A la mañana siguiente, Meissa despertó escuchando el canto leve de los pájaros, ella irguió su postura, sintió que su cabeza dolía, sentía como si un auto la hubiese arrollado, de pronto los recuerdos volvieron a su mente de forma repentina, se levantó con rapidez y miró su cuerpo, estaba semidesnuda, sintió un miedo atroz que la enloquecía, no tenía idea de cómo había llegado hasta ahí, se puso un camisón y salió de ahí, observó en la siguiente habitación estaba Ari, recostado sobre el sillón, con una postura tan incómoda.
Los recuerdos volvieron a ella como una neblina confusa; recordó que Sara le regaló aquel móvil viejo para que estuviera comunicada, luego llamó a Lindsey, era absurdo que la llamara después de que ella maldijo su nombre, pero, Meissa no olvidaba que Lindsey seguía siendo su única hermana, luego ella la citó en ese bar, para hablar, su voz era más amable, y luego recordó que todo fue una vil trampa, sintió dolor en el corazón, pero volvió a la realidad.
—¡Ari!
Él abrió los ojos, los talló y se levantó mirándola con sorpresa
—¿Estás bien?
—¿Cómo es que llegué a casa?
—Bueno… resulta que te encontraron en un bar, la policía llegó y me llamaron, dijeron que detuvieron a unos tipos que quisieron propasarse contigo, ¿Estás bien, Meissa? —dijo levantándose, poniendo sus manos sobre sus hombros, el contacto simple con su piel le recordó el ayer, y Ari sintió como si su cuerpo despertara de deseo, pero Meissa, sintió un escalofrío, quería recordar todo y no podía
—Pero… ¿Qué más pasó? —exclamó alejándose un poco de él
—Me llamaron, y yo recordé que dijiste que Sara te regaló un celular y me pasaste el número, es que te llamé porque no llegabas, me dijeron que estabas ahí, y te traje a casa, no estabas consciente, además, hablabas incoherencias —dijo con una ligera mueca burlona, las mejillas de Meissa se cubrieron de un rojo carmesí
—¿Incoherencias? ¿Qué clase de incoherencias, Ari? ¡Ay, no! Dime, ¿Dije algo malo? ¿Acaso… me desnudé frente a ti? —preguntó con los ojos angustiados, enormes y asustados
Ari miró su rostro, por un instante sus ojos brillaban como si hubiese fuego en ellos, pero su gesto tan frío, casi congelado, no le delató ningún tipo de pensamiento que cruzara su mente
—¡Claro que no! Mei, ¡Qué cosas tan extrañas se te ocurren! Claro que no, solo te dejé en la cama, cerré tu puerta y te dejé dormir, ¿Acaso soñaste con algo así? —exclamó él con mirada picara
Ella volvió a enrojecer, tosió de prisa, como si se hubiese ahogado con su propia saliva
—¡No he soñado nada! No, solo… ¡Olvídalo! Tuve una mala noche, ¡Es todo!
Ari humedeció sus labios, para evitar reír
—¿Y porque fuiste a ese bar, Meissa? ¿Por qué te pusiste en peligro?
—Yo… lo siento, Ari, confié en quien no debía.
—¿En quién? —dijo esta vez con la mirada severa—. Dímelo, necesito saberlo, esa persona debe pagar.
—No, olvídalo.
Él se acercó a Meissa repentino, tomándola de los brazos, esta vez había un poco de fuerza que la sorprendió, él miró fijamente sus ojos
—Meissa, debes decírmelo todo, no quiero secretos, quiero saber quién te hizo daño.
