David dejó de llorar y sintió el lugar silencioso, de la nada sus padres ya no estaban, solo veía a los aldeanos como lo miraban con miedo mientras reparaban sus casas hechas pedazos. Sin más decide ir a su casa en la que estaban sus padres sentados comiendo en la mesa.
—¿Dónde estabas hijo? —preguntó su padre
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Los extrañé! —exclamó David y los abrazó fuertemente
—Tranquilo hijo te esperábamos para comer —dijo su mamá entusiasmada
—¿Qué hiciste para desayunar mamá? tengo mucha hambre—preguntó feliz y se sentó en la silla colocando sus manos en la mesa
—Sopa de gallina con verduras—respondió
—Ayer pasó algo muy triste, hubo muertes, llantos, fuegos y afuera están todos reparando sus casas, estaba asustado —les narraba David
—No te sientas culpable hijo, nosotros sabemos que no eres culpable de lo que le pasó a Juan Carlos —dijo su padre mientras tomaba rápidamente la sopa caliente
—Ten cuidado papás, la sopa está caliente, ¿Cómo saben lo que le pasó a Juan? —preguntó
—Nosotros te vimos hacerlo, pero hiciste bien, tranquilo hijo —respondió su padre y se levantó de la mesa para ir a pescar.
—¿Cómo?...¿Qué….?
—Adiós hijo, obedece a tu madre, por favor —le dijo su padre sonriendo y marchó
David comenzó a tomar su sopa, con un suave sopló la enfriaba, su madre se sentó junto con él y comía muy rápido las alitas de gallina incluyendo el hueso que se escuchaba el crujir entre sus dientes como si tuviese colmillos invencibles. En ese momento escuchó a sus gallinas cacarear, rápidamente se levantó y se dirigió hacía ellas, al verlas todas asustadas se llevó una fuerte impresión.
Habían muchas plumas manchadas de sangre, y solos tres gallinas las cuales lloraban la ausencia de las dos faltantes bocado de un plato fuerte servido en plato caliente acompañado de papas, yucas y verduras. David se tiró al suelo enojado, triste y llorando, no podía creer lo que había pasado, no tenía fuerzas, sentía que su corazón dejaba de palpitar y ya no tenía lágrimas para seguir llorando a sus otras dos gallinas, tenía claro que habían muerto pero que aún no sabía que les había pasado. Entre el dolor y el llanto abrazo a las tres que quedaban, cacareaban como nunca antes la pérdida de dos de ellas, las cuales tenía David desde que tenía ocho años.
David se levantó lleno de valor y entró a su casa preguntándole a su madre si sabía algo sobre sus dos gallinas desaparecidas.
—Están muertas, pero ahora hacen parte de ti y te volverán fuerte—le respondió su madre carcajeando
—¿Cómo? No entiendo, explicame —le dijo David confuso mirando a Esther fijamente
—Te las comiste hijo, fue la sopa de gallinas que hice ¿estaban deliciosas verdad? —le respondió su mamá
—¡No! ¡¿Cómo fuiste capaz de asesinar a mis gallinas?! ¡No! Esto debe ser una broma mamá ¡No! ¡Mis gallinas! —le gritaba David y metió sus dedos en la boca hasta vomitar todo lo que había consumido, lo que eran sus gallinas bañadas en caldo.
—¿…Y qué creías? ¿De dónde voy a sacar una gallina? Tomé dos de las tuyas porque ya estaban gordas, además esas gallinas son viejas, pensé que te había gustado la sopa y las hice con amor para ti —le dijo Esther descaradamente
—¿Acaso estás loca? dime ¿acaso estás loca? —le preguntó David enfadado
En ese instante su mamá le dio una fuerte bofetada, David se sobaba son sus manos el moretón golpe fugaz
—¡¿Por qué?! —le gritó
—¡A mí me respetas niño! Voy a salir un rato y no quiero que salgas de la casa ¿me escuchaste? —le gritó su mamá y cerró fuertemente la puerta moviendo las frágiles paredes que parecían querer caer en cenizas y espumarse en el viento en partículas de virus sano.
—¡Me quiero largar de este lugar! —gritó David furioso
En ese instante su mamá se devolvió y se le acercó lentamente, con su mano derecha tomó la boca de David apretándola fuertemente, tenía las uñas tan largas que acariciaban sus labios secos.
—Pues tuviste la oportunidad cuando te estaban echando los aldeanos por asesinar a Juan y por ser el culpable de toda esta catástrofe ¿por qué no aprovechaste? —le dijo Esther con una voz suave pero a la vez tenebrosa.
