Observando el lago sin una pizca de agua maloliente, los ribereños se percataron de dos c*******s que yacían entre los pescados muertos.
Tiempo atrás
En lo más profundo del bosque, una pequeña aldea clama ayuda por el miedo que la invade al llegar la noche y justicia por las frecuentes muertes misteriosas de sus habitantes. Los hermosos lagos de agua dulce, ricos en peces de colores los cuales son el bocado de los aldeanos, diariamente al anochecer, son los primeros en presenciar una manada de animales malévolos que con sus lenguas ensangrentadas beben de su cause. Abelan, que significaba “Lugar de la oscuridad” , ya que nadie podía ver la luna, solo el sol en el día, puesto que al llegar la noche la oscuridad se apoderaba de cada parte de sus cuerpos, era una aldea poblada de numerosos árboles cargados de frutos secos, silbidos de pájaros que adornaban los matorrales y las ramas secas de los árboles, cincuenta casas de barro y ochenta habitantes en su mayoría hombres, los cuales eran pescadores y ribereños, las mujeres solo se dedicaban a cuidar de sus humildes casas y a sus hijos malcriados, algunos caprichosos, problemáticos y groseros a diferencia de un niño que se diferenciaba del resto.
Las personas vivían atemorizadas de un animal que con su aullido y presencia en la aldea los acechaba. Los aldeanos temían a los lobos y sus escalofriantes aullidos al anochecer, nadie creía en fantasmas, ni siquiera en cosas sobrenaturales; sin embargo, rezaban a Dios para que sus vidas cambiaran y a aquél animal que consideraban demonio y obra de Satanás desapareciera.
La aldea estaba oscura y nublada, refugiados en sus casas y temerosos por los aullidos que se escuchaban cada vez más cerca, los aldeanos permanecían alertas cuidando a sus hijos miedosos quienes lloraban temblando del castigo que soportaban todos los días al oscurecer; sin embargo, una madre buscaba a su hijo desesperada, sentía como su corazón palpitaba rápidamente, con miedo y el sudor que la bañaba gritaba: ¡David! —Los lobos se acercaban cada vez más, sus aullidos hacían un horripilante eco que hacía sentir a los aldeanos dolor en los tímpanos de sus oídos. Todos guardaban silencio, la misteriosa niebla espumosa entraba por las viejas ventanas de cada casa y los niños hacían lo posible para no gritar.
—¡Mamá! —gritaba un niño llorando bajo un árbol de olivo con hojas secas que cayeron al escucharse un rugido macabro que al hacer eco, el dolor en los oídos de los aldeanos se hacía más fuerte.
—¡David! ¿Dónde estás? —respondió su madre al escuchar la dulce voz miedosa de su hijo. Mientras observaba cómo la gente cerraba sus puertas olvidando la esperanza de que alguien le ayudara.
El bosque se iluminaba de puntos rojos, los ojos de los lobos hacían temblar a Esther, al ver a su hijo llorando bajo aquél árbol que había quedado sin hojas corrió hacia él llevándoselo rápidamente a su casa. Su hijo en brazos volteó limpiando sus ojos lágrimosos y notó como los lobos se alejaban lentamente, quedando los aldeanos libres del martirio.
Al día siguiente, el bosque estaba iluminado con los rayos del sol, los árboles movían sus gigantes ramas cargadas de hojas secas que caían a causa del fresco viento tenue que hidrataba los rostros tristes de todos en el lugar, los aldeanos habían quedado sordos por el horripilante eco de los aullidos de los lobos; el suplicio duró poco y durante la tarde lo sucedido en la noche se transmitía de manera oral y escrita, el personaje de dicha historia era el hijo de Esther, quien por poco “se lo llevan los lobos” —decían las malas lenguas—, un grupo conformado por mujeres rebeldes eran el medio de comunicación de Abelan, aunque al igual que sus inventados cuentos ellas igual estaban en los cuentos de otros. Y allí estaba David de Cristo, un niño de diez años de edad con una historia llena de miedo, era tan inocente, tierno, asocial y solitario, recordaba un triste pasado en sus sueños en el cual uno de ellos era dejar la aldea y conocer el exterior, no tenía amigos más que a sus gallinas, a las cuales alimentaba en el patio de su casa.
—David, ¿En dónde estabas ayer cuando anochecía? —le preguntó su madre toda enojada llegando al patio. Y lo tomó por el brazo tirando las semillas que le daba a sus gallinas.
—¡Para, mamá, me duele! —exclamó David. Y forcejeaba con fuerza para quitarse las manos de su madre que lastimaban sus frágiles brazos.