Ella bajó la mirada, sus ojos se volvieron cristalinos, y su gesto fue tan triste que Ari la soltó, de pronto sintió que sufría solo de verla así, tragó saliva, nunca antes sintió ninguna compasión, incluso antes de ella, antes creyó que no era capaz de sentir como otras personas lo hacían
—¿Meissa? —dijo elevando su mentón para que lo mirara
—Fue mi propia hermana, Ari, la pequeña niña que cuidé cuando nuestra madre murió y nuestro padre nos abandonó, ¿Puedes creerlo? ¿Acaso piensas que puedo hacerle daño? No puedo, Ari, ella es mi propia sangre, y la amo, no podría lastimarla, porque si ella padece, es como si yo misma padeciera —aseveró con el gesto desolado, luego dio la vuelta y entró al cuarto de baño
Ari estaba desconcertado, se sentó en el sofá, pensó en sus palabras, sus manos se volvieron un puño rabioso
«Esa chica debe pagarlo todo, es una basura si es capaz de traicionar a su propia sangre de esa forma tan ruin» pensó con los ojos rabiosos y las manos en un puño de coraje, pero de pronto recordó las palabras de Meissa «Si ella padece, es como si yo misma padeciera»
«Pero, ¿Qué me pasa? Me he vuelto solo un débil, no debería importarme nada de lo que le pase, y en cambio, no podría irme, incluso si quiero huir, parece que mis pasos, siempre me devuelven a ella» Ariel liberó un suspiro, que contenía en su interior.
Nuria pataleaba el suelo con fuerza, estaba rabiosa, frente al espejo, luego empujó todos sus accesorios al suelo; perfumes, cepillos, joyas, maquillaje, cayeron al suelo haciéndose añicos
—¡Te odio, Meissa! Oportunista barata, siempre creyéndote mejor que yo, quitándome todo lo que es mío, primero la confianza de Inna, luego el primer lugar en la carrera, ahora has salido de la cárcel, ¿Crees qué Chad pondrá los ojos en una simple vendedora de rosas? ¡Nunca! Acabaré contigo, y no sabrás si quiera quién lo hizo —afirmó rabiosa, mientras salía de su alcoba y caminaba de prisa al jardín
Chad estaba ahí, observando su móvil con ojos enormes
—¿Qué sucede, cariño? ¿Qué es lo que miras?
—¿Acaso es cierto? ¡¿Meissa Alcázar salió de prisión?
Nuria bajó la mirada, no podía creer que Chad lo supiera de una forma tan rápida
—¿Cómo lo supiste?
Él le mostró el móvil, estaba escrito en el estado de la red social de Allison Stellon, su amiga, ella puso ojos en blanco de fastidio
—¡Qué tipa tan chismosa! —sentenció
—¿Es cierto que ahora vende rosas en unas calles del centro?
—¿Y acaso pretendes buscarla?
Chad la miró con ojos pequeños, luego lanzó una carcajada
—¡Por Dios! ¡¿Estás celosa?! Pero, si ahora Meissa es solo una mendiga.
—Sí, es una mendiga, pero no olvido que alguna vez mendigabas por su amor —sentenció
—¿De qué hablas, mujer? Yo solo era novio de Inna.
—Fuiste novio de Inna porque Meissa te rechazó, así enamoraste a Inna para acercarte a esa tipa, pero no contabas con que, Inna te fuera aceptar en serio, ¿Cierto?
Chad se cruzó de brazos
—Bueno, Meissa es guapa, sí, alguna vez quise estar con ella, pero, luego estuve con Inna, además, no hables de eso, ¿O te olvidaste de que tú y yo fuimos amantes incluso antes de que Inna muriera?
Nuria dio un traspié
—¡Cállate, Chad! Eso es un secreto, nadie puede saberlo —sentenció, mientras Chad sonreía con malicia.
Meissa golpeaba con fuerza la puerta, esperando que la abriera, pero no encontraba respuesta, fue insistente, hasta que escuchó ruido detrás, y la cerradura abriéndose, cuando la puerta se abrió, los ojos grandes y verdes de Lindsey la miraron irresoluta, pero ella no esperó respuesta, empujó la puerta con rapidez y entró
—Meissa… —dijo con voz trémula, Meissa golpeó su mejilla en una cruel bofetada que le volteó el rostro
—¡¿Cómo pudiste hacerme esto, Lindsey? ¿Olvidas que nos parió la misma madre? ¿Olvidaste quién te cuidó cuando éramos niñas? ¡Pequeña malagradecida!
