Los hombres estaban aterrorizados, pero Ari golpeó sus cabezas con gran fuerza, hasta que cayeron al suelo, luego tomó su mano y la llevó consigo.
Ninguno dijo nada de nada, llegaron a casa, ella preparó la cena y él puso la mesa, luego se sentaron a comer, también en silencio, pero al terminar, Ari puso sus armas sobre la mesa y ella abrió ojos grandes
—¿Tienes miedo de mí, Meissa?
Ella negó para su sorpresa, él esperaba que ella dijera que sí, pero la sintió honesta, no hubo duda en su mirada
—Tú y yo, Ari, no somos perfectos, ambos somos prófugos del infierno, así que, no podría temerte, tú tampoco sabes quien soy yo, ¿Te importaría saber que estuve en la cárcel?
Él esbozó una sonrisa, que parecía más irónica que cómplice
—No me importaría en lo absoluto —aseveró
Ella sonrió con suavidad
Al día siguiente, Meissa recibió una rara llamada de su hermana Lindsey
—Ven a verme al bar veintiuno, ¡Es urgente que hablemos!
—¿Cuándo volviste al país? ¿Por qué quieres verme? ¿Acaso no dijiste que no era ya tu hermana?
—Estaba furiosa, pero debes venir, me lo debes, soy tu hermana menor.
Meissa sintió esa culpa, como un deber que siempre tenía con otros, aceptó verla ahí por la noche, aquel bar era uno de lo que frecuentaría siendo la Meissa del pasado, pero ahora, ya no, decidió acudir de todos modos.
Entró y la música resonó en sus sonidos como algo irreal, pronto encontró a su hermana en la barra del bar
—¿Qué es lo que sucede?
Ella la abrazó y sonrió
—Querida hermana, te he extrañado.
Fueron tan raras sus palabras, porque ella no las esperaba
—¿Cuándo volviste?
—Hace poco, ¿Cómo es que te dejaron salir antes de los siete años?
Meissa quiso contarle todo, incluso que para salvar su vida ahora era la esposa obligada de un Rochester, pero tuvo un gran temor dentro de sí, algo vio en sus ojos, una oscuridad brillar que no le agradó y que le hizo callar.
—Buena conducta —aseveró
—Vaya, siempre fuiste la primera en la escuela, y también la primera en la cárcel —dijo con mofa—. Brindemos por eso —dijo dándole la bebida, Meissa titubeó y al final bajó la guardia, y bebió el trago
—¿Sabes, hermana? Desde que te volviste una asesina, yo he pagado por tu error —dijo con una rabia brillante en sus ojos
—¿Qué dices? —exclamó Meissa sin entender
—Todos me retiraron su apoyo en Ciudad Firuze, mi beca para la universidad se acabó, perdí la casa de la tía, tuve que rebajarme en conseguir a un buen amante para poder tener algo de dinero, y ahora estamos aquí, y me dices que has recuperado tu vida, solo por buena conducta, eso no es muy justo, ¿No lo crees?
Meissa sintió un escalofrío, y una sensación de ahogo, las palabras de su hermana sonaron envenenadas, de pronto se sintió mareada, atrapada por una niebla blanca, todo brillaba alrededor
—¿Qué me diste? —exclamó—. ¡¿Qué has puesto en mi bebida?!
Lindsey sonrió perversa
—Bueno, lo siento, querida hermana, si hago esto me pagarán suficiente dinero para no acordarme del alquiler por un año —dijo levantándose y yéndose, Meissa quiso alcanzarla, pero sintió como si sus pasos eran ralentizados, la música golpeaba sus oídos con fuerza, temblaba, sentía frío y calor, luego sintió unas terribles y grandes manos que la llevaban lejos de ahí, quiso alejarse, pero no pudo.
La llevaron hasta una habitación y la empujaron a una cama, miró a esos hombres acercándose, ella gritaba, pero su mente estaba aturdida, ella sentía como si fueran monstruos, lobos a punto de devorarla, observó a Nuria Limmer ahí, se reía como una bruja y esa mujer salió con rapidez dejándola sola, con esos malvados hombres, ella supo que sería su fin, de pronto la puerta se abrió, ella escuchó disparos, pero todo se volvió penumbras.
Meissa abrió los ojos, pero solo sintió que alguien la cargaba entre sus brazos, como a un bebé recién nacido, luego volvió a cerrar los ojos.
Ariel había llegado a tiempo, tenía hombres vigilando a la mujer, y uno de ellos le contó lo que ocurría, apenas llegó y se encargó de esos hombres, ahora la llevaba de vuelta, viajaban en el asiento trasero, aun cargándola entre sus brazos. El señor King lo veía de vez en cuando por el espejo retrovisor, admirado de tal escena, era la primera vez que el señor Ariel tenía piedad por alguien, y era la primera vez que lo veía tan cerca de una mujer, por supuesto que Ariel Rochester tuvo muchas amantes, pero solo de la vida galante, nunca ninguna mujer como la que ahora tenía entre sus brazos.
Ariel admiraba su rostro, era terso, y parecía más infantil estando dormida, apenas llegaron a la casa, la llevó ahí
—Vete y vuelve mañana —dijo Ariel, el señor King asintió y se marchó
Ariel entró a casa y llevó a la joven hasta su habitación, notó que ella sudaba, parecía tener calor y frío, temblaba, y aunque en un momento estuvo muy dormida, de pronto se despertó, su mente no parecía muy sensata, ella reía por nada, lloraba y gritaba, él la contuvo, era mejor nada de escándalos, Ariel fue por agua, Meissa estaba fuera de sí, sentía tanto calor y se quitó la ropa, apenas se quedó en ropa íntima, Ariel volvió a la habitación, la imagen que observó lo dejó sin aliento, esa figura grácil, era la más hermosa que vio
—¡Ari! —exclamó al mirarlo, ella tenía las pupilas dilatadas, colgó sus manos en su cuello, y se abrazó a su cuerpo, la sensación del roce de su piel consiguió estremecerlo, y excitarlo, Ariel contuvo sus emociones, debía dominarse, ella era Meissa Alcázar, la asesina de su media hermana, pero, ahora con ella entre sus brazos, su apellido dejaba de tener valor—. Pensé que te habías marchado —dijo ella con voz triste
—Estoy aquí —aseveró con voz baja
Ella sonrió
—Todos me abandonaron antes de ti, pero, tú, te has quedado incluso en mi noche más oscura —sus palabras fueron tan significativas, ella acunó su rostro, estaban tan cerca, sintió su aliento cálido y su perfume, era imposible resistir el deseo de besar sus labios, y de pronto ella los rozó con tal suavidad que su corazón parecía explotar, él estrechó su cintura, acercando su cuerpo, su piel se erizó, profundizó el beso, el calor incrementó, cuando detuvo el beso, ella se desvaneció entre sus brazos, y la recostó en la cama.
Ariel tocó sus labios
—¿Qué me está pasando? Meissa, ¿Qué has hecho conmigo? —dijo con voz amarga, pero recordó a su padre, fue imposible evitarlo
«—Ariel Rochester, nunca pierdas la cabeza por una mujer, o terminarás como yo, nunca permitas que un amor domine tu alma, o terminarás muerto en vida —dijo su padre, antes de quitarse la vida, justo frente a él, cuando tenia doce años»