David no sabía que decir, miraba fijamente con los ojos abiertos los cercanos ojos azabache de su madre que no pestañaban y en los que observaba una luz extraña, una vela que se le apagaba la mecha.
—¡Suéltame! —le gritó llorando
—Sí, te suelto hijo o ¿Asesino de niños? —le dijo su madre carcajeando
—¡No! ¡Basta! ¡Yo no soy un asesino! —gritaba David golpeándose la cabeza
—No sé qué te ha pasado David, ¡Tu padre y yo no te educamos para esto! Decepción total ¿por qué no puedes ser normal? —dijo su madre y marchó
David limpiaba sus tiernas lágrimas, el dulce llanto de su voz lo escucharon sus gallinas y así entraron a su casa en donde con sus hermosas alas lo abrazaron para brindarle amor.
—Siento mucho lo que les pasó a las otras gallinas, de verdad lo siento, no puedo con el dolor —les dijo y las abrazó
Con el pasar de las horas el sol se ocultaba, el hermoso paisaje de la triste tarde era admirada por todos mientras reparaban sus casas, el barro húmedo aún no estaba seco del todo, el sol se ocultaba entre las nubes, los rayos del sol ya no secaban el barro, el día estaba amarillo y los aldeanos temían de que sus casas se cayeran a causa del frío que hacía el barro derretirse.
—Entremos todos a dentro! —gritó el amigo del padre de David
Todos entraban cuidadosamente a sus casas frágiles, David se encontraba con sus gallinas alimentándolas, con su triste mirada veía el colorido cielo, lo miraba pensando en libertad, justicia y paz. Mientras miraba las extrañas nubes redondas lanzó una hermosa sonrisa a los pájaros que volaban dulcemente con un tierno canto que lo hacía sentir alivio y tranquilidad.
Al escuchar que alguien entró en su casa desvió la mirada y se sintió intrigado, al dejar a sus gallinas dormidas en el corral caminó lentamente entrando a su casa, la veía sola y se preguntaba quién había entrado. Comenzó a sentir miedo, así que dice entrar al cuarto de sus padres, al entrar se llevó una fuerte impresión al ver a alguien que lo hizo sentir susto.
—Me asustaste papá! —Exclamó David
—Lo siento hijo je, je, je, ¿…Y dónde está tu madre? —Le preguntó su padre
—Mamá no está, se ha ido enfadada
—¿Qué es lo que ha pasado?
—Tuve una pequeña pelea con ella
—Okey vale, no hay problema, ya sabes cómo es ella. Acompáñame a fuera de la aldea —le dijo su padre sonriendo
—¿Cómo? ¿Quieres que vaya contigo fuera de la aldea? —le dijo David muy emocionado
—Sí, ¿O no quieres venir conmigo?
—¡Sí claro! Sabes que es lo que me anhelo —le respondió David y se le lanzó encima a su padre
Los dos se marchan muy contentos, David entre sus manos llevaba la gran atarraya que le pesaba mucho, carcajeaba de alegría y entusiasmo, su padre miraba el brillar de sus ojos y su hermosa sonrisa, sentía felicidad al haber cumplido el más grande sueño que su hijo anhelaba a los ocho años. Mientras, los aldeanos sepultaban los cuerpos de los asesinados por el terrible ataque de los lobos, los parientes de los fallecidos lloraban sin parar encima de sus cajones, en dónde colocaban ramos de rosas marchitas negras, ya que veían al mundo sin el color rojo a pesar de las manchas de sangre en sus vestidos derramadas por los que visitaban el otro lado del mundo en el más allá.
Al llegar hasta la entrada de la aldea, David sintió miedo y abrazó a su padre, el bosque era hermoso, habían muchos árboles, matorrales y pocas flores de color azabache, sentía el aire fresco hidratando la suave piel de sus rostro, sentía como la frescura lo acarrazaba dulcemente con un tierno beso en sus mejillas, en ese entonces al sentir alivio y paz decide soltar la mano de su padre y comienza a dar grandes saltos de felicidad, José David de Cristo sonreía de mucha emoción, sentía una gran alegría al ver cómo su hijo disfrutaba de estar fuera de la aldea, después de todo sabía que su hijo había pasado por muchas cosas y por tal motivo lo trajo al lugar en donde conversaron sobre muchas cosas, hablaron en confianza entre padre e hijo y en dicha conversación David le cuenta sobre los jóvenes que lo molestaban, pues su padre tocó el tema y sabía perfectamente de la existencia de aquellos jóvenes, ya que molestaban a David desde que tenía tan solo ocho años.
