía y por desgracia una profecía que mencionaba su nombre estaba por cumplirse, porque los aldeanos con sólo viento en sus cerebros serían destruidos por su doble vida en el más allá de la oscuridad donde los vientos al anochecer serían sus sábanas.
David se limpió sus ojos y sobó sus rojas mejillas, acariciaba el plumaje con manchas de barro de sus gallinas y sin más decide entrar a su casa para desayunar lo que era bastimento bañado en salsa y acompañado de peces fritos en su mayoría mojarras gordas de carne blanca, este era el alimento de todos, peces y los frutos secos de los viejos árboles.
Al entrar a su casa vio a su madre sentada en una mecedora, con una tabla cuadrada en sus piernas la cual tenía lechugas y brócolis las cuales picaba con un cuchillo de brillo fino que tenía en su mano derecha. David sintió escalofríos al escuchar el sonido que hacía la vieja mecedora en la que reposaba su madre, la quedó mirando y no la reconocía, se mecía una y otra vez, estaba tiesa y picaba rápidamente con ese cuchillo afilado que parecía cortar todo, hasta el grueso de un hueso.
Al ver que su madre no respondía a su presencia, decidió ir a su cuarto sin probar bocado, al entrar, su cuarto estaba plagado de comejenes, las paredes estaban agujeradas y con brea, David se asustó y miró que lo único que no pisaban los bichos era aquél libro extraño que había encontrado. Al tomarlo nuevamente entre sus manos, sintió miedo, gritos, risas y a aullidos, aguantó el miedo y decidió abrirlo para descubrir su escritura, sin embargo, David de Cristo no sabía leer, el libro tenía ilustraciones, vio un precipicio y en él un lobo aullando a la luna, debajo otra ilustración en la que estaba la tierra que pisaba, reconoció el centro de la aldea y abrió sus ojos sorprendido de la gráfica en blanco y n***o que observaba mientras la manada de comejenes se le acercaban a sus pies.
Sin percatarse del ataque de la plaga que venía hacía él, David, pasaba de página en página viendo las extrañas imagines de personas que con antorchas y hachas se enfrentaban a los lobos, parecía una guerra por la vida y en su mente dijo: “ojalá pasara en la realidad”, al pasar otra página un gigante, feroz y tenebroso lobo era la imagen completa de la arrugada hoja, y de la nada del libro salió un rugido aullido que movía los techos y las paredes de su casa, los comejenes desaparecieron y David escuchó claramente y recordó a la perfección que el tenebroso aullido era el mismo que se escuchó aquella noche cuando estaba debajo del árbol de hojas secas que las sacudió del temblor aquél.
Atemorizado soltó el libro y buscó por todas partes a su mamá, pensó que todo había sido nuevamente producto de su imaginación y que una vez más su mente lo quería hacer sentir miedo al haber tenido valentía al abrir el libro, cuando salió de su casa todos los aldeanos estaban reunidos asustados, observando la casa David, ya que todos escucharon el macabro aullido.
—¿Qué miran? —preguntó David sorprendido
—Escuchamos el aullido de un lobo que provenía de esta casa —respondió la mujer que lo acusó en aquél juicio donde lo acusaba de la muerte del anciano.
—¿Ustedes también lo escucharon? Eso quiere decir que no estoy loco, ¡No estoy loco! ¡No estoy loco! —gritaba emocionado y saltaba de brincos de felicidad
—Pues ahora estás actuando como loco —le dijo aquél niño que estuvo a punto de golpearlo
—Tengo que decírselo a mis padres, ¿Alguno de ustedes los ha visto? —preguntó
—¿Padres? No lo sabes —le dijo la mujer
—¿Qué cosa? —le respondió David sin entender
Los aldeanos se miraron entre ellos y bajaron sus cabezas, el amigo de su padre se le acercó con los ojos tristes y quitándose el sombrero.
—Tus padres se han ido de la aldea —le dijo
David borró su sonrisa y creó tristeza en su mirada, no entendía nada, se sentía extraño al ver cómo lo miraban todos, sentía que nuevamente perdía su voz.
—¿…Y a dónde se fueron? —preguntó
—A pescar, a ver el cielo azul reflejado en los lagos —le respondió el señor
—Ah, que raro, mi mamá estuvo hace ratito en la casa y no me di cuenta cuando salió.
A distancia vio dos cajones que tenían dentro dos cuerpos, los aldeanos los estaban velando, y pensó que eran aquella mujer junto a su hijo que habían caído por el precipicio o los lobos habían asesinado, nunca supieron lo que realmente pasó, sin embargo por un momento sintió escalofríos que hacían temblar sus piernas y se fue ya que estaba feliz de haber descubierto que era un niño normal y no un loco demente como pensaba él y el resto. David sintió alivio ya que primero sintió miedo, entonces decidió entrar a su casa y olvidando todo se fue al patio para hablar con sus amigas las gallinas de que no estaba loco. Los aldeanos no entendían porque David había reaccionado así y cada uno marchó olvidando igual que él, el aullido macabro que hiso un temblor sacudiendo la aldea.
