—Chad Santos, ¡Ni toda tu fortuna podría ser suficiente para tenerme! —exclamó con furia y se liberó de su agarre, Meissa cruzó con rapidez al otro lado de la calle, estaba dispuesta a irse, pero sintió que él la seguía, Chad se puso ante ella, cerrando su camino, si ella se movía a un lado, él lo hacía también, impidiendo que se fuera
—¿Aún sigues creyéndote una mujer digna? ¡Bah! Mírate bien, querida, ahora solo eres una mendiga de la calle, ¡Vendedora de rosas! Y juraste que serías una gran economista, das lástima, deberías venerar el hecho de que aún me interese por ti.
—¿No lo entiendes, Chad? Ni antes, ni ahora, ni en ninguna vida me fijaría en ti.
Chad la miró con rabia
—¡Vas a arrepentirte de tus palabras, mujer! Juro que te haré vivir un infierno —dijo sosteniéndola con fuerza de los brazos, acercándola a él, ella podía oler su aliento que le asqueaba, luchaba, pero Chad era muy fuerte, clavó sus ojos oscuros en sus labios, deseando besarlos con la lujuria que siempre escondía en su interior, pero Meissa no se daría por vencida, de pronto levantó la rodilla, golpeándolo tan fuerte en sus testículos, que el hombre cayó al suelo, adolorido y quejumbroso.
Meissa aprovechó para correr a toda prisa, lejos de él, Chad la maldijo por lo bajo, su chofer lo ayudó a levantarse e ir al auto, para volver a casa, pero Chad no pudo olvidarse de ella, y todo el trayecto, solo pensó en Meissa.
Él se enamoró de ella a primera vista, pero en aquel tiempo, Meissa nunca le hizo caso, ella siempre tenía un aura de superioridad que ni siquiera radicaba en su nivel económico, simplemente parecía fuera de su alcance, él hizo mucho por conquistarla, y a cada esfuerzo, ella lo rechazaba con más ahínco, provocando su rabia y coraje, luego creyó que si se acercaba a Inna Rochester, la mejor amiga de Meissa, podría causarle celos, no pensó bien, pues Inna aceptó ser su novia, Chad tuvo temor, sabía que los Rochester eran la familia más poderosa de la ciudad, y si él rompía el corazón de Inna, podría sufrir terribles consecuencias, no solo para él, si no para toda su familia, lo peor vino después, cuando ya no quería soportar a esa mujer y se volvió el amante de Nuria
«Pagarás por esto, Meissa, debes saberlo, es tu última oportunidad, o eres mía, o no serás de nadie» pensó con ira.
Ariel caminaba hacia la casa de su abuelo, era una gran mansión situada cerca de la playa, él observó su celular, había comprado uno de baja calidad, lo necesitaba para poder comunicarse con Meissa, si él mostraba su verdadero teléfono, ¿Cómo podría explicarlo?
«Es solo un juego divertido, para salir de está aburrida rutina» pensaba, pero, en el fondo, Ariel sabía que algo estaba creciendo en su interior, Meissa le importaba más de lo que era capaz de admitir, nunca se involucraba emocionalmente con nadie, entonces, ¿Por qué ella era capaz de derrumbar sus barreras? Esa pregunta no obtuvo mejor respuesta, tocó a la puerta del despecho de su abuelo, y entró.
Mariano estaba de pie, sosteniendo su bastón de madera de roble, le miró con ojos preocupantes, Ariel lanzó un suspiro abrumador, por el gesto del viejo, supo que algo estaba mal, algo lo estaba torturando
—Ahora, ¿Qué pasó?
Mariano tomó su propio asiento detrás del escritorio, y Ariel se sentó frente a él
—Verás, ya no tenemos abogado.
Ariel le miró confuso
—¿Cómo qué no?
—Lo he mandado a eliminar, él muy idiota, ¡Dejó libre a Meissa Alcázar!