En un pequeño bote sobre un grande y hermoso lago en el que reflejaban las nubes negras y el colorido cielo, David y su padre conversaban, mientras los peces los salpicaban como si estuviesen enojados.
—¿Por qué nunca me comentaste lo que pasaba? Siempre me enteraba de parte de tú madre o algunos vecinos hipócritas
—perdón papá, siempre he tenido miedo de ellos y pensaba que si te decía te sentirías decepcionado de mí
—Claro que no David, eres mi hijo y te amo. Eres muy tímido sí, eres asocial, si, y aún así me siento muy orgulloso de ti, eres diferente a los demás y eso te hace especial hijo, sé que no fuiste el culpable de la muerte del líder de ese grupito, pero creo que sabes que siguen creyendo que fue tu culpa.
David abrazó a su padre fuertemente, sus hermosas palabras lo habían conmovido como nunca antes
—Gracias papá, también te amo y estoy feliz de estar aquí contigo a punto de pescar, así es, a Juan Carlos lo asesinó un lobo, yo solo lo eché de la casa por el rencor y resentimiento que le sentía
—Sí, igualmente estoy feliz aunque halla sido ahora que ya es tarde y no estoy contigo
—¿Cómo? Claro que estás conmigo je, je … Y por cierto papá, ¿Por qué debemos decidir el peligro a la muerte y no elegir el miedo para pelear y acabar con los lobos?
—David, “El miedo es una opción, el peligro la decisión”
—No te entiendo papá ¿De qué hablas?
—Olvídalo hijo, escuché que hablaban mal de ti y te decían loco ¿Qué pasó?
—Los dos salgan rápido de allí ¡Ya oscurece! —gritó Esther. Había llegado al lago buscándolos como una gallina cacareando
La tarde oscurecía cada vez más, ya todos estaban refugiados en sus casas incluyendo a los pájaros, que llamaban al resto con dulce canto de auxilio; sin embargo, David aún quería seguir hablando con su padre sin importarle lo estaba por venir.
—papá, he estado viendo apariciones que me asustan profundamente, ya no puedo más papá, ayúdame por favor, mamá no me cree y sé que tú sí me creerás —le decía David, comenzó a llorar como siempre, un llanto inocente que tomaban capricho y manipulación.
Su padre se quedó callado, bajo la cabeza y colocaba sus manos en su boca, por unos segundos estuvo así y al alzar su cabeza miró fijamente los ojos de David y le dijo: “¿Me estás hablando de fantasmas?
—Sí, de fantasmas, el que he visto es n***o y me da miedo —afirmaba
—David, tengo muchos problemas encima y no estoy para estar escuchando tus cuentos
—¡No son cuentos papá!
—Sí lo son
—¡Los fantasmas existen y ustedes no lo saben!
—Eso no existe hijo ¡Vámonos ya oscurece y los lobos no tardan en atacarnos! —exclamó Esther
Bajando del bote, Esther y José David con su hijo agarrado de la manos corren rápidamente hasta la aldea, todo estaba silencioso y la oscuridad se apoderaba del lugar, el frío y la niebla sé unían entre una mezcla ácida y espesa que hacía detener el corazón. Al llegar a su casa, David corrió al patio a encerrar a sus gallinas, al parecer estaban fuera del corral y no recordaba si las había encerrado, ajustando la seguridad del corral, las gallinas comenzaron a cacarear y David sintió miedo, al voltear a su lado izquierdo no vio nada y al voltear a su lazo izquierdo estaba aquella serpiente que lo había mordido.
David se quedó quieto y aguantaba el miedo para no gritar, la serpiente lo miraba a los ojos, tenía unos enormes colmillos, era gruesa y tenía muchos colores. David cerró sus ojos para no seguir temblando a la fealdad que tenía de frente, al abrir los ojos, esta se le lanzó encima de su rostro, apretaba su delgado cuello mientras sus colmillos inyectaban veneno en sus mejillas.
No se podía mover, sentía que un líquido ardiente se esparcía por todo su cuerpo, sintió un dolor de cabeza horrible, su corazón palpitaba lentamente, su mejilla afectada parecía una bolsa, estaba hinchada en sangre, en ese momento, las gallinas se le lanzaron encima pero no sirvió de nada, una de ellas murió de un apretón de la brava serpiente que lanzaba con grandes dientes besos de muerte. La madre de David escuchó el gritó de sus hijo y el cacareo de las gallinas, al llegar y verlo allí tirado como si estuviese muerto, Esther, se fue en llanto tomando a David entre sus brazos, lo abrazaba mientras la serpiente la tiraba a morder.