—Pobre debe sentirse solo —expresó el niño que lo iba a golpear aquella vez
—Bueno, ¡todos a su casa! —exclamó la mujer busca pleito y junto con las otras que conforman el grupo de las chismosas de la aldea se fueron con su nuevo chisme: “El hijo de Esther está loco”.
A distancia, bajo un árbol de almendras el niño que se le aparecía a David se escondía detrás de su tronco, él era más n***o que la noche, su cabello era rizado, era delgado y tenía una cara tierna, sin embargo, él se destacaba así mismo como un niño feo, y que asustaba, nadie sabía que en el lugar un misterioso niño vagaba por sus calles y robaba sus pertenencias.
—Hoy confirmé que mi mente no juega conmigo, algo extraño sucede en la aldea, ese misterioso libro, ese niño que me da miedo, el anciano que murió, su extraña casa, las flores muertas, mi padres actuando de una manera extraña, no sé qué hacer, y mis padres no me quieren creer, debe haber una clave ¿Qué me aconsejan?
—Coco coco roco coco roco
Sus gallinas lo miraban con sus grandes ojos redondos y cacareaban al sentir la presencia de su amo al hablarles como si fuesen personas, a pesar de todo, David sabía que los animales podían sentir, escuchar y llorar, al parecer sus gallinas lo extrañaban, —yo también las quiero —les dijo y se puso de pie para meterlas a su corral, ya que el sol se escondía y la noche llegaba y con ella los lobos y de ellos el miedo y del miedo la muerte, el martirio que los impulsaba a ser pecadores para después pedir perdón al señor su Dios. Llegó la noche y David estaba solo en casa, la soledad lo invadía acompañado del miedo, el viento susurraba como las olas del mar, las luciérnagas iluminaban el oscuro lugar, sediento decide ir al patio para beber un poco de agua, no tenía linterna y llevó consigo una vela, con un vaso de barro seco caminaba lentamente, sus gallinas dormían profundamente, de la nada un fuerte viento apagó la mecha de la vela y lo apoderó la oscuridad, no podía ver nada y comenzó a caminar con sus manos extendidas para no tropezar, en un instante al resbalar con un pedazo de caña allí tirada sintió que alguien lo sujetó.
—¿Quién está ahí? —preguntó
Siguió caminando lentamente, hasta que vio los destellos de luz que salían por los agujeros de su vieja casa, corrió con mucho temor, entró, cerró la puerta y la atrancó con una vieja pala de su padre.
—Mamá, papá ¿Dónde están?, Por favor, vuelvan
David se acobijó tirado en el suelo, no apagó las velas por temor a la oscuridad y no volvió al patio por agua a pesar de que sentía sed porque tenía miedo de que algo o alguien lo espantara. A las afueras de la aldea, los peces nadaban tranquilamente, bailaban con las enormes algas sujetadas a las rocas, en ese instante de tierno carnaval una lengua manchada de sangre saboreó el dulce manjar de su agua dulce junto con un indefenso pez que se lo trago de una lengüeteada, los peces se alborotaron, miedosos se ocultaban en la profundidad de la suave tierra y otros en pequeñas rocas que se desvanecían de los aullidos que se comenzaron a escuchar.
Una manada de lobos, con los ojos rojos y furiosos miraban a la tranquila aldea que tapaba la niebla, —Auuuh, —hacían los lobos. Algunos tenían sangre en sus patas, otros en su hocico y en su cabeza, lloraban de dolor, al parecer los habían atacado y su venganza, despecho y desquite serían los aldeanos, corrieron con fuerzas hacía la aldea aullando como nunca, daban mordiscos al aire y hasta llegar a su destino se volvió aquello el juicio final.
—¡Nos atacan! ¡Saquen a los niños de aquí! —gritaban todos
—¡Mamá! —lloraban los niños
David se despertó asustado, al salir de su casa vio a la gente corriendo, los niños llorando asustados y se sorprendió al ver a la hombres con antorchas en sus manos tal y como en libro, estaba con la boca abierta y no podía creer lo que veía, vio a los lobos atacando a las casas y peleando con los ribereños que le lanzaban palos con punta fina, David se dispuso a ayudar y corrió hacia los niños que gritaban mamá. Las casas ardían en llamas, los árboles se volvían cenizas y el aire se contaminaba del humo n***o que les hacía arder sus ojos, David apurado y asustado se llevó un grupo de niños hacia su casa, la puerta estaba cerrada y no la podía abrir, se dio cuenta que alguien estaba dentro, ya que escuchaba tiernos llantos de cuna de un niño.
