—¡Señor Panea! ¡Señor Panea! ¡Ayuda, por favor! —gritaba José David con el niño en brazos mientras la señora Bárbara lloraba al lado de él agarrados de la mano —¿De quién son esos gritos? ¿Es tu padre? —preguntó Esther mirando a su hijo —Eso parece, vamos a ver —dijo David y los dos se levantaron dirigiéndose a la casa de Nack Cuando salieron y vieron que era José, se preguntaron quién era el niño que cargaba y la mujer que tenía al lado. Esther se puso celosa, de furia corrió hasta él y aunque David intentó detenerla no pudo hacer nada, ya que las manos de su madre sudaron al ver a su padre y se le resbalaban las manos al sujetarla por las muñecas. —¡Mamá espera! —le gritó —¡José! José David! ¿Qué haces? ¿Por qué estás gritando y llamando al señor Panea si sabes que está enfermo? —l