En ese instante llegó José David, con un hacha que tenía en su mano izquierda partió en dos a la serpiente, esta dio un horrible sonido al expirar que en vez de salirle sangre roja, le salía sangre negra espumosa. Esther y José David llevaron muy preocupados a su hijo dentro de la casa, al dejarlo en su cama sin mostrar signos de vida, corrieron asustados y angustiados por toda la aldea gritando ayuda, nadie los ayudó, los ignoraron como si no estuviese allí presentes y fueran invencibles.
—¡¿Qué les sucede a todos?! ¡Es solo un niño! —gritaba Esther, ya no podía con el llanto, sentía que quedaba sin lágrimas
—¡Manuel! ¡Ayúdame! —le gritaba José David a su amigo quién desde su casa en su ventana observaba como ya se terminaba de ir el sol
—¡¿Qué les pasa a todos José?! ¡No quieren ayudarnos! —exclamó Esther
Al ver que no contaban ya con nadie, ambos deciden entrar, David apenas y podía abrir su ojo, estaba tieso, no podía mover las otras partes de su cuerpo. Sus papás lo tomaban de la mano mientras le decían que todo iba a estar bien
—Me duele —les decía muy despacio
—Todo va a estar bien hijo, no te preocupes —le decía su padre
David no podía ver bien, sentía que una bola de carne se escondía en su hinchada mejilla, quería levantarse y no tenía la fuerza, quería hablar y no tenía su voz del todo.
—¡Corran! —se escuchaban los gritos
—¡Ayuda! —gritaban todos
Los padres de David al asomarse por la ventana veían el lugar ardiendo en llamas, las casas eran destruidas por segunda vez, los aldeanos lloraban como en cunas recién fabricadas, los niños gritaban del susto que les quitaba el aullido de los lobos. José David y Esther comenzaban a taparse sus oídos, pues el eco horripilante había dejado a la mayoría sordos y no podían ocultarse en los matorrales del bosque, porque los algas y feroces lobos rodeaban en circulo a Abelan.
David hacía fuerzas para hablar y poder preguntaba que pasaba, pues también había quedado sordo, su padre asustado toma una afilada navaja y con trapo mojado en agua tibia se lo introduce a su hijo en la boca, pues corto su hinchado cachete del cual salió una materia negra mezclada con verde. David pegó un fuerte grito de dolor, y un lobo que se acercaba con el hocico partido y un ojo derramado en sangre sintió olor a carne, aquella materia asquerosa lo llamaba a su banquete.
—¡Se acerca uno José David! —gritó Esther desesperada, mientras su esposo presionaba el cachete de su hijo que guindaba como cuero viejo después de botar toda la materia infecciosa que llevaba dentro.
Estando su cachete desinflamado, David, decide levantarse, más sus padres no querían que viera lo que quedaba de la aldea: solo tierra, polvo y cenizas sobre ella. Entre llantos de tristeza y dolor, David le gritaba a los lobos que eran unos malditos, sus padres se sorprendieron al escuchar una vulgaridad proveniente de su adorable hijo puesto que eso lo hacía diferente de los más niños, aunque entendían el por qué la había dicho. Su grito hizo que el lobo se acerca más rápido hacía ellos aullando salvajemente con ansias de devorar, al tirar la puerta partiéndose en pedazos, el lobo comenzó a mirar por todos lados, con su nariz olía el suelo manchado en aquella materia, al sentir que su olfato no le daba olor a personas salió corriendo de la casa uniéndose a los otros que peleaban con los ribereños, que con hachas y palos de punta fina se defendían de sus afiliados dientes podridos.
José David de Cristo y Esther Ramos junto con su hijo, se encontraban ocultos en su patio bañados en gasolina para que así el lobo no sintiera el sudor de sus cuerpos que temblaban del miedo. David caminando lentamente sin poder ver claramente lo que pisaba se dirigía hacía el corral para soltar a sus gallinas y tenerlas siempre junto a él hasta que pasara el peligro que dañaba a la aldea definitivamente. Al llegar hasta al corral fue muy cuidadoso al momento de abrir la pequeña puerta del corral, pues sabía perfectamente que el corral estaba hecho de alambres de púas y cañas secas; sin embargo, en ese instante mientras metía la mano esta quedo enrollada en los alambres púas hasta hacerlo gritar y el grito hizo llamar a cinco lobos que llegaron atacándolos sin piedad.
—¡Corre Esther y llévate al niño! —gritó José David mientras lo rodeaba los cinco lobos
—¡Papá! —gritó David al ver a su padre enfrentando a la manada de lobos
¡Vámonos David! —le gritó Esther y tomó a su hijo por el brazo corriendo rápidamente del lugar, las dos gallinas no se quedaron atrás y corrieron tras ellos cacareando muy asustadas.
