Capítulo 2: «Como el ave fénix»
═══════ ≪ •Susana• ≫ ═══════
Seis meses después.
—Debes comer algo, no puedes seguir así —escucho la voz de mi madre, pero no me atrevo a mirarla.
Hace seis meses mi vida acabó por completo, desde hace seis meses dejé de ser yo y lo perdí todo. Perdí mi relación de años, perdí a mi mejor amiga, perdí a mis hijos y…
—Solo quiero estar sola —hablo cuando la siento más cerca. No quiero a nadie más conmigo.
—Hija…
—Mamá, por favor. Quiero estar sola.
Escucho su suspiro y solo doy media vuelta en la cama cubriéndome todo el cuerpo, incluida la cabeza, con una cobija tan pesada que a ratos me corta la respiración y es que inevitablemente es lo que he estado intentando hacer sin mucho éxito… Morir.
Ahora que lo he perdido todo ya no tengo ninguna motivación para vivir, mi vida eran ellos y ahora ninguno está.
El día del accidente quedé inconsciente, no recobré la conciencia hasta una semana después, cuando me dijeron que mis bebés habían fallecido, no era el tiempo aún de nacer y el accidente fue muy fuerte. No había nada que hacer.
Recuerdo haber gritado tanto que perdí la voz, tuvieron que sedarme entre tres hombres porque tanta era la ira y el dolor que sentía que mi fuerza llegó de algún lugar y no me dejaría dormir de ellos. No quería seguir durmiendo, quería una explicación a todo el karma que estaba viviendo.
Ellos no merecían morir, yo no merecía perderlos.
Lo peor fue tres semanas después, cuando él entró a mi habitación de hospital en donde yo seguía curándome de los fuertes golpes del accidente. Mamá lo había dejado entrar porque aún no le contaba sobre el engaño de él con mi prima. Cuando lo vi recuerdo no haber tenido emoción alguna… No sentía nada.
Sus ojos estaban rojos, unas ojeras muy oscuras y pronunciadas estaban alrededor de esa rojez que me miraba, una barba abundante estaba en su cara, el cabello despeinado y ropa que parecía no ser de él.
No quedaba rastro del guapo hombre con el que me había casado, del que siempre lucia sus caros trajes hechos a medida, su cabello bien peinado y su barba corta y muy bien perfilada, sus ojos ya no eran los mismos y mi amor por él ya no existía.
—Vete.
Él negó con la cabeza y pude ver cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Susana, necesito hablar contigo por favor —suplico con la voz tan débil que entendí que una cosa era lo que pasaba entre nosotros, pero otra muy distinta era lo que ambos estábamos sintiendo:
La pérdida de los hijos que por tanto tiempo estuvimos esperando. Vi en sus ojos el mismo dolor que yo estaba sintiendo y permanecí callada.
—Fue mi culpa —susurró y yo no lo desmentí.
No quería culparlo porque accidentes pasaban todo el tiempo, pero… Si había sido su culpa, por haber sido un idiota, por haberme engañado con ella, haber caído en su juego… Aunque, acá la única verdadera culpable había sido ella. La culpable de la muerte de mis bebés. Solo ella.
El engaño, la traición, mi relación era algo que pasaba a estar en el olvido cuando había algo más importante que me seguía doliendo con tanta fuerza que me nublaba los otros sentimientos.
—Quiero que te vayas y no vuelvas más. Nunca.
—No me pidas eso, ya he tenido bastante con mis bebés, no quiero perderte a ti también —se arrodilló frente a mi cama y sollozó con tanta fuerza, sus manos cubrieron su rostro y noté que una de ellas tenía la muñeca enyesada y aún así, no me importó averiguar que tan destrozado había quedado en el accidente. Ya nada de él me importaba.
—No quiero verte a ti nunca más, ¿No lo entiendes? Verte es recordar que por culpa de ustedes dos mis bebés ya no están conmigo. Los mataron, ella los mató por amarte a ti —, sus sollozos inundaban con fuerza la habitación y entonces yo también comencé a llorar —. Déjame en paz.
—No puedo, yo también te necesito, me duele igual que a ti…. Incluso más porque soy el único culpable, están muertos por mi culpa.