—¡Basta! Déjalo en paz! —gritó su padre llegando de pescar. Y le reclamó a su esposa el por qué maltrataba a su hijo.
—Casi se lo llevan los lobos —respondió Esther furiosa, y tomó el balde cargado de peces que había traído su esposo, quién había vuelto de un viaje largo pescando pececitos de colores, trabajaba junto con otros aldeanos pescando peces en los hermosos lagos que rodeaban a la aldea, algunos a kilómetros de distancia que tardaban en llegar muchos días y les tocaba acampar.
—¡Eso no es excusa para tratarlo así! Perdona a tu madre hijo, es solo que ella se preocupa mucho por ti y al igual que yo, no nos gustaría que te sucediera algo —le dijo su padre, José David de Cristo, un humilde pescador, muy serio y comprensivo a diferencia de su esposa: Esther Ramos, una mujer muy estricta y dedicada a los labores de su humilde casa.
—Gracias papá —respondió David triste, sobando su brazo del moretón que le hizo su madre.
Su padre le dio un fuerte abrazo y entró a su casa para hablar con Esther, ella comenzó a narrarle a cerca de aquella noche cuando se encerraban y nadie le ayudó cuando se encontraba asustada buscando a David, muy triste le dijo que la mayoría de los aldeanos eran ignorantes y que se sentía sola cuando él no estaba, José David la abrazó fuertemente y la miró fijamente a los ojos diciéndole que nunca se sintiera sola, que él estaría siempre para protegerla a ella y a su hijo.
Durante toda la tarde, David, estuvo en el patio con sus gallinas, sentía soledad en su interior y en su mente pensaba por qué aún no podían ver la luna. Sus gallinas, las cuales eran cinco cacareaban de alegría al probar las semillas que él le arrojaba, mientras las seguía alimentando se levantó para darles agua y vio como un grupo de jóvenes pasaban por la cerca de su patio y por como reían, David imaginaba que no tenían buena intención. Cuando se le acercaron lo miraron fijamente con una sonrisa espeluznante y comenzaron a molestarlo sobre lo que había sucedido en la noche, cuando no regresó a casa al anochecer.
—¡Oh mírenlo! Parece un perezoso —dijo uno de ellos. Y el resto reía.
—¡Déjenme en paz! —gritó David llorando.
—De todos los niños raros, tú eres el más patético —dijo el más “valiente” de todos, el cual era alto y delgado, con un aspecto de vago y buscador de pleitos.
Tomó al pobre de David por el cuello con su mano izquierda y con la derecha apretaba un puño que le daría con mucha fuerza para dejarlo inconsciente, mientras David cerraba sus ojos asustado, y de la nada llegó alguien.
—¡Déjenlo! —les gritó y los jóvenes salieron corriendo, incluyendo el que tenía agarrado a David que estaba a punto de golpearlo.
—Gracias señor —le dijo David y lo abrazó, quien era el extraño anciano que no salía de su casa y seguramente el más viejo de todos los habitantes de Abelan.
El anciano lo quedó mirando fijamente, le sonrió y regresó a su casa, David le quedó mirando y notó como se sobaba el pecho de una manera extraña, la casa del anciano, que era calvo y delgado quedaba pasando la cerca del patio de David, ya oscurecía y todos se encerraban. Los aullidos comenzaron a escucharse y todos tenían miedo, los niños comenzaban a llorar y sus padres le tapaban fuertemente sus bocas para guardar silencio. Los papás de David miraban por las ventanas los solitarios caminos de la aldea y de la nada vieron los ojos rojos de los lobos que se acercaban con sus escalofriantes aullidos.
—¡Mi bebé! —gritó una mujer en llanto.
David se asustó y corrió hacia sus padres, el gritó que escuchó lo había atemorizado tanto que comenzó a llorar y le reclamó a su madre sobre el modo de vida que llevaban en la aldea.
—¿Por qué no podemos ser felices mamá? —preguntó triste y gagueando.
—Algún día todo cambiará hijo, no llores que me haces sentir mal —respondió su madre triste.
—¡Mi bebé! ¡Despierta! ¡Despierta! —seguía gritando la mujer, sus gritos se escuchaban a distancia, los peces nadaban asustados rápidamente de los gritos que hacían mover a sus aguas.
—¿Qué fue ese grito mamá? —preguntó David temblando.
—No lo sé hijo —respondió Esther y su esposo José David decide salir.