Ariel levantó los ojos fastidiados
—¿Eso es lo que te tiene de mal humor?
—¿Acaso hay algo peor? ¡Esa perra es libre!
—¡Basta! Cálmate —sentenció interrumpiéndolo
—¿Cómo puedo calmarme, cuando la asesina de tu hermana está libre? ¡La quiero muerta! ¡La quiero ver pagar por el daño que me hizo! ¡Maldita sea la hora en que admití que se casará contigo! —exclamó fuera de sí
—Abuelo, debes aclamarte, no te hace bien ponerte así, ¿Qué más da? La mujer ya escapó, nada podrás remediarlo después de todo, además, he decidido encargarme yo mismo.
Mariano le miró con extrañeza
—¿Cómo dices?
—Así es —dijo con firmeza—. Yo mismo me encargaré de Meissa Alcázar, la buscaré y yo mismo le daré su lección, si es verdad que ella es culpable.
—¿Acaso dudas de eso?
—En la vida, y en la justicia, uno siempre debe tener claro todo, abuelo, no desearías lastimar a una inocente.
Mariano, acercó su cuerpo un poco al escritorio, mirando a Ariel con severidad
—No te confundas, Ariel, esa mujer es culpable, ella mató a mi dulce Inna —Mariano tomó una foto de su nieta, y la miró con atención—. Encuéntrala, Ariel, y hazla pagar con creces, por todo nuestro sufrimiento —sentenció, luego se levantó, apoyado por su bastón y se fue.
Ariel se quedó un momento, pensaba en las palabras de Mariano, tomó aquella foto entre sus manos, observó a Inna; era muy joven para morir, sus cabellos eran oscuros, y sus ojos azules, era tan parecida a él, eran hermanos sin duda, pero nunca la conoció, cuando él tenía doce años, su padre eligió suicidarse, mientras Inna solo tenía seis años.
Su abuelo, entonces eligió enviar a Ariel con los líderes de la mafia, quería que se volviera un hombre fuerte, y él se encargó de cuidar a Inna. Ariel nunca volvió hasta la muerte de Inna, incluso a pesar de las súplicas de su abuelo, nunca le perdonó que lo enviará lejos de casa, lejos de su hermana, a un ambiente de hostilidad, si volvió solo fue porque estaba cansado
«Estaba cansado de ver mis manos llenas de sangre cada día, ellos hicieron de mí una bestia salvaje, me convirtieron en el príncipe de corazón roto, y luego quisieron traerme de vuelta, como si fuese solo un cachorro al que pueden cambiar de dueño, pero nadie puede domesticarme, ahora» dijo con los ojos llenos de rabia, miraba la imagen de Inna, pero era inútil tratar de recordarla, cuando sintió que nunca la conoció, no era culpa de ella, ni suya, era el maldito destino, siempre hablando por ellos.
Ariel decidió irse, solo quería volver a casa, volver al lado de Meissa, la sola idea de volver lo hacía sentir bien, vivo, en calma, estaba por irse, cuando escuchó que alguien mencionó su nombre, alzó la vista para encontrar a Roberto Medina, no le gustó la idea de volver a verlo, pero tenían años de conocerse
—Ariel, ¡Hasta que volvemos a vernos! ¿Cómo estás? —exclamó
—Bien, ¿Y tú?
—¿Sabías que logramos quedarnos con la plaza de Pueblo del norte? Ya lo ves, cada vez soy más poderoso, aunque, ahora parece que los Rochester son más poderosos que la mafia latina.
Ariel le miró con ojos severos
—¡Qué más da! Eso no es tan importante.
—Bueno, ya no eres más un criado para mí.
Ariel le miró con ojos pequeños
—¿De verdad crees que fui tu criado alguna vez? Si no fuera por mí, pequeño Roberto, estuvieses muerto hace tanto tiempo.