—¿Quién está ahí? —preguntó
—Juan Carlos —respondió
—¿Juan Carlos? No te conozco, abre la puerta, por favor
—No puedo, no puedo mover mis piernas David ¡No puedo! —le dijo llorando
Los niños comenzaban a llorar y David no sabía que hacer, miraba hacia atrás y veía a los lobos rabiosos atacando a todos, ya habían muertos pero los lobos no los consumían, mataban por matar y no para comer, viendo el llanto miedoso de los niños se llenó de valor y corrió a la parte trasera de su casa para abrir aquella puerta que esperaba de milagro estuviera abierta sin importar la oscuridad que reinaba el patio. El amigo de su padre, que se encontraba peleando con un lobo logró ver cómo David corría dejando solos a los niños quienes no paraba de llorar.
—¡David! ¿Qué le pasa a ese niño? —dijo. Estaba furioso lleno de angustia, ya que entre esos niños estaba su hija María del Pilar.
Mientras, David caminaba lentamente sin ver en la oscuridad, escuchó el cacareo de sus gallinas, cacareaban asustadas y no sabía que hacer; si ir a su casa o al corral. —¡Perdóneme! —les gritó y continuó caminando hasta llegar a la puerta. Las paredes de su casa estaban por caerse, el techo se desvanecía y caía en arena suave como si estuviese lloviendo. Al llegar hasta la puerta vio al joven que lo quería golpear llorando, temblaba y tenía su pantalón mojado, el chico lo quedó mirando y le decía que le ayudara a levantarse, David lo veía y no lo podía creer, ya que aparentaba ser un joven malo y valiente.
David abrió la puerta y metió a los niños dentro, se llenó de tanta tristeza al ver las personas llorando, las casas caídas, los árboles vueltos polvo, el aire muerto y los lobos acabando todo lo que los primeros seres crearon en Abelan.
—No sabía que tú nombre era Juan Carlos —le dijo David al chico mirándolo con cara de resentimiento.
—Sí, es mi nombre, ayúdame a levantarme, por favor —le rogaba tocando sus manos. David lo miraba llorar y cerró sus ojos recordando cuando Juan Carlos estaba a punto de golpearlo. Al abrirlos ayudó a Juan a levantarse.
—Muchas gracias David —le dijo. Sus piernas temblaban y apenas se podía ponía poner de pie.
—¿…Y ahora quién es el niño más raro y miedoso que has visto? —le preguntó David furioso
El joven lo quedó mirando asustado y abrió sus ojos recordando igual que David cuando lo quiso golpear. En ese instante David le dio una patada empujándolo fuertemente fuera de su casa y expiró a causa de un lobo que lo mordió matándolo de un mordisco, el rostro de David quedó manchado de aquella sangre que lo paralizó, los niños lo miraron y sintieron miedo, tanto que salieron corriendo de la casa y David quedó allí de pie, parecía una estatua hasta que reaccionó y vio a los niños salir, corrió preocupado y logró salvar a cinco, ya que el resto fueron devorados por los lobos.
Al día siguiente, la aldea estaba hecha una catástrofe, una contaminación forestal adornaba por todos lados y el día comenzaba con otro juicio en donde David de Cristo era en gran parte culpable de los hechos y muertes de muchos habitantes. Habían muertos por todas partes, niños y dos ancianos que tenían en brazos sus parientes derramando lágrimas de dolor.
—¡Todo esto es tú culpa! —le gritaban señalándolo con el dedo
—¿Dónde están mis padres? —les preguntaba
—¡Tus padres no están! —le gritó la mujer que lo culpó por primera vez en la misteriosa muerte de aquél anciano
—Yo te vi cuando corriste y dejaste a los niños desprotegidos, ¡Allí estaba mi hija David! —, exclamó el amigo de su padre
—No, así no fueron las cosas yo…….. —le respondió muy inocente
—¡Nada! Doy gracias a Dios que mi hija aún está viva, te culpo David de Cristo por esta catástrofe y serás desterrado de la aldea por asesinar al joven Juan—dijo el ribereño
—¡Vete! ¡Lárgate! ¡Vete! ¡Lárgate! —le gritaban todos
—Escuchen, por favor, encontré un misterioso libro en la casa del anciano que apareció muerto y algo extraño sucede en este lugar, ¡Los fantasmas existen y ustedes no lo saben! —les dijo David llorando
—¿Estuviste husmeando la casa del anciano? ¿Cuál libro? ¿De qué hablas? ¡Los fantasmas no existen David! No sé para qué gasto mis palabras contigo, ¡Llévenlo a fuera de la aldea! —ordenó triste y en ese instante llegaron los padres de David.
—¡Suéltenlo! —gritó su madre
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Ayúdame por favor! ¡Yo no hice nada, no me quieren creer mamá! —exclamaba llorando, los aldeanos lo miraban y sentían tristeza algunos lloraban al ver al pobre de David suplicando.
Su padre estaba mudo y no se movía, solo observaba a su hijo llorar y suplicar, los aldeanos miraban de una manera extraña a David y se fueron alejando poco a poco llamándolo loco.