—No vayas José, por favor, te lo pido —le rogaba su esposa angustiada
—Tengo que ir Esther, tal vez necesitan ayuda —le respondió José y salió corriendo a ver por qué la mujer gritaba.
Esther abrazó a David para que no sintiera miedo, José David de Cristo vio la mujer con un bebé entre sus brazos, al cual le acariciaba su larga cabellera llorando con un dolor profundo que José David sintió en lo más dentro de su corazón, acercándose hacia la mujer para ayudarle, la niebla fresca comenzó a expandirse y lo hacía sentir escalofríos, y un lobo a su lado izquierdo aullaba sin parar, José David, se quedó quieto y le hacía señas a la mujer para que no se moviera; sin embargo, la mujer le gritó al lobo con una valentía que la hizo ver la doble oscuridad cuando morían.
José David miró fijamente el lobo y no notó ojos asesinos, sino a un animal inocente, los ojos del lobo estaban tan tristes que lloraba sin parar, José no entendía que le pasaba y por un momento pensó que los lobos no eran malos y que los que ya han muerto no eran por su culpa sino otro motivo que desconocían todos en la aldea. La mujer salió corriendo con su hijo muerto, el lobo desvío la mirada hacía aquella mujer y salió corriendo tras ella con ese llanto escalofriante que hacía temblar, José David salió corriendo tras el lobo, el bosque estaba tan oscuro que no podía ver nada, parecía estar ciego, al sentir como su pie resbaló retrocedió y se asomó cuidadosamente, vio que estaba en lo alto de un precipicio y abajo un sin fin de rocas en las que estaba la mujer y su bebé, José se llenó de tanto dolor que miró hacía el cielo esperando iluminar sus ojos con la luna que en ninguna noche podían verla brillar con destello, a pesar de todo nunca perdieron la esperanza de ver el satélite de la tierra cuando el sol le brinda luz.
Ya amanecía, José se preguntaba qué habrá pasado o en dónde había ido aquél lobo que no aparentaba ser un animal salvaje culpable junto con los otros, asesino de personas, se preguntó si la mujer había caído por aquél precipicio o había sido aquél lobo que la asesinó cuando salió tras ella. La aldea comenzaba a perder nuevamente a sus habitantes, ya que llevaban años de prosperidad que sabían que no duraría mucho y los lobos regresarían por más carne fresca.
Salió el sol iluminando la aldea, los árboles retoñaban hojas y algunos ya se cargaban de jugosos frutos y en su mayoría secos que empezaban los niños arrojándoles rocas para comer, los hermosos cantos de los pájaros daban tranquilidad, sabiduría y paz a los aldeanos a pesar del regreso de los lobos, David se levantó entusiasmado para ir a visitar a aquél anciano que lo ayudó de los jóvenes que lo molestaban, pensó que ya tenía un amigo, su primer amigo que estaría siempre allí, presto para ayudarlo. Al llegar a la casa del anciano, rodeada de un hermoso jardín tocó su puerta una y otra vez, pero al ver que no le abría decidió entrar.
—¿Hola? Buenos días señor, ¡soy David! —exclamó emocionado.
Observó cómo era su casa, al parecer era jardinero, ya que su casa parecía un jardín eterno con esas hermosas flores de colores que transmitían un hermoso olor que hacía sentir placer y amor a uno mismo en los momentos llenos de odio y dolor, la casa parecía estar sin signos de vida. Al entrar en un cuarto oscuro y polvoriento se llenó de miedo, el anciano estaba muerto, tenía el rostro hinchado, la piel parecía estar pudriéndose, tenía los ojos abiertos y su mano derecha puesta en el corazón, David asustado salió corriendo de la casa, gritaba que había un muerto. Las mujeres más chismosas corrieron a la casa del anciano a ver el trágico hecho, algunas culparon a David de lo sucedido y otras decían que habían sido los lobos, aunque no encontraron sangre, rasguños y mordidas todo fue llevado a cabo en un juicio en el que el culpable era el inocente David de Cristo.
—¡Mi hijo no tiene nada que ver con la muerte de ese señor! —les gritó Esther a todos, estaba triste y a la vez enojada, ya que ella conocía muy bien a su hijo y sabía que él era incapaz de hacer tal cosa, que es asesinar a una persona.
—Nosotros lo vimos abrazarse con el anciano —dijo uno de los integrantes del grupo de jóvenes que molestaron a David el día en que se vio al fallecido por última vez.
Todos estaban reunidos en aquél juicio, algunos solo estaban callados y otros gritaban que David era el culpable. El pobre no decía nada, estaba tan serio, asustado y callado. Solo escuchaba gritos y quería que todo acabara para volver a su soledad y alimentar a sus únicas amigas las gallinas que cacareaban de hambre esperándolo.