Lindsey nunca vio a Meissa tan furiosa como hoy, sus ojos derramaron lágrimas, y cubrió su rostro, liberando un terrible llanto, Meissa se quedó perpleja, Lindsey se arrojó a sus pies, abrazándose a ellos, chillando y suplicando por perdón
—¡Lo siento tanto! ¡Perdóname, hermana! No quería, me obligaron.
Meissa no creía en sus palabras, intentaba desafanarse de su agarre, Lindsey más se aferraba
—¡No te creo ni el bendito, ahora!
—¡Es verdad! Lo juro por la memoria de mamá, ellos estuvieron aquí, unos rufianes perversos, me amenazaron con la tortura, con la muerte, no tuve opción —exclamó y no mentía
—¿Quiénes eran? ¿Eran los Rochester?
Lindsey alzó la vista, su rostro estaba rojo y cubierto de llanto, luego recordó a Nuria Limmer ante ella y sus tenebrosas palabras
«Si dices mi nombre o apellido, te cortaré las manos y verás como las arrojo a los perros»
—Lindsey, ¡Habla ahora! —sentenció Meissa
—Creo que… sí, eran los Rochester.
Meissa sintió que temblaba de miedo, luego asintió
—Perdóname, no sabes todo lo que he sufrido desde que fuiste presa, ¿Por qué tenías que hacerlo, Meissa? ¿Por qué mataste a Inna Rochester? Arruinaste tu vida, y la mía también, porque mientras viva, ellos me lastimarán por ti.
Meissa sintió un dolor en su interior, sabía que Lindsey no mentía, además era una joven tonta, y cobarde, su lealtad no era firme, radicaba en el miedo, Meissa, la ayudó a levantarse del suelo, y Lindsey se abrazó a ella, Meissa no la rechazó, no podía, era su hermana y a pesar de lo malo, la quería
—Lamento que estés padeciendo por mi culpa, pero yo no maté a Inna, no fue a propósito, fue un accidente.
—Ellos no lo creen, ¿Por qué no lo creen? —exclamó Lindsey con desespero
—Olvídalos, cuídate mucho, estaré al pendiente de ti.
Lindsey bajó la mirada y vio a Meissa partir.
Luego ella cerró la puerta y se sentó sobre el suelo
—Perdóname, Meissa, pero no puedo decirte que fue Nuria Limmer, si lo hago ella me mata, y no lo dudaría, además, no mentí, los Rochester te odian de todos modos —dijo en voz alta para ella misma.
Meissa caminó hasta la calle Ruiz, tomó la canasta de rosas, que dejó fuera de casa de Lindsey, ahora debía seguir vendiendo, a Meissa no le avergonzaba vender rosas, alguna vez solo le avergonzó ir a prisión, pero después, nada que fuera honrado la haría sentir pena.
Vivía un día a la vez, y se acostumbró a sobrevivir
«De todas formas he tenido un poco de suerte, la vida pudo llevarme a peores escenarios, y sin embargo estoy aquí, tengo comida, un techo en mi cabeza, puedo caminar y respirar, mientras haya vida puedo continuar» pensó tratando de esperanzarse
Comenzó a vender sus rosas a los autos que pasaban, de pronto un auto lujoso sonó el claxon, ella se acercó pues el conductor le señaló como si quisiera comprarle rosas, ella cruzó al otro lado de la calle, se acercó y bajaron la ventanilla del asiento trasero, pero cuando miró al hombre que estaba ahí, se quedó congelada
—¿Así que ahora eres una vendedora de rosas, Meissa?
Ella le miró con firmeza, era Chad Santos, sintió una punzada de rencor al ver sus ojos, el hombre bajó del auto y la miró con atención, sonrió con algo de malicia
—¿No vas a saludarme, Meissa? ¿Acaso te cortaron la lengua en prisión?
Ella dio la vuelta, estaba dispuesta a irse, pero sintió esa mano fuerte y grande que la sostuvo, Chad la miró divertido
—Te compró todas tus rosas, querida, y también te compró a ti, dame tu precio —espetó.