Roberto bajó la mirada, sintió algo de vergüenza por esas palabras, y recordó que Ariel siempre lo cuidó, era cinco años menor que él, Roberto era hijo del gran líder de la mafia latina, así que solo fue un niño consentido, Ariel que estaba bajo el cuidado de esa organización, se convirtió en su guía y protector, pero Ariel siempre fue tan duro, que Roberto seguía temiendo de él
—¡Oh, vamos! Sin rencores, por favor, te necesito en realidad, por eso vine, ahora mi padre me dejó esta zona a cargo, necesito a alguien tan bueno como tú para poder acabar con los enemigos.
—Te equivocas, Roberto, yo ya no me dedicó a eso, ahora dirijo mi propia empresa, tengo un gran imperio a cargo, así que, busca a alguien más.
—¿Acaso nunca serás el príncipe de corazón roto, otra vez?
Ariel que estaba por irse, se quedó estático al escuchar sus palabras, luego lo miró con firmeza
—El niño debe ir a buscar en que entretenerse, Roberto, ve a jugar a ser tu padre, y no me fastidies.
Roberto sintió mucho coraje de sus palabras, pero cuando vio los ojos de Ariel y la forma en que le relampagueaban ahora, supo que no era una buena idea retarlo, lo conocía bien de años, y sabía que podía ser demasiado violento si se le molestaba, Roberto dio un paso atrás y se fue de ahí.
Meissa llegó a casa temprano, había perdido casi todo el día, le sentaba fatal aquel encuentro con Chad Santos, él y Nuria le recordaban a la desgracia de su vida, se sentó en la silla, mientras pensaba en todo eso, además también estaba preocupada por Lindsey
«¿Cuándo será el día en que los Rochester me dejen en paz? Yo no maté a Inna, no lo hice, no entiendo como pasó, no debí tomar nada de alcohol ese día, Inna, ¿Para qué me tenías que regalar ese auto? Mira como terminamos las dos; mi querida amiga, te extraño» pensó
La puerta se abrió y ella apenas pudo limpiar sus lágrimas, fue inútil que intentara ocultarlas
—¿Llorabas, Meissa?
Ella no pudo negarlo
—Olvídalo, solo…
—¿Solo qué? —exclamó Ari
—Malos recuerdos, ¿Tú no tienes los tuyos? —exclamó, él levantó la vista y encontró su mirada dulce, asintió despacio
—Prepararé la cena —dijo mientras comenzaba a cocinar.
Ari se quedó pensativo, los recuerdos vinieron a su mente sin poderlo evitar
«Solo tenía diecinueve años, entró a esa casa, sostuvo la pistola con las manos trémulas, miró al hombre y gritó
—¡Paga tu deuda! ¡Dame el dinero, ahora!
Pero, el hombre no le hizo caso, en cambio lo empujó con fuerzas, haciéndolo caer, lo golpeó, y aunque Ariel intentó defenderse, el hombre le rasgó la camisa, dejando a simple vista el tatuaje en su pecho de un corazón rojo y roto.
El hombre empuñó la pistola contra la cabeza de Ariel, estaba a punto de matarlo, Ariel solo cerró los ojos, la puerta se abrió y un adolescente de algunos trece años entró, Ariel vio que el hombre se distrajo, pidiéndole a su hijo que saliera de ahí, Ariel intentó huir, pero el hombre lo persiguió pelearon con fuerza, Ariel quería quitarle la pistola, y de pronto se disparó, ambos se miraron con terror, Ariel observó como el hombre caía al suelo, bañado en sangre y su hijo gritaba con dolor»
—¿Ari? ¡¿Ari?! —exclamó Meissa—. ¿Estás enfermo?
Ari volvió al ahora miró su rostro y negó de prisa, observó los ojos de Meissa, había una pureza en ellos, ella le devolvió la tranquilidad con solo mirarlo, ¿Por qué sucedía eso? Ariel pensó que su alma estaba podrida, pero de pronto encontró a Meissa, y ella lo hacía sentirse bueno, otra vez.