—Esther, tu hijo parecía un santo y disculpa que te lo diga, pero hoy queda en evidencia a todos nosotros que a tu hijo se le cayó esa máscara falsa y que no es ningún santo —dijo una de las mujeres m*****o de las consideradas “chismosas” que tenían una lengua tan larga que se peinaban con ellas.
Esther se le lanzó encima y bofeteó a la mujer que habló mal de su hijo, la mujer reaccionó y le devolvió la bofetada; sin embargo, Esther, apretó más y la agarró de las greñas haciéndola llorar, Esther mostraba su lado salvaje y le daba a entender al resto de las mujeres que defendía todo lo que era de su propiedad.
—¡Con mi hijo no te metas anfibia! —exclamó Esther. Y su esposo la sujetó para pausar la pelea que se hacía más grande.
—¡Esto no es una gallera! Esto es “Abelan”, una aldea —dijo uno de los ribereños que hacía uno de los papeles de juez en dicho juicio.
—Lo siento mucho amigo —le dijo José David apenado, mientras sujetaba a su esposa que parecía arder en fiebre de lo enojada que estaba.
—No hay nada que decir, David es inocente y no tiene nada que ver con la muerte del viejo anciano —dijo el amigo de José David.
—Que mentira tan grande, es como decir que los fantasmas no existen —dijo la mujer que había insultado a David.
Esther la comenzó a mirar raramente y cada uno volvía a su casa.
Después de todo, la aldea estaba calmada, había mucho silencio, David se sentía tan triste y decidió ir nuevamente a la casa del anciano que lo salvó posiblemente de una golpiza. Al llegar a la casa se llevó una gran impresión, el jardín que rodeaba la casa estaban marchitadas, y al entrar denotó que aquellas hermosas flores que tenían un hermoso olor también estaban marchitas., pensó que habían muerto junto con el anciano, David se sentía culpable y al intentar salir con la mirada caída vio a un extraño libro tirado en el suelo, tenía tanto polvo que sopló fuertemente observando el nombre que tenía el misterioso libro: “Los secretos de Abelan” sintió tanta curiosidad y se lo llevó consigo a su casa y lo guardó debajo de su cama.
Tiempo presente
Soportar los aullidos de los lobos era sempiterno, una mañana, los padres de David tenían cañas de pescar para ir a uno de los tantos lagos, Esther decidió acompañar a su esposo, ya que se sentía aburrida de estar todos lo días en la casa, aconsejando a su hijo de no salir a ningún lado de la aldea, su madre lo acarraza dándole un beso en la mejilla y despidiéndose marchan al lago, David siendo obediente entró a su casa y fue al patio dirigiéndose hacia sus gallinas para alimentarlas.
Más tarde en el bosque, observando el lago sin una pizca de agua maloliente, los ribereños se percataron de dos c*******s que yacían entre los pescados muertos.
—¡Hay dos muertos en el lago! —gritaban los ribereños. La multitud corría a ver el hecho tan espantoso, dos cuerpos flotaban junto con lo peces muertos en uno de los lagos más cercanos de la aldea.
David aún se encontraba alimentando a sus gallinas que cacareaban como locas, cuando de repente sintió una mordida que lo paralizó en segundos: una serpiente venenosa, vestida de diferentes colores lo mordió dejándolo inmóvil. Sentía como la sangre corría por sus venas y el corazón le palpitaba fuertemente.
—¡Ayuda! —gritó llorando. —Nadie lo escuchaba—, el dolor era grande, no podía respirar y de repente llegaron sus padres, —Estaban mojados, con un desagradable olor—.
—¿Por qué están mojados? —preguntó David y gritaba de dolor.
—No es nada hijo —respondió su padre y salió en busca de una hierba que al rato la frotó en donde la serpiente lo había mordido.
Sus padres escucharon el escándalo de los aldeanos y se dirigieron hacia ellos para ver qué pasaba.
Mientras, David en cama, miró a un extraño niño de color que alimentaba a sus gallinas. Levantándose con miedo se dirige hacia él siendo ultra cauteloso
—¿Hola? — le dijo David gagueando.
—Hola, siento mucho lo que te pasó —le dijo el niño triste bajando la cabeza.
—Gracias, aún me duele un poco lo me pasó —respondió David sobando su pierna donde la serpiente lo había mordió y en ese instante comenzó a llamar a sus padres gritando fuertemente. Cuando volteó el niño desapareció.