Meissa entró en casa, sentía que sus manos temblaban, sosteniendo aún esa carta, se sentó sobre la silla de madera, observando la carta, recargó sus codos sobre la mesa, no sabía si debía leerla, quizás no, pero la curiosidad era más fuerte que toda ella, y pronto la abrió «Supe por tu mirada de ayer, que piensas que he sido el responsable de lo que sucedió, pero no he tenido nada que ver, de haber sido así, ¿Por qué elegiría tal método de tortura? ¿Acaso no tengo mejores métodos? ¿No has probado un poco de ellos? Debes dejarme fuera de ese asunto, ahora mismo me encargo de ellos, fui yo quien no permitió que te lastimaran, no debes olvidarlo, fue mi propia voz la que detuvo tu dolor, entonces, ¿Por qué tanto odio, Meissa? He pensado suficiente al respecto, y a pesar de que todo apunt