José David de Cristo sentía miedo, pero a la vez también sentía valentía, en su mente pensaba en un plan con el creía poder derrotar a los cinco lobos que lo rodeaban al parecer hambrientos, y de la nada con un grito de guerra se le lanzó encima a uno de ellos y lo demás corrieron como asustados fuera de la aldea, al que se le lanzó quedó lastimado, sin embargo junto con los otros que destruían la aldea huyeron de la aldea y nadie entendía la extraña reacción que tuvieron, esta vez no hubo muertos pero sí heridos. La noche se hacía más larga, los aldeanos se reunían para ayudarse mutuamente a las heridas causantes del hecho desagradable que los había dejado sin hogar.
Horas más tarde, todos estaban reunidos discutiendo acerca de lo sucedido, los niños llorando tristemente abrazando a sus padres, los heridos siendo atendidos por sus esposas que sentía furia en su interior.
—Dejaremos la aldea y buscaremos un nuevo espacio el cuál será nuestro nuevo hogar, así que ¡Empaquen lo necesario marcharemos ahora mismo! —exclamó Manuel, el amigo del padre de David
—¿…Y por qué ahora y no en el día? —preguntó la mujer que juzgó a David
—Necesitamos energía y cuando amanezca ya habremos encontrado nuestro nuevo hogar —le respondió Manuel estrictamente
La mujer lo quedó mirando con una cara amarga y enojada se levanta tomando a su pequeño llevándoselo a su casa para empacar lo que necesitarían para el viaje el cual pensaba que sería largo.
—¿Ya podemos salir mamá? —le preguntó David a su mamá. Estaban ocultos entre unos matorrales que estaban en una de las paredes de la casa
—Espera David, aún no sabemos si ya se fueron —le respondió Esther con el tomó de voz bajo
—¡Esther! ¡David! ¡¿Dónde están?! —exclamaba José David
Los dos salieron muy alegres y abrazaron a José David, Esther le preguntó que había pasado con los lobos, su esposo le cuenta lo que había pasado y en ese momento toda su casa se vino abajo, los tres quedaron bañados de polvo, los aldeanos vieron lo que le había pasado a su casa y observan fijamente sus rostros tristes aunque les dijeron que fue lo mejor, ya que marcharía de Abelan y buscarían un nuevo hogar en donde sus casas las harían fuertes y no de barros con cañas secas.
Esther no entendió lo que le dijeron y junto con su esposo se pusieron a buscar entre las cuatro paredes caídas lo que aún podían salvar, Esther le dice a José David que averiguara que pasaba y por qué todos estaban empacando como si se fuesen a ir de Abelan. Mientras David estaba con sus dos gallinas que parecían estar tristes por la partida de la más gorda de ellas, en ese momento el niño n***o se le apareció; y le preguntó: ¿cómo estas? —David le preguntó: “¿cuál es tu nombre y por qué desapareciste ayer cuando llamé a mis padres?” —El niño no decía nada, se quedó mudo, y David corrió entrando a su casa para decírselo a sus padres. Cuando vieron que sólo estaban las gallinas le gritaron que dejara las bromas, que no había nadie.
—Yo lo vi, era un niño —afirmaba y le dijo a sus padres que era un fantasma.
—¡Los fantasmas no existen! —gritaron sus padres al mismo tiempo. Y los tres entraron para seguir empacando
—¿Y qué es lo que está pasando! —preguntó
—Nos vamos de la aldea —respondió su padre
—¿Qué? —dijo sorprendido
—Tu padre acabó de investigar, Manuel le dijo que buscaremos un nuevo Abelan —le dijo Esther
Después de seguir empacando, Esther envió a David a buscar verdolaga para llevársela a su nuevo hogar; mientras caminaba los aldeanos lo miraban, algunos bajaban sus cabezas y otros le decían: “lo siento mucho”. David se preguntaba qué pasaba, una mordida de serpiente había hecho que los aldeanos se preocuparan por él y por su salud.
Sintiéndose intimidado se devuelve a su casa, sus padres estaban agachados alimentando a sus gallinas, David les dijo que la gente lo miraba raramente. Estos se levantaron ignorándolo y entraron a la casa ignorándolo caminando como si fuesen de madera.
—¿Mamá? ¿Papá?, ¿Qué les pasa? —les preguntó. Y se empezaron a escuchar los aullidos nuevamente, los aldeanos corrían y se refugiaban en sus casas asustados y de la nada, David, siente que alguien lo toca.
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