No me permití ser débil ante sus palabras, no permito que me volvieran menos fuerte, no dejé que se acercara ni que su lástima hiciera que dejara de odiarlo.
—Dominic… Ya no te amo, no puedo estar con alguien que al verlo solo recuerdo que me ha quitado lo que más quise en la vida, necesito que te vayas muy lejos y me dejes en paz.
Él asintió comprendiendo, siempre había sido un buen hombre… Lo fue antes, cuando lo más importante para él era que yo fuera feliz, cuando hacia lo imposible por complacerme, cuando yo era su prioridad y cuando me decía a cada momento lo mucho que me amaba… Ahora solo eran palabras que quedaban en los recuerdos escondidos por el el recuerdo de un accidente, una traición y una pérdida inmensamente dolorosa.
—Jamás me alcanzarán las palabras para decirte lo mucho que lo siento… Yo —la voz se le quiebra y yo muerdo mis labios —, espero que puedas salir de esto pronto.
Lo dudaba, pero aún así, asentí. Lo vi dar media vuelta y lo llamé.
—¿Si?
Vi esperanza en sus ojos y solo porque sabía que muy en el fondo de él estaba el único hombre al que había amado en mi vida dije:
—También espero que puedas salir de esto pronto, ambos hemos perdido a los bebés, no es fácil, pero espero y te vaya bonito en la vida.
No lo decía con hipocresía, a pesar de todo yo más que a nada culpaba era a una mujer que ya estaba tres metros bajo tierra y esperaba se estuviera pudriendo en el infierno. Nosotros solo éramos personas golpeadas por ella, yo por haber confiado y él por no haber podido tener el p**o dentro de los pantalones. Humanos que cometían errores y sufrían las consecuencias.
***
Salgo de mis pensamientos cuando escucho pasos fuertes subiendo por las escaleras, la puerta de mi habitación se abre y algo tira de la cobija con fuerza hasta dejarme sin ella en la cama. Siento frío de inmediato, pero me obligo a mirar a quien sea que haya hecho semejante acto tan vil.
—No entiendo que haces allí acostada y no abrazando a tu hermano.
Sus brazos están abiertos esperándome, yo solo lo observo, lleva el uniforme de la fuerza aérea en donde es capitán y pilotea uno de los aviones de combate. Hace varios años que no venía debido a la guerra en la que estaba, pero verlo aquí me da una fuerza que no estaba esperando.
No dudo en saltar de la cama y llegar a sus brazos, verlo es una sorpresa que no esperaba, de hecho la última llamada que recibí de él fue hace tres meses, cuando se enteró de lo sucedido y lamentó no poder salir antes de un año de allí, pero acá está, a mi lado.
—Shh, tranquila cariño. Ya no llores más, ahora estoy contigo —. No me había dado cuenta de que estaba llorando hasta que él lo dice.
—Te extrañé mucho —le digo abrazanolo con fuerza.
—Yo te extrañé más —lo escucho suspirar —, lamento no haber estado para ti antes, de haberlo sabido yo…
—Sé que habrías estado acá al saberlo.
—Lo siento mucho —sé que se refiere a la pérdida de mis bebés.
—Yo también.
Él toma mi rostro con sus grandes manos y me observa como detallando todas mis facciones, yo hago lo mismo con él, nos parecemos mucho, ambos con el cabello rojizo, ojos verdes, pecas en la nariz y los pómulos que contrasta con la piel extremadamente pálida que nos caracteriza, sus cejas son mucho más gruesas que las mías y su frente siempre mantiene ceñuda, mostrando el carácter fuerte que él tiene. Todo lo contrario a mi.
—Quiero que te des un baño, te pongas más bonita de lo que ya estás y bajes a almorzar, quiero pasar tiempo con mi hermana menor, ¿Me puedes permitir eso?
Me da ternura la manera suave en la que me habla, como cuando éramos pequeños y mamá y papá discutían con fuerza, él siempre estuvo para calmarme cuando me daban ataques de pánico, sabía que hacer y eso me ayudaba. Ahora está haciendo lo mismo y me alivia saber que está acá.
—¿Te vas a ir pronto? —le digo e inevitablemente mi labio inferior tiembla.
—Por ahora no, pero tendré que volver.
Lo entiendo, así que le doy un beso en la mejilla, otro abrazo fuerte y le aviso que iré a darme una ducha, quiero pasar todo el tiempo posible con él.
Veo que suspira de alivio y sale de la habitación, yo me dirijo al baño y abro la llave para que salga el agua tibia. Me quito la pijama que ya he usado por varios días y me observo el abdomen en donde tengo una pequeña línea, una cicatriz de cesárea, el lugar por donde sacaron a mis hijos.
Lloro un poco más, es algo que es ya incluso rutinario, no puedo no llorar un día, tan solo recuerdo que los esperé por tantos meses y no pude tocarlos, no pude besarlos, no pude verlos… Duele tanto.
Entro a la ducha y enjuago allí mis penas, deseo que en algún momento el dolor ya no exista, que el recuerdo que tenga de ellos sea bonito, que pueda pensar en mis hijos como en lo que son: dos ángeles que me están cuidando desde el cielo. Que están juntos y felices. Quiero creer que eso sea posible, que exista vida más allá de la muerte y que mis hijos puedan estar bien. Tal vez ese era su destino y tal vez este era el mío.
El baño dura unos cuantos minutos, más de lo que quiero admitir, pero cuando salgo me siento más relajada y me pongo lo primero que encuentro, últimamente no le doy mucha importancia a mi apariencia física. ¿La mujer que antes despertaba miradas en cada esquina? Esa ya no soy yo. Ahora me he convertido en una muñeca frágil que viste camisas grandes, sudaderas gigantes y anda descalza por la vida, sin preocupaciones, pero triste.
La tristeza es algo que no se va.
Bajo las escaleras despacio escuchando la voz de mi hermano, está muy molesto.
—Es mejor que esté muerta o yo mismo la mataría.
—No digas eso, Nicolás, era tu prima.
—Era una puta barata que hizo que mis sobrinos se murieran, ¿Acaso no te duelen tus nietos, tu hija? —la voz de mi hermano suena con reproche, apretó con fuera la baranda de las escaleras.
—¡Claro que me duele! —exclama ella con dolor.
—Entonces no defiendas a esa perra, que mira como ha dejado a Susana, ¿Porqué no me dijiste por llamada lo mal que estaba? ¡Esta en los huesos! —algo tiembla cuando lo que parece ser el puño de mi hermano choca contra una superficie, ha golpeado algo —. No me ha gustado para nada ver a mi hermana de esa forma, parece otra mujer.
—Se llama estar deprimida, con un poco de ayuda y terapia va a mejorar.
—¿Y porqué aún no lo ha hecho? —pregunta él y yo sé muy bien la respuesta.
«Porque no quiero ayuda»
—¡Porque no se deja! A duras penas me habla para decirme que me vaya, que quiere estar sola, se niega a ver a su psicóloga, no toma el medicamento, no come, no hace nada.
—No es para menos, yo también estaría igual de haberlo perdido todo. —Él me entiende perfectamente.
—No lo ha perdido todo, nosotros seguimos acá con ella.
—Pediré más días libres en el trabajo, no quiero irme hasta no ver que ella este bien.
Me duele que mi hermano haga eso por mi, yo no debería estar interfiriendo en su vida profesional, él no debería de dejar sus cosas solo por mi.
—Gracias hijo, yo ya no sé qué hacer con ella —le dice y aunque no lo veo, sé que está asintiendo.
—Tranquila mamá, nuevamente ha llegado el salvador de sus vidas, también quiero saber cómo estás tú de salud —escucho una suave risa de mi madre que me hace sonreír solo un poco, la primera sonrisa en meses.
—Yo estoy bien cariño, solo me duele el corazón por ver a tu hermana así.
Decido salir y dejarme ver, ambos se quedan callados.
—Hey, ahora estoy seguro de que no hueles a queso podrido —dice mi hermano y yo río un poco, se acerca a mi y me estrecha contra su cuerpo —, si, definitivamente ya no hueles feo.
Mamá nos mira con una sonrisa desde un lado de la encimera de la cocina.
—Gracias.
Les digo a ambos con sinceridad, después de tantos meses siento que es hora de conseguir hacer las cosas bien, necesito seguir viviendo, por ellos, por mi. Su vida acabó, pero no la mía y debo hacer algo, volver a ser al menos la mitad de la mujer que fui antes. Quiero volver a nacer.